59
El pozo

Jack bajó por el pozo lo más rápido que pudo. Pero las paredes eran resbaladizas y costaba trabajo aferrarse a ellas. Debajo, Akiko casi había alcanzado el fondo.

Al oír los gritos de los Diablos Rojos avivó el ritmo. En la penumbra cada vez más profunda, se saltó un asidero y, a pesar de sus años embarcado, sus dedos le fallaron en la roca resbaladiza. Jack cayó al pozo. Trató desesperadamente de salir a flote, pero la armadura pesaba mucho. Luchando contra ella, pataleó por subir a la superficie. Pero no sirvió de nada. Era como si le hubieran atado un ancla a la cintura.

Entonces sintió las manos de Akiko en su armadura, soltando hábilmente las ataduras. En unos instantes quedó libre del pesado peto. Tras desprenderse del resto, subió a la superficie y engulló una gran bocanada de aire.

Mientras recuperaba el aliento, Jack contempló las sólidas paredes del pozo a su alrededor.

—¿Dónde está el túnel? —preguntó lleno de pánico.

—Bajo el agua —replicó Akiko, quitándose los últimos restos de su armadura—. Casi me ahogué buscándote. Debe ser por eso que los ninjas nunca usan esta ruta.

—¿Y cómo vamos a salir ahora?

—Nadando.

—¡Estás loca! —exclamó Jack, mirando anonadado a Akiko—. Nunca lo conseguiremos.

—No puede estar muy lejos —replicó ella seriamente—. La casa del pozo está cerca de la muralla. He nadado mucho más lejos cuando me zambullía con los ama.

—Yo no soy pescador de perlas, Akiko —le recordó él, tiritando por lo frío del agua—. Morir ahogado es la peor pesadilla del marino.

—¿Qué otra elección tenemos?

Jack no tenía ninguna respuesta. Entonces advirtió que le faltaba algo.

—¡El cuaderno de ruta! —exclamó—. ¡Mi mochila! Se cayó con la armadura.

—No te preocupes, yo la recuperaré. Tiene que ser mucho más fácil de encontrar que una perla.

Inspirando profundamente, Akiko se zambulló bajo la superficie.

Jack se quedó solo en la oscuridad, con el sonido del agua lamiendo las paredes y los gritos resonantes de los samuráis de arriba por compañía. Pareció que pasaba una eternidad hasta que Akiko volvió a subir, con la mochila y el cuaderno de ruta en las manos.

—¡Lo tengo! —dijo, sonriendo—. Pero ¿no lo habrá estropeado el agua?

—No, el hule que lo envuelve lo protegerá —contestó Jack, cogiendo la mochila.

De repente, una gran roca salpicó entre ellos.

—¡Allí están!

Otra piedra rebotó contra las paredes y estuvo a punto de alcanzar a Jack en la cabeza.

Jack no necesitó más incentivos.

—Al túnel —dijo, preparándose para la larga zambullida.

—Inspira profundamente varias veces y trata de conservar la calma —instruyó Akiko.

Más rocas cayeron al agua mientras se zambullían bajo la superficie. Akiko abría el camino. El túnel estaba completamente oscuro y Jack no podía ver nada mientras continuaba avanzando. Era una experiencia aterradora. No sabía dónde era arriba y dónde abajo. Y no tenía ninguna indicación de hasta dónde tenía que nadar.

Jack avanzó con todas sus fuerzas, tratando de seguir el ritmo de Akiko. Perdió contacto con ella y el pánico se apoderó de él. El temor de morir ahogado envolvió sus fríos y pegajosos dedos alrededor de su garganta. Su corazón latió con más fuerza en sus oídos y la presión aumentaba cada vez más en sus pulmones. Sentía ya la desesperada urgencia por respirar y tragó agua helada.

El mareo empezó a afectarlo. Advirtiendo que no iba a llegar al final del túnel, dejó de nadar. Su aliento borboteó. Una pesada sensación de sueño se le clavó en los huesos y perdió toda preocupación. Extrañamente, casi agradeció la idea de ahogarse. Al menos, moriría con el cuaderno de ruta. Podría devolvérselo a su padre. Vería de nuevo a su madre.

Jack se resignó en paz a su destino.

De repente, sintió dos cálidos labios presionar contra los suyos. El aire entró a la fuerza en su boca y sus pulmones agradecieron el oxígeno como si fuera un denso elixir. Jack sintió que su estupor desaparecía y comprendió que había estado a punto de desmayarse, el motivo por el que había estado tan dispuesto a entregarse a la muerte. Pero quería vivir.

Los labios se retiraron y una mano lo agarró por la muñeca, tirando de él.

Momentos después, Jack y Akiko salieron a la superficie del foso.

Jack tragó aire a grandes bocanadas.

—Creí que te había perdido —dijo Akiko con un susurro inquieto.

—Habrá que intentarlo… con más fuerza —respondió Jack, escupiendo agua.

—¡Shhh! —alertó Akiko—. Hay enemigos por todas partes.

En la orilla opuesta Jack vio a cientos de soldados corriendo en la oscuridad y advirtió los incontables cadáveres que flotaban junto a ellos. Se mecían en el agua como leños podridos. Sofocando un grito cuando un cadáver sin cabeza chocó contra él, Jack nadó en silencio detrás de Akiko hasta el otro lado del foso.

Salieron del agua y corrieron a ponerse a cubierto en un edificio cercano. Cuando el camino quedó despejado, se dirigieron a la muralla exterior. Manteniéndose en las sombras, se abrieron paso cuidadosamente a través de los muchos patios y caminos de la muralla exterior. Su avance fue dolorosamente lento, ya que trataban de evitar al enemigo.

De repente, una patrulla de Diablos Rojos apareció ante ellos. Akiko empujó a Jack hacia un establo cercano, sobresaltando a su ocupante. Le acarició amablemente la crin, calmando al caballo hasta que los samuráis pasaron de largo.

—Ha estado cerca —suspiró Jack aliviado.

—Es cada vez más peligroso —susurró Akiko—. Todos están en alerta.

Contempló la oscuridad de la calle.

—Tengo una idea —dijo, saliendo del establo y dejando a Jack solo.

Akiko regresó arrastrando el cadáver de un ashigaru enemigo muerto durante el ataque al castillo.

Bakemono-jutsu —dijo, en respuesta a la mirada sobresaltada de Jack—. Es una técnica fantasma ninja.