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La hoja demonio
—¡Ha sido una idea estúpida! —exclamó Yamato ignorando el sencha que le ofrecía Akiko—. ¡Otra vez estuviste a punto de que te mataran!
—Pero ahora sabemos dónde está el campamento de Ojo de Dragón —protestó Jack—. Shindo está a menos de medio día de viaje.
Jack miró a Akiko para que lo apoyase. Ella terminó de sorber su té y estaba a punto de hablar cuando Yamato intervino de nuevo.
—Todo lo que tienes es el nombre de una aldea y un templo. ¿Crees que simplemente apareceremos por allí y encontraremos a Dokugan Ryu y su clan ninja disfrutando del té de la tarde? Además, Orochi era un ladrón y probablemente nos ha mentido.
—Pero esta podría ser nuestra única oportunidad —insistió Jack—. El hecho de que los ninjas nos atacaran a Orochi y a nosotros es la prueba de que estamos en buen camino.
—¡No! Ya hemos tenido suficientes problemas. Mi padre nunca me perdonará si nos metemos en más líos. ¡Y entonces nunca podremos regresar a la Niten Ichi Ryū!
Yamato puso fin a la conversación dándole la espalda a Jack y contemplando las montañas rocosas al otro lado del barranco. Situada en un risco junto a la carretera de Tokaido, la casa de té de Kameyama ofrecía un panorama espectacular y atraía a numerosos visitantes de Kioto. Tras un glorioso día de verano, la casa de té estaba repleta de viajeros que contemplaban la puesta de sol sobre la salvaje belleza de las montañas.
Jack jugueteó abstraído con el tantō del ninja muerto, su brillante hoja de acero marcada solo por una gota de sangre seca donde Jack se había cortado el pulgar el día anterior. Después de que el ninja se suicidara con la píldora envenenada, Jack había decidido quedarse con la hoja. Además, era la única arma que poseía ahora desde su expulsión de la Niten Ichi Ryū.
No le reprochaba a Masamoto por suspenderlo. Ahora se daba cuenta de que había sido una tontería ocultar la existencia del cuaderno de ruta de su padre al único hombre que podía protegerlo, aunque pensaba que era él quien protegía a Masamoto al hacerlo. El padre de Jack le había hecho jurar que no le hablaría a nadie de la existencia del diario, confiándole a él, y solo a él, el código que mantenía la información en secreto para ojos hostiles.
El cuaderno de ruta no era solo el único eslabón con su padre, era también su única oportunidad de asegurarse un futuro. Había tenido que hacer cuanto estuvo en su mano para protegerlo. Si un día alcanzaba por fin el puerto de Nagasaki, su experiencia como mono gaviero y su habilidad como piloto tal vez le consiguieran pasaje a bordo de un barco con destino a Inglaterra, donde su hermana pequeña, Jess, esperaba su regreso.
O al menos eso suponía él. Sin familia en Inglaterra, el futuro de Jess era tan incierto como el suyo. Pero con el cuaderno de ruta, Jack podría cuidar de ambos siendo el respetado piloto de un barco, igual que lo había sido su padre antes de que Ojo de Dragón lo asesinara a sangre fría.
El letal acero del tantō parecía latir en la mano de Jack cada vez que pensaba en Ojo de Dragón asesinando a su padre. La venganza destelló en su mente. Todo lo que Jack había querido se lo había arrebatado aquel ninja: su padre, el cuaderno de ruta y también casi la vida de Akiko.
Cuando Jack y su padre zarparon de Inglaterra hacía cuatro años con la tripulación holandesa del Alejandría, soñaban con descubrir nuevas tierras, ganar una fortuna y regresar a casa convertidos en héroes. Ni por un momento imaginó Jack que terminaría solo, en una tierra extraña y peligrosa, entrenándose para convertirse en guerrero samurái.
Pero ahora ni siquiera haría eso.
—¿Dónde has conseguido ese cuchillo? —preguntó el dueño de la casa de té cuando recogía la mesa.
—Lo encontramos… en un bosque —respondió Jack, sorprendido por la pregunta.
Los ojillos brillantes del dueño lo estudiaron con inquietante intensidad. Estaba claro que no creía a Jack.
—¿Sabes lo que es? —preguntó el anciano, los ojos fijos en la cara de Jack; como si no quisiera volver a mirar el cuchillo.
—Es un tantō…
—Sí, pero no es un tantō cualquiera. —El propietario se acercó más y habló en susurros—: Ese cuchillo fue forjado por el herrero Kunitome-san.
—Lo sabemos —intervino Yamato, molesto por la curiosidad entrometida del hombre—. Lo dice la hoja.
—¡Lo sabéis! ¿Y aun así os la habéis quedado?
—¿Por qué no? —preguntó Jack, sorprendido por la extraña conducta del propietario del salón de té.
—Sin duda habréis oído decir que las espadas de Kunitome-san son malignas. No son las armas de un samurái virtuoso —explicó, mirando a Yamato—. La obra de Kunitome-san es tristemente célebre por estos andurriales. Reside a apenas diez ri al oeste de aquí, en la aldea de Shindo.
Al oír mencionar el nombre de la aldea Jack miró a Akiko y Yamato. Sus rostros registraron el mismo asombro que él sentía. Era demasiada coincidencia.
—Kunitome-san es un hombre violento y posee una mente desequilibrada que a decir de algunos bordea la locura —confió el propietario—. Se dice que esta forma de ser se traslada a sus espadas. ¡Un arma como la vuestra ansía sangre, impulsa a su dueño a cometer asesinatos!
Jack contempló el tantō. Parecía igual que cualquier otro cuchillo, pero entonces recordó el latido de venganza que experimentó cuando pensó en la muerte de su padre.
—Agradecemos tu preocupación —dijo Akiko, con una sonrisa triste en los labios—, pero somos demasiado mayores para creer en supersticiones. No nos asustas.
—No estoy intentando asustaros. Intento advertiros. El propietario soltó la bandeja.
—Si me permitís que os cuente una historia, entonces tal vez comprendáis.
Akiko amablemente aceptó su petición asintiendo con la cabeza, y el anciano se arrodilló junto a ellos.
—Kunitome-san era estudiante del mayor forjador de espadas que ha existido jamás, Shizu-san de la Escuela Soshu de Forja de Espadas. Hace varios años, Kunitome-san desafió a su maestro para ver quién podía hacer la espada mejor. Los dos trabajaron en sus fraguas día y noche. Al final, Kunitome-san produjo un arma magnífica a la que llamó Juuchi Yosamu, Diez Mil Frías Noches. Shizu-san también completó la suya, a la que puso por nombre Yawaraka-Te, Manos Tiernas. Terminadas ambas espadas, accedieron a poner a prueba los resultados.
»La competición era que cada uno de ellos suspendiera sus hojas en un pequeño arroyo con el filo hacia la corriente. Un monje de la localidad presidía la prueba. Kunitome-san fue primero. Su espada cortó todo lo que fluía en su camino: hojas muertas, una flor de loto, varios peces, el mismo aire que soplaba sobre la hoja. Impresionado con la obra de su protegido, Shizu-san introdujo entonces su espada en el arroyo y esperó pacientemente.
»No cortó nada. Ni una sola hoja se quebró; las flores besaban el acero y seguían su camino flotando; los peces pasaban de largo; el aire cantaba mientras soplaba amablemente junto a la hoja.
—Así que la espada de Kunitome-san fue la mejor —interrumpió Yamato.
—¡No! El monje declaró vencedor a Shizu-san. Kunitome-san protestó la decisión, pues la espada de su maestro no había cortado nada. El monje se explicó entonces. La primera hoja era un arma magnífica en todos los aspectos. Sin embargo, estaba sedienta de sangre y era malvada, pues no discriminaba qué o quién cortar. «Lo mismo puede cortar mariposas que cercenar cabezas», dijo el monje. La espada de Shizu-san, por otro lado, era con diferencia la mejor de las dos, pues no cortaba sin necesidad lo que era inocente y no merecía la muerte. El espíritu de su espada demostraba un poder benévolo digno de un verdadero samurái.
»A causa de esto, se cree que una hoja de Kunitome, una vez desenvainada, debe hacer sangre antes de que pueda ser devuelta a su saya, incluso hasta el punto de obligar a quien la empuña a herirse a sí mismo o suicidarse.
Jack se miró el pulgar herido, y luego a la tantō con su sangre manchando aún el acero. Tal vez hubiera algo de verdad en la advertencia del anciano.
—Recordad mis palabras, ese tantō es una hoja demonio. Está maldita y llenará de ansia de sangre a quien la posea.
—Viejo, ¿nos sirves o te dedicas a chismorrear? —exigió un samurái que estaba sentado impaciente a una mesa situada al fondo de la casa de té.
—Mis disculpas —respondió el propietario, inclinando la cabeza—. Ahora mismo estoy contigo.
Se levantó y recogió su bandeja.
—Mi consejo es que pierdas ese tantō en el bosque donde lo encontraste.
El propietario hizo entonces una reverencia y los dejó a los tres reflexionando sobre sus palabras. Todos miraron la hoja, su espíritu despierto parecía atraerlos como si hubieran sido capturados en un remolino.
—¿Qué os dije? —exclamó Jack, entusiasmado, rompiendo el hechizo—. Es el destino. Tenemos que ir a Shindo. El procede de la misma aldea que mencionó Orochi. Esto debe de significar que también el ninja procede de allí.
—¿No has oído nada de lo que ha dicho ese hombre? —preguntó Yamato, sus oscuros ojos marrones llenos de incredulidad ante la jubilosa reacción de Jack hacia la noticia—. Ese cuchillo está maldito.
—No me irás a decir que crees en eso —despreció Jack, aunque no estaba tan seguro como hacía parecer su bravata.
—Sin embargo, crees en el destino, y que deberíamos ir a Shindo.
—Sí, pero esto es diferente —argumentó Jack, envainando con cuidado el tantō y guardándolo en el obi alrededor de su cintura—. El cuchillo es superstición. Esto es un signo claro de que debemos seguir nuestro destino. Debemos seguir el Camino del Dragón y descubrir dónde se oculta el ninja. ¿No es así, Akiko?
Akiko estaba alisando los pliegues de su kimono de seda de color marfil y pareció pensárselo con mucho cuidado antes de responder. Jack había utilizado las mismas palabras que ella le había susurrado después de despertar de su envenenamiento. El muchacho esperaba que Akiko aún estuviera de su parte, a pesar del obvio peligro de semejante aventura.
—Creo que deberíamos ir —coincidió Akiko—. Masamoto-sama dejó claro que tenemos que darle toda la información que podamos sobre Dokugan Ryu. Eso incluye también todo lo que descubramos sobre él. Imaginad que pudiéramos darle a Masamoto-sama el emplazamiento del cuartel general ninja. Podríamos incluso recuperar el cuaderno de ruta de Jack.
¿Por qué tienes de pronto tantas ganas de perseguir a ese ninja, Akiko? —preguntó Yamato, volviéndose hacia su prima—. Estuviste a punto de morir la última vez que accedimos a ayudar a Jack.
—Tanto más motivo para que quiera encontrar a ese ninja. Además, ¿no fuiste tú quien sugirió que deberíamos intentar atraparlo en primer lugar? Era tu oportunidad para restaurar el honor de la familia.
—Sí… —murmuró Yamato—, pero… eso fue antes de que mi padre lo descubriera y nos expulsara. Nunca me perdonaría si intentáramos capturar a Ojo de Dragón nosotros solos. No vamos a intentar capturarlo —lo tranquilizó Akiko—. Simplemente queremos localizar su campamento.
—Sigo pensando que es una mala idea. ¿Qué hay del misterioso ninja negro que salvó a Jack? Eso no tiene sentido. —Yamato los miró a ambos con gravedad—. ¿No ha pensado ninguno de vosotros que tal vez estamos descubriendo estas pistas porque Ojo de Dragón quiere que lo encontremos? ¿Que nos está llevando a una trampa?
Hubo un momento de incómodo silencio. Entonces Akiko descartó la idea.
—Los ninjas no solo combaten contra los samuráis. También combaten entre sí. El ninja negro era probablemente de un clan rival y los ninjas verdes estaban fuera de su territorio. Yamato, apareciste justo a tiempo para salvarle a Jack la vida.
Yamato no parecía muy convencido.
—¿Qué otra cosa podemos hacer con nuestro tiempo? —preguntó Jack—. Kuma-san dijo que no podría viajar a Toba hasta por lo menos dentro de un par de días.
—Tiene razón —reconoció Akiko—. Si cogemos los caballos, podemos ir a Shindo y volver en un día. Jack puede cabalgar conmigo. Kuma-san no nos pondrá pegas porque queramos visitar un templo cercano.
Yamato guardó silencio, los labios apretados, volviendo en cambio su atención hacia la hermosa puesta de sol. La casa de té se llenó de tranquilidad mientras el sol rozaba la cima de una montaña. Rayos dorados de luz acariciaron el cielo azul índigo que flotaba como un kimono de seda sobre la cordillera brumosa y los valles en sombras.
Mientras la luz empezaba a desvanecerse, Jack hizo una última súplica.
—Es nuestra única oportunidad de encontrar a Ojo de Dragón antes de que él nos encuentre a nosotros.
—Pero no tiene ningún motivo para regresar. Ya tiene tu cuaderno de ruta —replicó Yamato.
—Está codificado, y yo soy la única persona que puede descifrarlo —dijo Jack—. Cuando Ojo de Dragón se dé cuenta, volverá.
Jack sabía que el ninja recurriría a la ayuda de un criptólogo chino, pero dudaba de que nadie pudiera desentrañar fácilmente un código escrito en una lengua tan desconocida. Requeriría tiempo. La cuestión era: ¿cuánto?
Ojo de Dragón podría perder la paciencia y decidir obligar a Jack a descifrar el libro.