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¡POR DIOS que la necesitaba!.

Aunque fuera sólo un minúsculo gramo de ayuda.

Después de un par de meses infernales, encerrada en mi alcoba, sin poder hablar, soportando los continuos regaños y ataque verbales de papá, y sin mencionar la continua amenaza implícita en cada sermón, de una inminente boda, la ayuda de mamá era indispensable en este momento.

Papá estaba hecho un basilisco, muy temprano por la mañana me había amenazado con arrastrarme él mismo hasta el altar y responder en mi nombre cuando el sacerdote lo requiriera, si yo continuaba con la necedad de no hablar.

¡No podía!.

Y aunque él se negaba a las claras a no reconocer el peligro al que estaba a punto de arrojarme, él se refugiaba en la cantaleta de su honor y la protección del buen nombre de la familia. Siempre concluían nuestros enfrentamientos con un portazo que casi amenazaba con desprender la puerta de las bisagras.

Mamá apareció un par de horas después. Por lo menos había conseguido un poco de tiempo.

—Prepara las maletas, después de la comida partirás rumbo Puebla al convento de Santa Catalina de Siena. Desde que regresamos a casa me aseguré de escribir una carta a la madre superiora del convento. La convencí de que era prudente que regresaras mientras se hacían los preparativos para tu boda que se había acordado en seis meses. Tú ya conoces el convento como la palma de tu mano. Sabes cómo funciona el proceso educativo que han implantado las monjas, y seguramente te encontrarás con alguna de la otras jovencitas que convivieron contigo en años pasados. Procura no mencionar nada de lo que ha ocurrido, y asegúrate de no permanecer ahí más de un par de semanas. Toma. —Mamá me entregó un pequeño saco de yute, no más grande que un ridículo— Son mis joyas, llévate todas las tuyas también y con eso tendrás suficiente para establecerte de manera decorosa. Procura que sea muy, muy lejos de Guanajuato. Me sentiría más tranquila si pones un océano de por medio. No me escribas. Trata de contactarte con Daniel en España. Si necesitas apoyo, él es el único que estará en posibilidades de brindártelo. Hija, no te detengas. Prefiero saberte lejos y perdida, que muerta.

—Mamá, ¿qué harán ustedes cuando ese hombre venga exigiendo que se efectúe la boda?.

—Para entonces, ya estarás fuera de su alcance. Y tu padre tendrá que regresarle el dinero que le dio. —Ella me abrazó y depositó un beso en mi cabello.

—¿Y si reta a papá a duelo?.

—No puede. Porque tú padre no habrá cometido ninguna falta que amerite un duelo. Sólo habrá un escándalo. Es un precio ínfimo por la vida de mi hija. Y lo pagaré con todo mi orgullo.

—Mamá...

Me separé de ella y la miré. Había genuina preocupación en sus ojos grises. Nunca creí que ella experimentaría sentimiento similar... Bueno, ni siquiera uno lejanísimamente parecido, por mí. Estaba segura de que yo no tenía importancia para ella. Y su repentina demostración de afecto me conmovió.

—Hija, tenemos el tiempo justo para ponerte a salvo. Ya hablaremos cuando estemos en camino al Convento de Santa Catalina.

Asentí. Mamá se marchó y yo me apresuré a empacar mi ropa. No había necesidad de llevar vestidos de gala, opté por algunos de los más sencillos y prácticos para la escapada que se esbozaba en mi futuro.

Al medio día, mi padre me mandó llamar. Me dirigí a su despacho de inmediato y ahí, acompañado de mamá, él de la manera más ceremoniosa y fría, me informó que después de la comida, sería enviada de nuevo al Convento en Puebla, y ahí permanecería hasta que pasaran seis meses, entonces me habría recuperado por completo, y habría tenido tiempo suficiente para analizar mi absurdo comportamiento y entonces, estaría lista para la boda. Se me advirtió que no regresaría a casa, la boda se celebraría en la capilla del convento, para que no tuviera oportunidad de albergar ninguna otra idea ridícula de camino a casa.

No respondí.

Bajé la cabeza aceptando las ordenes de mi padre.

Esa tarde, instaladas a bordo del carruaje y con dos jinetes bien armados como escolta, mamá y yo iniciamos el viaje rumbo al Convento de Santa Catalina.

No hablamos mucho. Mamá no tenía mucha disposición de decir nada fuera de sitio, por momentos tuve la impresión de que no me hablaba porque estaba intentando contener las lágrimas. No quise enfrentar la posibilidad de sus lágrimas, no sabría cómo reaccionar para consolarla. Ese comportamiento no formaba parte de la personalidad que mi madre había ofrecido durante toda mi vida. Opté por no entablar ninguna conversación con ella, por absurda o inocente que fuera. Era mejor para ambas no entrar en un terreno de donde no sabríamos como salir sin heridas.

Después de un par de horas de viaje. Ella se arrodilló en el piso del coche y levantó el asiento acolchado, sacó del compartimento una capa con caperuza, un vestido de seda color blanco plateado y un costurero. Regresó el asiento a su sitio y se instaló de nuevo frente a mí.

—Victoria, no puedes viajar cargando las joyas en una bolsa, a la vista o en la maleta. Mientras menos equipaje lleves contigo podrás moverte con mayor ligereza, cuando te marches. Toma. Desmonta el forro del corpiño y cose tus joyas en el interior, luego vuelve a colocar el forro en su sitio. Haz las puntadas con cuidado. Así tampoco llamarán la atención. Yo voy a coser las mías en la capa. En una emergencia asegúrate que ponerte el vestido y la capa. No necesitarás más equipaje.

Esa mujer había pensado en todo. Me convencí de su sincera preocupación.

Pasamos horas enteras cosiendo joyas en el interior de la capa y el corpiño del vestido.

Después de varios días de viaje y unas cuantas noches de descanso obligado en posadas, ingresamos a la ciudad de Puebla de los Ángeles.

Convento de Santa Catalina.

Puebla de los Ángeles.

1681

El viaje de varios días, no tuvo mayores sobresaltos hasta que llegamos al Convento de Santa Catalina. El claustro estaba construido predominantemente, en estilo barroco aunque la fachada era neoclásica, poseía dos plantas con un enorme patio central y un huerto trasero de proporciones descomunales para una propiedad clerical.

En la oficina de la madre priora, fue mamá quien se encargó de llevar la conversación por la vereda más conveniente. Yo mantuve el silencio instalado en mis labios. Era preferible dejar a mamá que interpretara la escena lo más creíble que fuera posible. De eso, dependía enteramente mi posibilidad de escapar.

—Reverenda Madre, como le dije en mi carta, creemos que sería conveniente que Victoria permanezca en el convento hasta el día de la boda. Yo particularmente considero que estos meses serán buenos para ella, porque tendrá la oportunidad de meditar sobre su próximo futuro como esposa y madre y estoy convencida de que ustedes la van a preparar para que pueda desempeñar esos roles de manera apropiada.

—Desde luego. —Respondió sin emoción la monja— Victoria, me alegra que hayas vuelto con nosotras. Podrás instalarte de inmediato, tu celda está lista. Hoy no será necesario que asistas a ninguna de las clases por la tarde, y tampoco a las oraciones nocturnas. Entiendo que el viaje fue agotador, es mejor que descanses y mañana te integres a las actividades.

—Cómo usted mande Reverenda Madre. —Respondí manteniendo una tonalidad sumisa.

La monja se levantó, rodeó el austero escritorio de caoba. Mamá y yo nos pusimos de pie también.

—Vamos Victoria. Te conduciré a tu celda. El equipaje ya ha sido llevado ahí.

—Gracias Reverenda Madre.

En silencio salimos de la oficina de la priora y avanzamos por los pasillos encalados del convento. Mamá me llevaba del brazo. Sentía la presión de sus dedos en mi carne. Por un segundo pensé que ella no deseaba soltarme, que hacía un último esfuerzo por retenerme a su lado. Yo, coloqué mi mano sobre las de ella, y vi que en el fondo de sus ojos claros anidaba una profunda angustia que me provocó un nudo en la garganta.

Cuando llegamos al cuarto que había sido seleccionado para mí, me reconfortó la idea de que estuviera muy cerca del patio central. Seguramente mamá se había encargado de hacer esos arreglos. Me sentí aliviada, por lo menos no tendría que cruzar todo el convento cuando llegara el momento de huir.

—Las dejo un momento a solas. La espero en el patio Doña Ana.

—Gracias. Me reuniré con usted en unos minutos.

Mamá guardó silencio durante un instante, se acercó a la puerta y escuchó con especial atención el sonido de los pasos de la priora que se alejaban. Y hasta que ella estuvo segura de que no había nadie cerca, entonces me habló en susurros.

—Hija, que nada te detenga. Vas a necesitar un caballo. —Sacó de la bolsa de su falda, un pequeño saco de cuero lleno de monedas de oro y lo puso entre mis manos— Que nada te detenga. —Me abrazó, estrechándome con fuerza. Su corazón se había desbocado y percibí como su respiración se descomponía. Ella estaba a punto de llorar, o por lo menos esa impresión me dio— ¡Que Dios te bendiga, hija!. Regreso a casa de inmediato, no quiero que se geste una desagradable sorpresa mientras estoy fuera. Adiós Victoria. —Depositó en beso en mi frente y salió de la alcoba cerrando la puerta detrás de ella.

Los próximos días iban a ser ciertamente devastadores. La espera y la preparación de una escapada no eran buenos aliados para una mujer que de un momento a otro, se había quedado sola. Mi madre se despidió de mí y una hora más tarde se había marchado del convento. Durante toda la tarde no recibí visitas.

Me recosté en la cama de tablones y colchón de paja, me cubrí con las frazadas de lana y dormí hasta que los continuos golpes en la puerta y una voz chillona pronunciando mi nombre, me arrancaron de la inconsciencia. Me levanté de un salto y aún adormilada y dando tumbos, me apresuré a abrir la puerta. Me encontré con una monja vestida con un hábito color crema de tela burda y una cofia negra. La religiosa sostenía en su mano una vela de cera de abeja que iluminaba un trozo del oscurísimo pasillo.

—En veinte minutos es la oración de la mañana en la capilla. La madre priora me envió para recordártelo. En el arcón está tu ropa. Procura no llegar tarde.

La religiosa inclinó la cabeza a manera de saludo y se alejó silenciosa por el corredor. Cerré la puerta y me encontré con una habitación fría y oscura. Y si las cosas no habían cambiado por aquí, seguramente encontraría una vela y una yesca sobre la mesa del fondo. Por lo menos el día había iniciado de buena manera.