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LOS ANARCOSINDICALISTAS ENTRAN EN EL GOBIERNO

Las relaciones de Largo Caballero, líder de la socialista UGT con los anarcosindicalistas durante los años anteriores a la guerra civil estuvieron marcadas por una enemistad casi constante. Durante la Dictadura de Primo de Rivera, que proscribió la CNT, Caballero prestó sus servicios de Consejero de Estado en el Gabinete del dictador, en parte con el objeto de proteger y fortalecer su propia organización, y también con la esperanza de ganar terreno a los anarcosindicalistas.[1] En estas circunstancias, no es de extrañar que se convirtiera en el objetivo de la crítica despiadada de la CNT. Ni mejoraron las relaciones entre ellos con el advenimiento de la República en 1931, cuando Caballero fue nombrado ministro de Trabajo, pues utilizó sus poderes para aumentar la influencia de la UGT a expensas de la organización rival[2] y chocó con la CNT debido a su defensa de la interferencia estatal en las disputas laborales.

A diferencia de la UGT, la CNT rechazó los tribunales de arbitraje para resolver los conflictos entre obreros y empresarios, no sólo porque aumentaban el poder del Estado en cuestiones laborales, sino porque su propósito, en opinión de un destacado miembro de la CNT-FAl, era «castrar al proletariado español a fin de establecer la “reconciliación de clases”.»[3] Lo que la CNT deseaba, por tanto, no era la conciliación, sino la guerra continua e implacable entre obreros y patronos, y su método era la acción directa; huelgas violentas, sabotaje, boicot.[4] No se trataba simplemente de un medio de mejorar el nivel de vida de los obreros; sobre todo era un método de agitación, de estimular y mantener vivo el espíritu de revuelta en preparación para el día de la insurrección. «La acción directa —declaraba la Asociación Internacional de Trabajadores, a la que estaba afiliada la CNT— encuentra su expresión más profunda en la huelga general que debe ser el preludio de la revolución social».[5] Afamados por sus frecuentes levantamientos en los años que precedieron a la rebelión militar, los anarcosindicalistas constituían la fuerza clásica de la insurrección española. Poco importaba que estos levantamientos, confinados invariablemente a algunas localidades, fracasaran por falta de apoyo en otras partes; lo importante era que sirvieran para levantar el temple revolucionario de la clase trabajadora. Quizás hoy fracasen, pero mañana pueden ser victoriosos.

«Si ayer fueron diez pueblos los que se insurreccionaron —escribía Isaac Puente, destacado anarcosindicalista— es menester que sean mañana mil, aunque hayamos de llenar las bodegas de cien barcos como el “Buenos Aires”. La derrota no es fracaso. No siempre es del que triunfa el porvenir. Nosotros no nos jugamos nunca la última carta».[6]

La aguda divergencia entre la CNT y la UGT no disminuyó en modo alguno por el giro hacia la izquierda de Largo Caballero a finales de 1933,[7] puesto que los anarcosindicalistas continuaron mirándole con inflexible animosidad. Tampoco templó esta animosidad su defensa de la dictadura del proletariado bajo el Partido Socialista[8] y de la unificación de la CNT y la UGT[9] meses antes del estallido de la guerra civil; seguían sosteniendo que Largo Caballero era «un dictador en ciernes» que patrocinaba «el predominio absoluto del Partido Socialista en el mañana de un triunfo insurreccional de la clase trabajadora»,[10] y que bajo la capa de la unificación su «turbio propósito era absorber a la CNT en aquellas localidades donde la UGT era más fuerte.[11]

No tuvieron lugar conversaciones prácticas para la fusión, y la actitud más precavida adoptada por el mando de la UGT sobre el desarrollo del movimiento huelguista, poco antes de la insurrección militar,[12] tendió a incrementar aún más la hostilidad de la CNT, que iba barriendo la masa de la UGT en varios lugares.[13] Luego vino la guerra civil y la revolución, creando nuevos puntos de fricción entre las dos federaciones sindicales.[14]

Sin embargo, a pesar de esta discordia, a pesar de la tradicional postura antigubernamental de los anarcosindicalistas y de su hostilidad hacia la persona de Largo Caballero, este esperaba asegurar su participación en su Gabinete. Pero aun cuando deseaba su participación en las responsabilidades del Gobierno a fin de impedir toda crítica de sus decretos, no les ofreció sino un solo puesto sin cartera,[15] escasa recompensa para lo que debería haber sido una violación flagrante de los principios libertarios. Además, según el órgano anarcosindicalista de Madrid, CNT «tal ofrecimiento no era espléndido ni sugestivo; sobre todo era absolutamente desproporcionado con la fuerza y la influencia de la CNT en el orden nacional»[16] Ciertamente, aunque menos numerosa que la UGT en la provincia de Madrid y en el País Vasco así como en la mayoría de las provincias controladas por el general Franco, la CNT no le seguía a la zaga en la mayoría de las provincias de la zona izquierdista, como Albacete, Guadalajara, Jaén y Toledo (para mencionar sólo algunos en las que las dos federaciones tenían aproximadamente el mismo número de adeptos), y aparte de ser más poderosa en las regiones de Aragón, Cataluña y Valencia, tenía con toda probabilidad más miembros que la UGT en toda la zona controlada por las fuerzas del ala izquierda.[17]

Después de que Largo Caballero hubo formado, en efecto, su Gobierno sin la participación de los anarcosindicalistas, CNT declaraba:

«Quizás muchos se pregunten a qué se debe que la CNT, uno de los principales factores que preparan la victoria del pueblo en los frentes de lucha y en la retaguardia, combatiendo con denuedo en un lado y organizando sin descanso la economía en el otro, no forme parte de este Gobierno. Indudablemente que, si la Confederación se inspirase en ideas políticas, su intervención en este Gobierno tendría que ser, por lo menos, tan importante como la de la UGT y los socialistas.[18] Pero la CNT afirma una vez más su adhesión inquebrantable a los postulados antiautoritarios y piensa que la transformación libertaria de la sociedad sólo puede producirse a través de la administración de la economía por el proletariado y de la abolición del Estado».[19]

Pero aunque los anarcosindicalistas no podían unirse al Gobierno sin herir a las mismas raíces de su doctrina oficial estaban poco dispuestos a dejar los asuntos del Estado enteramente en manos de organizaciones rivales.[20] Por tanto, decidieron, en un Pleno Nacional de Regionales de la CNT, que el Gobierno sería reemplazado por un Consejo Nacional de Defensa compuesto de cinco delegados de su propia organización, cinco de la UGT y cuatro de los partidos republicanos.[21] Este Consejo hubiera sido, naturalmente, un Gobierno en todos los aspectos, menos en el nombre, aunque el título de Consejo Nacional de Defensa habría sido menos ofensivo para el movimiento libertario.[22]

En la esperanza de evitar cualquier resistencia al Consejo por parte de comunistas, socialistas y republicanos, debida a las posibles repercusiones en los círculos moderados del exterior, la CNT sugirió que Manuel Azaña continuara siendo presidente de la República.[23]

«El aspecto exterior —declaraba Solidaridad Obrera— no puede agravarse por la nueva estructuración que preconizamos. Se ha de tener en cuenta que se mantienen las figuras decorativas que matizan el sistema pequeño-burgués en vistas a que los capitalistas extranjeros no se sobresalten».[24]

Durante varias semanas la CNT emprendió una campaña incesante en favor del Consejo Nacional de Defensa,[25] pero sus esfuerzos fueron infructuosos. El propio Largo Caballero seguía inflexible en su oposición, y su actitud, que era idéntica a la de los comunistas y republicanos,[26] se expresaba en el siguiente pasaje tomado de su portavoz Claridad:

«Una transformación radical en los órganos del Estado acarrea, de momento, una pérdida de continuidad que pudiera resultarnos fatal. Por otro lado, tenemos trabada una batalla en Ginebra, cuyos resultados pueden ser de largo alcance, inclinando de nuestro lado, si la ganamos, la balanza, gracias a la aportación de aquellos elementos materiales imprescindibles para el triunfo. ¿Qué repercusiones ejercería el salto, al margen de la Constitución, que exigen perentoriamente los camaradas de la CNT? Nos tememos que eso seria llevar la cuestión al terreno en que desean colocarla nuestros enemigos».[27]

Enfrentados con la actitud inflexible de Caballero y con la oposición de otros sectores, los líderes de la CNT decidieron abandonar su campaña en favor de un Consejo Nacional de Defensa e iniciar las negociaciones para puestos en el Gabinete.

«Tenemos en cuenta los escrúpulos que pueden experimentar los actuales gobernantes ante la realidad internacional… —explicaba el órgano anarcosindicalista de Madrid— [y] por ello, la CNT realiza la máxima concesión, compatible con su espíritu antiautoritario: la de intervenir en el gobierno. No significa esto que renuncie a la consecución integral de sus ideas en el futuro: significa tan sólo que, ante la disyuntiva de perecer bajo la garra inmunda de la reacción, frustrando la más alta esperanza emancipadora abierta sobre el proletariado de todos los países, está dispuesta a colaborar con quien sea, dentro de órganos de dirección llamados Consejos o Gobiernos, con tal de vencer en la contienda y salvar el futuro de nuestro pueblo y del mundo».[28]

En sus negociaciones con Caballero, los representantes de la CNT pidieron cinco ministerios, incluidos los de Guerra y Hacienda, pero Largo Caballero rechazó sus demandas.[29] Al fin aceptaron cuatro: Justicia, Industria, Comercio y Sanidad, ninguno de ellos vital;[30] además, las carteras de Industria y Comercio habían sido desempeñadas anteriormente por un solo ministro.[31]

Sin embargo, esta representación supuso una mejora comparada con la oferta original de Caballero al formar su Gobierno y es evidente que accedió a ello no sólo por la presión constante de la CNT y su deseo de investir al Gobierno de una mayor autoridad,[32] sino también por los avances amenazadores del general Franco sobre la capital[33] —avances que dentro de pocos días iban a forzar al Gobierno a trasladarse a Valencia: y el temor, fundado o no, de que si el Gabinete se trasladaba a otra ciudad sin incorporar primero a los representantes del movimiento libertario, la CNT y la FAl podían establecer en Madrid una administración independiente.[34]

La decisión de la CNT y la FAI de entrar en el Gabinete produjo una profunda conmoción en el movimiento libertario. No sólo representaba la negación absoluta de los principios básicos del anarquismo, conmoviendo hasta lo más íntimo toda la estructura de la teoría libertaria, sino que, violando el principio democrático, había sido tomada sin consultar a la masa.[35]

Desde el día en que el Gabinete quedó reorganizado, el periódico anarcosindicalista Solidaridad Obrera, en un intento de vencer los escrúpulos de los puristas, buscó justificación a la decisión minimizando las divergencias entre la teoría y la práctica:

«La entrada de la CNT en el gobierno central es uno de los hechos más trascendentales que registra la historia política de nuestro país. De siempre, por principio y convicción, la CNT ha sido enemiga antiestatal y enemiga de toda forma de Gobierno.

Pero las circunstancias… han desfigurado la naturaleza del Gobierno y del Estado español.

El gobierno en la hora actual, como instrumento regulador de los órganos del Estado, ha dejado de ser una fuerza de opresión contra la clase trabajadora, así como el Estado no representa ya el organismo que separa a la sociedad en clases y ambos dejarán aún más de oprimir al pueblo con la intervención en ellos de elementos de la CNT».[36]

En. los meses siguientes, cuando la fricción entre las tendencias «colaboracionistas» y «abstencionistas» en el movimiento libertario iban en aumento, algunos partidarios de la colaboración gubernamental argüían que la entrada de la CNT en el Gabinete no había significado ninguna retractación de los ideales y tácticas anarquistas,[37] mientras otros reconocían francamente la violación de la doctrina y sostenían que debía ser sometida a la realidad.

«… las concepciones filosófico-sociales del anarquismo, como teoría, son excelentes, maravillosas —escribía Manuel Mascarell, miembro del Comité Nacional de la CNT— pero impracticables ante la realidad trágica de una guerra, como la nuestra.

La actuación de los anarquistas y los anarcosindicalistas debe estar inspirada y de acuerdo con los principios y la doctrina de nuestro ideario anárquico. Pero cuando las circunstancias, los acontecimientos del momento obligan a modificar la táctica, no pueden ni deben los anarquistas encerrarse en el marco limitado de lo que teóricamente, en tiempos normales, se previó debía ser su actuación. Porque, continuando aferrados a los principios; seguir su línea recta, sin variar un ápice lo que está previsto en todos los textos y locuciones sociales del anarquismo, es la posición más cómoda para justificar el que nada se hace y nada se arriesga».[38]

Pero a pesar de estos razonamientos, los líderes de la CNT-FAI no entraron en el Gobierno sin una lucha interna de conciencia y principios. No todos admitieron este conflicto, pero la confesión de Federica Montseny, uno de los cuatro ministros de la CNT y miembro del Comité Peninsular de la FAI, dio expresión infalible a las dudas y recelos que habían asaltado, no sólo a la mayoría de los líderes de la CNT-FAI, sino a todo el movimiento libertario.

«Hija de una familia de viejos anarquistas —declaraba en un mitin de la CNT después que dejó de pertenecer al Gabinete—, descendiente de toda una dinastía, por así decirlo, de ácratas con una obra, con una actuación y con una vida de lucha en defensa permanente de unas ideas que heredé de mis propios padres, mi entrada en el Gobierno, la aceptación del cargo a que quiso llevarme la CNT, había de significar algo más que el mero nombramiento de un ministro. Los demás partidos, las demás organizaciones, los demás sectores no pueden comprender cuál fue la lucha interna en el movimiento y en las propias conciencias de los militantes que la incorporación de la CNT al Gobierno había de representar, y representó, para todos nosotros. No pueden comprender lo pero el pueblo lo comprende, y caso de que no lo comprendiera, debe saberlo. Debe saber que para nosotros, que habíamos luchado permanentemente contra el Estado, que habíamos hablado permanentemente de que desde el Estado no podía hacerse absolutamente nada, de que las palabras Gobierno y Autoridad significan automáticamente la negación de todas las posibilidades libertadoras de los hombres y de los pueblos, la incorporación nuestra como organización y como individuos a una obra gubernamental había de significar, o una audacia histórica de fundamental importancia, o una rectificación teórica y táctica de toda una obra y toda una historia.

No sabemos lo que ha significado. Sabemos solamente que nos encontramos abocados a un problema de solución difícil…

Cuando fui nombrada por la CNT representante de la misma en el Gobierno, estaba yo en el Comité Regional de Cataluña. Había vivido toda la etapa, toda la epopeya sin mancha alguna que va desde el 19 de julio hasta noviembre…

¡Cuántas reservas, cuántas dudas, cuántas angustias internas hube de vencer yo personalmente para aceptar ese cargo![39] Para otros, podía ser la meta, podía ser la satisfacción de ambiciones desmedidas. Para mí no era más que el rompimiento con toda una obra y con una vida, con todo un pasado vinculado a la vida de mis propios padres. Había de representar para mí un esfuerzo tremendo hecho a costa de muchas lágrimas. Y acepté venciéndome a mí misma; y acepté dispuesta a lavarme ante mí misma de lo que consideraba ruptura con todo lo que yo había sido, a condición de mantenerme siempre leal, siempre recta y siempre honrada, siempre fiel a los ideales de mis padres y de toda mi vida. Y así entré en el Gobierno».[40]

Una divergencia tan completa de la CNT y la FAI de su credo antigubernamental sólo podía haber sido determinada por razones muy poderosas. Entre estas razones, sin duda, las más importantes son las siguientes, dadas por miembros destacados de la CNT:

«… hemos intervenido en el Gobierno de la República obligados por las circunstancias —declaraba la Montseny poco después de entrar en el Gabinete— para evitar que con nosotros se repitiera lo ocurrido a movimientos anarquistas de otros países, por falta de esta compenetración, de esta resolución y de esta habilidad mental, por lo cual se vieron desplazados de la Revolución y vieron cómo otros partidos adquirían la dirección de la misma».[41]

«… la CNT —escribía Manuel Villar, director, durante los primeros meses de la guerra, de Fragua Social, periódico de la CNT de Valencia— se vio impelida a participar en el Poder precisamente… para evitar la agresión a las conquistas de los obreros y campesinos…; para evitar que la guerra fuese conducida con criterio de capilla y el Ejército se transformase en instrumento de un solo sector, para eliminar el peligro de dictadura e impedir totalitarismos de tendencia en todas las manifestaciones de la vida económica y social».[42]

Y, finalmente, uno de los objetivos fundamentales de la CNT al entrar en el Gobierno fue, según palabras de Juan López, ministro de Comercio anarcosindicalista, «ordenar la vida política de España a base de que fueran legalizados los organismos políticos nacidos de la Revolución».[43]