II
Charles me esperaba todas las tardes a la puerta del estudio donde trabajaba. Lo veía desde la ventana, apostado con la espalda contra las rejas, mirando los árboles de la plaza. La tarde anterior a la boda estaba allí como siempre y, en cuanto salí, se sacó unos telegramas del bolsillo y me los dio. Pensé que alguien se habría enterado de nuestra boda y nos felicitaba, pero, cuando los leí, me di un susto tan grande como grande era la cara de susto de Charles. Uno era de mi hermano y decía: «No hagas nada hasta recibir noticias mías». Éste no me preocupó mucho. En realidad, pasó más de un mes hasta que volví a saber de él, pero los otros dos telegramas eran para Charles, uno de su padre y el otro de su madre. Y parecían los dos muy enfadados.
Charles tenía una tía que vivía bastante cerca de allí, así que decidimos que lo mejor que podíamos hacer era ir a su casa y pedirle consejo. Era la misma tía Emma que mencioné en el capítulo anterior, y de todos los parientes de Charles era la única que me apreciaba un poco. Los dos la admirábamos profundamente. Era una mujer muy alta, pelirroja, y solía llevar una capa y un sombrero de tres picos. Escribía y era una intelectual de marca mayor; le interesaban mucho los derechos de la mujer, pero le desagradaban los niños, los recién nacidos en particular, aunque puede que fuera porque ella no los había tenido ni podía tenerlos ya, puesto que Simeon, su marido, la había dejado. La gente siempre cuchicheaba sobre su trágico matrimonio en cuanto salía de la habitación; no estaba permitido pronunciar el nombre de Simeon en su presencia. A mí me parecía maravilloso que ella me hubiera dado su aprobación e intentaba no hablar mucho no fuera a ser que descubriera lo tonta e ignorante que era. Hasta le gustaban mis tritones y a veces, cuando íbamos a cenar a su casa, me llevaba al Gran Verrugoso en el bolsillo, pues no le importaba que lo paseara, y mientras cenaba lo echaba en la jarra del agua para que nadara un rato. En esta visita no llevaba ningún tritón en el bolsillo, y me daba la sensación de que no me iban a mirar bien, pero, cuando llegamos y Charles le contó todo lo de nuestros planes de casarnos en secreto y cómo nos los iban a echar por tierra, se mostró muy amable y comprensiva. Estuvimos charlando un rato y entonces se le ocurrió la idea de poner una conferencia al padre de Charles. Charles lo llamó, y nos dijo que su padre no sonaba tan terrible por teléfono, sino que había quedado en que cogería un tren a primera hora para venir a Londres y que iríamos a recogerlo a la estación, pero que no hiciéramos nada hasta que él llegara; esto no me pareció tan espantoso, pero Charles seguía preocupado. Me daba la sensación de que el padre de Charles terminaría aceptando la boda, en parte porque la madre de Charles no me podía ver. No vivían juntos, los padres de Charles, y sencillamente se odiaban; parecía que en esa familia había muchos matrimonios desgraciados, a ver si iba a ser algo contagioso.
Después de haber comentado hasta los últimos detalles de la conversación telefónica, Emma dijo que iría también a la estación al día siguiente y que intercedería por nosotros ante el padre de Charles. Ya no puedo seguir llamándolo todo el rato «el padre de Charles», mejor será que lo llame por su nombre: Paul, se llamaba. Se parecía mucho a Guy Fawkes[1] y era muy guapo; las mujeres siempre se enamoraban de él, lo que enojaba todavía más a la madre de Charles. Ésta se llamaba Eva y parecía un escarabajo duro y brillante, bonito y horrendo al mismo tiempo, un tipo de escarabajo molesto y caprichoso.
Cuando salimos de la casa de Emma estábamos muy cansados, y en el autobús de vuelta a casa apenas dijimos una palabra. Charles vino conmigo hasta la casa donde yo vivía, pero le pedí que se fuera, porque tenía que hacer las maletas y recogerlo todo. Todavía no se había ido cuando mi casera subió corriendo las escaleras exteriores del sótano; parecía muy agitada y nos dijo que había venido la madre de Charles con toda una multitud de tíos y tías, pero que ahora se habían ido a la casa donde vivía Charles. Era espantoso, pensé que ojalá no sucediera nada hasta la mañana, pero Eva era de esas mujeres que nunca esperan hasta la mañana. Mi casera era una buena mujer. Trabajaba haciendo cosas para mejorar los pies de la gente, y tenía una habitación con las paredes llenas de pies de escayola. Estaba consternada por la invasión de los parientes de Charles. En realidad, había sido ella la que nos había delatado sin querer. Esa mañana la madre de Charles había ido a hacerle una visita, pero, como no estaba, su casera la había enviado a mi casa, que estaba bastante cerca. Cuando salió a abrirle la puerta, y Eva le explicó quién era, mi casera la hizo entrar y le preguntó si había venido a la boda, tras lo cual Eva se pasó todo el día telefoneando y enviando telegramas a todo aquel que se le pasó por la cabeza, en realidad, diría yo, disfrutando de lo lindo; adoraba la confusión.
Mientras estábamos hablando de todo esto en el recibidor, aporrearon la puerta, y cuando abrimos entraron, tropezándose unos con otros, todos los parientes de Charles por el lado de su madre. Yo intenté echar a correr escaleras arriba, pero cayeron sobre mí como un enjambre de avispones furiosos. Una mujer que llevaba un sombrero negro tieso me agarró por el brazo y me metió a empellones en la habitación llena de pies de escayola. Me dijo que yo era un animalillo incontrolable y que para cuándo esperaba el bebé. Eva dijo que yo no era capaz de querer, que sólo me guiaba por la lujuria y que todo era una trampa para cazar a Charles. Les dije que no estaba embarazada, pero tardé un buen rato en convencerlas, y entonces casi parecieron decepcionadas. De tanto que dijeron para demostrar que yo era una infame y una desvergonzada por querer casarme con Charles, terminé por creer que era verdad lo que decían y entonces me empezaron a castañetear los dientes. Charles estaba muy pálido y parecía asustado; sencillamente no era de mucha ayuda. Su madre siguió hablando tanto que casi se quedó sin voz, y entonces parecía que croaba más que hablaba.
Hacia la una de la madrugada, mi casera subió y les dijo que tenían que irse porque los inquilinos se estaban quejando del ruido que hacían. Eva intentó que le prometiera que no volvería a ver a Charles en un año, pero lo único que le dije fue que haría lo que Paul nos dijera que hiciéramos cuando llegara por la mañana. Esto la enfadó aún más. Dijo que, si Paul permitía que nos casáramos, ella iría a la iglesia y pararía la ceremonia. Entonces se fueron todos, llevándose a Charles con ellos. No esperaba volver a verlo. Y no podía por menos que pensar en qué pasaría con nuestros bonitos muebles.