CAPITULO XII

 

Mellaart tenía una hermosa casa, dos criados mexicanos y muchas comodidades. Estaba gozando de ellas cuando los vagabundos llegaron y le estropearon la digestión.

Todo sucedió demasiado aprisa, como ocurre a veces con las pesadillas. El hombre que horas antes habíase opuesto, por puro egoísmo personal y otras miras igual de mezquinas, a que sus convecinos sentaran las costuras a aquellos vagabundos, y que creíales cabalgando hacia la frontera, ya lejos del pueblo, se vio de pronto ante ellos y ante el cañón de sus revólveres. Estaba en su apacible sobremesa, sus hijas menores habían ido a acostarse, la mayor leía un libro cerca de él, mientras la criada terminaba de limpiar la mesa donde habían cenado. Su hijo, por cierto, había ido a cortejar a una muchacha, como tenía por costumbre últimamente.

Y ahora estaban aquí, aquellos cinco perdularios, aquellos peligrosos, malditos vagabundos; mirándole con burla y con malignidad, apuntándole con sus armas, a él, a Thomas Mellaart. En su propia casa...

—Buena sorpresa, ¿eh, amigo?

La fría, irónica, voz de Pit —que seguía dirigiendo al grupo— era mucho menos aterradora que sus ojos, o que las expresiones de todos aquellos desharrapados forajidos, sobre todo el más joven, que estaba atento a su hija, ahora aterrorizada y sin habla, igual que la criada. Al criado que les abriera, desprevenido, le habían puesto fuera de combate de modo expeditivo, yacía con la cabeza abierta en mitad del vestíbulo.

—¿Qué..., qué significa esto...? ¿Cómo se atreven...?

—¡Cierra el pico, cerdo! —le ordenó Jake con salvajismo, avanzando hacia él de manera agresiva.

Mellaart intentó una defensiva, su hija gritó.

Jake estaba rabioso, simplemente. Golpeó a Mellaart en la cara con toda su fuerza y lo envió contra el cómodo sillón donde se había estado solazando.

—Esto para que aprendas quiénes mandan ahora aquí.

Quiénes mandaban... Estaba demasiado claro ahora para Mellaart. Había cometido un gravísimo error no cooperando a la iniciativa de Turlock, pero ahora tenía que ocuparse de lo inmediato, salir de aquel terrible y súbito peligro.

—Escúchenme... Yo no tengo nada contra ustedes, me negué a cooperar a que les atacaran, se lo juro, se lo dirá cualquiera...

Era el clásico burgués dispuesto a casi todo con tal de salvar el propio pellejo, a los suyos y sus queridas propiedades. Jake iba a seguir golpeándolo, pero Pit, que había captado mejor la calaña del dueño de la casa se lo impidió.

—Déjale hablar, puede ser interesante lo que nos diga.

—¿Qué demonios...? Ya está...

—Déjale hablar. Así que usted es nuestro amigo...

—Sí, lo soy. Créanme... Era Turlock el que soliviantó a los demás...

Lo dijo todo, a su manera. Estaba asustado, no le importaba hacer caer sobre otro el nublado, con tal de quitárselo de encima. La mujer de Potts, aterrorizada y desesperada, había hablado mucho para salvar la vida de su hijo. Thomas Mellaart, el rico, se mostró abyecto pensando menos en sus hijas que en sí mismo. Eso sí, su hija mayor, que se le parecía mucho en muchas cosas, estaba demasiado asustada ahora para notarlo. Pero Pit lo notó. Y le dio cuerda.

—Así me gusta, que seas razonable. Ya lo habéis oído, el señor Mellaart es nuestro amigo. Nos lo vas a probar ahora mismo, amigo, ¿verdad?

—¿Qué..., qué...? ¿Cómo?

—Del modo más sencillo. Eres rico, nosotros pobres. Tendrás dinero en casa...

Tenía más de mil dólares en oro y billetes en una caja fuerte de su despacho. También tenía joyas que fueron de su esposa y otras que eran de sí mismo y de sus hijas, objetos de valor. Pensar que aquellos forajidos pudieran expoliarlo lo soliviantó.

—¡No, se equivocan, apenas si tengo en casa un centenar de dólares...!

—¿Estás seguro? Mira que si mientes pensaremos que no eres nuestro amigo y entonces nos enfadaremos mucho.

La hija de Mellaart entendió perfectamente. Se echó atrás, gritando, y su padre comprendió al fin la situación.

—¡No, no podéis hacer eso, no lo consentiré...!

Esta vez fue Buck quien se encargó de ponerlo en su lugar. Y lo hizo de modo brutal, golpeándolo con ambos puños y volviendo a derribarlo.

—Va a abrirnos su caja fuerte, señor Mellaart, y nos dará todo el dinero que tiene en ella, también el de sus bolsillos. Además, escribirá de su puño y letra una carta contando que ese dinero nos lo entrega como pago a servicios que le hemos prestado. No nos gustaría que después de marcharnos nos denunciara por asalto y robo, ¿comprende? No sería muy amistoso, podríamos enfadarnos y volver a visitarlo...

Dos por lo menos de sus compinches no estaban demasiado de acuerdo con aquella parte del trato. Pit hizo quedarse a Miles y a Hal con las aterrorizadas mujeres, mientras se llevaba, junto con Jake y Buck, a Mellaart al despacho de éste. Antes avisó a Hal que no le pusiera las manos encima a la joven. Y a Hal no le agradó tanta advertencia.

Mellaart estaba vencido, abrió sin rechistar su caja fuerte y entregó su dinero, que Pit y Jake guardaron en sus bolsillos. Luego escribió con mano temblona cuanto se le exigió, firmándolo después. Pit sabía leer, el único de los cinco. Le echó una ojeada, se lo guardó en un bolsillo y ordenó a Mellaart sentarse en el sillón.

—Buck, arranca esos cordones y amárralo de modo que no pueda desatarse.

Mellaart creyó que iban a llevar a cabo el saqueo de su casa, entonces cometió una estupidez encima de todas las ruindades anteriores: trató de coger el revólver que tenía en uno de los cajones superiores de su mesa de despacho. Lo hizo de manera tan torpe que Jake, cerca y vigilándole, pudo con sobra de tiempo atizarle en el cráneo con el cañón de su revólver, aturdirlo y hacerle caer hacia delante con un gruñido de dolor. Fue a repetir el golpe con saña asesina, pero una vez más lo frenó Pit.

—Ya tiene bastante.

Esta vez, Jake no le hizo caso, volvió a golpear a su víctima. Y un segundo después el revólver de Pit estaba apuntándole al estómago, cogiéndole a contramano.

—He dicho que basta.

Había tanta crueldad en los ojos del pelinegro como odio en los de Jake. Buck, ya con los arrancados cordones de las cortinas en las manos, les miró alarmado.

—¡A mí no me das órdenes...!

—Estoy haciéndolo. Y si vuelves a desobedecerme, te mato.

Jake respiró hondo. Tenía el revólver empuñado, pero sabía que al menor movimiento era hombre muerto. Expelió con fuerza silbante el aire tragado, verde de rabia impotente y de odio.

—Esto lo vamos a resolver muy pronto...

—Cuando quieras, una vez hayamos terminado este negocio. Ahora mete el revólver en tu pistolera.

Tras una breve pugna de voluntades, Jake obedeció. Pit no perdía la calma y eso le daba gran superioridad.

—Buck, átalo.

El grandullón obedeció aprisa, en silencio inquieto. Pit y Jake se miraban, repletos de antagonismo, y fue Pit quien habló, imperioso, desdeñoso también:

—Siempre que dirigías la fiesta hemos terminado huyendo sin ningún provecho, corridos a balazos. Ahora no va a suceder, te agrade o no. Y los demás estarán a mi lado, no al tuyo, cuando vean los diferentes resultados.

—Eso ya lo veremos...

—Seguro que lo verás. No quiero dar muerte a este tipo, por la sencilla razón de que es rico y también influyente. Matar a un pelagatos cualquiera no es cosa importante, pero si matas a un hombre rico, sus parientes y amigos arman mucho alboroto, pagan a los alguaciles y comisarios, ofrecen sumas fuertes y el mundo se viene encima de los matadores. Tampoco vamos a tocar a sus hijas, por mucho que la idea te desagrade. Mujeres hay a montones en todas partes, pero no dinero. Aquí hay dinero y cosas que lo valen, nos lo vamos a llevar todo y Mellaart lo pensará dos veces antes de hacernos perseguir...

—¿Por ese papel que le has hecho firmar?

—No. Por la amenaza de volver a ajustarle las cuentas si nos hace perseguir. Es un gallina y tan avariento como todos esos cometierras. Si nos limitamos a desvalijarle la casa, lo soportará, a disgusto pero lo soportará. Tú, Buck, te vas a quedar aquí, custodiando a esas dos de ahí fuera, a éste y al criado. Asústalas, pero no les hagas daño, basta con que se queden quietas y no escandalicen. Nosotros visitaremos el almacén, daremos una buena paliza a ese viejo entrometido y peleador, atraparemos a su sobrina y nos la llevaremos, bien amarrada y amordazada, también buena cantidad de provisiones. Volveremos aquí y recogeremos todo cuanto haya de valor y poco peso. Después nos encaminaremos a la granja de Turlock, para darle una buena sorpresa. A él sí que le mataremos, no es hombre para dejarlo vivo a nuestra espalda. Después de matarlo le pegaremos fuego a su granja y nos llevaremos sus animales de carga, nos harán falta. También nos llevaremos a la sobrina del almacenero. Aquí dejaremos una nota de aviso, advirtiendo que si se nos persigue la vamos a matar. Eso nos dará tiempo suficiente para alcanzar la frontera.