13
Enfrentamiento

—¡No me esperaba público! —murmuró Yamato mientras se dirigía al combate—. ¿Cómo se ha enterado todo el mundo?

—Puede que se lo comentara a un par de amigos —admitió Saburo mansamente.

—¡A un par! La escuela entera está aquí.

Un zumbido de entusiasmada charla llenaba el aire mientras los estudiantes se congregaban en el borde del patio central del Templo Enryakuji. Los edificios colindantes estaban en ruinas, destruidos por el general samurái Nobunaga cuarenta años antes. Sin embargo, el sensei Kano ocasionalmente impartía aquí a los estudiantes el arte del . Incluso ahora, un monje solitario rezaba dentro de la estructura rota del Kompon Chu-do, manteniendo encendida la Llama Eterna como se había hecho desde hacía más de ochocientos años. La llama podía verse aleteando en las sombras, su luz se reflejaba en las vigas rotas y los quebrados ídolos de piedra del altar desierto.

En el exterior, los rayos de sol de la tarde se colaban entre los árboles y transformaban el desvencijado patio de piedra en un coso dorado. Kazuki y los miembros fundadores de su Banda del Escorpión se congregaban en el otro extremo, esperando ansiosamente la lucha inminente. Moriko, la quinta miembro del grupo, llegó con unos seguidores de la escuela samurái rival, la Yagyu Ryū. Su cara pintada de blanco y su pelo negro y liso le daban un aspecto demoníaco que aumentaban los labios rojo sangre y los oscuros ojos de cuervo. Sin embargo, lo más perturbador de la muchacha eran sus dientes, pintados de negro como el alquitrán.

Cada uno de los miembros de la banda había elegido un arma. Kazuki tenía su bokken de madera. Goro llevaba un palo. Hiroto blandía un surujin, los pesos de los extremos de la cuerda envueltos en tela para reducir su fuerza letal. Nobu empuñaba un par de tonfas, porras de madera con asas al lado. Moriko, sin embargo, no parecía haber traído ningún arma. Pero Jack sabía que probablemente la ocultaba para que Yamato no supiera qué esperar durante el combate.

Yamato, no tienes por qué hacer esto —dijo Jack mientras Kazuki se acercaba—. Podrías resultar malherido.

—Las heridas sanan, los huesos rotos se sueldan, pero mi reputación dañada es mucho más difícil de arreglar. Necesito restaurar mi honor.

—Pero…

—Jack, un samurái vive y muere por su nombre y su reputación. Se me juzga de modo distinto por causa de mi padre. El hecho de que no me esté entrenando en los Dos Cielos es visto por todo el mundo, incluido mi padre, como un fracaso. Pero no necesito los Dos Cielos para ser un gran samurái. Pretendo demostrarme a mí mismo que soy digno de ser un Masamoto.

Jack sabía cuánto deseaba Yamato la aprobación de su padre. Desde que Ojo de Dragón asesinó a su hermano, Yamato había vivido a la sombra de Tenno. Nada de lo que hacía parecía igualarse a los anteriores logros de su hermano, al menos a ojos de Masamoto. Este enfrentamiento sería la prueba definitiva.

—Por eso lucho —declaró Yamato, arrancando el palo de las manos de Jack.

Kazuki se detuvo e inclinó la cabeza ante Yamato.

—Parece que tenemos público —dijo, mirando alrededor—. Espero que no salgan decepcionados.

—No lo harán —replicó Yamato—. Pero tú sí cuando acabe contigo.

Kazuki se echó a reír.

—Si tan confiado te sientes, quizá deberíamos aumentar un poco la emoción. Danos algo más que honor por lo que luchar.

—¿Qué tienes en mente? —dijo Yamato, en guardia.

—Si ganas, te prometo que dejaré tranquilo a la mascota de tu familia —dijo Kazuki, mirando a Jack.

—¿Y si pierdo?

—Nos dejas al gaijin a nosotros.

—De acuerdo —dijo Yamato, para total sorpresa de Jack.

—¡Eso es muy valiente por tu parte! —se burló Kazuki—. Pero te darás cuenta de que, ganes o pierdas, es una causa perdida. Cuando el daimyo Kamakura se salga con la suya, todos los gaijin de Japón serán ejecutados o crucificados.

—Eso no sucederá nunca.

—Sí que lo hará. No puedes negar que hay un cambio en el aire. Japón está entrando en una nueva era y necesitamos un señor fuerte como Kamakura para que nos dirija.

—Gobierna la provincia de Edo, no Japón. El Consejo no lo permitiría nunca.

—No, pero un día gobernará Japón entero.

Tras girar sobre sus talones, Kazuki volvió con su grupo.

Jack se sentía incómodo con el cambio en las reglas del enfrentamiento, pero comprendió que tenía que confiar en su amigo. Después de todo, Yamato era el mejor en la clase del sensei Kano.

—Lamento que lleguemos tarde —dijo Akiko, levemente sonrojada mientras cruzaba corriendo el patio con Kiku, Yori y el muchacho nuevo—. Queríamos enseñarle a Takuan la vista de Kioto.

—Es verdaderamente magnífica —dijo Takuan, inclinándose formalmente para saludarlos. Miró a Jack.

—Sí que lo es —respondió Jack, asintiendo breve pero cortésmente con la cabeza. Sabía el lugar exacto al que habían ido: el sitio donde Akiko y él habían compartido juntos el hatsus-hinode, el primer amanecer del año. Tontamente, siempre había considerado aquel mirador como su pequeño secreto.

—Incluso pude ver el Palacio Imperial —dijo Takuan, entusiasmado—. Akiko ha accedido amablemente…

—Lo siento, pero la competición está a punto de comenzar —interrumpió Jack—. Y Yamato tiene que prepararse.

—Por supuesto, qué falta de respeto por mi parte —dijo Takuan, algo cohibido—. Gambatte, Yamato.

Yamato inclinó la cabeza en gesto de agradecimiento. Takuan ocupó su puesto en la multitud junto a Akiko. Emi y sus amigas también habían llegado y se acercaron a saludar a Takuan. Pronto un pequeño grupo de admiradoras se congregó en torno al muchacho nuevo.

—Parece que es él quien va a luchar —observó Saburo, sacudiendo incrédulo la cabeza.

Jack concentró su atención en ayudar a Yamato, y preparó la venda.

Cuando los tres se dirigieron al centro del patio para encontrarse con Kazuki y su banda, los estudiantes situados a la derecha abrieron paso de repente y apareció Masamoto, acompañado de los senseis Hosokawa y Kano.

—¿Qué está haciendo aquí mi padre? —exclamó Yamato, poniéndose pálido.

Saburo tragó saliva, nervioso.

—Ahora sí que estamos metidos en un lío.

Pero Masamoto y los senseis simplemente se acomodaron en los escalones principales.

—¡Parece que viene a mirar! —dijo Jack.

—Ahora sí que debes estar sintiendo la presión —se burló Kazuki, al ver que la confianza de Yamato se tambaleaba—. No te preocupes, no dejaremos que tu derrota parezca demasiado fácil. De hecho, te atacaremos uno a uno para darte una oportunidad.

—Ignóralo —susurró Jack, atando la venda alrededor de los ojos de Yamato—. Está mintiendo. Estate preparado para cualquier cosa.

Yamato asintió e inspiró profundamente. Sus manos agarraban el palo con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos.

—Puedes derrotar a cualquiera con un . Confía en tus sentidos —aconsejó Jack, repitiendo el consejo del sensei Kano en el entrenamiento chi sao del año anterior.

Jack y Saburo se apartaron, dejando a Yamato solo en el centro del patio. Los cinco miembros de la Banda del Escorpión lo rodearon.

La multitud guardó silencio.

Cinco contra uno, y Yamato con los ojos vendados.

Sería una victoria sorprendente. O una derrota rápida y vergonzante.

Goro atacó primero.

Al oírlo acercarse, Yamato giró para encararse a su oponente. El sonido del bastón de Goro al golpear le alertó de su ataque. Tras bloquearlo con su , Yamato hundió el otro extremo de su palo en la barriga de Goro. La fuerza del golpe hizo que su adversario se doblara. Yamato continuó rápidamente golpeando con fuerza la espalda del otro muchacho. Goro cayó al suelo.

La multitud se quedó aturdida un instante. Nadie esperaba que Yamato ganara, ni siquiera un solo asalto. Jack dejó escapar un suspiro de alivio. Al menos su amigo había demostrado que no era un blanco fácil. Dio un gran grito de ánimo para Yamato. El resto de los estudiantes pronto lo imitaron.

Nobu se acercó ahora y los estudiantes guardaron silencio.

Yamato captó fácilmente los pesados pasos del muchacho. Sin vacilación, lanzó el palo contra la cabeza de Nobu. Pero Nobu estaba preparado. Desvió el con el palo de su tonfa derecha. Luego hizo girar la otra porra y entró en contacto con la cara de Yamato, que retrocedió por el golpe en la mandíbula. La multitud gimió.

Aprovechando la ventaja, Nobu volteó la tonfa en su mano derecha y lanzó la punta del mango contra la cabeza de Yamato. A pesar del dolor y la desorientación, Yamato sintió el ataque y se apartó. Al mismo tiempo, barrió con su palo el suelo, alcanzando a Nobu tras los tobillos.

La multitud prorrumpió en un sorprendido aplauso mientras Nobu caía al suelo. Al mirar a Yamato, Jack vio que su tutor permanecía impasible ante la valerosa exhibición de su hijo. Pero, claro, la lucha aún no había terminado.

Hiroto hizo su movimiento, blandiendo el surujin sobre su cabeza. Yamato advirtió el cambio en el sonido cuando Hiroto soltó un extremo del arma contra sus piernas. Saltó para evitar quedar atrapado por la cuerda, pero esta se enredó en el asta de su palo. Sonriendo, Hiroto tiró del surujin, esperando desarmar a Yamato. Yamato dejó que Hiroto tirara de su pero guio la punta justo contra el pecho de su oponente. Sin aire por el golpe, Hiroto cayó de rodillas.

La multitud se volvió loca. Yamato había derrotado a tres atacantes. Lo que había parecido un desafío imposible podía ser ahora un glorioso triunfo. Pero Jack pudo ver que su amigo empezaba a cansarse. Este era el momento de la lucha en el que se cometen los errores.

—¡Yamato! ¡Yamato! —empezaron a corear los estudiantes, pero se callaron cuando Moriko pasó al ataque. Sin embargo, los estudiantes de la Yagyu Ryū empezaron a aplaudir ruidosamente. A pesar de los esfuerzos por silenciarlos, continuaron haciendo tanto ruido como les fue posible.

Jack advirtió ahora que el arma de Moriko era su grupo de seguidores. Sus aplausos enmascaraban su aproximación y Yamato fue pillado por sorpresa cuando ella le dio una patada lateral en la espalda. Yamato casi cayó al suelo. Pero de algún modo consiguió recuperar el equilibrio y giró para enfrentarse a ella. Haciendo una mueca de dolor, Yamato trató de sentir el ataque por encima del ruido de los estudiantes de la Yagyu Ryū.

Moriko se dispuso a acabar con él con una patada circular a la cabeza, pero Yamato empezó a hacer girar su palo hasta que se convirtió en un borrón. El , al girar, se convirtió en una muralla defensiva que Moriko no pudo penetrar. La hizo retroceder hasta que casi llegó a la multitud. Al advertir que Moriko estaba atrapada, detuvo el y la golpeó con la punta en la cintura. Con gracia felina, Moriko saltó a un lado y agarró el palo para intentar desarmarlo. Pero Yamato contraatacó, retorciendo el extremo y haciéndole presa en la muñeca. Empujó a Moriko hasta el suelo. El dolor la sometió.

La multitud aplaudió. Luego guardó silencio para el clímax del enfrentamiento.

Solo quedaba Kazuki.

Pero Yamato estaba agotado, la respiración entrecortada.

La tensión fue en aumento mientras Kazuki se acercaba tranquilamente a Yamato. No hizo ningún intento por ocultar su avance.

—Si quieres golpearme, estoy aquí mismo —anunció.

Yamato no esperó a que se lo dijera dos veces. Se lanzó contra la cabeza de Kazuki. Pero Kazuki fue simplemente demasiado rápido. Esquivó el palo, y luego golpeó el cuello de Yamato con su bokken.

Detuvo la espada de madera. Yamato sintió la hoja cercana.

—Acabas de perder la cabeza —dijo Kazuki.

Hubo un momento de asombrado silencio antes de que los estudiantes aplaudieran la consumada habilidad de Kazuki. Un solo ataque y Yamato había sido derrotado.

Jack se acercó corriendo mientras Yamato se quitaba la venda de los ojos. La decepción se marcaba en su rostro y un oscuro cardenal se estaba formando en el lugar donde Nobu le había golpeado con la tonfa.

—Pero ha sido muy impresionante —dijo Kazuki con sinceridad—. Esperaba que te derribaran a la primera de cambio. Puede que hayas perdido el combate, pero te has ganado mi respeto.

Kazuki inclinó la cabeza.

Entonces, con una sonrisa, se volvió hacia Jack.

—Me muero de ganas de reclamar mi premio. Kazuki se marchó.

—Lo siento —dijo Yamato, incapaz de mirar a Jack a los ojos.

—No te preocupes —respondió Jack. Aunque la amenaza de Kazuki flotaba ahora sobre él como una guillotina, sabía que su amigo había hecho todo lo posible. De hecho, lo había hecho mejor de lo que nadie habría podido imaginar—. Has derrotado a cuatro de ellos. Todos hablan del tema.

—Pero he perdido —suspiró Yamato—. Eso es lo que recordarán. No hay ninguna gloria en quedar segundo.

—No es lo que yo recordaré —respondió Jack—. Recordaré que un amigo luchó por mí y por el honor.

Yamato trató de sonreír, pero era imposible consolarlo. Su oportunidad de demostrar su valor se le había escabullido entre los dedos. Y ahora, mientras Masamoto se acercaba, Jack vio que el peso del fracaso doblaba los hombros de Yamato, quien inclinó la cabeza y esperó el veredicto de su padre.

Masamoto estudió a su hijo, con una expresión austera en el rostro.

—Yamato-kun, luchaste durante mucho más de lo que esperaba. Pero permitiste que Kazuki fuera más listo que tú. Al decirte dónde estaba, supo también dónde atacarías. Ese fue tu error.

—Sí, padre —murmuró Yamato.

Jack sabía que su amigo necesitaba más que una lección sobre el combate. Necesitaba saber que su padre lo aceptaba fuera cual fuese el resultado.

Masamoto se volvió para marcharse.

—Cuando tu talento para el se transmita a la katana, serás tan buen espadachín como lo fue Tenno.