26
LAS mujeres que habían significado algo para él, aquellas a las que había arropado entre sus brazos y las que solamente le habían servido de alivio, de alguna manera las consideraba de tan diversas maneras.
Obligación.
Obsesión.
Culpabilidad.
Lujuria.
Pero ninguna...
Ninguna.
Ninguna de ellas había sido realmente necesaria para él. Ni siquiera Fátima, la mujer por la que él había perpetrado una atrocidad.
Ni siquiera ella.
Y ahora frente a esta mujer, se encaraba a la irrefutable realidad de saber lo que la necesidad podía provocar en la vida de un hombre.
Con uno solo de sus besos... Uno solo... Ella lo había devuelto a un mundo que él había creído perdido.
—Encontré la solución a tu problema. —Le dijo con voz aterciopelada mientras una vocecita insistente dentro de su cerebro le gritaba: "Cásate conmigo". "Cásate conmigo". "CÁSATE CONMIGO". Él retuvo las palabras entre sus dientes y cuando volvió a abrir la boca, se le habían desintegrado— Pero para que funcione debes quedarte conmigo.
Un profundo río de agua helada habría sido menos violento que esas palabras. Ella no necesitaba un guardaespaldas.
Especialmente no uno como él.
No a él.
—Santiago, si yo me quedara contigo sería por una razón totalmente diferente. Aprecio tu nobleza y tu deseo de ayudarme, pero no es lo que yo necesito...
Ella se lo había dicho y con esa sola palabra se encendió la mecha en el pecho de él.
—Pero yo sí. —La interrumpió— Yo te necesito a ti. —Ella lo miró a los ojos e intentó liberar la mano que él mantenía encerrada en el puño y sobre su pecho. Él no se lo permitió.
—Tú quieres a alguien que ocupe el sitio que quedó vacío en esta alcoba. Cualquier mujer puede hacerte compañía, dormir en este cuarto y pretender que no te ama. Yo no puedo. —Casi se le desintegra el corazón al pronunciar esas palabras. Ella estaba consciente de la emoción que se encendía en alguna parte de su pecho, cuando él estaba cerca, y si él la tocaba, aquella espiral de sensaciones se desenredaba inundando cada centímetro de su cuerpo hasta convertirla en una masa efervescente que era maleable en las manos de él.
Santiago se atragantó al escuchar la confesión de Victoria. Ella no estaba dispuesta a ser sólo una visita en su casa. Él soltó la mano de ella y Victoria intentó alejarse de él, pero Santiago la sujetó del brazo y la atrajo hacia él y le aprisionó la cintura con sus brazos. Con el forcejeo, el moño del camisón se aflojó un poco más, deslizándose sobre la piel de ella, dejando a la vista un muy amplio sendero del hombro, la clavícula y la espalda de Victoria. Santiago la miró directo a los ojos. Inclinó la cabeza hasta que sus labios rosaron los de ella.
—¿Qué es lo que no puedes hacer, Victoria?. ¿Dormir en esta alcoba?. ¿Hacerme compañía?. ¿Pretender que no me amas?. —Cada letra que él pronunció reverberó en los labios de ella haciéndola estremecer.
—Santiago, yo no puedo ocupar el lugar de la mujer que te descuartizó el corazón. Tú mismo me dijiste que esta casa era un mausoleo para su recuerdo. —Esas frases que sonaron tan simples, le habían desgarrado la garganta cuando las pronuncio. Victoria había experimentado un dolor horrendo al arrojárselas a Santiago a la cara.
—No respondiste lo que te pregunté. —Su aliento era tibio y él estaba utilizando todo su armamento para controlarse.
La nobleza, se le había evaporado.
La caballerosidad, se derramó completa.
El buen juicio, lo había dejado en su alcoba en el ala contraria de la casa.
Solo le quedaba...
El amor.
Entero, latente y echando chispas.
No lo reconoció.
Había vivido una serie de espejismos que él consideró enamoramientos, pero desde esa tarde aceptó que lo que ocurría entre Victoria y él, era algo tan complicado y profundo que al desenredárselo en el pecho, había descubierto que por alguna clase de magia arcana, su corazón experimentaba una euforia que no era dolorosa y que tampoco le producía esa inagotable culpabilidad que lo había consumido siempre. Esto que sentía era dulce, espeso, casi podía oler su aroma y paladear su sabor.
—No deseo ni puedo ocupar el lugar de una mujer por la que aún vives consumiéndote en una hoguera. No Santiago. No deseo dormir en esta alcoba. No quiero ser sólo tu compañía. Y no puedo pretender que no te amo. Tampoco... —Hizo una pausa— Tampoco necesito un guardaespaldas. —Ella no pudo inyectar estabilidad al tono de su voz. En ese momento, habían llegado a un punto en que tendrían que elegir caminos diferentes o un sendero en común aunque este fuera escarpado y plagado de trampas.
¡Cásate conmigo!.
La vocecita en el cerebro de Santiago insistía.
Él, permaneció en silencio, contemplando el pálido nimbo plateado en los ojos dilatados de Victoria. De nuevo acarició los labios de ella con los suyos, pero no la besó.
Victoria respondió con un espasmo nada intencional. La cercanía con el cuerpo encendido de aquel hombre la estaba arrastrando a un río de lava hirviendo.
Santiago la liberó. Sin mediar palabra, se encaminó a la puerta del balcón y la cerró. Si hubiera alguna lámpara o una simple vela encendida en la habitación, él habría visto con toda claridad la sorpresa esculpida en el rostro de ella. Victoria había esperado cualquier reacción, desde un grito, un golpe, una discusión, o un beso firme y exuberante como la tierra de aquella región. Pero, recibió sólo un puñado de silencio y una puerta cerrada.
En casa, Victoria siempre había sido rechazada, porque prefería leer a bordar o coser. Siempre le habían cerrado las puertas porque se rehusaba a comportarse de manera tonta o parlanchina como el resto del las chicas de su edad. Sus padres siempre habían ignorado sus deseos, hasta que aprendió o no exigirlos. Pero nunca, se había sentido lastimada por un rechazo.
Nunca...
Hasta que él la liberó de su abrazo y se alejó de ella.
Se sintió tonta. Ridícula. Ese hombre angelical, no tenía motivos para sentir por ella nada que no fuera una obligación moral, que ni siquiera fue aceptada por él, sino que le había sido impuesta por ella misma.
Si. La había besado.
Como seguramente había besado a otras tantas mujeres que había transitado por su vida. Ella, lo había interceptado en el camino y ahora recorría el mismo sendero a su lado, pero no hacía la misma meta. Él se lo dejó brutalmente claro.
El dolor se le agolpó en el pecho y se abrió camino hasta su garganta en donde se le atoró cerrándole el paso al aire y transformándosele en un nudo que rodó hasta sus lagrimales. Sin duda lloraría, si él se hubiera marchado. Pero no se fue, él permaneció ahí contemplándola, y ella no le concedería un sólo segundo de satisfacción, otorgándole sus lágrimas.
—No me estoy consumiendo. —Dijo él y sus palabras sonaron lúgubres— No deseo que mi casa sea un mausoleo. Y no quiero que tú duermas en esta alcoba. Tampoco ambiciono que pretendas nada que no sientas. Quiero que tú te quedes conmigo. A mi lado. En mi cama. Y que me llames esposo, porque yo necesito que tú seas mi esposa. No tienes que competir con un fantasma que se ha marchado con las olas. Ansío llenar esta casa con nuevos recuerdos pero no de una mujer cualquiera... —Él hizo una pausa. La más larga y mortífera que ella hubiera tenido que soportar.
¿Cómo habían alcanzado ese punto tan ácido?. Al medio día las cosas se habían recompuesto de una manera sorprendente. Y Victoria pensó que...
Pensó que...
¿Qué él sentía algo... Cualquier cosa por ella?.
Él no se lo estaba demostrando.
—Comprendo. —No es cierto. Ella no comprendía nada. Y tampoco deseaba intentar aclararle nada a su atolondrado cerebro. Y no hablar del órgano palpitante que para entonces era presa de un sismo devastador.
—Victoria, sé que estás en un predicamento, que el problema es grave y que sin duda corres peligro, pero esas razones no son mías.
¿De qué habla?. Pensó ella, sintiendo que cada segundo que se evaporaba, la distancia entre ellos cobraba dimensiones oceánicas. Para cuando él terminara de hablar, seguramente ella habría atracado en algún sitio, ya no importaba cuál, de la costa Europea.
Sin siquiera notarlo, ella exhaló.
—No pretendo que mis problemas te agobien. Nunca ha sido esa mi intención y lo sabes. —Su voz era tan amarga que habría agriado un gran barril de miel con una sola de esas palabras.
—Victoria, escucha lo que te estoy diciendo. En este momento es vital que tú y yo hablemos y aclaremos un par de situaciones. —Ella asintió— No es el peligro que te persigue lo que me ha impulsado a venir a tu alcoba. Sino tu promesa de esperarme. Pasé toda la tarde maldiciéndome por no haberme quedado contigo. Y no deseo que eso vuelva a suceder. Quiero irme a las plantaciones, a mi despacho o a atender cualquier diligencia, sabiendo que tú estarás esperando mi regreso. Quiero compartir mi casa y mi vida contigo. —Otra vez la vocecita... "no se lo digas"... "NO SE LO DIGAS"... Una vez más, él la ignoró— ...Estaba convencido de que había perdido toda capacidad para sentir cualquier otra emoción que no fuera amargura. Tenía un pozo abismal en el pecho, y ciertamente pensé que no habría nadie que fuera capaz de inyectar luz en la caverna obscura a la que yo llamaba vida. Me encapriché con el recuerdo de una mujer que nunca fue mía. Y terminé con un puño de ruinas en lugar de un destino, sino prometedor, por lo menos digno... —"Has lo que quieras"... Gritó la vocecita en su cerebro y Santiago, así lo hizo— Había decidido huir y buscar un refugio en donde pudiera sepultar un corazón hecho trizas. Tú me lo arrebataste y lo hilvanaste trozo a trozo con un beso. Yo no necesito a cualquier mujer, como tú lo has sugerido. Yo necesito una sola. Una en particular. En este momento sólo puedo garantizarte que estoy aquí por ti. Que crucé el umbral de esa maldita puerta, por ti. Y que si tú me lo pidieras derrumbaría esta casa y construiría una nueva que no albergue ninguna posibilidad de duda, ni recuerdos, ni fantasmas.
Victoria pudo haber perdido la quijada y recogerla en el piso, después de escuchar el discurso que Santiago le había dedicado, pero estaba paralizada, y agradeció que él hubiera cerrado la puerta del balcón, de otra manera estaba segura que si el viento la hubiera golpeado, ella habría terminado convertida en una montaña de diminutas astillas de perplejidad. Creía que él la estaba rechazando y el alivio que sintió al descubrir todo lo contrario casi la desintegra.
—Santiago... —Dijo ella en un susurro que escapó, nadie supo cómo, del interior de su garganta. Pero él no le permitió continuar.
—Victoria déjame terminar. No sé cómo, te has introducido en mis venas. —Avanzó lentamente hasta que sólo los separaba un brazo de distancia, sujetó la mano de ella y la colocó sobre su corazón. Victoria percibía en la palma, los latidos acelerados del corazón de Santiago— Mi pecho ya no está vacío. Hilvanaste los trozos y colocaste un corazón remendado que volvió a latir. Sólo una mujer como tú, podría haberlo reparado y hacerlo funcionar. —Santiago dobló la rodilla derecha y la apoyó en el piso— Pídeme lo que quieras. Eres la victoria que se alzó en un campo de batalla devastado. Pídeme lo que quieras. —Insistió.
Ella estaba conmocionada. Jamás esperó una declaración de esa magnitud, especialmente viniendo de este hombre. Y ahora, él estaba arrodillado frente a ella y esperando.
Y ella...
Ella no abandonaría al único hombre que la hacía sentir viva. Si ella le había reinstalado el corazón, él se había transformado en su destino.
—Quiero tu vida. —Le dijo con un hilo de voz— Porque si no la tengo, entonces no valdrá la pena luchar por conservar la mía.
Santiago se puso de pie y sujetó la mano de ella entre las suyas.
—Si te entrego mi vida, es porque aceptas que compartirás la tuya conmigo. —Guardó silencio un minuto— Jamás pensé que la necesidad de pertenecerle a una mujer sería tan apremiante. Por favor, cásate conmigo, Victoria. Necesito saber que tú me esperas. Que me consideras tuyo. Deseo que me ames sin reservas...
Ella tocó con la punta de sus dedos la mejilla del hombre. Su piel estaba hirviendo. Él cerró los ojos e inclinó la cabeza acurrucándose en la mano ahuecada.
—Yo también deseo lo mismo.
—Lo tienes mujer. Y me voy a tomar toda la vida para demostrártelo.
—Entonces, ocuparé el resto de la mía para comprobarlo.
Victoria jamás pensó que esas palabras, pronunciadas por Santiago, podrían sonar tan devastadoramente dulces y que le suministrarían una desorbitada necesidad de aceptar la proposición
Victoria avanzó los pasos que los separaban, se puso de puntas y besó los labios de Santiago.
Él no pudo resistirlo.
Se había propuesto no dar rienda suelta a ninguna hebra de control comprometedora, pero, con esta mujer controlarse era imposible.
Él la envolvió con sus brazos lentamente, como si cada segundo fuera determinante para afianzar el pacto que acababan de cerrar. Ella fue toda capitulación y conquista desde el primer roce de los labios del hombre en los suyos. El aroma de la tierra, las hierbas, el follaje de los árboles, con un ligerísimo atisbo dulzón de caña quemada, se enraizaron en esos labios acoplándolos con tal perfección y cadencia como si hubieran sido concebidos y creados por la madre naturaleza y luego separados por un ejército de humanos insensibles.
Él, sin duda era un hombre experimentado, con cada leve caricia de sus labios, le mostraba a ella una nueva imagen del destino, y de todo lo que se engendraría con cada delicado, profundo y armonioso beso. Los minutos florecieron dando capullos que se abrían en los labios de él y de ella. Él le mostró como profundizar un beso, y ella lo aprendió al instante y en el siguiente minuto estaban enzarzados en una suave danza en donde sus bocas eran como un candente salón de baile. Ella pasó sus brazos alrededor del cuello de él y enredó sus dedos en el follaje suave de los cabellos masculinos. El cuerpo de ella se ensambló con exquisita precisión al de él.
Cada curva.
Cada recta.
Cada turgencia.
Cada valle.
Cada desnivel... Tenía la respuesta exacta de uno en el otro.
Ella no era muy alta, pero se acoplaba perfecta a los brazos viriles, el torso de él y armonizaban a pesar de la diferencia de estatura. Ella, era la como el claroscuro que completaba su efigie.
Santiago agradeció a los Dioses, a todos los que pudo recordar de todas las procedencias pasadas: romanos y griegos; vikingos y orientales; porque cuando creyó que él era el bufón personal del destino, ella había sido enviada para demostrarle que sólo tenía que poner un poco de atención y encontraría una posibilidad al alcance de la mano. Y en este caso, había sido al alcance de los labios.