XI
El polen del loto cae de su flor
Carla abre los ojos. El intenso olor a desinfectante amoniacal hizo la función salina para despertarla casi del todo. La luz, cenital y marchita, presidía la pálida habitación. Confusos recuerdos le ayudaron a caer en la cuenta, estaba en la cama de un hospital.
No sabía cuanto tiempo llevaba inconsciente. Recordaba haberse despertado allí antes. Sola.
Todavía con los ojos entornados, cree distinguir un bulto, una sombra. Alguien sentado en el sofá.
–Hola. ¿Estás despierta? –esa voz que sonaba lejos, como un susurro, le era familiar.
–Hola –murmuró ella.
–¿Cómo te encuentras? –la sombra caminó hasta ella, tomando y acariciando su mano.
–Cansada –contestó Carla y abrió los ojos despacio, acostumbrándose a la luz.
–Tranquila, ya ha pasado todo –Carla reconoció la voz suave de su hermano.
–¿Qué ha pasado?
–¿No me digas que no recuerdas nada?
–Recuerdo haberme tomado unas cuantas pastillas de Orfidal –la voz de Carla sonó pastosa y garraspeante.
–¿Nada más?
–Luego… creo que me desperté aquí… no estoy segura.
–Así ha sido, más o menos.
–¿Cómo he llegado aquí, al hospital?
–Llamé a una ambulancia.
–Pero como…, yo estaba en mi casa, sola. ¿Cómo supiste…? –su garganta se aclaraba poco a poco.
–Me tenías preocupado. Te llamé varias veces durante la noche y el día anterior. Fui a tu casa y escuché música de fondo. Llame varias veces pero no respondías. Así que saqué las llaves que me diste y entré. Estabas en la bañera. Por un momento pensé que estabas muerta, tan pálida. Tuviste suerte de no ahogarte, el agua te cubría casi por completo. Te lleve a tu cuarto, y llamé a la ambulancia. ¡Y aquí estamos!.
–No sé que decir.
–Ahora descansa. Lo necesitas.
–Debo contarte varias cosas.
–Será mejor que descanses, aun estás débil. Mañana hablaremos.