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Todavía era de día cuando salió de casa de su padre. Como la temperatura seguía siendo buena y no tenía prisa le entraron ganas de caminar; pasaba de meterse en el metro o en el bus para regresar a casa de su madre. Podría haberse quedado a dormir en la de su padre, pero no se había llevado el uniforme ni los libros que necesitaría para clase el día siguiente. Además de que bastante tenían con ser cuatro como para que se sumara uno más. Por mucho que Lorena y su padre le habían insistido en que lo hiciera, Lucía había prometido quedarse a dormir como antes cuando estuvieran más tranquilos. Al marcharse, su padre la abrazó de nuevo como si no fuera a volver a verla y Lucía tuvo que llamarle la atención otra vez:

—Te has propuesto no dejarme respirar hoy, ¿eh?

—Perdona, hija. Es que no sabes cuánto nos has ayudado...

Lucía sonrió satisfecha de que su padre tuviera menos ojeras que esa mañana, cuando había llegado. La verdad era que Aitana y ella se lo habían pasado bomba preparando la comida, que no pudo ser mucho más que una ensalada de arroz basmati con cositas (dícese del aguacate, los palmitos, los canónigos y la salsa rosa de bote) y unos sándwiches vegetales de varios pisos. Todos se habían chupado los dedos y Lucía se había sentido muy orgullosa: ¡había sido su primer menú! Al marcharse, prometió regresar pronto para ofrecerles más ayuda y a Lorena los ojos le hicieron chiribitas. Le cogió del brazo con la mano y, mirándola a los ojos fijamente, le dijo:

—Gracias, Lucía. Eres un sol de hija.

En eso estaba pensando Lucía cuando, al cruzar por un paso de cebra unas cuantas manzanas más adelante, le pareció ver en el sentido contrario a Iván, el (todavía) novio de Susana. Se volvió con la intención de reconocerle bien: iba mirando al suelo, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, y por eso no reparó en ella. Lucía lo distinguió por ese tupé tan peinado, por mucho que la ropa de calle le diera un aspecto tan distinto. Nunca le había visto fuera del colegio, y le llamó la atención los tejanos pegados a las piernas y la camisa de cuadros ajustada que llevaba, por debajo de una chaqueta varias tallas más pequeña. Hasta entonces no se había percatado de que Iván era un hipster en toda regla. Susana no se lo había dicho nunca y le sorprendió que su amiga, una roquera auténtica, estuviera tan enganchada a alguien con un estilo tan distinto al suyo. Lucía sonrió: las bromas de la vida.

 

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Todavía le seguía los pasos cuando Iván frenó en la siguiente esquina para saludar a alguien con la cabeza; se trataba de alguien que le estaba esperando. Cuando esa otra persona dejó de estar cubierta por el cuerpo de Iván, Lucía entornó los ojos para asegurarse de que lo que estaba viendo sucedía de verdad y no en su imaginación: ¿era acaso Alicia? Sí, no había ninguna duda. El pelo azul, esta vez recogido en una coleta alta, y la ropa que sí pegaba completamente con el estilo que ella había imaginado: botas hasta las rodillas, tejanos rotos, camiseta desgastada y cazadora tres tallas más grandes (justo lo contrario de Iván). ¡No podía ser! ¿Qué hacían esos dos quedando un domingo por la tarde? Lucía recordó que Susana había rechazado quedar con Iván ese día porque tenía la comunión de su prima y sintió un pinchazo en el corazón. ¿Tan mezquino era el tío que si no conseguía quedar con su chica lo hacía con la de repuesto? Ufff...

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Al comprobar que Iván y Alicia iniciaban el paseo juntos, Lucía volvió a cruzar la calle con el propósito de seguirlos, al menos un rato, a cierta distancia. No era una metomentodo, pero el bienestar de su amiga estaba en juego y no se iba a quedar de brazos cruzados. Se escondió detrás de un árbol a esperar que avanzaran y después no les perdió la pista.

Enlazaron una travesía con otra y doblaron diversas esquinas. De repente, se vio sola en una calle de un único carril y aceras pequeñas, con la sola compañía de sus perseguidos, unos pasos más adelante. Rezó por que siguieran avanzando, pero cuando la pareja se paró para mirar antes de cruzar, Lucía creyó que todo había terminado... ¡La iban a pillar! Iván y Alicia mantenían la vista al frente, al otro lado de la calle, pero si alguno decidía desviar los ojos en su dirección la descubrirían con total seguridad. El corazón le latía a mil. Estaba atacada y no podía pensar con claridad. Se planteó dar marcha atrás a toda prisa, pero no tenía claro que fuera a darle tiempo a llegar a la siguiente esquina. Miró a un lado y a otro para buscar algún elemento que le fuera útil, y entonces vislumbró un par de contenedores enormes de reciclaje. Cuando vio que Alicia empezaba a volver la cabeza hacia ella, dio tres zancadas lo más grandes que pudo (considerando que sus piernas no daban para mucho) y saltó detrás de ellos (por suerte, esos contenedores no olían mal).

 

¡QUÉ
SUSTO!

 

Esperó unos segundos.

Al asomarse, Iván y Alicia ya estaban cruzando la calle, así que tenía vía libre. Cuando hubo recuperado el ritmo cardíaco, continuó con la persecución. Necesitaba saber algo más de lo que aquellos dos se traían entre manos porque se negaba a asumir que Iván estuviera saliendo con esa indeseable. Tan convencidas que habían estado ella y sus amigas de que habían conseguido asustarla... ¡Qué ingenuas! Las personas como Alicia no tienen miedo de nada ni de nadie.

Trató de analizar la actitud de Iván con respecto a Alicia para sacar conclusiones, pero le era difícil. De vez en cuando, Alicia alargaba el brazo y le apretaba el hombro, o se reía y le decía algo al oído... Pero no creía que eso fuera suficiente... ¿o sí? Desde luego, si Iván fuera Mario, tendrían problemas.

Cuando vio que se paraban en la puerta de una cafetería asumió que su camino terminaba ahí. Se infiltró entre la gente que estaba parada por la zona y, antes de que atravesaran la puerta, Lucía les hizo una foto juntos. No había otra solución: tendría que enseñársela a su amiga y que juzgara por ella misma lo que acababa de presenciar.