30
Kyosha

El tambor taiko sonaba al compás de los cascos de los caballos que atronaban el aire mientras los arqueros en competición pasaban al galope. Los estudiantes se colocaron en posición a lo largo del tramo marcado con cuerdas de la pista Yabusame, aplaudiendo y animando a sus equipos. Jack, al ver a Akiko, Emi y Takuan pasar veloces, dio un gran grito de ánimo.

La primavera había llegado por fin y con ella las exquisitas flores sabura que preludiaban la competición de arco entre las escuelas. Pero en el mes que había pasado desde la inesperada aparición del fraile, muchas más historias de persecuciones y masacres, de marcas a fuego y hogueras públicas habían llegado a Kioto. Hasta ahora, la purga y el ejército de Kamakura habían permanecido dentro de los límites de la provincia de Edo. Pero había una tensión creciente entre los ciudadanos de Kioto a medida que más y más tropas se concentraban en la frontera. Aunque el daimyo Kamakura aún tenía que atacar directamente a un señor feudal japonés y su ejército estaba aún a siete días de marcha de la ciudad, esto no calmaba los temores de la gente. El señor de Edo podía golpear en cualquier momento.

Sentados en la alta torre ceremonial de madera, Masamoto y Yoshioka, los jefes de la Niten Ichi Ryū y la Yoshioka Ryū, supervisaban los procedimientos. Desde su situación privilegiada, podían ver la pista entera. Un tercer cojín zabuton, colocado para el jefe de la Yagyu Ryū, el daimyo Kamakura, permanecía ominosamente vacante.

—¿Quieres un poco de pollo? —preguntó Saburo, ofreciéndole un bocado de su yakitori.

Jack lo rechazó. Acababa de almorzar.

—¿Es que nunca paras de comer? —preguntó Taro, dirigiéndole a su hermano una desesperada sacudida con la cabeza—. ¿Qué dirá nuestro padre, cuando no quepas en tu armadura?

Saburo miró a Taro con mala cara.

—Como si fuera a darse cuenta contigo haciendo destellar tus dos espadas…

—¿Queréis por favor dejar de discutir los dos? —interrumpió Kiku—. Emi va a cabalgar la primera por nuestra escuela.

Al principio de la pista, la hija del daimyo ya estaba montada en su corcel. Ajustaba ansiosamente su carcaj y sus flechas mientras esperaba la señal para comenzar. La multitud guardó silencio, llena de expectación.

Se había decidido a suertes el orden de los tres jinetes de cada escuela. Competían por dos premios, uno al mejor arquero y el otro a la escuela con mayor número de blancos alcanzados y rotos.

Un árbitro agitó un gran abanico de papel con un sol rojo bordado y Emi partió al galope por la pista a velocidad mareante. Soltó las riendas y echó mano a su jindou. Colocó la flecha de punta de madera, gritó «¡In-yo!» y apuntó al primer blanco.

Pero su caballo se desvió levemente al acercarse y Emi tuvo que agarrar las riendas. Hubo un gemido de decepción cuando no alcanzó el blanco. Sin embargo, Jack no dejó de admirar la habilidad de Emi a caballo. Se recuperó rápidamente y se preparó para el segundo blanco. Soltó la flecha y lo alcanzó justo en el centro. La Niten Ichi Ryū estalló en una salva de aplausos.

Aprovechando la ocasión, Emi preparó una jindou para el último blanco. Pero su caballo galopaba a tal velocidad que pronto alcanzó la marca. Apuntó rápidamente y disparó, y la flecha alcanzó el borde de la tabla de madera, rompiendo la esquina inferior.

La multitud aplaudió su pase. La sensei Yosa cogió el caballo de Emi por las riendas y la felicitó. Dos blancos era una buena marca. Masamoto-sama parecía también complacido, e inclinó la cabeza respetuosamente en la dirección de Emi.

A continuación le tocó el turno a un muchacho de la Yoshioka Ryū. Parecía más confiado que Emi. El abanico de señalización se alzó y el muchacho espoleó de inmediato a su caballo. Voló por la pista, y alcanzó el primer blanco con la facilidad que da la práctica.

Pero su extrema confianza pudo con él. De pie en la silla, perdió el equilibrio antes de la segunda marca. Su caballo tropezó levemente y el muchacho cayó al suelo, y rebotó un par de veces en tierra antes de rodar y detenerse.

Hubo un momento de incómodo silencio mientras la multitud esperaba a ver si había sobrevivido a la pesada caída. Entonces, con la ayuda de un par de árbitros, el muchacho se puso en pie y se dirigió cojeando fuera de la pista. Todos los estudiantes le dirigieron un compasivo aplauso, pero Yoshioka-san, en la torre, parecía enormemente insatisfecho con la actuación de su arquero. Cerró su abanico de papel tan violentamente que el lomo se rompió. Jack advirtió que Masamoto se inclinaba para ofrecer palabras de condolencia, pero el samurái lo ignoró.

—¿Sabías que Masamoto-sama y Yoshioka-san se batieron una vez en duelo? —susurró furtivamente Taro al oído de Jack.

—No.

Saburo le dio un codazo y puso los ojos en blanco ante la perspectiva de oír otra de las historias de espadachines de su hermano. Continuó mordisqueando su yakitori, mientras un muchacho de la Yagyu Ryū ocupaba su puesto en el principio de la pista.

—Cuando Masamoto-sama llegó a Tokio, era un espadachín desconocido —explicó Taro—. Para hacerse un nombre, decidió desafiar a la escuela más renombrada de Kioto, la Yoshioka Ryū.

Hubo aplausos cuando el arquero de la Yagyu Ryū alcanzó el primer blanco.

—¡Para sorpresa de todos, Masamoto-sama derrotó al jefe de la escuela, Yoshioka-san, con solo un bokken! —dijo Taro, sacudiendo la cabeza asombrado ante semejante logro.

Un gemido llenó el aire, pues el muchacho había fallado el segundo blanco.

—Esto fue tan humillante para la escuela que el hermano menor de Yoshioka-san desafió a Masamoto-sama a un duelo. Una vez más, Masamoto-sama venció, hiriendo gravemente a su oponente esta vez.

Estallaron aplausos cuando el muchacho de la Yagyu completó su circuito. Había alcanzado dos de tres blancos.

—Enfurecido por su fracaso, Yoshioka-san ordenó a su hijo que recuperara el honor familiar —continuó Taro, sin prestar atención a la competición del Yabusame—. A pesar de ser solo un muchacho, el hijo accedió y formalizó un último desafío en el templo Kodai-ji. Pero era traicionero. Preparó una trampa para Masamoto-sama. Vestido con armadura de batalla, llegó con un grupo de criados bien armados decididos a matarlo.

Jack escuchó mientras el siguiente competidor de la Yoshioka Ryū alineaba a su caballo.

—Masamoto-sama, sin embargo, fue astuto. Tras haberse presentado tarde en los dos primeros duelos, llegó temprano esta vez. Al descubrir que se trataba de una emboscada, se ocultó. Justo cuando estaban preparando la trampa, Masamoto se abrió paso entre los criados y rompió el hombro del muchacho con su primer ataque. El hijo de Yoshioka-san no ha podido empuñar una espada desde entonces.

La muchacha de la Yoshioka Ryū recorrió veloz la pista y mejoró la suerte de su equipo haciendo dos blancos y marcando el tercero, aunque no llegó a romperlo. Yoshioka aplaudió con fuerza, dirigiendo a Masamoto una mirada arrogante.

—A pesar de los años transcurridos, Yoshioka-san nunca ha superado la vergüenza y sigue negándose a hablar con Masamoto-sama.

—¿Quieres callarte de una vez? —dijo exasperada Kiku—. Le toca el turno a Akiko.

Akiko palmeó el cuello de su corcel blanco, calmándolo antes de la carrera. Jack cruzó los dedos. Sabía que Akiko se había estado entrenando duro para este momento.

El abanico de señalización se alzó.

Akiko espoleó a su caballo.

Jack descubrió que estaba aguantando la respiración mientras ella preparaba la flecha, apuntaba y disparaba su primera jindou. Alcanzó el centro mismo del blanco, haciéndolo pedazos. La Niten Ichi Ryū aplaudió dándole ánimos.

Al acercarse a la segunda marca, Akiko dirigió al caballo con los muslos preparándose para disparar. La jindou voló recta y certera, partiendo el blanco en dos. Una vez más, hubo un aplauso entusiasmado y Jack dio un puñetazo al aire, encantado.

Todos los ojos se volvieron hacia Akiko, que se dirigía a la última marca.

Pero para cuando alzó el arco, su caballo había pasado de largo el último objetivo. Un gemido de decepción brotó entre la multitud, pero Akiko no se había dado por vencida. Dándose la vuelta en la silla, disparó hacia atrás, destruyendo el último blanco.

La Niten Ichi Ryū se volvió loca.

Incapaz de contenerse, Jack corrió a felicitarla. Para cuando llegó, ella había desmontado y caminaba hacia la pista.

—Has estado sorprendente —dijo Jack—. Ese último disparo fue increíble.

—Gracias —respondió Akiko, sonriendo tímidamente—. Pero no puedo aceptar todo el crédito. Takuan me enseñó esa técnica.

Jack podría haber imaginado que Takuan estaría implicado de alguna manera.

—Bueno, será mejor que vayamos a desearle suerte —sugirió, tan galantemente como pudo—. Tiene mucho que igualar después de tu actuación.

Cuando llegaron a la línea de salida, el segundo estudiante de la Yagyu Ryū partía. Solo unos aplausos amables saludaron al muchacho cuando llegó al final de la pista. No había sido capaz de alcanzar ni un solo blanco.

—¡Vamos a ganar! —dijo Jack—. La Yagyu Ryū solo tiene dos blancos rotos; la Yoshioka Ryū cuenta con tres. Nosotros llevamos cinco ya.

—Todavía falta un jinete por cada escuela —le recordó Akiko, señalando con la cabeza en dirección de una muchacha pequeñita de la Yoshioka Ryū que montaba en su caballo.

—Me sorprendería si puede llegar siquiera al blanco, y mucho menos alcanzarlo —dijo Jack—. Además, tú te vas a llevar el premio al mejor arquero.

La muchacha, aunque más pequeña que la silla en la que se sentaba, tenía una feroz expresión de determinación en su porte. El abanico se alzó y el caballo salió al galope. Mientras recorría la pista, la muchacha apenas pudo alzarse en los estribos. Pero, increíblemente, consiguió colocar una flecha y destrozar el primer blanco. El segundo fue demolido poco después.

Akiko le dirigió a Jack una mirada de inteligencia.

La chica se dirigió a la última marca, pero perdió la flecha, que se le cayó al suelo.

—Te lo dije —dijo Jack, con una expresión de triunfo en el rostro—. Vas a ganar.

—Has olvidado a Takuan, y también a la última jinete de la Yagyu Ryū, Puede ser lo suficientemente buena para ganar al mejor arquero —dijo Akiko, con malicia poco característica en ella.

Moriko hacía los últimos ajustes a su silla de montar. La chica había derrotado terriblemente a Akiko durante la competición de la Taryu-Jiai dos años antes, un hecho que Akiko no había olvidado. Estaba hablando ansiosamente con Kazuki, que estaba cerca. Desprevenidos por la súbita aparición de Akiko y Jack, los dos parecieron furtivos y cortados por la interrupción.

—Buena suerte —murmuró Kazuki, inclinándose.

—También a ti —respondió Moriko, digiriéndole una sonrisa negra.

Kazuki pasó ante Jack, ignorándolo. Jack se preguntó si había seguido recibiendo más noticias de su padre, sin saber que el samurái estaba realmente de parte de Masamoto.

Moriko montó en su negro corcel y se dirigió a la línea de salida de la prueba.

—Bonito truco con el caballo —susurró Moriko, dirigiéndole a Akiko una mirada letal al pasar—. Lástima que no cuente.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Akiko, picando el anzuelo.

—Pasaste el final de la pista —se burló Moriko. Se marchó, dejando a Akiko aturdida e incapaz de protestar.

—Ignórala —dijo Jack, viendo la preocupación en los ojos de la muchacha—. El árbitro alzó la bandera. Tiene que haber contado. Además, no importa que haga los tres blancos: todavía tenemos a Takuan. No nos fallará, ¿no?