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LARGO CABALLERO CONTRAATACA
Aunque los comunistas denunciaron después el manifiesto de Largo Caballero como un ataque burdo y mezquino contra ellos,[1] lo recibieron con discreción cuando fue publicado[2] y, en efecto, por temor a provocar una crisis para la que no estaban todavía preparados, se unieron con otras organizaciones en una reunión convocada por el Primer Ministro para confirmarle su apoyo.[3] Sin embargo, continuaron en sus esfuerzos para destituir de los altos puestos militares a todos los oficiales que constituían un obstáculo para sus planes de hegemonía. En esto fueron ayudados por una ofensiva lanzada el 8 de marzo por los aliados italianos del general Franco en el sector de Guadalajara del frente de Madrid.
En el quinto día del avance enemigo, cuando parecía que nada podría detener su marcha triunfal, los ministros comunistas, apoyados por la mayoría del Gabinete, forzaron a Largo Caballero a pedir la dimisión del jefe del Estado Mayor Central, general Martínez Cabrera, y pidieron que el Consejo Superior de Guerra, que a propuesta de Largo Caballero había aprobado el nombramiento del general en diciembre, se reuniera inmediatamente para decidir quién había de ser su sucesor.[4] Aunque Mundo Obrero, pensado en Martínez Cabrera y otros oficiales, había urgido días antes que el Consejo debía reunirse regularmente para discutir todas las cuestiones relativas a la guerra, tales como el «nombramiento y control de los mandos» y «la depuración en el Ejército de todos los elementos hostiles o incapaces»,[5] no había sido tomada ninguna medida por el ministro de la Guerra. Pero ahora la demanda de los ministros comunistas no podía ser denegada. Bajo la presidencia de Largo Caballero se reunió el Consejo y votó que Martínez Cabrera sería sustituido por el jefe del Estado Mayor de Miaja, teniente coronel Vicente Rojo, cuya parcialidad comunista no era generalmente conocida en aquel tiempo.[6] A pesar de que a las pocas horas de esta reunión una dramática contraofensiva, que transformó el avance italiano en una huida confusa, hizo conveniente cancelar el nuevo nombramiento de Rojo, de modo que pudiera permanecer en su puesto del frente del centro,[7] no se permitió a Martínez Cabrera continuar en su cargo.[8] Esta victoria sobre Largo Caballero fue seguida rápidamente por otra; ya que tan pronto como Cabrera había sido destituido, los ministros comunistas y sus aliados en el Gabinete consiguieron la designación de Vicente Uribe, ministro comunista de Agricultura, y de Álvarez del Vayo, ministro de Asuntos Exteriores prosoviéticos, como representantes del Gobierno en el Estado Mayor Central.[9]
Mientras el Partido Comunista obtenía triunfos en el Gabinete y en el Consejo Superior de Guerra, los representantes soviéticos en España se esforzaban en minar aún más la influencia de Largo Caballero, ganando la adhesión incondicional de Carlos de Baraibar, que había sucedido a Asensio en la Subsecretaría de Guerra. Baraibar, socialista del ala izquierda, perteneciente al círculo de los íntimos de Largo Caballero, había sido privado, debido a enfermedad grave, de la posibilidad de conocer de primera mano los acontecimientos que habían extinguido recientemente el entusiasmo de Caballero por la unificación de socialistas y comunistas —la información que había recibido procedía, según su propio relato, solamente de fuentes comunistas—[10] y había aceptado el nuevo puesto con la decisión de trabajar por la fusión de los dos partidos.
«Confieso sinceramente —escribe— que hubo momentos en que yo fui, entre todos los socialistas de izquierda, el más influido por los comunistas —salvado el caso, insuperable, de Álvarez del Vayo—, y que entendí que mi reincorporación a la actividad tenía que significarse por un trabajo continuo y positivo hacia la inmediata fusión de los dos partidos, para salvar al nuestro de la catástrofe, en que su ineficacia le sumía y afirmar la superioridad de los métodos comunistas».[11]
A pesar de las acusaciones que oía de labios de colegas socialistas cuando iba a reanudar su trabajo de que «en los propios frentes, hasta en los mismos hospitales de campaña, los socialistas recibían un trato de indignidad, por el mero hecho de serlo, mientras los comunistas contaban con una protección decidida para todo, además de, encima, acaparar la gloria», y de que «un batallón socialista o anarquista aparecía descalzo y cubierto el cuerpo por harapos, junto a otro batallón de la misma brigada, de filiación comunista, equipado como para desfilar en una parada militar»,[12] estuvo dispuesto a considerar que había habido exageración.[13] Pero una vez en la Subsecretaría de Guerra cambió de modo de pensar.
«En aquel observatorio… recibí las impresiones más ingratas de mi vida, a consecuencia de las cuales se me deshicieron las más queridas ilusiones que yo había acariciado durante el sueño de mi enfermedad, descubriendo paulatinamente hasta qué punto había sido ingenuo en exceso y había corrido el riesgo de dejarme seducir por espejuelos tan engañosos como infames.
En el breve tiempo en que yo pasé por aquel cargo, hubo necesidad de cambiar la dirección de Sanidad, la del Transporte, y de preparar también el cambio de la intendencia. Sin afán alguno de agravio para las personas que ocupaban los puestos de mayor responsabilidad, es preciso declarar que todos, absolutamente todos los resortes en que ellas se apoyaban —y las excepciones son tan mínimas que no vale la pena consignarlas— estaban en manos de stalinistas, que con desaprensión épica administraban los servicios de Ejército y usufructuaban sus gajes, atentos sólo al desenvolvimiento del partido Comunista, al afianzamiento de su poder, y también, en casos, al lucro de sus personas. Igual que sucedía en los órganos dependientes de la Subsecretaría del Ministerio, acaecía en los mandos discernidos por el Estado Mayor. Por’ una fabulosa red de intrigas, a pesar del carácter apolítico y de la honradez de bastantes de los elementos de mayor responsabilidad técnica, mientras los socialistas, los anarquistas y aun los republicanos —en la exigua proporción en que éstos pueden contribuir a una guerra popular— ponían la carne de cañón, los comunistas acaparaban todos los mandos, y bajo su protección, se hacía una campaña de proselitismo tan descarada como amenazadora».[14]
Desde el momento en que entró en la Subsecretaría, Baraibar fue agasajado por los rusos en el Hotel Metropol, cuartel general soviético en Valencia, y regularmente recibió sus visitas en el Ministerio de la Guerra, durante las cuales intentaron hacerle traicionar a Largo Caballero.[15] Aunque no alude con detalle a estas ocasiones, sin embargo revela:
«Yo recibía toda suerte de halagos, y se me otorgaba la consideración de ser acaso el único socialista —naturalmente, después de Álvarez del Vayo— capaz de comprender la perentoria necesidad de elevar las cuestiones al mundo de lo ideal y trabajar sin descanso por la fusión del proletariado. En una palabra: se me estaba criando amorosamente para desempeñar el papel traidor junto a largo Caballero».[16]
Pero Baraibar se negó a abandonar a Largo Caballero, y desde el día en que hizo comprender al embajador soviético que no asumiría el papel que los rusos y sus ayudantes españoles esperaban de él, cesó de ser objeto de lisonjas.[17] Su negativa causó una sorpresa brusca, puesto que su reciente apoyo de la idea de la unificación socialista-comunista, especialmente cuando su brillo había comenzado a declinar a los ojos de muchos de sus propios colegas, había animado a los comunistas a creer que él haría progresar sus intereses en el Ministerio de la Guerra; pero, lejos de cumplir estas esperanzas, Baraibar se convirtió en puntal de la política de Caballero y en semanas sucesivas ayudó al ministro de la Guerra a llevar a efecto su más riguroso asalto a las posiciones comunistas en las fuerzas armadas. A fines de marzo este asalto adquirió tal magnitud que produjo una denuncia pública del Politburó:
«… la unión de todos los antifascistas para ganar la guerra se ve entorpecida por toda una serie de hechos, especialmente estos últimos días, tales como el traslado o destitución de los puestos de dirección de jefes militares y comisarios que han dado pruebas repetidas de competencia y capacidad, miembros del Partido Comunista, precisamente por ser comunistas».[18]
La ira de Largo Caballero, sin duda, había sido inflamada, no sólo por el comportamiento de los comunistas en el Ministerio de la Guerra y por las acciones de sus comisarios políticos que ahora llegaban a su conocimiento —acciones que iban desde la retirada de los periódicos no comunistas del frente[19] hasta obligar a los soldados a alistarse en el partido—,[20] sino también por la información que había llegado recientemente a su conocimiento sobre la conducta sectaria del Comisariado General de Guerra, que, como se recordará, fue creado en octubre de 1936 para regularizar el nombramiento de comisarios, y que había pasado al control de los comunistas debido a la defección secreta de Álvarez del Vayo y Felipe Pretel, a quienes el ministro de la Guerra había elegido porque gozaban de su más alta confianza.[21] El 25 de noviembre había dado instrucciones, según las cuales todos los comisarios debían ser nombrados por él a propuesta de Álvarez del Vayo, Comisario General, cuyas recomendaciones debían ser sometidas a su aprobación a través de Felipe Pretel, Secretario general.[22] Aunque en estas instrucciones no se había dado ninguna autoridad al Comisariado para permitir que los candidatos propuestos se hicieran cargo de sus destinos antes de la ratificación formal del ministro de la guerra, los recomendados por Álvarez del Vayo, o por Mije, jefe comunista del Subcomisariado de Organización, a quien el primero delegaba frecuentemente sus poderes, habían sido autorizados a asumir sus obligaciones provisionalmente», procedimiento que había beneficiado enormemente al Partido comunista.[23]
«Uno de los más responsables —escribe Caballero— era Álvarez del Vayo, afiliado al Partido Socialista, … que hasta entonces se había manifestado como amigo mío incondicional. Se titulaba socialista pero se hallaba incondicionalmente al servicio del Partido Comunista y auxiliaba todas sus maniobras… Hice comparecer a Álvarez del Vayo; le recriminé por su conducta y por los nombramientos hechos sin mi conocimiento y firma, en número de más de doscientos en favor de comunistas. Al escucharme se puso pálido, y con verdadera cara dura me contestó que los nombramientos eran para Comisarios de Compañía y que los había hecho por creer que eran de su competencia. Le demostré con la Ley en la mano que no había excepción alguna».[24]
Al verse decepcionado por la confianza que había depositado en él como Comisario General, y al darse cuenta de lo ganado que éste estaba por el hechizo de la influencia comunista, Largo Caballero decidió informar de esto a Manuel Azaña. Pero aunque el presidente de la República autorizó la destitución de Álvarez del Vayo, el propio Largo Caballero, singularmente, le retuvo en el cargo.[25] Hubo sin duda un elemento de inconsistencia en su conducta, que parece ser procedió en parte de su vacilación ante el temor de desbaratar la obra de Álvarez del Vayo y su relaciones diplomáticas en la Sociedad de Naciones,[26] y de su miedo a la reacción de los rusos, únicos proveedores de armamento, si hubiera destituido al Comisario General. Pero su indecisión debía haber procedido también, en cierta medida, de su conocimiento de la fragilidad de su posición en caso de que la dimisión de su ministro de Asuntos Exteriores provocara una crisis del Gabinete. Pues, si bien es cierto que Largo Caballero y sus seguidores podían confiar en la CNT en caso de una crisis, pese a estar divididos por diferencias de principios y prácticas, no es menos cierto que los comunistas y sus aliados, cualesquiera que fueren las diferencias entre ellos, estaban unidos como un solo hombre en su hostilidad al líder socialista de izquierda. En aprietos como estos, Largo Caballero en lugar de arriesgarse a separar a Álvarez del Vayo del Gobierno e incluso del Comisariado de Guerra, dictó el 17 de abril una sensacional orden por la que reducía los poderes de aquel cuerpo influyente. No sólo subordinó a su autoridad en cuestiones de orientación, sino que todos los nombramientos, destituciones y ascensos serían en lo sucesivo decididos directamente por él, mientras que todo comisario cuyo nombramiento y grado no hubieran sido confirmados el 15 de mayo debería considerarse destituido del cuerpo de comisarios.[27]
«Claro que el comisario político no goza de las simpatías y del reconocimiento unánimes —objetaba Frente Rojo—. Hay quienes laboran contra él. Pero fijémonos bien en ello. ¿Quiénes son los que tratan de disminuir su función, y, si fuera posible, de anularlo? Los elementos de concepciones arcaicas que aún perviven a nuestro lado. Los que contrapesan con resabios de la antigua escuela la obra creadora de nuestro pueblo. Éstos son los enemigos de los comisarios políticos; pero el pueblo y los soldados los aman y aprecian con sus más delicadas predilecciones. Lo que ahora precisa nuestro Ejército es que, lejos de restringir la labor de sus comisarios y de darles una tendencia unilateral, se amplíe su horizonte, se les dé muchos y más amplios medios para realizar su labor y se les proporcione todo el estímulo necesario».[28]
Y al día siguiente preguntaba:
«¿Quién puede sentirse enemigo de este cuerpo de héroes? ¿Quién puede manifestarse incompatible con los forjadores del Ejército popular? Los enemigos declarados del pueblo, los irreconciliables con el Ejército antifascista o los ciegos insensatos arrastrados por una vorágine pasional a las peores torpezas.
¡Nuestros comisarios de guerra son el orgullo de nuestro Ejército! ¡Tenemos que defenderlos como a las niñas de nuestros ojos!»[29]
«Se quiere matar la iniciativa del comisario —afirmaba la Pasionaria, el líder comunista— supeditándole a normas burocráticas que tienden a hacer ineficaz su magnífica labor, a hacer de los comisarios hombres sin iniciativa, temerosos siempre de audacias que pueden hacer arrugar el entrecejo al jefe de turno.
Y eso no es posible; no se puede de ninguna manera, sin infligir graves quebrantos a la organización y disciplina de nuestro Ejército popular, despojar al comisario de su carácter, someterle, castrarle políticamente.
Ello llevaría a destrozar toda la labor constructiva y depuradora realizada para formar el Ejército popular, el verdadero Ejército del pueblo.
Sería dejar nuestros soldados a merced de mandos que podrían en un momento determinado desfigurar el carácter de nuestro Ejército, volviendo a los viejos tiempos de disciplina cuartelera.
¡Comisarios, firmes en vuestros puestos!»[30]
«La última orden del Ministerio de la Guerra, relativa al Comisariado —replicaba Adelante, portavoz de Largo Caballero— para nada merma las funciones que tiene encomendadas; antes bien, al contrario, las vigoriza y las centra dentro de las líneas específicas de su cometido, que no es el de practicar sectarismos políticos, como acaso lo han entendido algunos comentaristas y también algunos comisarios delegados —más de los que conviniera—, sino el de crear el clima moral y de responsabilidad que lleve a nuestro Ejército hacia la victoria, bajo la suprema dirección de quien arrostra la gloriosa y enorme responsabilidad de dirigir los destinos de España en estos momentos históricos».[31]
En su respuesta, Frente Rojo declaraba:
«El ministro de la Guerra puede comunicar al Comisariado cuantas iniciativas quiera; pero quien debe tener la dirección es el Comisariado. Si no es así, ¿para qué se le ha creado? ¿Para hacerle una Secretaría más del Ministerio de la Guerra? En este caso sobra el Comisariado».[32]
«Nadie —sostenía Adelante—, y menos el ministro de la Guerra —creemos—, que ha sido el creador del Comisariado General, intenta menoscabar el prestigio de la institución ni mucho menos los méritos de los principales animadores de ella. Ya hemos dicho qué es lo que se persigue, y se logrará, desde luego: que el Comisariado de Guerra no sirva para hacer la propaganda exclusiva de un partido integrante del conglomerado gubernamental antifascista, que es el Frente Popular. Lo que precisa es que todos procedamos recta y lealmente. Nosotros —en nombre del Partido Socialista— declaramos que ciertos comisarios de guerra afectos al Partido Comunista han abusado de su cargo para hacer proselitismo… Nos consta que, no por convicción íntima, sino rindiéndose a presiones ejercidas sobre ellos, elementos de poca firmeza ideológica y de veleidosa conducta política, que hubieron de ingresar en el Cuerpo de Comisarios a título de socialistas, republicanos ó anarquistas, acabaron accediendo a suscribir la petición de alta en el Partido Comunista que les era presentada por comisarios de superior categoría pertenecientes a dicha organización. Y —¡claro!— como a las presiones, a las coacciones —si éstas no daban resultado— seguían las burlas y las amenazas, multiplicándose en proporción excesiva, acaso se ha determinado —por aquel que dirige la tan decantada política del Frente Popular desde la cabecera del Gobierno— acabar con un estado de cosas que inexorablemente habla de tener un resultado de tipo catastrófico: que entre los combatientes de distintas procedencias sindicales y políticas se establecieran abismos insondables de recelos y de partidismo».[33]
La orden de Largo Caballero tuvo, desde luego, el apoyo incondicional no sólo de los socialistas del ala izquierda, sino también de los anarcosindicalistas que desde hacía tiempo venían preocupándose por las actividades de los comisarios políticos comunistas.[34]
«… el ministro de la guerra, adoptando una actitud de energía y de justicia que debemos elogiar todos, ha frenado en seco las actividades por medio de las cuales el Partido Comunista pretendía conseguir el control político de todo el Ejército popular, mediante un número de comisarios que no corresponde, ni mucho menos, a las fuerzas que dicho partido ha conseguido llevar al frente. Todos elogiamos, como decíamos ayer en CNT, la misión del Comisariado General de Guerra; pero nadie puede consentir que este Cuerpo, destinado a ser una garantía revolucionaria de nuestro Ejército, sirva para llevar a los frentes exacerbados partidismos de retaguardia e intolerables propósitos de hegemonía».[35]
La controversia de prensa que había surgido entre los comunistas y los socialistas del ala izquierda sobre el Comisariado de Guerra adquirió cada día un carácter más rencoroso a medida que la recriminación mutua fue estimulada por la presencia de otras cuestiones espinosas en el campo militar —como la creación de reservas que los comunistas consideraban se estaban organizando a paso demasiado lento;[36] la destitución de supuestos traidores; un decreto de Largo Caballero determinando que la graduación más alta a que los jefes milicianos podían llegar era la de comandante,[37] decreto que fue considerado por los comunistas como un estorbo para sus planes de ganar el control del ejército regular a través de los cuadros adiestrados en su Quinto Regimiento;[38] y la designación por el Consejo Superior de Guerra, a pesar de las objeciones de Largo Caballero, de los ministros comunistas de Instrucción Pública y de Agricultura para desempeñar misiones de índole militar en Madrid y el País Vasco—[39] cuestiones que, aunque importantes en si mismas, eran solamente sintomáticas de la divergencia fundamental entre las dos facciones,
«Venimos consumiendo, desde hace tiempo —escribía Adelante— las reservas de nuestra paciencia, frente a las taimadas insinuaciones y criticas malévolas que, contra los hombres del Partido Socialista Obrero Español, y, muy especialmente, contra la actuación de la más destacada figura de este Partido, vienen realizando, en ocasiones de una manera alevosa y en otras hipócritamente, los órganos y los agitadores del Partido Comunista…
El órgano comunista (Frente Rojo) antes citado propende a un ejercicio monstruoso de la crítica. Por doquiera ve defectos, deficiencias, imprevisiones. Es cuestión de salir al paso de estas frivolidades impresas con la indagación de si no tendrán sus inspiradores la viga en el ojo propio, cuando en el ajeno tantas pajas ven y a este respecto, ¿qué tendremos que decir de la conducta y de la actuación de los representantes del Partido Comunista en el Gobierno? No es ciertamente la actuación del ministro de Agricultura, en todos los órdenes, la más adecuada a las exigencias de la vida nacional. Tampoco la conducta, como ministro responsable, del titular de Instrucción Pública, en el cometido que tiene encomendado en función de gobierno es la que las circunstancias exigen. Ahí están, en toda la zona leal, los problemas, sin una solución adecuada que garantice la tranquilidad en la retaguardia en cuanto a la producción y distribución de los productos agrícolas. Millares y millares de niños se encuentran sin la atención debida por parte del Ministerio de Instrucción Pública.
¿Reservas? Estas son las grandes reservas para ganar la guerra, puesto que las otras aseguradas están. Miles de españoles jóvenes se encuentran en los cuarteles de toda la zona leal, encuadrados dentro de la organización de guerra. Pero las reservas fundamentales son las de un ordenamiento de la producción agrícola y de su distribución. Compete esto al ministro de Agricultura.
¿Reservas? La suprema reserva del pueblo español es la infancia, las generaciones más jóvenes. ¿Qué cuidado se les presta? ¿Qué atenciones se les dispensan?
Conviene recordar a cada uno de los ministros que integran el Gobierno, que tienen una función limitada y circunscrita a los problemas que abarca cada departamento ministerial. Estúpido resulta que, por ejemplo, un ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, o de Agricultura, traten de solucionar problemas de guerra. ¿Qué es esto? Cada ministro debe girar dentro de la órbita de su función específica y no inmiscuirse en negocios ajenos a su departamento, salvo en el seno de los Consejos de ministros. Bastante tarea tienen resolviendo los propios problemas…
Nos duele tener que llamar al sentido de la responsabilidad a los que con tan irresponsable actuación proceden. Mas no estamos dispuestos un momento más a que se trate de perturbar a la retaguardia con criticas negativas y afirmaciones hipócritas encaminadas a un propósito de desprestigio sistemático de quienes en estos momentos están afrontando los rigores de la guerra, con el heroísmo callado y silencioso que son el clima y las circunstancias en que se realizan las grandes obras.
¡Basta de palabrería necia, de grandes consignas que no cumplen, de llamamientos a la cordialidad, a la unidad y a la fraternidad, que se tratan de llevar a cabo con reservas mentales y juego de ventaja! Por este camino no nos entenderemos. Nos entenderemos por el camino de la lealtad, de la decencia política y de la auténtica compenetración antifascista. Por encima de todo, nosotros, socialistas, levantamos nuestra bandera, que es la bandera de la Revolución española, lograda al modo español, con el sacrificio de nuestros mártires y de nuestros héroes, con nuestras consignas españolas, con nuestros dirigentes auténticamente alineados en la conciencia y en el alma popular de España, de la España viva y trabajadora».[40]
«¿Creen los compañeros de Adelante —argüía Frente Rojo— que los ministros son simples secretarios gremiales que sólo deben ocuparse en los “negocios” de su gremio? Los ministros comunistas, como los socialistas y los republicanos y los anarquistas, están en el Gobierno en representación de sus respectivas organizaciones y están y deben estar tan interesados como los que más en los problemas de la guerra y en las situaciones que la lucha plantea. ¿O cree Adelante que la guerra la hace sólo el ministro de la Guerra y el triunfo o la derrota sólo a él afecta? La guerra y la gobernación del país la ejerce el Frente Popular, todos los partidos y organizaciones del Frente Popular, y los hombres que las representan en el Gobierno tienen igual derecho e idéntica obligación de ocuparse en las cuestiones que atañen a todo el país, a la vida y al porvenir de todos los españoles. ¿De dónde ha sacado Adelante ese concepto absolutista de la función gubernamental?
Nuestros ministros han intervenido en el Norte y en Madrid en momentos muy graves. Tanto Uribe en el Norte como Hernández en Madrid, fueron por delegación del Consejo Supremo de Guerra y del Consejo de ministros, en instantes de verdadera angustia, y de lo que han hecho dan fe los resultados. No decimos que ellos solos hayan salvado las dificultades. Pero sí que han contribuido en gran medida y su trabajo, su gestión, cuanto han hecho tienen el pleno y franco apoyo de nuestro partido…
Adelante le pide a Hernández que organice las reservas infantiles. Está bien. Tenemos que preparar a los niños para la vida y la organización que surgirán después del triunfo. Pero antes tenemos que dotar a nuestro Ejército de las reservas necesarias para que obtengan la victoria…
Dígannos los compañeros de Adelante, qué se quiere: ¿una política de Frente Popular o una política de dictadura personal?
Y, finalmente, ¿no resulta extraño que cuando todo el pueblo, anarquistas, socialistas, comunistas y republicanos llevan meses y meses pidiendo depuración de mandos, la depuración se quiera comenzar por los Comisarios políticos? ¿Cuántos comisarios se han pasado al enemigo? Dígasenos ¿Cuántos militares se han pasado y pasan? He ahí una tarea concreta para quien se preocupe por la suerte de nuestro Ejército…
No comprendemos bien la reiteración del adjetivo español en el artículo de Adelante. ¿Qué quiere insinuar? Nadie más español, profunda y fervorosamente español, que el Partido Comunista y sus dirigentes. Somos nosotros, nuestro partido, quien precisamente le ha dado a la guerra actual el carácter de una guerra por la independencia nacional, por la soberanía española».[41]
«El Partido Comunista dice apoyar una política de Frente Popular —declaraba Adelante— pero aprovecha todas las coyunturas que se le presentan para hacer una política propia y una propaganda que, por fuerza, tiene que irritar a los no militantes en el Partido Comunista. Con ello sólo consigue algo por completo distinto de lo que a diario cacarea; es decir, sembrar el recelo y el partidismo entre los trabajadores y dificultar así la unidad orgánica proletaria, por la que tanto vienen luchando el Partido Socialista y, muy especialmente, el camarada Largo Caballero, contra el que se centran en estos instantes las furias de cuatro o cinco lidercillos despechados —la de Frente Rojo sí que es una campaña inspirada por lidercillos— incapaces de concebir que un hombre todo voluntad y todo abnegación labore en silencio durante siete largos meses, mientras pueblan el espacio de la retaguardia montones de absurdas consignas, que no tienen mejor resultado que sembrar confusión…
¿Dónde tienen el cacumen los que menosprecian al líder del obrerismo español? ¿Es que creen sencilla la tarea de desmoronar todo un prestigio a base de bullanguería política? No se dan cuenta que Largo Caballero no es un cacique, como antenoche insinuaba Frente Rojo, ni un aprendiz de dictador ni siquiera un dictador en potencia. Es la encarnación de todo un movimiento revolucionario. Es la historia viva del obrerismo y marxismo españoles. En él se conjugan una conducta y una historia, ejes, desde hace cuarenta años, de nuestras luchas sindicales y revolucionarias».[42]