El final de El viaje más largo las dejó a todas moqueando. Y es que todas las películas basadas en los libros de Nicholas Sparks causaban el mismo efecto. Eran taaaan románticas... Esa noche, la habían elegido a propósito, para empezar a instruir a Susana en el arte del romanticismo. Con Iván iba a tener que aceptar algunas «pasteladas», como llamaba Frida a los detalles bonitos de los chicos enamorados, así que debía empezar ya a aceptarlo. Ese mismo fin de semana había quedado con Iván en que le prepararía un plan sorpresa para compensarle todo lo sucedido y la pobre estaba un poco perdida.
—No sé si podré —confesó Susana mientras se llevaba a la boca una lengua ácida.
—No es tan difícil. Si él te importa, acabará por salirte solo... —le dijo Bea, masticando su osito de azúcar.
Estaban en la buhardilla, tiradas sobre los cojines, tapadas con sacos de dormir y mantas, celebrando que la semana había terminado sin más sobresaltos. Tras el baile de San Valentín, se había respirado un buen rollo en El Club de las Zapatillas Rojas que esperaban mantener durante mucho tiempo: ¡había triunfado el amor en todos los niveles!
—Dile a Lucía que te dé ideas de romanticismo. Acordaos de cómo se convirtieron ella y Mario en las estrellas del baile... —dijo Frida.
Lucía le tiró el papel de uno de los bombones. Se lo tomó a broma, pero lo cierto era que había vivido aquella experiencia como algo superespecial. Cuando las chicas y ella salieron de los lavabos, se fueron directas a buscar a sus chicos. Lucía se había quedado un poco pensativa con eso de encontrarse a Alicia en los lavabos, así que Mario, a quien no se le escapaba una, al ver su expresión algo ausente, le pidió un baile a la antigua usanza: es decir, con postración y todo. Ella, por supuesto, había aceptado. Y se alejó de sus amigas para bailar en el centro de la pista Alive, de Sia, que en aquel momento interpretaba la banda sobre el escenario. Que ella recordara, nunca había bailado con un chico una canción lenta, así que cuando Mario la abrazó, ella se dejó arrastrar por sus movimientos. Los pies de Lucía se desplazaban sin que ella los controlara pero, no sabía cómo, perfectamente coordinados con los de Mario, que comenzó a dar vueltas por la pista a medida que el ritmo se aceleraba. Lucía cerró los ojos y se dejó llevar por aquella vivencia tan maravillosa. Se sentía tan plena de cariño que tuvo ganas de confesárselo a Mario, así que le susurró al oído:
—Me encanta estar contigo.
—Y a mí —dijo. Un segundo después añadió—: Contigo, no conmigo, claro.
Lucía se rió y Mario aprovechó para acariciarle la melena pelirroja que caía sobre su espalda. Se quedaron mirando a los ojos sin decirse nada. Se hubiera quedado así eternamente, pero entonces acabó la canción y dio paso a una bastante más movidita que les obligó a volver con sus amigos. Lucía guardó el sentimiento que le había provocado Mario el resto de la noche, y del día siguiente, y todavía lo llevaba guardado en su corazón como su mejor tesoro. ¿Significaba que se estaba enamorando? Si así era, comprendía que Susana lo hubiera pasado tan mal en ese tiempo separada de Iván. Imaginarse a Mario fuera de su vida en ese momento significaría dolor, mucho dolor.
El sonido de su móvil la trajo de vuelta a la buhardilla, con sus amigas. Lucía se percató de que su móvil no era el único que sonaba, lo fueron haciendo uno a uno todos los que allí había. Lo primero que pensó fue que se trataría de un mensaje del grupo de WhatsApp de El Club de las Zapatillas Rojas, pero al entrar en la App, se encontró con un número que no tenía guardado entre sus contactos. Al abrirlo, leyó:
Lucía se quedó mirando la firma del mensaje sin comprender cómo había conseguido su número la reina de las Pitiminís. Aquello fue lo primero que le llamó la atención, lo segundo fue caer en la cuenta de que no volvería a ver a Alicia nunca más.
—¿Lo habéis leído? —preguntó Susana con los ojos como platos.
Las chicas fueron asintiendo una a una, hasta que todas hubieron respondido.
—Nadie dijo nada de lo que vimos ayer, ¿no? —quiso asegurarse Lucía de que ninguna había obrado por su cuenta para chivarse a los profesores de que Alicia fumaba.
De nuevo, las chicas fueron negando para responder a la pregunta y todas resolvieron que no era cosa de ellas.
—La han pillado sin nuestra ayuda —afirmó Raquel.
—Entonces... ¿no vamos a volver a ver a Alicia nunca más? —planteó Susana. Su voz se notaba contenida.
—Si quieres buscamos su número y te vas a hacer una coke con ella... —bromeó Frida.
—¡O mejor le presentas tú a Leo! Seguro que le cae estupendamente... —respondió Susana entre risas, para seguirle la broma.
—Yo creo que es más de su tipo Mario... —contribuyó Raquel y Lucía saltó enseguida:
—Pues a Charlie ya le tenía el ojo echado...
—Aitor me dijo que le robó el vaso de refresco en el baile —confesó Bea con cara pasmosa.
—¡Qué asco, compartiendo babas! —soltó Raquel y las chicas se desternillaron de la risa.
Poco a poco, la euforia fue creciendo hasta inundar la buhardilla. Alicia, ese ser maligno que les había hecho la vida imposible durante poco más de una semana, había salido de sus vidas para siempre. ¿Lo mejor? Que habían seguido el consejo de Marta y su monstruo interior había permanecido bien callado. Con todo,
había conseguido superar una prueba más y salir victoriosa. Lucía estaba convencida de que cada vez se hacían más y más fuertes.