Dos
Sus amigos, su entorno
Dicen que se conoce a una persona más que por ella en sí misma, por sus amigos, sus compañeros de trabajo, su familia, por las cosas cotidianas que le rodean. En definitiva, por su entorno. A mí me bastó poco tiempo para enamorarme de él, pero lo de acostumbrarme a su gente, a su familia, a su perra (capítulo aparte), ya era harina de otro costal. Y menos mal que era de otra provincia y que se vino a la mía al poco tiempo de conocernos. Si no, directamente me hubiera suicidado con el cable del ratón de mi ordenador. Si Jeanne Hebùterne no había soportado la muerte de su amante Modigliani, arrojándose de un quinto piso al día siguiente de él fallecer, yo no iba a ser menos. Ante la familia política (incluida perra) que me esperaba, la muerte por ahorcamiento con el cable del ratón me parecía extremadamente dulce. En fin, si no podéis aguantar la curiosidad, saltaos todo lo que viene a continuación e id directamente al capítulo seis. Sí, en él hablo de todos (hasta de su perra).
¡DIOS, ODIO LOS PERROS!
El caso es que no soy ni mucho menos antisocial. Tampoco de esas chicas que sólo quieren salir con su mejor amiga, o mejor dicho, que se tienen que limitar por las circunstancias a ser carabina de su mejor amiga y del novio de ésta. No era así puesto que yo tenía otras amistades, y si bien es verdad que Natalia era mi confidente y casi hermana, y a Daniel lo hubiera asesinado cuando me la robó, también lo es que me sentía tan contenta de verlos felices, que me daba igual no tenerla en exclusiva para mí.
Menos mal que cuando Pablo se vino, se adaptó a mis amigos, a mi gente y mis costumbres, e hizo especiales mi-gas con Daniel. Y es que Los amigos de mis amigas son mis amigos, como cantaba en los ochenta Objetivo Birmania. ¿Os acordáis de los bailecitos de las Birmettes? Je, je…
Daniel es capítulo aparte. Natalia y él se conocían desde chiquititos, pero lo gracioso del caso (bueno, gracioso...) es que el chico era tremendamente tímido, y a fuerza de meterle a Verónica por los ojos, poco a poco fue saliendo del cascarón y se ennovió con Vero. ¿Que quién es Vero? Una de las hermanas de Natalia.
Primera lección: no debemos confundir timidez enfermiza con homosexualidad. ¿Que el chico era reservado?
Pues sí, lo era. ¿Que el chico no había tenido hasta ahora novia / amiga / amante conocida? Psche, pues sí, pero joder, tampoco tenía por qué ser eso un síntoma de que fuera gay. ¿Que era introvertido y se quedaba absorto mirando por la tele los campeonatos de culturismo? Hummm, ya íbamos perdiendo fuelle. ¿Y si era gay? ¿Y si en vez de buscarle una Vero o una Natalia había que buscarle un Manolo? Bueno, tampoco pasaba nada. Pero muchos teníamos ganas de resolver el misterio. Paco Lobatón ya estaba más que quema-do del ¿Quién sabe dónde?, así que yo me erigí en cabecilla del gropúsculo que pretendía hurgar en la intimidad del pobre chico (esto sí que era un descuartizamiento en toda regla, y no lo que yo hacía con Nata de vez en cuando), y ¡hala!, a investigar.
Adopté el papel de Grissom que era más moderno (y más mono, todo hay que decirlo) que Lobatón, y me dediqué a intentar averiguar si Daniel era gay. Y mira que lo conocíamos desde pequeño. Ni un gesto, ni un ademán, ni un amaneramiento. Bueno, repito, ¿y qué, si lo fuera? Ayyy… queríamos ayudarlo por encima de todas las cosas. No nos dábamos cuenta de que si en el fondo era homosexual, era una opción más y elegida por él y no le íbamos a salvar de nada, puesto que nada malo había en ello. Pero qué tontos éramos.
—Laura, míralo, ahí viene. ¿Ves algo sospechoso en su manera de andar? —Era Verónica quien preguntaba, angustiada, puesto que le había echado el ojo. Lo que estaba era muuuuuy lejos de imaginar que su hermana no le había echado sólo el ojo, sino también hasta el tuétano. Natalia se moría por Dani.
—Fíjate cómo viene siempre de arreglado, de afeitadito, siempre perfumado; yo diría que hasta le roba las cremas a su madre. Sí, sí, fíjate, no hay más que verlo.
—Cállate, jodía. Que se va a enterar.
A ver, qué queréis qué os diga. Yo, ni veía nada raro, ni andando, ni sonriendo, ni moviéndose. Sólo veía a un chico al que le encantaba arreglarse y sinceramente, eso no me disgustaba. Esta Vero y los demás estaban como una reverenda cabra.
—Verónica, guapa, no sabes lo que dices. A este chico no le pasa nada, mujer. Sólo que le gusta arreglarse, y no es alérgico al perfume o a los desodorantes, como otros amigos nuestros que, reconócelo, hija, son un poco guarros. Confunden el ser muy hombre con ser muy cerdo. Y si quieres comprobarlo, sal con él, hazte su novia.
Suelo lanzar miradas asesinas, pero en esta ocasión se cambiaron las tornas y era yo la que estaba en peligro. Ya sonaba en mis oídos el silbido que había creado el genial Ennio Morricone para la peli La muerte tenía un precio, y que era tan característico que anulaba casi al propio film. En la película, Clint Eastwood y Lee Van Cleef son unos cazadores de recompensas que unen fuerzas para capturar a un peligroso delincuente apodado el Indio, cuyo próximo asalto sería un robo en el banco de El Paso. Verónica era la cazadora, el “peligroso delincuente” era yo misma, y el asalto, a mi pobre persona por haberme adelantado a la proposición. Era más peligrosa que Charlton Heston en una armería. Verónica me lanzó una mirada de degüello. A ella le estaba empezando a gustar, pero odiaba que le tomaran la delantera. En este caso Vero hubiera querido ser, triunfante, la que lanzara la noticia: “Dani me gusta, y sí, voy a hacer que salga conmigo. Y veremos si es o no homosexual”.
¿Y qué, si lo hubiera sido? Desde luego, cuántos pre-juicios teníamos. Esta niña, y en definitiva, todo el grupo, no nos enterábamos de nada. No podíamos ni imaginarnos que aquello tenía un nombre que estaba empezando a ponerse de moda: metrosexualidad.
Ni un mes duraron juntos Vero y Daniel. Lo bien que se llevaban como amigos, y lo incompatibles que eran como pareja. Estaba claro: el destino jugaba a favor de Natalia, y ella sería la hacedora de sueños futuros de Daniel.