CAPITULO V

 

Turlock estaba fumando, dentro del almacén cuando les vio llegar y a Buck ponerse al pairo delante de la taberna. Su mirada honda pareció desnudar a los vagabundos; luego retrocedió y avisó a Adams:

—Vienen dos de ellos.

Jo Adams sentíase bastante más cómodo teniendo a Turlock en casa. Hizo una mueca expresiva y mención de coger el revólver que tenía bajo el mostrador, pero se lo impidió el seco aviso de Turlock.

—Recuerde lo que le dije.

—Está bien...

Cuando los vagabundos entraron, Turlock estaba a un lado del almacén, examinando cuidadosamente un apero de labranza. Para ellos, aquel hombre alto de cabellos canos sólo era un campesino más. Como ostensiblemente iba desarmado no le hicieron mucho caso.

Jake avanzó con aires de perdonavidas, mientras Hal se quedaba algo rezagado cubriéndole la espalda, y habló a Jo Adams a su estilo.

—Hola, carcamal. ¿Eres tú el amo de esto?

—Supongamos que sí. ¿Qué se te ofrece?

La seca respuesta no agradó al granuja.

—Vaya, un tipo con agallas... Pues se me ofrecen bastantes cosas, viejo. Para empezar, queremos algo de ropa limpia. Supongo que tienes, ¿verdad?

—Alguna hay.

—Enséñamela.

Sin ninguna prisa, Jo Adams se dispuso a hacerlo. Mientras, Jake miró de reojo al silencioso Turlock, metiendo los pulgares en el cinto de balas. Hal, por su parte, estaba haciéndolo ya con insolente burla, aunque Turlock ni se había dado por enterado.

—Eh, tú, cometierra.

Turlock ni se inmutó, siguió con lo suyo. Los dos vagabundos se miraron, irritados. Hal avanzó dos pasos y le agarró por un brazo, hablándole con amenaza:

—¿Estás sordo, puerco?

Turlock sólo giró un poco. Y le miró a los ojos.

—Quítame las manos de encima, muchacho.

Lo dijo despacio, con toda calma. Pero Hal Smith vio en aquellos ojos todo lo que más temía y odiaba. Y como era integralmente cobarde, instintivamente obedeció, incluso dando un paso atrás.

Turlock ni siquiera pareció ocuparse más de él. Ahora afrontó a Jake, el cual, más viejo y experimentado en hombres, supo en seguida que no tenía delante a un pobre campesino atemorizado, ni siquiera a uno al que se pudiera fácilmente atemorizar.

—¿Me había hablado a mí, forastero?

—¿A quién, si no?

—¿Qué es lo que desea?

Hal estaba reaccionando, la mano en la culata del revólver y una mezcla de rabiosa ira con un oscuro recelo temeroso. Por su parte, Jake estaba sintiéndose de pronto inseguro. Y no le gustaba. Jo Adams tenía una curiosa, expectante actitud.

—Deseo... Bueno, me disgustan todos los cometierra...

—Yo no he comido tierra jamás. Me limito a trabajarla y hacerla producir.

Turlock estaba dominando la situación, era evidente. Jake hizo una mueca y después insistió, agresivo:

—Entonces eres un cometierra, yo lo digo.

Despacio, Turlock fue hacia el mostrador y colocó encima del mismo el apero que tenía en las manos. Como si los dos vagabundos no contaran.

—Adams, éste me conviene. Mientras atiende a sus otros clientes iré a tomarme una cerveza en la cantina.

Jake y Hal se quedaron sin aliento. Incluso el propio Adams. El primero reaccionó cuando ya Turlock se movía para salir.

—¿Adónde has dicho que vas?

Turlock le miró a los ojos.

—A la cantina.

Jake no pudo resistirle la mirada ni diez segundos. Por su parte, Hal estaba deseando atacarle, a traición, claro..., y no se atrevía.

—Tienes sed, ¿eh?

—La justa. Hasta ahora, Adams.

Fue a pasar de largo. Entonces Jake echó mano a su revólver.

—¡Tú no vas a...!

De un modo totalmente inesperado para él, una zarpa de acero le atrapó la muñeca izquierda —Jake era zurdo— cuando apenas si había comenzado a sacar su revólver. Y fue como si en efecto la hubiera metido en un cepo para lobos.

—No llevo armas. Y nadie me dice lo que tengo que hacer. ¿Entendido? Deje tranquilo su revólver.

Aquella mirada le resultaba insoportable a Jake. Tanto como el tremendo dolor en la muñeca izquierda. En sólo un instante se le habían entumecido los dedos y el dolor le subía hasta el codo.

—¡Mátalo, Hal! —aulló.

Pero Hal no trató de sacar su revólver, parecía fascinado. Además, de un seco tirón Turlock había colocado a su presa delante, como escudo.

—No se mata a un hombre por tan poca cosa, ni siquiera un perro loco y rabioso. Ustedes dos bebieron demasiado.

Eso, un duro e inesperado empellón, y Jake fue, dando traspiés, contra su compinche. Tenía la mano izquierda amoratada, entumecida, inútil de momento para empuñar un revólver. Hal podía hacerlo, pero no lo hizo. Miraba al frío e impasible Turlock de un modo turbio, indefinible.

Turlock les dominó un instante con su mirada, luego marchó a la puerta sin hacerles más caso y salió.

Entonces reaccionaron. Jake, sujetándose y fregándose la muñeca lastimada, miró rabioso a su compinche.

—¡Maldito seas! ¿Por qué no le mataste?

Hal se mojó los labios con la lengua, en un gesto peculiar.

—El lo dijo, hombre. No se mata a un hombre por tan poca cosa...

El modo como lo dijo, su misma expresión, hicieron reaccionar a Jake. Respiró hondo y se volvió a Jo Adams, que estaba rígido tras el mostrador:

—¿Quién es ese tipo, carcamal?

—Se llama Turlock y tiene una granja.

—¡Pues pronto va a dejar de tenerla!

—Allá vosotros. Pero si le disparáis por la espalda os habréis metido en un mal avispero, muchachos. Hay otros como él por aquí y no le dejarán sin venganza.

—¡Te voy a...!

Pero sólo fue el amago. Ahora Jake tenía puesto el freno a sus ímpetus salvajes. Se volvió a Hal y aullóle:

—¡Vámonos!

—Vinimos a por esa ropa, hombre.

—¡Ya vendremos a por ella!

Salieron, Jake como dispuesto a comerse a mordiscos a Turlock. Pero los ímpetus se le acabaron al llegar al porche.

Turlock había cruzado la calle sin prisa ni pausa, directo a la cantina, ante la cual holgaba Buck, montando guardia. El grandullón vagabundo le vio salir del almacén y venir en su dirección, se quedó mirándole con curiosidad, desdén y desconcierto. Sin duda aquel tipo debía saberles allí, resultaba raro que sabiéndolo viniera, también que Jake y Hal le dejaran...

Buck no se distinguía precisamente por la rapidez de sus reflejos intelectuales. Turlock ya estaba a su lado antes de que el vagabundo reaccionara.

—¿Adónde vas tú, hombre?

—A tomarme una cerveza, hombre.

Tenían pareja estatura, aunque Buck acaso una docena de libras más de peso y por lo menos la mitad de años. Sin embargo, el vagabundo tampoco pudo resistir la mirada de Turlock. Y éste no le dio tiempo a reaccionar, entrando en la cantina.

En la acera del almacén, Hal estaba hablando aprisa.

—Esta es una trampa, Jake, estoy seguro.

Jake no estaba en condiciones de rechazar tal sugerencia. Hosco, aún fregoteándose la mano izquierda, inquirió:

—¿Cómo lo sabes?

—Me da en la nariz. Fíjate, nadie en la calle, habían cerrado el almacén y lo abren de pronto, llegamos y ese tipo estaba dentro, con el dueño. ¿Tú has visto alguna vez a un cometierras semejante a ése? Y el viejo estaba engallado. Te digo que ahora mismo deben haber algunos rifles apuntándonos.

Miraron de inmediato, con la misma aprensión. No vieron nada, pero no les desapareció el temor.

—Seguro que han ido avisándose unos a otros. Ese tipo es el cebo. Si le hubiéramos disparado ahí dentro, ahora, al salir, los demás nos habrían cosido a balazos, lo mismo si le disparamos aquí, en la calle. Por eso vino desarmado. Y por eso ha ido a la cantina.

—Entonces está loco de remate. Porque allí le vamos a...

—No, Jake. Ese tipo sabe lo que se hace, he conocido a otros iguales. Nos está poniendo a prueba, si creen que sólo somos unos vagabundos de paso, algo pendencieros, no se van a arriesgar, pero si les demostramos ya de entrada lo que podemos hacer, sabrán qué arriesgan y entonces irán a por todo, como pasó en Big Sand. Es mejor engañarles...

Jo Adams había salido de tras el mostrador, llegándose presuroso a la puerta, con la cautela necesaria para poder escuchar al menos una parte del nervioso diálogo de los vagabundos. Cuando ellos cruzaron la calle, retrocedió y fue a tomar su escopeta. Entonces apareció Ruth.

La muchacha había escuchado todo el incidente desde el interior de la casa. Ahora tenía un aire inquieto y aprensivo.

—¿Qué pasa, tío? ¿Qué va a hacer?

—Seguro que lo escuchaste todo. Ese Turlock tiene nervios de acero, como yo sospechaba, y también sabe tratar a tipos como esos vagabundos. Los ha sacado limpiamente de aquí, poniéndose de cebo, y ha ido a la cantina...

—¡Pero le van a matar!

—No se atreverán. Son morralla, se han tropezado con todo un hombre y les ha metido el resuello en el cuerpo. Les acabo de oír ahí fuera, creen qué les hemos tendido una trampa los hombres de aquí, que Turlock se está poniendo de cebo.

—¿Es posible?

—Tú no conoces a esa ralea. Viven a salto de mata, son cobardes tanto como peligrosos. No pueden comprender que un hombre desarmado les plante cara sin tenerles miedo, de modo que inmediatamente se han puesto a pensar en trampas y enemigos emboscados. Mientras se crean amenazados por hombres invisibles no atentarán contra la vida de Turlock. Creo que él ha jugado tan fuerte porque esperaba esa reacción suya. Un tipo raro Turlock, lo he dicho siempre. Pero con más redaños que todos los restantes hombres de este pueblo...