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Se le estaban cerrando los ojos. Por mucho que luchara por mantener los párpados abiertos, estos parecían pesar unas cuantas toneladas, hiciera lo que hiciese. ¡Solo le faltaba plantarse unos palillos! Se había puesto una de sus películas favoritas con tal de mantenerse despierta, se había hecho un bol de palomitas (el pollo recalentado no le había quitado toda el hambre que traía), y ahora estaba dándole a la bolsa de chuches como una adicta. Pensó que quizá el azúcar le provocaba el mismo efecto que a los niños pequeños y la aceleraba un poquito. Pero nada, no había manera.

Su intención era esperar despierta a que llegaran su madre y José María para contarles la gran idea que había tenido, y con la que esperaba hacerle cambiar a ella de idea respecto al restaurante. Había intentado adelantárselo a través del móvil cuando salió del colegio, pero todas las veces que lo había intentado, tanto el móvil de su madre como el de José María decían que estaban apagados o fuera de cobertura. Quizá no había muy buena cobertura en el local... Total, que en ese momento era ya cerca de la medianoche y ellos seguían sin aparecer por casa. Lucía se preguntó si el hecho de que se entretuvieran tanto rato con el propietario era buena o mala señal... Solo esperaba que no fuera demasiado tarde; que no hubieran abandonado ya.

—Se acabó. Me voy al sobre —se dijo a sí misma apagando el televisor de la sala.

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Se convenció de que no cambiaba nada el hecho de que le contara el plan a su madre esa noche a que se lo contara a la mañana siguiente. Lo único que había cambiado era la emoción que embargaba a Lucía. Esa tarde se había sentido frenética y agitadísima, ansiosa por hablar con su madre, convencida de que su idea era buenísima y que lo arreglaría todo. Se la había contado a las chicas y todas habían reaccionado igual de bien:

—Eres una artista —le había dicho Frida.

—Tu madre cambiará de idea seguro —había añadido Susana.

—Querrá que lo hagas en todo el local —apuntó Raquel.

—Me encantaría ser como tú —le había confesado Bea.

—¿Por qué? —le había preguntado ella extrañada. ¿Por el dibujo? Bea tocaba el violín como los ángeles...

—Porque siempre quieres arreglarlo todo —le había contestado y Lucía se había quedado pensativa un buen rato.

Su amiga tenía razón: ella detestaba dejar las cosas mal, y conformarse. Pero si de alguien había heredado esa actitud inconformista era de su madre. No había marcha atrás: tenía que recordárselo porque, al parecer, se le había olvidado. Sería cosa de los años...

Así que las frases de apoyo de sus amigas se habían ido solapando unas a otras mientras se alejaban caminando del colegio. Esa tarde todas tenían planes con sus respectivos chicos (tal como había acertado Marta en su e-mail), menos ella, pues la noche pasada Mario ya le había advertido que esa tarde tenía reunión con compañeros en la biblioteca de su instituto para acabar uno de los trabajos (igualmente, Lucía seguía con ese nudo en las tripas por el chasco del baile y no le apasionaba la idea de verlo estando de mal humor...). Total, que a esas horas del día (y de la noche) Lucía ya no estaba tan segura de que su idea fuera tan maravillosa. Entonces, ató cabos reflexionando: cuantas más horas pasaran, menos entusiasmo sentiría por lo que se le había ocurrido. Por esa regla de tres, a la mañana siguiente casi ni se acordaría de lo buena que era. Vendérsela en esas condiciones a su madre sería misión imposible. Y eso no podía ser, porque si antes se lo había parecido, debía seguir siéndolo, ¿no? Conclusión: tenía que contárselo a su madre YA.

imagenLucía se puso en pie, apagó el televisor y se metió en su cuarto. Ni siquiera se entretuvo en poner música. No había tiempo que perder. Cogió uno de sus álbumes de dibujo, su lápiz favorito y se sentó en la cama con la espalda apoyada en los cojines colocados en el cabezal. Esbozó el rostro de su madre de joven sobre el papel. No era demasiado difícil, pues la casa estaba plagada de fotografías de esa época y Lucía la tenía bien memorizada. De hecho, se parecía bastante a ella, no solo en el pelo pelirrojo, sino también en la forma de los ojos y de la cara, algo ovalada. No tenía que ser un retrato en toda regla, solo un esbozo con unos cuantos trazos, que era lo que había previsto hacer. Definió un poco más los ojos, la mirada sí era importante. Tenía que representar muchas cosas, pero sobre todo ESPERANZA, ILUSIONES. Y también el pelo ondeando al viento, en un gesto casi majestuoso. Cuando creyó que ya era suficiente, arrancó la hoja del álbum y escribió al pie del retrato:

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Lucía salió de su cuarto y colocó el retrato en el recibidor, apoyado en el espejo alargado que había encima del mueble. Cuando su madre llegara, sería lo primero que viera al dejar las llaves en el tapete. Suspiró y suplicó por que su plan saliera bien. Después apagó las luces de toda la casa, recogió lo que había dejado desordenado en la sala para que su madre no se lo echara en cara al día siguiente y se metió en la cama. No le dio tiempo ni a dar las buenas noches a Mario a través del WhatsApp, pues fue apoyar la cabeza en la almohada y le sobrevino la oscuridad.

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