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Sacrificio

—¡Aguantad la línea! —ordenó el sensei Hosokawa, mientras los Diablos Rojos cargaban contra ellos.

La Niten Ichi Ryū ocupaba su posición en lo alto de un promontorio y su sensei estaba decidido a que no perdieran la ventaja entrando demasiado pronto en batalla. Los asesinos samuráis rojos se acercaban cada vez más, abriéndose paso entre las filas de ashigaru.

Jack empezó a hiperventilar, su respiración le sonaba fuerte y llena de pánico dentro del casco y la mempō. Su corazón latía contra su peto. A pesar de todo su entrenamiento, de los duelos que había ganado, de todos los desafíos a los que se había enfrentado, nunca había estado tan asustado en toda su vida.

Deseó que su padre estuviera todavía con él. Incluso en la más traicionera de las tormentas, se sentía tranquilizado por su presencia. El sentido de la fuerza de su padre y su inquebrantable confianza siempre le habían dado esperanza donde parecía no haber ninguna. Aquí estaba él, enfrentándose a un ejército de guerreros sedientos de sangre, dispuesto a sacrificar su vida por un señor japonés. ¿Qué esperanza tenía?

Hubo un aleteo de movimiento en el cielo y divisó una flecha que volaba hacia él. Como el miedo le había clavado los pies al suelo, solo pudo ver cómo la punta de acero caía directamente hacia su cabeza.

En el último segundo, una mano la agarró en el aire.

El sensei Kyuzo miró a Jack con desdén.

—¡No te he entrenado para que mueras antes de que comience el combate, gaijin! —dijo con desprecio—. ¡Eres una patética parodia de samurái!

Jack sintió una oleada de furia elevarse ante el insulto de su maestro. Eso rompió su parálisis. Se enfrentó a su sensei, katana en mano.

—Ese es el espíritu de lucha que estoy buscando —exclamó el sensei Kyuzo, viendo la indignación en los ojos del muchacho.

Jack comprendió de pronto que el sensei Kyuzo lo había pinchado a propósito. Para impulsarlo a la acción.

—¡LARGA VIDA A LA NITEN ICHI RYŪ! —gritó Masamoto, blandiendo su espada y espoleando a su caballo hacia el grueso del enemigo.

Rugiendo un grito de batalla, los estudiantes y senseis cargaron colina abajo contra los Diablos Rojos que avanzaban. Los dos bandos se encontraron de frente, las espadas y las lanzas entrechocaron. Jack se encontró rodeado de samuráis en lucha, montados y a pie. Un ashigaru cayó a su lado, la sangre brotando de su boca mientras las puntas afiladas de un tridente le perforaban el pecho.

Detrás del soldado se alzaba un Diablo Rojo. Arrancando el arpón del moribundo, el samurái avanzó hacia Jack. Embistió con el tridente hacia su vientre. El entrenamiento taijutsu de Jack entró en acción y esquivó fácilmente el arma. Pero el Diablo Rojo retiró su lanza demasiado rápidamente para que Jack pudiera agarrarla. El samurái embistió de nuevo contra él. Jack saltó a un lado, descargando un golpe en redondo con la katana para cercenar la cabeza del Diablo. El samurái se agachó y golpeó con el hombro a Jack, empujándolo hacia atrás. Jack tropezó con el cuerpo del ashigaru moribundo y cayó al suelo.

El Diablo Rojo corrió hacia él, la sangre de sus víctimas anteriores goteaba en su armadura. Su casco tenía dos grandes cuernos dorados y llevaba una terrible mempō con feroces dientes serrados. Solo se veían los ojos del samurái, brillando sedientos de sangre mientras alzaba el tridente para clavar a Jack al suelo.

Un palo de madera surgió de la nada, desviando las letales puntas de la lanza hacia la tierra embarrada. Yamato, saltando por encima de Jack, descargó una fuerte patada contra el pecho del samurái. El Diablo Rojo retrocedió tambaleándose y perdió el tridente. Desenvainando una katana, atacó ahora a Yamato, pero una flecha lo detuvo en seco. El disparo de Akiko penetró en el peto del samurái.

Pero una sola flecha nunca sería suficiente para un guerrero semejante. Gruñendo de dolor, el Diablo Rojo arrancó el astil y comenzó de nuevo su ataque. Mientras Yamato luchaba con el samurái, Akiko volvió a cargar su arco. Jack se puso en pie de un salto y se unió a la pelea.

El Diablo Rojo, guerrero experimentado, los hizo retroceder a ambos. Sus golpes eran tan violentos que los brazos de Jack temblaban con cada parada. Akiko disparó otra flecha, pero el samurái estaba preparado esta vez y la cortó por la mitad en el aire. Yamato, asombrado por la hazaña, fue derribado al suelo por una patada frontal por sorpresa. Jack lanzó una estocada contra la cabeza del guerrero, pero su golpe fue bloqueado y tuvo que retroceder. El Diablo Rojo, recuperando su tridente, lo alzó para matar al caído Yamato.

De repente, la brillante punta de una espada asomó por el pecho del samurái. El Diablo Rojo se tambaleó, tosió sangre, y se desplomó en el suelo, muerto.

—Será mejor que evitéis esos cuernos dorados —aconsejó el sensei Hosokawa—. Son los guerreros de elite.

Regresó entonces a luchar junto a Masamoto, que había desmontado y diezmaba a todos los Diablos Rojos que caían al alcance de su técnica de los Dos Cielos. La sensei Yosa, sin embargo, todavía iba a caballo, y cabalgaba entre la batalla eliminando a sus enemigos con sus letales flechas. A la derecha de Jack, el sensei Kyuzo se enfrentaba a dos Diablos Rojos a la vez. Con una impresionante exhibición de taijutsu, los desarmó a ambos antes de atravesarlos con sus respectivas lanzas. Un aleteo de cabellos blancos como la nieve revelaron dónde luchaba la sensei Nakamura, las lágrimas de pena corrían por su rostro mientras se cobraba su venganza en el enemigo, y su naginata revoloteaba en el aire como un ave de presa de acero. Cerca, la inmensa forma del sensei Kano podía verse haciendo girar su y abatiendo enemigos a su alrededor como si fueran moscas. El único centro de calma en medio de este caos era el sensei Yamada, que permanecía de pie en medio de un círculo de cuerpos caídos. Jack vio que un Diablo Rojo que atacaba al maestro de Zen caía de pronto de rodillas. Un segundo kiai del sensei Yamada acabó con el guerrero.

Jack divisó a Yori deambulando ileso entre la batalla, como deslumbrado. Tenía la espada levantada pero nadie se enfrentaba a él. Era simplemente demasiado pequeño para que lo consideraran una amenaza. Un Diablo Rojo chocó contra Yori, vio la diminuta armadura, y luego se echó a reír. Un momento después, la sonrisa se le borró de la cara cuando la sensei Yosa le plantó una flecha en la garganta.

Abriéndose paso entre las filas, un puñado de Diablos Rojos a caballo se cernieron sobre los estudiantes de la Niten Ichi Ryū. Yori estaba directamente en su camino y estaba a punto de ser aplastado. Jack gritó una advertencia, pero no pudo hacerse oír por encima del ruido de la batalla. Corrió hacia su amigo, y de un empujón con el hombro lo apartó de debajo de los cascos de los caballos.

Jack arrastró a Yori hasta ponerlo en pie.

—Te dije que te quedaras con nosotros. Yori asintió mansamente.

—Pero nadie quiere luchar conmigo.

—¡Y tú te quejas! —exclamó Jack.

—No, por supuesto que no —dijo Yori, soltando una risita nerviosa.

Sus ojos se ensancharon de pronto de miedo.

—¡Detrás de ti!

Jack se volvió para ver que un Diablo Rojo cargaba contra ellos. Como había dejado caer su katana en el barro para sacar a Yori, Jack se dispuso a desenvainar su wakizashi pero supo que era demasiado tarde. La espada del samurái caía ya dispuesta a decapitarlo.

—¡YAH!

Los ojos del Diablo Rojo se pusieron en blanco y se desplomó de boca en el barro.

Yori, respirando con dificultad por el esfuerzo de su kiai, le sonrió a Jack.

—No me extraña que nadie quiera pelear contigo, Yori. ¡Eres mortífero! —dijo Jack, recogiendo su katana antes de que otro samurái pudiera atacarlos.

—Creo que solo lo he dejado inconsciente —respondió Yori, empujando el cuerpo caído con el pie. El Diablo Rojo gimió débilmente.

—¡Jack! —exclamó Akiko, llamándole frenéticamente para que se reuniera con Yamato y con ella.

Los dos echaron a correr, solo para descubrir a Emi tendida en el suelo, con una flecha clavada en el muslo. Estaba pálida, y la sangre manchaba sus calzas y hakama.

—Debemos proteger a Emi a toda costa —dijo Akiko, alzando su arco.

Formaron inmediatamente un círculo defensivo en torno a la hija del daimyo, repeliendo el avance de los Diablos Rojos. Pero eran demasiados. Las fuerzas del daimyo Kamakura se abrían ahora paso entre todas las filas del ejército de Satoshi.

La batalla se había convertido en una masacre.

Rodeada de Diablos Rojos, la sensei Nakamura blandía su naginata con brutal abandono, el pelo blanco como la nieve agitándose en un mar de rojo. De repente desapareció, engullida por el enemigo.

Un soldado con un sashimono dorado corrió hacia ellos.

—¡RETIRADA HACIA EL CASTILLO! —gritó el mensajero.

Un momento después, un Diablo Rojo lo mató por la espalda, y su sangre salpicó el estandarte dorado.

—¡Atrás! —ordenó Masamoto, abriéndose paso entre la masa de soldados enemigos con los senseis Hosokawa, Yosa y Kyuzo.

—Dejadme —gimió Emi, incapaz de ponerse en pie—. Salvaos vosotros.

—No —dijo Jack—. Todos estamos unidos, ¿recuerdas?

Envainando sus espadas, la puso en pie. Emi casi se desmayó de dolor.

—¡Tiempo de irse! —dijo Akiko con urgencia, disparando varias flechas.

Los cinco se retiraron en dirección al castillo junto a otros miles de soldados que huían, luchando en una acción defensiva de retaguardia. Pero su progreso se vio obstaculizado no solo por la herida Emi sino por el terreno removido. Los Diablos Rojos se acercaban rápidamente, amenazando con cortar su ruta de escape hacia la puerta principal.

—No lo vamos a conseguir, —dijo Yamato, mientras una escuadra de Diablos Rojos rompía sus líneas y cargaba contra ellos. Tomando el otro brazo de Emi, ayudó a Jack a llevarla, con la esperanza de que juntos pudiesen correr más rápido que el enemigo.

Taro, que ya había alcanzado el puente, les vio pugnando por la seguridad. Corrió hacia atrás, con ambas espadas en alto.

—Seguid corriendo, —dijo—. Los retendré tanto como me sea posible.

Se mantuvo firme mientras la escuadra de Diablos Rojos se abatía sobre él. Su katana y su wakizashi convertidas en un borrón, la técnica de los Dos Cielos aniquilando a cualquier samurái que se aventuraba cerca. Pero los refuerzos no estaban muy lejos y Taro se hallaba en peligro de ser arrollado antes de que los cinco pudieran alcanzar el puente.

—Taro necesita ayuda, —dijo Yori, echando a correr.

—¡No! —gritó Jack, pero ya era demasiado tarde.

Yori tomó posición al lado de Taro, gritando kiai tras kiai a la fuerza que avanzaba. Entre los dos frenaron el avance del enemigo lo suficiente para que Jack, Emi, Yamato y Akiko pudieran cruzar el puente.

—¡Yori! ¡Taro, vamos! —gritó Jack.

Se dieron la vuelta y corrieron.

Exhausto y sin aliento por la lucha, las piernitas de Yori no le llevarían lo suficientemente rápido.

El enemigo se le acercaba.

Resbaló y cayó.

Taro se detuvo y, dándose la vuelta, sacó sus espadas.

—¿Qué piensas que estás haciendo? —exclamó Yamato.

—Se está sacrificando por Yori, —dijo Akiko, con una lágrima resbalando por su mejilla.

Taro estableció su posición final sobre un pequeño montículo.

Los Diablos Rojos cayeron uno tras otro, mientras contenía la marea de samuráis enemigos. Entonces un inmenso Diablo Rojo de cuernos dorados retorcidos lo atravesó con su lanza. Taro se tambaleó bajo el golpe, pero siguió luchando. Consiguió abatir a unos cuantos enemigos más, antes de que el samurái de los cuernos dorados lo derribara de un golpe con la enorme hoja de una espada nodaichi. Taro cayó de rodillas. Sin mostrar ninguna piedad, el samurái lo decapitó. Los Diablos Rojos pasaron por encima y avanzaron hacia el castillo.

Jack solo pudo quedarse mirando el lugar donde había caído el hermano de Saburo, aturdido por la súbita y brutal pérdida.

Pero Yori seguía en el campo de batalla, corriendo con todas sus fuerzas.

—¡VAMOS! —gritó Jack.

La idea de que su leal y valiente amigo sufriera una muerte tan horrible era imposible de soportar.

De repente, las enormes puertas de la muralla exterior empezaron a cerrarse.

—¡Esperad! —le suplicó Jack a los guardias—. Yori está todavía ahí fuera.

—Son las órdenes —gruñó el guardián de la puerta.

Yori vacilaba, sus fuerzas agotadas por todos sus ataques kiai.

Las puertas siguieron cerrándose.

Jack instó a su amigo a continuar.

A través de la abertura cada vez más estrecha, vio a Yori llegar al puente.

Pero detrás, una avalancha de samuráis rojos amenazó con envolverlo.

Las puertas se cerraron con un chasquido atronador.

—¡NOOOO! —gritó Jack, golpeando con los puños las puertas cerradas.