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Nunca vaciles

El asesino rodeó la esquina del edificio. A través de la rendija de su capucha negra, un único ojo verde destellaba de furia y asombro.

—¡Un samurái que se cree ninja! —siseó Ojo de Dragón, emitiendo una risa cruel.

El brazo armado de Jack tembló. No esperaba encontrarse con su archienemigo.

El ninja avanzó un paso hacia él.

—¡Quédate donde estás! —ordenó Jack, sujetando con más fuerza su katana.

—Me has pillado desprevenido —admitió Ojo de Dragón, todavía acercándose—. Mi sorpresa por tu aparición solo rivaliza con mi asombro por tu continua capacidad para sobrevivir. Confío en que tu amigo no tardará mucho en morir.

—¡Tú mataste a Takuan!

—He matado a incontables samuráis —replicó Ojo de Dragón—. Pero no me paro a preguntarles su nombre.

Jack sintió que su furia aumentaba ante la frialdad del ninja.

—Pero ¿por qué asesinarlo? ¿Qué significaba para ti?

—Nada. El objetivo eras tú, pero tu amigo se interpuso. Tú eres el motivo de su muerte.

Jack luchó con su conciencia. ¿Era culpa suya que hubiera puesto las vidas de sus amigos en mortal peligro? Sin duda no. Este ataque no tenía nada que ver con él. La misión de los ninjas era asesinar al Consejo y a Satoshi.

—¿No trabajas para el padre Bobadillo? ¿Por qué atacas al bando que te paga?

—No trabajo para nadie —escupió Ojo de Dragón—. Pero mato por quien paga.

Un destello de acero brotó de la cadera del ninja. Por instinto, Jack descargó su espada, que se topó de frente con un shuriken. La mortífera estrella se perdió en la noche. Ojo de Dragón corrió hacia él, pero Jack alzó su espada, deteniendo al ninja. Jack le acercó la kissaki a la garganta.

—Sigues impresionándome, gaijin —dijo Ojo de Dragón, al parecer sin que su situación le preocupara lo más mínimo—. Una espada larga no sería el arma que yo elegiría para pelear en un tejado, pero la manejas bien. Tus talentos como samurái son un desperdicio. Podría enseñarte mucho más si fueras un ninja.

—Solo dime dónde está el cuaderno de ruta.

—No lo tengo. Pero sabes quién lo tiene. Pregúntale tú.

—¿Entonces el padre Bobadillo te contrató?

Ojo de Dragón asintió imperceptiblemente.

—No solo para robar el cuaderno, sino para matarte. Jack sintió que se le helaba la sangre al ver sus sospechas confirmadas.

—Menudo sacerdote es —rio Ojo de Dragón—. La cuestión es, ¿tienes lo que hace falta para matarme?

Al mirar el ojo del asesino, Jack no percibió ningún temor, ninguna culpa, ningún remordimiento en el alma del hombre. Este era el ninja responsable del asesinato de su padre, estrangulado ante sus propios ojos. De haber matado a la inocente criada Chiro y de asesinar a Tenno, el hermano de Yamato. Ojo de Dragón había destruido no solo su vida, sino también la de sus amigos. Todo el dolor, sufrimiento y pérdida que había experimentado desde que llegó a Japón se acumuló en su interior, amenazando con explotar en un estallido de furia asesina.

Este era el momento para el que se había estado entrenando.

—Sí lo tengo —susurró Jack, presionando la punta de la espada contra la mejilla del ninja.

—No te creo —se burló Ojo de Dragón—. Si lo tuvieras, ya lo habrías hecho. ¡Te lo dije una vez: nunca vaciles!

De la nada se materializó un ninja que agarró a Jack por detrás. Lo alzó en vilo y lo arrojó al otro lado del tejado. Jack soltó la katana y el arma cayó por la pendiente y desapareció en la nada.

Jack clavó los talones en las tejas, consiguiendo de algún modo detener su caída. Un momento después, el ninja saltó tras él y aterrizó en el estrecho alféizar entre la pared y el tejado. Jack se incorporó y se puso en guardia. Pero, de pie en la pendiente, se hallaba en peligrosa desventaja.

Ojo de Dragón apareció en la pendiente, sobre él. Recortado contra la luna llena, parecía más aterrador que nunca. Un fantasma negro en la noche.

—Ha llegado tu hora, gaijin —susurró, la hoja de un tantō brillando en su mano—. No tienes ningún sitio adonde huir. Jack se asomó a los aleros. Era una larga caída.

—¡Ahí arriba! —se oyó gritar.

Una andanada de flechas voló hacia ellos. Jack se zambulló a cubierto, mientras las flechas de punta de acero chocaban contra las paredes y tejados de la fortaleza. Cuando volvió a mirar, Ojo de Dragón había desaparecido.

El otro ninja huía por el saliente.

Jack persiguió al asesino mientras más flechas le apuntaban por error. El ninja saltó al siguiente nivel, deslizándose por el aire como un murciélago. Solo cuando llegó a los aleros advirtió Jack lo lejos que estaba el otro tejado. Pero era demasiado tarde para cambiar de opinión.

Saltó y aterrizó pesadamente. Las tejas se rompieron por el impacto y Jack perdió pie. Cayó por la pendiente, dejando atrás al ninja, dirigiéndose al borde.

El ninja saltó hacia él, agarrándole el brazo.

Jack colgó del alero, agitándose en el vacío. Bajo él, atisbó a Ojo de Dragón saltando del nivel inferior del dojo hasta un edificio cercano. La distancia parecía imposible, pero el asesino aterrizó con sigilo y desapareció en la noche. Jack no sería tan afortunado si caía desde esta altura.

Con el corazón martilleándole en el pecho, alzó la mirada y vio una mano enguantada que sujetaba con fuerza su muñeca. Mientras se balanceaba en la oscuridad, dos ojos lo miraron a través de la rendija de la capucha del ninja. Hubo un momento de reconocimiento.

Entonces el ninja lo soltó.