CAPITULO VI

 

Pit y Miles no esperaban aquella visita, les tomó por sorpresa. Al entrar Turlock creyeron que era Buck, se quedaron mirándole desconcertados. Por su parte, Turlock les miró fijo un instante, luego avanzó, pausado, hacia el desierto mostrador de la cantina, llegó, alargó la mano, tomó uno de los vasos limpios que allí había y con las mismas abrió la espita de la cerveza, llenándolo despacio.

Aturdidos, los dos vagabundos miráronse en silencio. Luego, ambos se levantaron a una, cuando ya entraba Buck, no menos desconcertado, y se le acercaron despacio. Turlock no les hizo ningún caso, acabó de llenarse la jarra y se dispuso a beber la cerveza. Para ello giró, lo justo a afrontar al trío de hoscos, agresivos y desconcertados vagabundos.

Pit era un pistolero nato, había matado a un par de hombres en duelo, cosa que no podían decir sus compinches, ni siquiera Jake, que sólo tenía a uno en su haber, aunque afirmara tener bastantes más. A sus veinte años, Pit ya sabía leer en los ojos de un hombre. Y lo que leyó en los de Turlock le puso en guardia, refrenándole. Tomó la palabra con agresiva cautela:

—¿Se sirve siempre personalmente, amigo?

—Cuando no está el tabernero, sí.

Tres contra uno, y desarmado. Pero les hablaba como un maestro de escuela a sus discípulos, como un patrón a sus peones. Eso, los vagabundos lo podían calibrar. También aquella calma con que Turlock se bebió media jarra. Cambiaron miradas entre sí, pero Buck y Ted dejaron a Pit la iniciativa. Buck sólo avisó:

—Estaba en el almacén. Jake y Hal salieron después que él y se pararon a hablar; ya vienen.

Pit tenía también una mediana inteligencia. Captó el significado de aquella información, apretó el ceño.

—¿Estaba en el almacén, hombre?

—Sí.

—¿Habló con nuestros amigos?

—Sí.

—¿Y qué pasó?

—¿Tenía que pasar algo?

—Eso quiero saber.

—Pregúnteselo a sus amigos. Ahí llegan.

En efecto, entraban Jake y Hal. Ya eran cinco contra uno, y desarmado. Pero la actitud de Turlock no había cambiado.

Pit advirtió en el acto que «sí» había ocurrido algo. Y el hecho de que siendo así aquel desconocido de pelo gris hubiera osado venir derecho a meterse en la boca del lobo también le puso en guardia. Por su parte, Jake avanzó, no tan aprisa ni tan agresivo como en él era habitual.

—Maldito seas, cometierra, ahora vamos a darte tu merecido...

—Será una gran tarea para cinco. ¿Es así como vosotros hacéis las cosas?

La dura ironía resultó el mejor freno para aquellos vagabundos jóvenes y salvajes. Pit intervino impidiendo que Jake pasara a más.

—Este tipo está loco o tiene sus razones para actuar así. ¿Qué ha pasado en la cantina?

—Hal cree que nos han tendido una trampa los cometierras de aquí. El es el cebo.

Cinco miradas torvas, cargadas de amenaza, se clavaron en Turlock, que alzó la jarra de nuevo y bebió un lento sorbo. Su actitud era para ellos mucho más preocupante que nada, ahora.

—¿Es eso cierto, hombre?

—He venido al pueblo a comprar un apero que necesitaba, y aquí a tomarme una cerveza. Cuando me la tome y coja mi compra, me volveré a casa.

—¡Te hemos preguntado si...!

—Si me matáis tendréis una excelente ocasión de comprobarlo.

Así de frío. Jake ya tenía sacada su pistola, amartillada y apuntándole al estómago. Hal la mano en la suya, como también Ted y Buck. Pero aquel hombre desarmado ni se inmutaba.

—Guarda tu arma, Jake.

Frío también, Pit. Jake le miró rabioso.

—¡Tú no me das órdenes...!

—Entonces dispárale y a ver cómo salimos de aquí. Debe haber una docena de rifles esperándonos. ¿Es lo que te gusta? Adelante.

Los otros se miraron inquietos. Y el propio Jake, tras pugnar consigo mismo, cedió. Pit estaba desde luego comiéndole aprisa el terreno. Miró fijo, el único que osó hacerlo y pudo aguantarle la mirada, a Turlock.

—De modo que hay una trampa...

—Ustedes no han dado motivos para tenerles confianza. Hasta ahora no se han excedido demasiado, pero si lo hacen comprobarán que los campesinos de por aquí, cuando se les fuerza, saben defenderse y también atacar.

—¿Le han enviado acaso a decírnoslo? ¿Hay muchos como usted por aquí?

—Creo que no les interesa comprobarlo. Iré a ver cómo está Stevens, ahora.

—Dijo que bebería y se marcharía.

—Me han dicho que a Stevens, el propietario, le dispararon un tiro. Es mi amigo, así que voy a visitarle.

Uno contra cinco, y desarmado. Eso, no otra cosa, refrenó a los vagabundos. Eso y la mirada de Turlock.

Le dejaron ir al interior de la casa, sin quitarle ojo. En cuanto hubo desaparecido, a un gesto de Pit, Miles corrió a apostarse junto a la entrada, revólver en mano. Pit y Jake volvieron a enfrentarse.

—¡Maldito sea, con emboscada o no, a ése me lo cargo ahora mismo...!

—No harás tal cosa, pensarás con la cabeza. Nos hemos vuelto a meter en un buen lío.

—¡No hay ninguna prueba...!

—Ese hombre es la prueba. No ha venido a provocamos tanto como a advertimos. Será un cometierra, pero tiene muchos redaños.

—Eso es verdad —gruñó Buck—. Hace falta tenerlos para venir a amenazamos sin armas.

—¿Qué ha pasado en el almacén?

Se lo dijo Hal. Y Pit respiró hondo.

—Tienes razón, Hal, es una trampa. Han elegido al tipo más valiente del pueblo. No quieren arriesgar sus vidas; si sólo somos unos vagabundos inquietos darán por bueno lo ocurrido y nos dejarán marchar; pero si matamos a ese hombre se nos vendrán encima como lobos. Tenemos a los caballos en la cuadra, fue un error...

—¡Vamos a por ellos!

—Tranquilos. Esta vez usaremos la cabeza. Nos quedaremos aquí, luego dejaremos que ese tipo vaya a contarles a sus amigos lo que ha visto...

Los Stevens formaban un muy asustado grupo allí dentro. El padre, ya curado y con toda la cabeza vendada, yacía desmadejado en un viejo sillón, la madre y la hija mayor atendíanle. Habían hecho escabullirse a los dos más pequeños por el corral, para que se cobijaran en otra casa. Al oír entrar a Turlock la jovencita apresuróse a ocultarse en otro cuarto, pero salió cuando él se dio a conocer.

—¿Cómo está, Stevens?

—No puede hablar —le contestó su mujer—. Le dispararon un tiro a la caza esos salvajes de ahí fuera. Por suerte sólo le hirió de modo superficial, pero en toda la mandíbula. ¿Cómo le han dejado pasar?

—Me las arreglé. ¿Y los otros niños?

—Los mandé a casa de los Forbes. Tengo mucho miedo, señor Turlock. ¿Aún están ahí fuera?

—Sí. Y seguirán estándolo.

—No tenemos alguacil, si no... Y nadie ha venido a ayudarnos... Tenemos amigos, pero...

—Tranquilícese. Tienen amigos, pero son gente pacífica, también con mujeres e hijos que proteger.

—¡Pero esos bandidos!... Van a acabar con todo, me obligaron a darles de comer encima...

Turlock escuchó sus cuitas y luego le dijo lo que debía hacer.

—Que Sally se vaya también a casa de los Forbes, usted y su marido pueden quedarse. Con algo de suerte tal vez consigamos meterles el resuello en el cuerpo a esos vagabundos. Pase lo que pase, no se les ocurra irritarles. De hecho, lo mejor será que ustedes dos también se marchen... Sí, ya sé que es su casa, su negocio. Pero si les matan, y son muy capaces, de nada les servirá, ni a los suyos.

Eran palabras sensatas, que los Stevens entendieron.

—Trataré de entretenerles unos minutos. Mientras, aprovechen para marcharse por la parte de atrás.

Cuando retornó a la cantina, los vagabundos estaban enzarzados en una animada discusión y bebiendo. La cortaron en seco, le miraron como lobos hambrientos, pero eso fue todo. Jake, ahora, parecía haber dejado a Pit la iniciativa, al menos éste fue quien le interpeló, con una contenida agresividad:

—¿Ya visitó a sus amigos?

—Sí.

—¿Y qué?

—Me alegra que Stevens sólo tenga heridas ligeras.

—No pensamos matarle. El nos provocó y hubo que darle una lección.

—Ya. ¿Cuándo piensan marcharse?

—¡Cuando nos dé la gana! —Jake estalló, recuperando el mando, los ojos inyectados en sangre—. Ya hablaste demasiado, cometierra, y te hemos aguantado más de la cuenta. Ahora saldrás ahí fuera y les dirás a tus amigos que estamos aquí y aquí nos quedaremos.

—Eso es cosa de ustedes.

—¡Lo es, sí! ¿Crees que nos asustan tus cobardes amigos, emboscados dentro de sus casas para dispararnos por la espalda? ¡Vamos a...!

—Ya está bien, Jake, quedamos en llevar esto con calma.

—¡Vete al infierno, Pit Harrison! Aquí mando yo...

—Y los demás tenemos voz y voto. Usted, hombre, ya ve cómo están las cosas. Añadiré que no me gusta su cara, ni su manera de actuar, ni nada suyo. Pero le salva el no llevar revólver. Ahora se irá y no volverá a poner aquí los pies, o le llenaremos el cuerpo de plomo, ¿entendido?

—Habla muy claro.

—Mejor así. Vaya y advierta a sus convecinos que tenemos muy malas pulgas y ellos mucho que perder. No nos gusta que nos acosen, menos aún saber que hay gente emboscada cerca. De modo que harán bien todos en volver a sus casas y no mezclarse en nuestros asuntos. O de lo contrario correrá mucha sangre, que no será nuestra precisamente. ¿Entendido también?

—Entendido.

—¡Pues lárguese!

En medio del hostil silencio de los vagabundos, Turlock atravesó el local y salió a la calle. Rápido, Hal fue a los batientes y miró.

—Se vuelve al almacén. Sin ninguna prisa.

Ya estaban los demás a su lado, mirando alejarse a Turlock con una completa gama de expresiones.

—No sé cómo me aguanto que no le pego dos tiros...

—Ese hombre no me gusta nada. Tiene demasiada enteresa y sangre fría para ser un simple cometierras.

—Démosle tiempo, luego actuaremos como mejor nos convenga...