Por una vez, a Lucía no le hubiera importado que la clase de lengua y literatura se alargara un poco más. Saratita explicaba al detalle las funciones del sintagma nominal y ella captaba, de vez en cuando, algunas informaciones. Lo cierto era que, definitivamente, no estaba viviendo su mejor día. Y que, a ese paso, tendría que pedir los apuntes de todas las asignaturas a alguna compañera... Pero le era imposible atender; se sentía out total...
Cada vez que miraba de reojo a Alicia se le ponía el estómago del revés. Se había hecho una trenza con su pelo azul y se le veía un poco más la cara de falsa que tenía. Tampoco ella había prestado atención a las clases de la tarde, pues las había pasado hablando por WhatsApp tan pancha. En cuanto entró la profe sacó el móvil y lo ocultó en el pupitre. Después miró a Lucía, que, de manera automática y sin pensarlo, respondió mirándola también. No hizo falta que Alicia dijera nada, un solo gesto bastó para convencer a Lucía de que chivarse, en su caso, no era una opción: se llevó el dedo a los labios y chistó cual serpiente cascabel. Lucía tragó saliva y devolvió la mirada a Saratita. Ni siquiera sabía de qué estaba hablando la profe, pero esa perspectiva le resultaba mucho más relajante que la de la criminal sentada a su lado. Quizá debería haberle explicado a Alicia que, igualmente, ella no la hubiera delatado, porque no era esa clase de persona; no era como Alicia. Pero una voz en su interior le advirtió que, en esa ocasión, era mejor no abrir el pico.
Y así transcurrió la hora entera, tensa como un palo mientras Alicia no paraba de whatsappear. Intentó cotillear el contacto, más que nada por descartar que fuera Iván, el novio de Susana. Pero le daba miedo hasta volver la cabeza. De manera que cada vez que Alicia movía un brazo o descruzaba una pierna a Lucía le faltaba poco para dar un bote en la silla, como si fuera a asaltarla o algo así. Le parecía increíble que, en unos minutos, sus amigas y ella, todas juntas, of course, le fueran a plantar cara. ¿Cómo lo iban a hacer? Le temblaban hasta las pestañas solo de pensarlo. Cuando lo había propuesto Frida, al principio, no le había parecido tan mala idea, pero cuanto más contacto había tenido a lo largo del día con Alicia, peor lo veía... Frida había insistido en que el factor sorpresa era importante: la pillarían descolocada y no tendría argumentos para defenderse; así sería sincera y más vulnerable. Eso era lo que ella había dicho, ahora faltaba comprobarlo. Lucía no lo tenía nada claro... Alicia, ¿vulnerable?
Normalmente, cuando sonaba el timbre, Lucía corría al pasillo con sus amigas para charlar y marcharse al fin a casa. Pero ese día se entretuvo un rato recogiendo los libros uno a uno, y metiéndolos en su mochila lila ordenadamente. Y también en la taquilla, para coger su abrigo y ponérselo allí mismo. No era nada dada a los enfrentamientos y tenía claro que se acercaba uno... y uno muy malo.
—Venga, nena. Que estás pensando en las musarañas —le soltó Frida, que había empezado a empujarla hacia el exterior de la clase casi a rastras.
—Se va con Marisa y las Pitiminís —anunció Susana, cual espía, desde la puerta. Señalaba a Alicia, que, efectivamente, se alejaba hacia las escaleras junto al grupo de las otras víboras.
En el pasillo las esperaban Bea y Raquel con expresiones firmes y decididas. Se unieron a ellas en el camino sin mediar palabra.
—Marisa siempre se queda un rato charlando con Toni y los demás, esperemos a que Alicia esté sola —les aconsejó Susana y todas obedecieron.
Se quedaron observando desde las escaleras un buen rato cómo Alicia charlaba animadamente con Marisa y las demás Pitiminís junto a la puerta, ya en la calle.
—Pues sí que se llevan bien estas... —susurró Bea, como si fueran a oírla.
—Son tal para cual —soltó Lucía.
—Deberían hacer un casting para entrar en este colegio —sugirió Susana, que no paraba de morderse el piercing, nerviosa.
—¡Eso! Si tienes pinta de esconder un arma en el calcetín... ¡No entras! —dijo Frida y las demás comenzaron a reírse.
La otra payasa del grupo, Raquel, le siguió la broma:
—¡Y si hablas a la gente como si escupieras lagartos tampoco! —Raquel comenzó a soltar insultos como si fuera Alicia y todas se troncharon de la risa.
Entre bromas, Lucía se fue relajando y, de pronto, vio cómo Marisa levantaba la mano en un gesto de despedida.
—¡Al ataque! —exclamó Susana.
Las chicas se lanzaron hacia la puerta de salida y corrieron hasta ella.
—¡Alicia! —la llamó Frida.
La odiosa chica la miró con desgana, pero entonces, una música estridente comenzó a sonar por toda la calle. Seguidamente, un coche derrapó delante de la puerta del colegio. Un chico y una chica con pintas algo extrañas (una cresta él; media cabeza rapada ella) salieron y gritaron por encima de la música, todavía más alta ahora:
—¿Vienes, guapa?
Ninguna se dio cuenta de que se referían a Alicia hasta que la vieron correr hacia el coche, ignorándolas a ellas completamente. Las cinco se quedaron pasmadas, del todo boquiabiertas. ¿Esos eran sus amigos? Alicia los saludó con la cabeza, saltó al asiento de atrás del coche antes de que el chico y la chica la siguieran y cerraron la puerta a continuación. Tras un chirrido de ruedas que dejó hasta marcas en la calle, se alejó del lugar a toda mecha.
—¿Creéis que es buena idea enfrentarse a alguien así directamente? —les preguntó Lucía con voz titubeante.
Si antes ya le daba miedo Alicia, la imagen que acababa de ver le iba a provocar pesadillas el resto de sus días.
—Quizá haya que buscar otras alternativas... —sugirió Raquel y todas asintieron. También Susana.
A pesar de la frustración por no haber podido llevar a cabo el plan de hablar con ella, Lucía no pudo evitar sentir cierto alivio. No habían arreglado nada con Alicia, pero todas estaban vivitas y coleando. ¡Algo era algo! Comenzaban a caminar para alejarse ya del colegio y olvidar el mal rato cuando una voz inesperada se coló en la conversación:
—Parece que os habéis quedado más atontadas de lo normal, ¿no?
Marisa se había acercado al grupo acompañada de Sam, con su minifalda del uniforme más corta que nadie, mientras mascaba un chicle y sonreía burlona.
—Eso es que no te has visto la cara —le respondió Susana, que no había perdido su ingenio a pesar del chasco que le había provocado Iván.
Marisa apretó la boca y Lucía habría dicho que se tragaba un gruñido.
—En fin, me gusta saber que mi nueva amiga os causa ese efecto.
Dicho esto, Marisa se dio media vuelta y agarró de la mano a Sam para que la siguiera. Aunque la noticia no pilló por sorpresa a Lucía, notó perfectamente cómo los pelos se le ponían de punta. Como las Pitiminís se dejaran influir por Alicia, acabarían teniendo un pequeño Bronx en el colegio.