19
El anuncio
—La guerra asoma en el horizonte como una nube de tormenta —proclamó Masamoto.
El anuncio provocó una oleada de aturdido asombro entre las filas de los jóvenes samuráis arrodillados ante él en el Chō-no-ma, el comedor llamado así por las paredes paneladas de mariposas pintadas. Para algunos, fue una sorpresa; para otros, trajo la promesa de honor y gloria. Para Jack, que había sido testigo de primera mano de batallas en el mar contra los barcos de guerra portugueses, significaba días y noches de miedo, dolor y muerte.
Masamoto alzó la mano exigiendo silencio. Llevaba su kimono ceremonial rojo encendido, sus cinco kamon con los fénix dorados titilaban a la luz de las lámparas como si fueran una armadura. Su rostro era ceñudo y severo, la cicatriz de un rojo oscuro.
—Todos sois conscientes de la campaña del daimyo Kamakura para expulsar de nuestra tierra a los cristianos y los extranjeros. Los considera una amenaza para nuestra nación.
Jack sintió los ojos de sus compañeros estudiantes. La mayoría simpatizaba con su causa, pero varios se mostraban abiertamente hostiles.
—El daimyo Takatomi, sin embargo, cree que el camino al futuro es un Japón unificado que dé la bienvenida a invitados de otras tierras. No ve la religión como una barrera entre el deber de los samuráis hacia su emperador. De hecho, se ha convertido al cristianismo. Ha estado, por tanto, buscando una solución pacífica a la situación, confiado en que sus viejos camaradas de armas se den cuenta de que una campaña contra los extranjeros dividirá al Japón, no lo reforzará. Pues si los daimyo empiezan a tomar partido, Japón entero podría ser arrastrado hacia otra guerra civil.
Entre los estudiantes se produjo un murmullo ansioso. Jack miró en dirección a Kazuki. Su rival sonreía ante el anuncio, complacido sin duda al oír que la guerra era una posibilidad real. Hasta ahora la Banda del Escorpión de Kazuki solo se había dedicado a acosarlo, pero ahora amenazaba con cumplir el auténtico propósito, «¡Muerte a todos los gaijin!» que la banda había jurado durante su ceremonia irezumi de iniciación secreta. Jack se estremeció ante la idea.
—Pero no nos dejemos engañar por la cruzada del daimyo Kamakura —advirtió Masamoto, descargando su puño contra la mesa—. Su llamada a las armas sugiere que no se trata solo de desterrar de nuestro país a un supuesto enemigo. ¡Ahora tenemos buenos motivos para sospechar que está jugando con los prejuicios para levantar un ejército, no solo para expulsar a nuestros amigos extranjeros, sino también para hacerse con todo Japón y gobernarlo!
Hubo un jadeo colectivo de incredulidad.
Masamoto había informado evidentemente de antemano a sus senseis, pues estos no mostraron ninguna sorpresa. Permanecieron sentados impasibles a cada lado de su señor en el dosel de madera, observando a sus estudiantes con la firme determinación de los guerreros dispuestos para la batalla.
—Debemos por tanto estar preparados para la guerra, si llega el caso. Es entonces cuando recurriré a vosotros, mis jóvenes samuráis. Confío en poder contar con vuestro leal servicio.
Hizo una pausa, mirando intensamente a las filas de futuros guerreros.
—Mientras tanto, intensificaremos nuestro entrenamiento de combate y esperaremos la orden del daimyo Takatomi.
Desenvainó la katana de su saya, alzó la brillante hoja y exclamó:
—¡Aprended hoy para que podáis vivir mañana! La escuela respondió como un trueno.
—¡MASAMOTO! ¡MASAMOTO! ¡MASAMOTO!
La conversación durante la cena fue animada. Grupitos de estudiantes discutían la perspectiva de la guerra con susurros emocionados, mientras que otros picoteaban en silencio su comida, tratando de digerir la noticia.
Jack estaba sentado entre Akiko y Yamato a tres mesas del dosel donde comían Masamoto y sus senseis. Con unos cuantos años más de entrenamiento se ganarían el derecho a sentarse a una mesa directamente delante de los senseis. Eso era si tenían unos cuantos años más de entrenamiento. O, ya puestos, de vida.
—¿Creéis que todos tendremos que ir a la guerra? —susurró Yori, que estaba sentado frente a Akiko y Kiku, mordiéndose ansiosamente el labio inferior.
—Probablemente —dijo Yamato—. Hemos nacido para eso.
—Pero un montón de estudiantes no son todavía mayores de edad —recalcó Kiku.
—No creo que los estudiantes más jóvenes tengan que ir —dijo Akiko—. Pero los de la mesa superior sin duda irán.
—¿Y nosotros? —preguntó Saburo, el único que no había perdido el apetito, picoteando con deleite los cuencos de arroz y pescado hervido.
—Tal vez nos den a elegir —dijo Yori, esperanzado.
—En la guerra no hay elección —declaró Jack, los ojos fijos en el grano de arroz que se había quedado pegado en el extremo de su hashi—. La guerra nos elige a nosotros.
Reflexionando sobre su propia situación, aplastó el arroz entre las puntas de sus palillos. Estaba capturado entre dos conflictos y no había elegido ninguno. Portugal llevaba en guerra con Inglaterra desde que podía recordar, pero al único portugués que Jack había conocido era el padre Lucius. Sin embargo, seguía siendo su enemigo jurado. Y ahora se encontraba atrapado en el centro de otra lucha por el poder, donde su raza y religión eran utilizadas como peones en la lucha por el trono de Japón. Jack era consciente de que, siendo uno de los estudiantes de Masamoto, también a él lo llamarían a la lucha. No solo por su supervivencia, sino también por el futuro de Japón, un futuro que tenía un interés velado en conservar.
—Tenías razón, Jack —dijo Kiku—. El daimyo Takatomi hablaba de la guerra cuando describió la Sala del Halcón como un faro de luz en tiempos oscuros. Ya debía saber entonces de los planes del daimyo Kamakura.
—Pero ¿qué hay del emperador? ¿No gobierna Japón? —preguntó Jack, descubriendo que tenía poco apetito, y soltando sus hashi—. Creía que el daimyo Kamakura, como señor samurái, tenía que luchar por él, no contra él.
—No le quitaría el poder al emperador —explicó Akiko—. El emperador es la cabeza simbólica de nuestro país. El verdadero poder reside en el Consejo de Regentes.
—¿Y quiénes son los regentes?
—Son los cinco señores samuráis más poderosos de Japón. El daimyo Takatomi de la provincia de Kioto, el daimyo Yukimura de la provincia de Osaka, el daimyo Kamakura de la provincia de Edo…
—Pero si Kamakura ya está al mando —interrumpió Jack—, ¿por qué querría iniciar una guerra?
—El Consejo solo gobierna Japón de parte del gobernante a la espera, Hasegawa Satoshi.
—¿Qué quieres decir con «a la espera»?
—Satoshi no es todavía lo bastante mayor para gobernar. Su padre, que se convirtió en líder de Japón tras la batalla de Nakasendo, murió apenas un año después de la guerra. Satoshi tenía diez años en ese momento. Y nuestro daimyo Takatomi, que no quería que Japón volviera a caer en la guerra civil, estableció el Consejo de Regentes. Actuarían como el gobierno de Japón hasta que Satoshi cumpliera la mayoría de edad. Cuando lo haga el año que viene, el Consejo terminará y Satoshi gobernará Japón solo.
—Por eso ahora está preparando un ejército el daimyo Kamakura —dijo Yamato—. Pretende hacerse con todo Japón antes de que lo haga Satoshi.
—Entonces, si se llega a la guerra —dijo Jack, bajando la voz y mirando hacia la mesa de Kazuki—, ¿todos aquí lucharían en el bando del daimyo Takatomi por Satoshi?
—¡Por supuesto! —dijo Akiko, sorprendida de que Jack hiciera semejante pregunta.
—¿Incluso Kazuki?
—Sí. Todos en esta escuela han jurado fidelidad. Todos somos estudiantes de Masamoto-sama.
—Pero ¿no recordáis lo que os dije de esa Banda del Escorpión?
Akiko suspiró.
—¿Y recuerdas cómo acusaste falsamente a Kazuki de hacer trampas durante el Círculo de Tres?
Jack asintió, reacio.
—Puede que no le gustes a Kazuki, pero no es tan negro como lo pintas. Es un verdadero samurái. Como estudiante de la Niten Ichi Ryū, su deber es hacia Masamoto-sama. Está atado a él por el honor. Además, su familia luchó junto a las fuerzas del daimyo Takatomi en Nakasendo.
Jack seguía teniendo sus dudas. Al mirar a Kazuki en la mesa opuesta, supo que su rival no era de fiar. A pesar de la afirmación de Akiko sobre la obediencia de Kazuki al código del bushido, Jack sabía qué había oído aquella noche en el Butokuden cuando Kazuki, siguiendo los pasos de su padre, juró fidelidad a la causa de Kamakura.
Terminada la cena, los jóvenes samuráis salieron del Chō-no-ma y se dirigieron a la Sala de los Leones para acostarse. El verano estaba tocando a su fin, así que el aire nocturno era algo frío y pocos estudiantes se quedaron fuera. Jack advirtió que algunos miraban en su dirección. Parecían estar pensando en él mientras pasaban. Jack se preguntó si lo hacían responsable de los crecientes problemas, ya que era el único extranjero de la escuela.
—¡Jack! —llamó Takuan, acercándose—. Creo que deberíamos aumentar el número de nuestras lecciones de equitación. Si va a haber guerra, tendrás que saber cabalgar bien.
—Gracias —dijo Jack, forzando una sonrisa.
Aunque apreciaba la ayuda de Takuan, no tenía ganas de recibir más lecciones. Habían empezado a practicar el trote y Jack tenía mucha dificultad para seguir el ritmo del caballo. Al final de una sesión, tenía los huesos tan molidos que apenas podía andar.
—Por cierto —preguntó Takuan de manera casual—, ¿has visto a Akiko últimamente?
—Ha ido a entrenarse con los ninjas —respondió Jack, solo medio en broma. Takuan le estaba preguntando siempre por Akiko. Eso le irritaba, aunque trataba de no mostrarlo.
—¿De veras? —replicó Takuan, la boca abierta de asombro.
—No —dijo Jack, riendo—. Ve a su sacerdote a esta hora.
—¡Así que es ahí donde va siempre! —Una expresión de perplejidad se formó entonces en el rostro de Takuan—. ¿No te parece un poco extraño? ¿Por qué no en las oraciones matutinas normales?
Jack se encogió de hombros. Aunque sí que era verdad que sus horarios parecían un poco extraños, ahora que lo pensaba.
—Bien, es bueno saber que Akiko es una budista devota —dijo Takuan alegremente, antes de volverse hacia la Shishi-no-ma—. Te veo mañana a la hora habitual.
Solo quedaban ya unos pocos grupitos de estudiantes en el patio. Por amarga experiencia, Jack no quería acabar solo allí fuera. Ya había tenido suficientes problemas en un día.
Mientras se dirigía a la Shishi-no-ma, divisó a un chico solitario sentado en los escalones del Butsuden. Al acercarse, descubrió que se trataba de Yori.
—¿Te encuentras bien?
Yori asintió, pero no quiso mirarle a los ojos.
—¿Estás seguro? —insistió Jack—. Apenas has dicho nada durante la cena.
Yori simplemente se encogió de hombros y se concentró en doblar con las manos un trozo de papel de origami.
—No te fíes mucho de tu guardaespaldas —gritó una voz desde el otro lado del patio.
Jack se dio la vuelta y vio a Kazuki que se dirigía a la Sala de los Leones con Nobu e Hiroto.
—¡He oído que escapó como un ratón al primer signo de peligro! —rio Nobu, remedando una huida llena de pánico—. ¡Oh, socorro! ¡Es un bajo ashigaru!
—Tendríamos que darle las gracias por dejar morir al gaijin —se mofó Hiroto—. ¡Habría sido una muerte horrible!
—¡Marchaos! —gritó Jack, viendo que Yori agachaba avergonzado la cabeza.
—Eso es lo que deberías hacer tú —dijo Kazuki, deteniéndose junto a la entrada de la Sala de los Leones—. Si te quedas aquí, arderás.
—Lo asarán vivo junto a todos los demás —se burló Hiroto alegremente—. ¿A alguien le apetece gaijin para cenar?
Los tres desaparecieron en el interior de la sala, riendo.
—Lo siento, Jack —murmuró Yori, en voz tan baja que Jack tuvo que agacharse para oír a su amigo.
—¿Lo sientes por qué?
—Me avergüenza haberte fallado.
Jack miró a Yori a la cara. Tenía lágrimas en los ojos y estaba temblando.
—No me fallaste. Conseguiste ayuda.
—Pero no pude salvarte —lloriqueó, limpiándose la nariz con la manga del kimono—. Intenté luchar, pero los hombres se rieron de mí. Uno de ellos me partió el bastón y me dio un puñetazo en la cara. Soy un guerrero patético.
—No, no lo eres —insistió Jack—. Si no hubiera sido por tu rápida reacción, el sensei Kano no me habría encontrado nunca.
—No importa lo que digas —respondió Yori, haciendo un último pliegue al papel para formar un pequeño ratón origami—. Cuando vayamos a la guerra, no tendré ninguna posibilidad.
Cerró el puño en torno a la criatura de papel y arrojó los restos aplastados al suelo.