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El tercer ninja

Jack saltó de su escondite.

Manteniendo la cabeza gacha, se internó entre los troncos y oyó varios dardos más penetrar en el bambú mientras huía. Pero no miró hacia atrás.

Llegó al sendero del bosque y corrió por su vida.

Al cabo de un rato redujo el paso, comprobó la maleza por encima y por detrás. Era difícil de decir, pero parecía que les había dado el esquinazo a los dos ninjas. Jack corrió de vuelta hacia la aldea, preocupado de que Akiko corriera también peligro.

De la nada, un ninja saltó como una pantera ante él.

Jack alzó su improvisada espada de bambú y se preparó para defenderse.

El ninja levantó tranquilamente las manos.

Pero no para rendirse. Ambas palmas estaban armadas con garras de metal. Los ninjas utilizaban las shuko para ayudarse a escalar, pero también resultaban ser armas mortíferas, pues sus cuatro puntas curvadas eran capaces de atravesar la carne y lacerar a cualquier enemigo.

Jack no esperó. Golpeó primero.

El ninja ni siquiera parpadeó cuando el tronco de bambú se dirigió a su cabeza.

Entonces, inexplicablemente, los brazos de Jack se detuvieron con brusquedad.

Al alzar la cabeza, Jack vio que su espada improvisada había chocado con una rama de bambú colgante. Un arma larga era inútil en un espacio tan reducido.

El ninja siseó, y en un abrir y cerrar de ojos atacó los brazos de Jack con sus garras. Jack gimió cuando ocho líneas ensangrentadas se marcaron en su piel, obligándolo a soltar su arma.

Ignorando el dolor, Jack dio una patada frontal al asesino en el pecho.

El ninja, que no esperaba que un simple muchacho diera una patada tan poderosa, fue impulsado contra un puñado de bambús. Jack contraatacó con una patada lateral al salto, pero el ninja la esquivó de un brinco y escaló como un mono por el bambú.

Jack, recordando sus propios días como mono gaviero a bordo de la Alejandría, se agarró al bambú como si fuera un mástil y escaló detrás del ninja. Persiguió al asesino hasta lo alto, sorprendiendo al ninja con su inesperada agilidad. El ninja huyó.

Jack saltó de tronco en tronco detrás de él.

A esta altura, el bambú era verde y flexible y Jack osciló hacia su enemigo. Lo golpeó con fuerza en el estómago con una patada frontal. El ninja perdió su asidero bajo la fuerza del golpe, y gritó mientras caía entre las hojas al lejano suelo.

El ninja quedó tendido inmóvil, despatarrado en la maleza, una pierna torcida en un ángulo imposible, y Jack suspiró aliviado.

Empezaba a bajar cuando un segundo ninja salió de pronto de entre el follaje, blandiendo una espada. Jack oyó un agudo chasquido cuando el ninja cortó el tronco por el que descendía.

Jack cayó a tierra, notó cómo el viento silbaba a su paso. Sus manos tantearon a ciegas en busca de cualquier cosa que frenara su caída. De algún modo, se asió a otro tronco, pero este bambú era joven y se dobló bajo su peso. Siguió cayendo. El bambú finalmente cedió y se quebró. La gravedad se hizo cargo y Jack cayó como una piedra los últimos cinco metros.

El impacto lo dejó sin aliento.

Mientras yacía allí aturdido, oyó que algo aterrizaba cerca.

Al mirar hacia atrás, vio al ninja verde acercarse, sus garras shuko dispuestas a rasgarle la piel de la espalda. Jack consiguió ponerse a cuatro patas, desesperado por escapar.

Tras ponerse en pie, se internó tambaleándose en la maleza, pero sabía que tenía pocas posibilidades de sobrevivir. Su destino quedó sellado cuando un tercer ninja se dejó caer delante de él y le bloqueó el paso.

El ninja llevaba un shinobi shozoku negro.

Durante un instante, nadie se movió.

Entonces el ninja negro le dio una patada a Jack en el pecho, empujándolo hacia atrás. Al mismo tiempo un shuriken se clavó en el tronco de bambú justo donde se encontraba Jack hacía un momento.

Antes de que Jack pudiera comprender lo que había pasado, el ninja negro volvió a atacarlo, derribándolo esta vez. Golpeó con fuerza el suelo para ver al ninja verde que saltaba sobre él, las garras shuko arañando el aire en vez de clavarse en su espalda.

El ninja verde siseó lleno de frustración, y luego miró con furiosa diversión al ninja negro. Atacó con las garras, pero el ninja negro bloqueó y contraatacó con un veloz golpe de mano lanzado contra su garganta. El ninja verde jadeó y retrocedió tambaleándose. Se dispuso a atacar de nuevo, blandiendo sus shuko, pero el ninja negro aguantó a pie firme, sacó tranquilamente un tantō y marcó una cruel línea en el pecho verde del ninja. Contemplando asombrado cómo la sangre roja le empapaba el pecho, el ninja verde retrocedió, y luego huyó hacia el bosquecillo.

El ninja negro se volvió hacia Jack, la espada en la mano. Jack lo miró, aterrado.

—¡Jack! —sonó un grito.

El ninja negro no vaciló.

Tras limpiar la sangre de la hoja, el ninja saltó a un tronco de bambú y desapareció en las alturas.

Unos instantes más tarde, Yamato se abrió paso entre la maleza y encontró a Jack tendido en el suelo, los brazos manchados de sangre y con una curiosa combinación de miedo e incredulidad en el rostro.

—¿Estás bien? —preguntó Yamato, su palo de dispuesto para el combate—. Encontré muerto a Orochi. ¿Qué ha pasado?

—Nos atacaron los ninjas, y lo mataron —respondió Jack, haciendo una mueca mientras inspeccionaba sus heridas. Aunque las marcas no eran muy profundas, sí resultaban dolorosas—. Luego me persiguieron, pero… otro ninja me salvó.

—¿Te salvó? ¿Estás seguro de que no te has caído de cabeza? —dijo Yamato, ayudándole a ponerse en pie.

—Estoy seguro. Dos veces ese ninja impidió que el otro me matara.

—¡Vaya, nunca había oído hablar de un ninja guardián! —rio Yamato—. Sea cual sea el motivo, deberías estar agradecido.

—Sí. Pero ¿cuál es el motivo?

—¿Quién sabe? Pero será mejor que volvamos con Akiko, no vaya a haber más ninjas cerca.

—Primero, averigüemos quién es este —replicó Jack, acercándose al cuerpo tendido del asesino caído.

—Pero ¿y Akiko?

—No tardaremos mucho. Además, ella puede apañárselas bien.

—¿Qué estás buscando? —preguntó Yamato.

—No lo sé —respondió Jack, revisando los ropajes del hombre—. Una pista.

Yamato miró inquieto alrededor, preocupado de que el otro ninja volviera. Jack lo llamó para que se acercara.

—Mira esto. —Jack alzó la mano del hombre—. Le falta un dedo.

Tiró de la capucha para revelar el rostro del ninja. Un fino hilillo de sangre manó por la comisura de la boca del hombre.

—¿Y qué? —dijo Yamato.

—¿No lo reconoces? Era uno de los clientes que entraron en la taberna después de nosotros. No me extraña que Orochi echara a correr. Debió saber que iban a por él.

Jack continuó registrando al ninja. Encontró una cuerda de escalar con un garfio, cinco estrellas shuriken, algunos clavos tetsu bishi en una bolsa y una cajita inro que contenía algunas píldoras y un polvillo inidentificable. Había un tantō en la cadera del hombre.

Jack desenvainó el cuchillo, y dejó escapar una maldición cuando la hoja le cortó el pulgar.

—¡Cuidado, Jack! ¡Podría estar envenenada!

—Gracias por la advertencia —respondió Jack, sombrío, chupándose la sangre de la herida.

La hoja brillaba maliciosa a la luz del bosque. En el acero había grabados una serie de caracteres kanji.

—¿Qué dice? —preguntó Jack, cuyo conocimiento de la escritura kanji seguía siendo muy limitado a pesar de las clases diarias de Akiko.

—¡Kunitome! —rugió el ninja, que acababa de recuperar el sentido. Agarró a Jack por la garganta—. Es el nombre del fabricante de la hoja.

Jack jadeó en busca de aire, la feroz tenaza del ninja le aplastaba la laringe. Aturdido por la inesperada resurrección del hombre, Jack olvidó todo su entrenamiento y tiró inútilmente de la mano del hombre.

Yamato se abalanzó y dio una patada al ninja en las costillas, pero el asesino se negó a soltar su presa. El rostro de Jack se volvió rojo brillante, los ojos pugnaban por escapar de sus órbitas. Yamato alzó su palo de y golpeó la pierna rota del ninja. Retorciéndose de agonía, el ninja soltó a Jack y Yamato arrastró rápidamente a su amigo para ponerlo fuera del alcance del asesino.

—Samuráis robando —escupió el ninja, entre espasmos doloridos—. ¡Qué falta de honor!

—No estábamos robando. Buscábamos pistas —croó Jack, poniéndose en pie como pudo—. Necesitaba saber quién eras y dónde está Ojo de Dragón.

El ninja soltó una risa ronca y más sangre borboteó en sus labios.

—Deberíamos entregarlo, Jack. Llevarlo al castillo Ueno —sugirió Yamato. Interrogar a un ninja era tan peligroso como picar a un león herido—. Ellos le sacarán la verdad.

—Cierto —coincidió Jack—. Pero tal vez estará dispuesto a hablarnos de Ojo de Dragón a cambio de su vida.

—Ningún samurái puede darme órdenes —replicó el ninja, sacando una oscura píldora negra del inro de su cinturón.

Se la metió en la boca, y la mordió con fuerza. En cuestión de segundos, sus labios se cubrieron de espuma.

—Nunca encontrarás a Dokugan Ryu, joven samurái —croó con su último aliento—. Pero él te encontrará a ti…