Catorce
Lo que pienso de ella
Sigo pensando lo mismo que un poco más arriba: Laura me parece una niña estupenda, con sus virtudes y con sus defectos, como todo el mundo. Pero a medida que van pasando los días, analizo más meticulosamente nuestra relación y pienso si no me precipité demasiado al venirme y dejarlo todo. ¿No se da cuenta de que era mucho más cómodo entablar una relación a distancia, sin ataduras, de-pendiendo prácticamente del móvil, del Skype o del correo electrónico? ¿No cae en que yo podía haber seguido viviendo en mi ciudad, saliendo de fiesta con mis amigos y jugando con ellos al fútbol; que arriesgué muchísimo cambiando mi puesto de trabajo y dejando uno de los mejores rolletes que he tenido, como es Claudia —aunque eso Laura no lo sabía, por supuesto—, en fin, todo, TODO, por ella? ¿Tan ciega es, y tan egoísta, que no piensa en que me tuve que enfrentar en mi casa a toda una manada de hienas porque me venía a otra ciudad, en verdad no demasiado lejos de mi casa, pero al fin y al cabo, fuera de ella?
Yo creo que la sigo queriendo, y de hecho se me hace muy cuesta arriba el no poder acariciarla, el no sentir su olor en mi nariz, el no reírme con sus tonterías o sus chis-mes, el no comentar juntos una peli después de verla en el cine... Ay, Dios mío... Son tantos recuerdos aunque no sea mucho tiempo el que llevamos juntos... que sinceramente me cuesta tanto el tener el móvil al lado y no mirar si me manda algún WhatsApp... Me apetece oír en estos momentos Me cuesta tanto olvidarte, de Mecano. Hasta ahora, amigos, voy a suicidarme emocionalmente escuchándola así como doscientas veintisiete veces en bucle. Me piro a por kleenex.
No son letras, ni números. Cada trocito de corazón, de caricia que os habéis regalado, cada dentellada suave en la piel del otro, cada lunar contado, cada lágrima enjuagada, cada saliva bebida, cada pluma pasada por el cuerpo, cada sorbete de sandía saboreado en ambas bocas a la vez, cada tatoo encontrado con sorpresa, cada entrelazar de dedos y manos en un maravilloso nudo de amor, cada poema recitado con vehemencia, cada promesa susurrada en el pecho cercano, cada regaliz compartido manchando bocas, dientes y lenguas, cada risa vivida hasta la extenuación, cada rayo de sol acariciando las pieles, cada baño salado en el agua de mar, cada asombro, cada pena, cada alegría, cada ilusión... No son sólo letras, ni números. Un mensaje en el móvil significa eso y más. Todo se concentra ahí. No; definitivamente no son letras, ni números.
¿Pero por qué digo que creo que la sigo queriendo y no simplemente que la quiero? ¡Si en realidad ella a mí no me ha hecho nada, en todo caso he sido yo el que ha provocado esta situación! Laura me parece buena, encantadora, me río con sus bromas, con sus descuartizamientos masivos cuando se enfada, la escucho cuando me cuenta las cosas que le pasan en su trabajo como enfermera, cuando me confiesa sus ganas de sacarse de una vez por todas Medicina (aunque tarde, se sacará su tercera carrera, estoy convencidísimo). Si me parece una mujer inteligente (que lo es), culta (que también lo es), divertida (de eso no hay duda), amiga de sus amigos (que le pregunten a Natalia, Vero, Rocío o Ascen…
Bueno, a Ascen no, que sigue ensayando para cuando se quede más muda que una momia en su futuro convento)...
¿Qué le falta a Laura para que yo no diga creo que la quiero, sino la quiero directamente?
Decía al principio que no sé si me precipité al dejarlo todo por ella. Ahora recapitulo y pienso: No, Pablo, elegiste la opción correcta. Espero que ella también se dé cuenta.