Quince

 

Lo que ella piensa de mí

(o Se acabó el pastel)

 

 

 

 

 

 

Si no fuera porque creo que aún le quiero, en cuanto me he enterado de todo le hubiera mandado a tomar viento fresco.

Había pasado casi un mes desde que Pablo se vino a vivir a mi ciudad. Y es que, casualmente, una persona que trabajaba como él de jefe de sección en los mismos gran-des almacenes, necesitaba mudarse a la suya. Pablo, ante la posibilidad de permuta de la plaza, no se lo pensó. Yo no sé si fueron los hados que se conjuraron para que todo cuadrara, o es que Pablo aquella mañana, cuando se enteró de la carambola, se acababa de encontrar todo un camión de Donuts. Así le salió el día: redondo no, redondísimo.

Ya llevábamos unos meses de relación en la distancia, aunque viéndonos todas las veces que nos era posible, y en cuanto le salió la oportunidad de trabajar aquí, no se lo pensó dos veces. Entre eso y que yo estaba esperándole con los brazos abiertos, no tardó nada en decidirse. Cierto es que las hienas (léase su padre, su madre, su hermano, sus hermanas y abuelos) se le echaron encima, poniéndolo a parir y enojándose con él porque decían que era una locura. A pesar de los obstáculos, Pablo se despidió de sus compañeros, organizó una fiesta para decir adiós a los amigos, dejó atado un “asuntillo pendiente” (o al menos eso creyó en su momento), y se vino para acá.

Yo volaba en una nube; de nuevo volvía a ser Yasmin encaramada a una rica alfombra de damasco, sobrevolando la ciudad por encima de todos y jactándome de mi suerte. Estaba trabajando en lo que más me gustaba, la enfermería; mis amigos me querían, y mi relación con un chico “de dientes lavados con sosa caústica” marchaba viento en popa. Además, acababa de mudarse a mi ciudad y ahora podríamos compartir más cosas juntos: más salidas, más secretos, más sentimientos. Yo siempre había sido una defensora de las relaciones a distancia, y más cuando me tocó de lleno, pero por supuesto prefería mil veces el que Pablo estuviera junto a mí. Ya no podía pasar sin sus caricias, sin su aliento, sin su cabeza reposando en mi pecho después de hacer el amor. Además, yo había notado una mejora en nuestras relaciones sexuales, puesto que si antes eran más salvajes, por la premura del poco tiempo disponible, siempre pensando en que nos teníamos que despedir en un par de días o incluso al día siguiente, ahora eran de otro tipo, quizá más tiernas, más apasionadas por la alegría de estar juntos y a la vez más dulces.

Un día, hará una semana, en que estaba en lo más alto, volando a una velocidad supersónica en mi maravillosa alfombra de dibujos de flores y arabescos, Natalia me hizo una propuesta que me encantó.

Niña, no hay que pensárselo más. Mis padres se van unos días a Toledo a ver a mis tíos y podemos usar el chalé para un fiestorro. Así le daremos una bienvenida oficial a Pablo.

—Hombre, es una forma de decirle que estamos muy contentos de que esté aquí con nosotros. La idea me encanta, pero... ¿no se molestarán tus padres?

Pero qué simple eres, hija. Por supuesto que no se lo voy a decir. Ojos que no ven, corazón que no siente. Ya sabes que ellos asocian las fiestas a alcohol, drogas y sexo, y aunque ya todos somos bastante mayorcitos, estoy segurísima de que se negarían a que la hiciéramos allí.

—Pero... ¿y Vero?¿No está ahora viviendo una tempo-rada con tus padres para estar más tranquila durante el embarazo? ¿No dirá nada?

—¡Ja,ja,ja...! ¡Si Vero es precisamente la que me ha insistido más para que la hagamos! Prácticamente está echando a mis padres a patadas para que se larguen ya, lo está deseando. Como le faltan aún dos meses para dar a luz, y además será algo tranquilito, ¡podrá disfrutar sin problemas! ¡Será la primera fiesta de su bebé!

En ese momento, con mi infinita imaginación, visualicé al crío en la barriga dando saltos con el brazo en alto bailando una de las mezclas de Avicii como si no hubiera un mañana, dándolo todo. ¡Fiestaaaaaaa!

¿Cuándo se van? ¿Cuándo sería la fiesta?

—He pensado organizarla para dentro de muy poco. Se van el viernes, y yo he pensado que al día siguiente, el sábado, estaría muy bien.

—Pues sí, a mí también me parece muy buena idea. Un poco precipitado pero bien. Habrá que ir llamando a la gente y montarlo todo.

—Sí, hay que comprar comida, bebida, elegir la música... ¡y que no se nos olviden los lubricantes de sabores y los condones, ¡ja,ja,ja,ja!

Sí, sí... condones. Si llego a saber la que se lía, en vez de condones, habría que haber comprado tiritas y vendas.

Pablo y yo nos encargamos de acercar ese día al chalé las botellas de whisky, vodka, ron, ginebra, tequila y re-frescos, al igual que el resto llevaría otras cosas. Algunos se harían cargo de aportar comida y aperitivos para picar. También yo había prometido a Natalia que le acercaría una buena selección de discos: tenía una merecida fama de buen gusto musical.

Le presté sobre todo discos de lounge, chill out, ambient y drum & bass: Rinoceröse, JaBig, Tangerine Dream… Me chifla ese tipo de música y me parecía el broche perfecto para una reunión con la peña. Todo acompañaba: estaban citados nuestros mejores amigos, el tiempo era ideal, con esa temperatura maravillosa de una tarde de primavera rozando ya el verano. Incluso los más atrevidos se lanzaban medio vestidos a la piscina, provocando nuestras carcajadas. Yo me sentía maravillosamente feliz y se-guía volando en mi alfombra mágica, sintiéndome cada día más Yasmin y menos Laura. Ya no era Laura Crawford, no tenía que suplicar a nadie que me dijera que me quería, puesto que me amaban realmente; al menos yo así lo sentía.

Aquella tarde noche disfrutábamos de una temperatura muy agradable; lo de organizar una fiesta en el chalé había sido una idea genial. Los que se habían metido en la piscina chapoteaban y se reían, mezclando la euforia del alcohol con la alegría por disfrutar de una reunión entre amigos tan agradable; mientras sonaba la música lounge se multiplicaban las charlas de pequeños grupos diseminados por el jardín; otros simplemente se dejaban llevar por el buen rollo de los temas pinchados y bailaban cadenciosamente mientras algunos se besaban amparados por la discreción de los setos. Mientras paseaba sola, disfrutando de ese momento íntimo en medio del bullicio, me apeteció sentir la humedad del césped del jardín en mis pies (desde pequeña siempre me había chiflado andar descalza sobre la hierba), así que no me lo pensé dos veces y me quité las sandalias planas que me había puesto para la ocasión.

—Perdona... ¿eres Laura?

Mi interlocutora era, de entrada, una chica muy guapa. No la conocía, quizá era novia de alguno de los amigos de Pablo, que se habían desplazado desde su ciudad para volver a ver al que era hasta entonces el hombre de mi vida. Mi chico no podía en ese momento presentármela, ni darme una pista sobre quién era aquella chica de ojazos grises y pelo negro, ya que estaba en la cocina preparando unos cubatas. De repente, el frío del césped que notaba en mis pies descalzos, me subió por todo el cuerpo hasta llegar a la nuca. Intuí que en segundos ocurriría una catástrofe.

—Sí, soy yo. ¿Quién eres? ¿La novia de algún amigo de Pablo? —le pregunté con una sonrisa de cortesía, aunque sin tenerlas todas conmigo.

—No exactamente. Soy Claudia. La novia de Pablo.

La alfombra cayó repentinamente al suelo mientras me pegaba el segundo gran costalazo de mi vida desde que Alberto me dijo que se iba a Paraguay. No podía creer lo que estaba escuchando. Aunque como en un flash, se me vino a la cabeza la imagen de Pablo discutiendo por el móvil mientras yo me sometía a las indiscretas preguntas de la abuela Casilda el día que lo conocí. Indudablemente, le es-taba planteando alguna excusa para no ir a verla ese día... o quizá el fin de su relación.

—Perdona... Estás de broma, ¿verdad?

—Pues no —replicó ella, cambiando su falsa sonrisa de presentación por un gesto mucho más grave—. No estoy en absoluto gastándote ninguna broma. Pablo y yo llevamos juntos algo más de un año. Me habían llegado rumores de que llevaba meses con otra chica primero allí y luego que se iba porque iba a estar con ella, y quería cerciorarme por mí misma. Con razón había pedido esa permuta de plaza que tanto me extrañó y de la que no quiso explicarme ni mú… ¡Si aquí no tiene familia alguna! A través de un alma caritativa, me he enterado de la fiesta de hoy y de que aquí podría encontraros a los dos.

Valiente alma caritativa... Uno (o más de uno) de los amigos de Pablo seguía odiándome por haberle arrebatado a su colega del alma, y así me lo pagaba. Estaba segura de que el traidor estaba entre ellos.

En ese momento lo políticamente correcto hubiera sido... ¿Qué hubiera sido?

 

 

 

 

VOTACIÓN DE LOS LECTORES SOBRE LO POLÍTICAMENTE

CORRECTO EN ESE MOMENTO

Opción a) Llorar. 5% de votantes.

Opción b) Ignorarla. Se está inventando toda esa historia porque le gusta Pablo y está celosa de la relación. 5% de votantes.

Opción c) Descuartizarla con el pensamiento, técnica habitual de Laura, mientras ésta le dedica una sonrisa de “No sois novios. Eráis novios. Ya es mío y te puedes ir largando”. 5% de votantes.

Opción d) Descuartizar a Pablo, y en las heridas echar la sal del tequila que él preparaba en ese momento en la cocina. 5% de votantes.

Opción e) Darle un buen corte y salir corriendo. 5% de votantes.

Opción f) Poner en evidencia a Pablo de alguna manera delante de toda la peña y salir corriendo. 15% de votantes.

Opción e) Dirigirse a la cocina con ella de la mano y dejársela a Pablo para que se la comiera con papas. (Bonus a la opción e: borrar su número del móvil y no contestar a sus llamadas ni a sus mensajes). 60% de votantes.

Estaba decidido. Opción e. La cogí de la mano, y mientras ella avanzaba un paso detrás de mí con una sonrisa de malicia y satisfacción y todos nos miraban con sorpresa, me encaminé por el jardín espléndidamente cuidado a la cocina, donde Pablo preparaba unas bebidas mientras reía y charlaba con sus amigos. Las flores que en el momento de llegar a la fiesta me parecían las más bonitas del mundo, se transformaron en ese momento en acacias con dolorosas espinas. Claro que tenía ganas de llorar. Pero mi orgullo pudo más.

La única pregunta que me pudo salir cuando estuve frente a él, sin soltar a Claudia de la mano, fue: “¿Me puedes explicar qué significa esto?”

Pablo se quedó con cara de “Dios, me han pillao”, mientras “esto” sonreía triunfante con más dobleces que El Joker, el villano de Batman.

Como conclusión, Pablo se portó como un cerdo... aunque creo que aún le quiero.

 

Cosas que pasan cuando te enamoras por internet
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