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OCULTANDO LA REVOLUCIÓN
Durante algún tiempo, la política del Frente Popular tuvo un éxito apreciable. En los primeros meses de 1936, tanto en Francia como en España, los comunistas participaron en elecciones generales y ayudaron a la subida al poder de gobiernos liberales, uniéndose no sólo a los socialistas, sino también a los partidos moderados.
Es natural que Alemania observara con alarma el éxito de una política destinada a establecer un frente antialemán reforzando y extendiendo los lazos políticos y militares rusos con la Europa Occidental; pero hasta producirse el alzamiento en España, en julio de 1936, no se presentó la oportunidad, por medio de una intervención directa, para contrarrestar esta amenaza a sus planes.[1] Al acudir en ayuda del general Franco, Alemania tenía sin duda a la vista un doble objetivo. Por una parte, aunque sintiera temor hacia las complicaciones internacionales que pudiera provocar una intervención profunda en el conflicto español,[2] cuando no estaba todavía dispuesta para una guerra en gran escala, esperaba asegurarse ventajas estratégicas en los preparativos para la próxima conflagración en Europa Occidental;[3] por otra parte, esperaba que la derrota del Frente Popular y el resurgimiento de las derechas en España debilitarían el Frente Popular francés, y fortalecerían a las fuerzas francesas que se oponían a bloquear la expansión alemana hacia el Este y que consideraban el pacto de asistencia mutua franco-soviético como medio para enzarzar a su país en una lucha que, caso de salir derrotada Alemania, tendría como consecuencia la implantación del comunismo en Europa.
«Lo que Moscú quiere —decía un articulo típico exponente de las ideas de un amplio sector de la opinión francesa— es una guerra entre soldados franceses y alemanes. En un tiempo u otro, con uno u otro pretexto, Rusia espera poder forzarnos a arrojar nuestras tropas contra la frontera (alemana) y descargar un doble golpe, debilitando el temible poderío alemán y entregando nuestro país a una guerra extranjera, que significaría la hora de la revolución bolchevique».[4]
Rusia no permanecía ciega a los peligros de la intervención alemana en España, pero en su interés por no dar pie a ataques que la representaran como abierta protectora de la revolución mundial, con lo que quedaría en situación antagónica respecto a los partidos moderados de las democracias occidentales en las que basaba sus esperanzas de un frente antialemán, se adhirió, en agosto de 1936, al convenio internacional de no intervención, propuesto por Francia, con el fin de impedir una extensión del conflicto,[5] y junto con otros países participantes en el acuerdo, se comprometió a no enviar armas a España.[6]
«Si la Unión Soviética no hubiera accedido a la proposición francesa de neutralidad —comentaba el Daily Worker de Londres— hubiera puesto en situación gravemente embarazosa a aquel gobierno y ayudado considerablemente a los fascistas en Francia e Inglaterra, así como a los Gobiernos de Alemania e Italia, en su campaña contra el pueblo español…
Si el Gobierno Soviético adoptara alguna medida que añadiese nuevo combustible a la actual situación inflamable de Europa, sería muy bien acogido por los fascistas de todos los países y dividiría a las fuerzas democráticas, preparando de modo directo el camino para la llamada “guerra preventiva” contra el bolchevismo representado por la URSS».[7]
Sin embargo, en vista de la continua ayuda por parte de Alemania e Italia al general Franco durante los primeros meses de la guerra, violando los acuerdos de no intervención,[8] Rusia se vio pronto forzada a cambiar su política, y la primera artillería soviética, así como tanques y aeroplanos, junto con pilotos y tripulantes de tanques, llegaba a España en octubre.[9] Pero al suministrar armas, Rusia tuvo cuidado en no verse envuelta en un conflicto grave con Italia y Alemania. Según Walter Krivitsky, agente de la GPU encargado de la sección extranjera de embarcos de armas soviéticas a España:
«(Stalin) insistió mucho en advertir a sus comisarios que la ayuda soviética a España debía ser extraoficial y manejada de manera encubierta, a fin de eliminar cualquier posibilidad de envolver a su gobierno en una guerra. Su última frase propagada por los que tomaron parte en la reunión del Politburó como orden a todos los altos funcionarios del servicio era: Podalshe ot artillereiskovo ognia! “Poneos fuera del alcance de la artillería”».[10]
Y, en un discurso pronunciado, después de la guerra, cuando ya no pertenecía al Partido Comunista español, Jesús Hernández, antiguo miembro del Politburó, declaró:
«… a las gestiones directas (de material de guerra) de nuestro partido, Moscú contestaba con vagas razones de gigantescas dificultades técnicas para el envío de armas al mismo tiempo que deslizaba en nuestros oídos argumentos tan capciosos como el de que la situación internacional era tan extremadamente tensa y delicada que una acción más abierta en favor de la España republicana podía crear gravísimas complicaciones a la URSS con las potencias fascistas y asustar a los Chamberlain, Daladier y Roosevelt, acentuando, a la vez que el aislamiento de la República española, el peligro de la URSS. Era ya el camino que había de conducir a la URSS a colaborar en la monstruosa política de la “no intervención”».[11]
A causa de su miedo a verse envuelta en una guerra contra Italia y Alemania, Rusia limitó su ayuda a fortalecer la resistencia de las fuerzas antifranquistas, hasta que Inglaterra y Francia, enfrentadas a la amenaza de sus intereses en el Mediterráneo, derivada de un predominio italo-germano en España, se vieran inducidas a abandonar la política de no intervención. Además, Rusia tenía cuidado en no poner en el platillo su influencia en el bando izquierdista de la revolución o identificarse con el mismo. De haber obrado así habría renovado entre aquellas clases cuyo apoyo el Comintern estaba buscando, temores y antipatías que trataba de evitar a todo trance. Hubiera descargado un golpe mortal al Frente Popular francés —en el que las diferencias en la opinión empezaban a ser profundas—[12] y convertido en estéril todo esfuerzo para establecer la base de un acuerdo con los partidos moderados de otros países, especialmente en Inglaterra[13] donde la campaña comunista para un Frente Popular empezaba a encontrar ya oposición en el Partido Laborista.[14] Fue por estos motivos por lo que, desde el mismo principio de la guerra, la Internacional Comunista había tratado de minimizar la profunda revolución que tenía lugar en España definiendo la lucha contra el general Franco como una guerra de defensa de la República democrática.
«… los partidos obreros de España, y especialmente el Partido Comunista —escribía André Marty, miembro del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, en un artículo extensamente publicado en la prensa comunista mundial— han indicado claramente en varias ocasiones aquello por lo que luchan.
Nuestro Partido hermano, ha demostrado repentinamente que la actual lucha en España no es entre capitalismo y socialismo, sino entre fascismo y democracia, En un país como España, donde las instituciones feudales tienen raíces todavía muy profundas, la clase obrera y el pueblo entero tienen como tarea inmediata y urgente, la única tarea posible[15] —y todos los recientes llamamientos del Partido Comunista lo repiten y lo prueban—, no de realizar la revolución socialista, sino la de defender, consolidar, y desenvolver la revolución democrática burguesa.
La única consigna de nuestro Partido difundida a través de su diario Mundo Obrero, el 18 de julio, fue “¡Viva la República democrática!”
Todo esto es bien conocido; Sólo la gente de mala fe puede mantener lo contrario…
Las escasas confiscaciones que se han hecho —por ejemplo, los centros y periódicos de los rebeldes—constituyen sanciones contra enemigos probados y saboteadores del régimen y fueron llevadas a cabo no como medidas socialistas, sino como medidas para la defensa de la República».[16]
Y un manifiesto del Partido Comunista francés declaraba:
«… hablamos en nombre de los camaradas comunistas, los socialistas, y todos los combatientes de la libertad en España, cuando declaramos que no se trata de ninguna manera de establecer el socialismo en España.[17]
Se trata sola y únicamente de la defensa de la república democrática por el Gobierno constitucional que, frente a la traición, ha llamado al pueblo a defender el régimen republicano».[18]
Antes de que transcurrieran muchas semanas, los comunistas se aprovecharon de la intervención italiano-alemana para disminuir todavía más el carácter de lucha de clases que ofrecía la guerra.
«La lucha que en los primeros momentos —declaró un manifiesto del Partido Comunista español— pudo tener solamente el carácter de una lucha entre la democracia y el fascismo, entre la reacción y el progreso, entre el pasado y el porvenir, ha roto estos marcos para transformarse en una guerra santa, en una guerra nacional, en una guerra de defensa de un pueblo que se siente traicionado, herido en sus más caros sentimientos…»[19]