La luz se colaba por la ventana y Lucía se negaba a verla. Tenía que levantarse para ducharse, ponerse el uniforme, desayunar e ir al colegio. Pero la noche anterior se había quedado hablando con Mario por el WhatsApp hasta muy tarde y necesitaba un ratito más de cama... ¡o unas cuantas horas más!
Y es que todavía no había podido hablarle del plan para San Valentín. Quería hacerlo en persona y se estaba conteniendo las ganas de contárselo: le hacía taaaaaanta ilusión asistir con él a la fiesta, los dos elegantes, y bailar juntos las canciones de la banda que iban a llevar... Porque sí, ¡habría hasta una banda! Desde luego, el colegio se estaba luciendo últimamente. No era un grupo conocido, pero al menos no sería un ordenador tocando canciones aburridas, sería música en vivo: otro punto a favor de la fiesta que Lucía utilizaría para vender el plan a Mario en su próximo encuentro, que todavía no sabía cuándo sería... La pasada noche había estado a punto de adelantarle algo; le había costado un mundo no hacerlo, pero lo había conseguido. Mario estaba acabando muchos trabajos y preparando exámenes, así que llevaban unos días en los que solo hablaban esporádicamente por WhatsApp. Lucía había intentado llamarle un par de veces y siempre le había pillado estudiando, así que prefería que lo hiciera él cuando estuviera disponible. Se notaba ansiosa por verlo, pero la noche anterior Mario tampoco había sabido decirle exactamente cuándo podría quedar. Ella no quiso agobiarle y pensó que ya encontrarían el momento.
Unos golpes de nudillos en la puerta la distrajeron de sus pensamientos. A continuación, sin abrirla, su madre le habló sin gritar:
—Tienes el desayuno listo. Baja, que llegarás tarde, anda.
A Lucía le sorprendió que su madre no entrara en la habitación para sacarla de la cama a rastras, como tenía por costumbre. Se notaba que había perdido fuerza, o carácter... Y es que se la veía tan cabizbaja que Lucía habría deseado poder hacer algo para que dejara de estarlo, para que volviera a ser la ogro de siempre. ¡¿Quién se lo iba a decir?!
—Enseguida bajo, mamá —respondió mientras apartaba el nórdico de flores violetas que le encantaba. Tan calentito y tan alegre.
La calefacción se debía de haber parado y notó el frío de la mañana que la despejó rápidamente. Cogió la ropa y corrió al baño para darse una ducha de agua casi hirviendo. Se hubiera quedado bajo aquel chorro un buen rato más, pero no quería provocar más a su madre, así que se vistió rápido y bajó a desayunar.
José María y ella ya estaban sentados a la mesa.
—¡Buenos días! —exclamó al entrar en la cocina.
—Hola, Lucía —respondió José María, y detectó una sonrisa apagada que le extrañó.
—¿Has dormido bien? —le preguntó a su madre mientras cogía un trozo de cruasán.
—No mucho. Me he pasado la noche haciendo cuentas para ver si podemos echar atrás el proyecto del restaurante sin perder mucho dinero —respondió antes de dar un sorbo a su café.
Lucía comenzó a toser y cuando consiguió tragar lo de la boca, preguntó alucinada:
—¡¿Cómo?!
Miró a su madre esperando una explicación, después a José María, que solo negaba con la cabeza escondida detrás del periódico. Como nadie decía nada, volvió a mirar a su madre para exigirle hablar.
—Se está yendo de madre. Todo. Es mejor abandonar el barco antes de que se hunda, Lucía.
—Pero, mamá, no puedes echar por tierra todo el esfuerzo de los últimos meses. ¿Por una pared?
—No es solo la pared, Lucía. Es la pared, la instalación de la luz, las tuberías, la madera podrida, las goteras... Me he dejado llevar por un sueño ingenuo. Mi trabajo en la productora es seguro, esto no lo es. Ni por asomo.
José María de vez en cuando levantaba los ojos de su periódico para decir algo, pero lo pensaba mejor y volvía a la lectura antes de abrir la boca. Lucía lo contemplaba esperando que hiciera cambiar de opinión a su madre como solía hacer: la voz calmada de la razón... Nada. Aquel proyecto les hacía ilusión a todos, no le parecía nada justo dejarlo a la mitad. Su madre acababa de llamarle sueño incluso... Nunca antes la había oído hablar así. De repente, recordó una de esas frases tan célebres y profundas que su padre le repetía con frecuencia y le salió sola:
—Puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que el que sucumbe, pero jamás el que abandona el combate.
Su madre se la quedó mirando con la taza de café en la mano antes de responder:
—Tu padre te tiene contagiada de su retórica. Es fácil decir algunas cosas, lo difícil es hacerlas...
—Mamá, tú siempre has sido una luchadora. No entiendo...
María se puso de pie de un impulso para frenar a su hija y empezó a limpiar una taza.
—Es lo mejor.
Lucía comprendió que su madre se ponía a fregar los cacharros sucios del desayuno para poner fin a la conversación. No iba a solucionar nada soltando frases. Como había dicho su madre, «es fácil decir algunas cosas, lo difícil es hacerlas». Debía encontrar la manera de echarle una mano para que el proyecto en el que había visto reflejado todos sus sueños se hiciera realidad.