imagen

 

¿Había escuchado unos golpecitos en la puerta? Lucía volvió a cerrar los ojos porque no estaba nada segura. Quizá los había imaginado. Quería seguir experimentando esa sensación tan sobrecogedora en los brazos de Mario mientras paseaban por el bosque de la montaña en la que se conocieron el diciembre anterior. Se abrazaban mientras veían las estrellas juntos, cubiertos por un montón de pinos, y él le daba ese beso que ella venía deseando desde hacía tanto tiempo... Echaba de menos sentirse así con él, con lo poco que se veían. ¡Y encima no quería llevarla al baile de San Valentín! Quería saborear esos minutos de sueño un ratito más.

imagen

Ahí estaban los golpes otra vez. Parecía que no los había imaginado, como había pensado en un primer momento. Pero... ¿qué producía ese sonido tan suave, casi inaudible? Nadie llamaba así a su puerta. Su madre solía clavar los nudillos bien para que fuera imposible ignorarla, y eso cuando llamaba antes de entrar, que no era siempre que Lucía quería. Volvió a cerrar los ojos para regresar a los brazos de Mario.

imagen

¿Un perro rascando con sus patas la madera? ¿Un ratón escondido en el rodapié? ¿Un pajarillo atrapado? No, su familia no tenía perros y tampoco ratones ni pájaros, al menos que ella supiera. Entonces...

—¿Lucía? ¿Estás despierta?

Eso sí lo había reconocido. Era la voz de su madre. ¿Qué hora era? Lucía cogió el móvil que tenía silenciado encima de la mesilla y se escandalizó al ver marcadas las once y media. ¡Había dormido más de diez horas seguidas! Se enderezó como impulsada por un mecanismo secreto y respondió cuando su madre volvió a preguntarle si estaba despierta por segunda vez (que ella hubiera oído):

—Sí, mamá. Estoy despierta.

Al abrir la puerta, María apareció cargada con una bandeja llena de tostadas con mantequilla y mermelada de fresa. También había varios cruasanes y un vaso de Nesquik que se parecía bastante más a un bol para la sopa. Lucía no daba crédito. Miraba todo con los ojos abiertos sin comprender. Todavía estaba sintiendo los efectos del sueño que acababa de tener con Mario. Ese beso que solo había conseguido en su cabeza...

imagen

Hasta que su madre no se sentó a su lado en la cama, le colocó la bandeja con patas encima y sacó una lámina blanca de debajo del brazo no se cayó del guindo en el que el sueño la mantenía... Su madre había visto el dibujo que ella le había hecho la noche anterior.

—¿Te gusta? —le preguntó antes de dar un bocado a la primera tostada. Dormir tanto le había dado un hambre de leona.

—Me encanta. Eres la mejor.

María asintió con la cabeza sin soltar la lámina, que ahora mantenía pegada a su pecho. Su mirada era diferente: la observaba con ternura, agradecida. Lucía sonrió contenta. Entonces se entretuvo en contarle todo lo que se le había ocurrido para el mural de su restaurante: eso era solo un boceto, pero ella había pensado que podrían acompañarlo de unas citas bonitas que fueran a juego. Mencionó a Mario, seguro que él le ayudaba a seleccionarlas, porque era muy buen lector y, además, tenía una letra preciosa. La pared quedaría estupenda y a María le entusiasmaría seguro, porque sería como la pared de las ilusiones por cumplir.

Imaginó que su madre no abría la boca para no interrumpirla. Asentía constantemente y, de vez en cuando, dibujaba una sonrisa. Hasta que ella terminó de hablar. Entonces anunció, con voz sobrecogida:

—Hija. Tengo que contarte algo.

Lucía se temió lo peor y se adelantó a su madre:

—¿Ya habéis hablado con el propietario?

—Sí. Parece que había otra gente interesada en el local y han aceptado nuestras condiciones para que no perdamos mucho dinero.

—¡No! —exclamó Lucía llevándose las manos a la cara. De repente sintió unas ganas terribles de llorar.

—Lo siento. Es tarde para dar marcha atrás... Ya les hemos dicho que sí.

—Pero, mamá, ¡es tu sueño! No puedes echarlo a perder así... —le dijo Lucía.

imagen

María asintió otra vez y, después, le cogió la mano.

—Me encanta la idea que has tenido. De verdad que sí. Si hubiera alguna posibilidad la llevaría a cabo sin dudarlo, pero ahora...

—Habla con ellos. Con los otros interesados.

—Se han ido de viaje todo el fin de semana. Para cuando vuelvan ya estará todo el papeleo hecho, Lucía.

Esta negó con la cabeza y se maldijo por no haber tenido la idea antes. ¡Qué rabia! Su madre apartó la bandeja, la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí.

—Estoy bien, no te preocupes.

—Pero yo...

—Lo sé, lo sé. —María le acariciaba la cabeza—: Tengo todo lo que quiero. De verdad.

Estuvieron un rato calladas, sin separarse. Las dos tenían mucho que asumir. Fue María la que rompió el silencio con la voz más animada.

—Así que Mario es buen lector y tiene la letra bonita...

Lucía la miró. Estaba sonriendo. Era la primera vez que pronunciaba el nombre del chico con una sonrisa. Se encogió de hombros porque esas cualidades de Mario ya no le servían para su objetivo.

imagen

—le preguntó su madre de pronto, sorprendiéndola.

Lucía abrió los ojos como dos faros. ¿Había oído bien? Le pidió que efectuara la pregunta otra vez, por si acaso.

—¿Cómo dices?

—Ay, hija, no puede ser que a tu edad estés empezando a perder oído.

—¡Mamá! —exclamó Lucía cuando su madre empezó a reírse.

—Que síííí. Te decía que quizá Mario quiere venirse hoy a comer. ¿Te apetece?

Lucía tragó saliva y analizó la expresión de su madre para asegurarse de que aquello no era una broma, de que era REALIDAD. María la contemplaba con expresión serena, sin pliegues en la comisura de los labios, ni en las cejas. Cuando Lucía estuvo segura, se abalanzó sobre ella para abrazarla con tal ímpetu que acabaron las dos tumbadas en la cama tronchadas de la risa.

—Gracias, mamá.

—De nada, cariño.

Sí, su madre, cuando se lo proponía, era la mejor de todas.