—¿La tienes? —preguntó Lucía a Susana en cuanto se la encontró en las escaleras.
—Sííí —respondió Susana con media sonrisa. A su lado estaban Raquel y Bea que, según parecía, le habían preguntado exactamente lo mismo.
—¿La tienes? —quiso saber ahora Frida, que acababa de llegar al punto de encuentro.
Susana entornó los ojos y las chicas se pusieron a reír.
—¿Qué pasa? —Frida las miraba sin comprender.
—¡Que sois todas unas pesadas! ¡Sí, la carta está bien guardada en mi mochila! ¿Algo más? —exclamó Susana levantando los brazos en el aire a modo de pregunta.
—Promete que se la darás en el recreo —le pidió Raquel.
Susana repitió sus palabras en tono monocorde:
—Todo correcto. Podemos subir —respondió Raquel.
Inició el ascenso por las escaleras y las demás la siguieron.
—Sois unas escandalosas —sonó la voz de Charlie, su chico, que en ese momento pasaba al lado de ellas.
Se colocó junto a Raquel y Lucía se fijó en cómo rozaba su mano con la suya de forma disimulada. Inmediatamente, Raquel tenía las mejillas incendiadas. Se aclaró la garganta y preguntó:
—¿Por qué? —De paso, se colocó varios mechones de pelo rubio sobre sus mejillas para disimular el rubor.
—Porque ahora todo el colegio sabe que Susana tiene una carta en su mochila —anunció Charlie de repente.
Susana miró a un lado y a otro con mirada desconfiada. A su alrededor no paraba de subir y bajar gente por las escaleras. Por su cara, Lucía adivinó sus pensamientos: rezaba por que Iván no anduviera cerca. Se la veía muy nerviosa, y es que la tarea que debía ejecutar no era nada fácil. Después, negando con la cabeza, las miró a todas una a una, un tanto abochornada. Las demás quitaron importancia al asunto.
—Ni que fuéramos el centro del universo colegil —dijo Lucía, y Frida le dio la razón: bastante tenía cada uno con lo suyo.
—¡No somos tan interesantes! —la siguió Bea.
—Eso lo dirás tú —bromeó Raquel al tiempo que le daba un codazo.
Miró a Charlie de reojo, que la contemplaba sonriente al tiempo que soltaba:
—Exacto. Yo creo que sí lo sois.
Raquel negó con la cabeza, tragó saliva, se rascó la nariz y se quedó callada. ¡Lo nunca visto! ¡Estaba alteradísima!
Así, subieron todos juntos las escaleras lentamente, sin prisa por empezar la primera hora de clase, hasta plantarse en el segundo piso. Iban a torcer la esquina cuando alguien atravesó el grupo a gran velocidad. Del ímpetu, Susana, que todavía no había llegado arriba del todo, por poco se cae de espaldas. Pero Frida, que estuvo rápida, alargó la mano y la cogió antes de que la sangre llegara al río.
—¿Quién ha sido el animal? —preguntó Susana.
Todas dirigieron los ojos hacia el mismo lugar: se encontraron con una melena azul despeinada, balanceándose de un lado a otro sobre una espalda delgada y alargada. Un rostro se volvió hacia ellas para ofrecerles una mueca burlona. Solo le faltó sacar la lengua... Después dirigió sus ojos oscuros hacia Charlie y lo saludó con la mano como si le conociera de toda la vida.
Raquel miró a Charlie con ojos sospechosos y la boca apretada. ¿Qué había sido eso? ¿Acaso Alicia también le tiraba a él los trastos? Charlie preguntó sin comprender:
—¿Qué pasa?
—¿Te llevas bien con esa arpía? —quiso saber Raquel señalando a Alicia, que había desaparecido en dirección a los lavabos.
—¿Yo? ¿Estás loca? —preguntó Charlie. Abría escandalizado los ojos azul turquesa, que resaltaban incluso a través de las gafas.
Raquel fue a responder e, inmediatamente, Charlie se disculpó:
—No, me refiero a que si estás loca de verdad. Es que esa chica es insoportable. Desde que llegó no para de hacerle la vida imposible a todo el que conozco. A Alba y a Diana las tiene amargadas. ¿Cómo me voy a llevar bien con ella?
La rubia movió la cabeza en gesto afirmativo.
—Raquel, ¿me has oído? —quiso asegurarse Charlie, todavía apurado.
—Alto y claro.
Raquel acompañó su respuesta de una tierna sonrisa. Su expresión se había relajado del todo y volvía a ser la de antes. Charlie respiró tranquilo y las chicas también. Acababan de presenciar el primer intento de pelea de Raquel y Charlie, que había sido sofocado de manera sencilla y eficaz con diálogo. Y es que Raquel era así: directa, coherente y bien pensada. Si Charlie le decía algo ella no tenía motivos para no creérselo. ¡A Lucía le habría gustado ser un poco más como ella! La noche anterior no había sabido nada más de Mario y en lo que llevaba de día tampoco. Y no podía evitar pensar que si él la echara tanto de menos como ella a él se comportaría de otra manera. Se obligó a pensar en positivo, como hacía Raquel. Aquel día todas debían ser optimistas y esperar lo mejor de la gente: Susana iba a abrir su corazón al chico que le gustaba y eso no sucedía todos los días.