Obertura
Púrpura, ese es el color que indica que el día acaba. Las calles comienzan a parpadear y un flujo de néctares se derraman camino de la lascivia. Es entonces cuando las agujas de los relojes empiezan a marcar el paso del tiempo con una lentitud casi eterna. Las conciencias abandonan su latente existencia, las personas se transforman en animales nocturnos, el despropósito arde prendido por la leña seca del desasosiego.
Las barras de los bares se vuelven selvas vírgenes al amparo de la luz artificial, el acuoso contenido de los vasos juega un papel imprescindible dentro del rito del apareamiento, sólo los más fuertes consiguen su presa, los débiles sin embargo quedan pululando entre las mesas, como si estas fueran un refugio, una especie de nidos en los que cobijarse.
Pero la noche tiene un fin, y como los vampiros huyen del sol, aquellos que gozan del oscuro silencio huyen de sus selvas, huyen de la enorme sala donde no necesitan máscara, azotados por el deseo de continuar en ella, pero hay que ocultarse, nadie debe saberlo, el morbo de la mentira lo hace más bello aun. La luna desaparecerá del cielo, el oscuro manto se callará y el silencio se hará por un instante. La sala cierra sus puertas.