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¡ESTÁS COLORADO! ¡A MÍ ME SUDAN LAS MANOS!

¿Cuántas veces hemos escuchado esto? Incluso puede que lo viéramos con nuestros propios ojos o experimentáramos esta sensación.

La vergüenza es una fuerza, una emoción que se arremete por donde quiere, por eso elegirá nuestro cuerpo para manifestarse y lograr así afectarnos físicamente, sonrojándonos, dejándonos mudos, con tartamudeos, con ataques de pánico, con comezones, con mareos. Como sea, esta emoción tratará de cumplir con su objetivo.

Es en esos momentos cuando sentimos que la vergüenza ha tomado el control de nuestro cuerpo, que queremos desaparecer. Es como si no pudiéramos controlarla. Y nos desespera aún más que el otro note lo que, en realidad, queremos ocultar.

El ser calificados o más bien descalificados nos asusta, nos tensa; sentimos que nos deja al descubierto. Por eso esta emoción tratará de hablar a través de nuestro cuerpo.

Sin embargo, en nuestro interior, contamos con las capacidades y las habilidades necesarias para hacerle frente.

En primer lugar, comienza por rechazar todas aquellas palabras de burla que en algún momento de tu vida te han dicho y hoy aún resuenan en tu mente. Se ha comprobado que un suicida tiene guardadas en su corazón las palabras de alguien que le deseó la muerte.

Hoy menosprecia toda palabra, todo recuerdo y todo gesto que te haya limitado.

No pienses más que tu madre, tu padre, tus jefes te dijeron que «no podías…». Suprime esas palabras. Eres quien tiene el control de tu propia vida. Desafíate y desafía esa vergüenza. Comienza a pensar y a hablar bien de ti mismo. Cuando lo hagas, verás que la perspectiva desde la que los demás te están mirando también cambiará.