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La lluvia no dejaba de caer. De fondo, Hello, de Adele. Susana, como siempre, se mantenía al lado del equipo de música, para cambiar la canción cada vez que una no la motivara. Frida, de pie, se asomaba por la ventana buscando inspiración. Las demás se mantenían sentadas en la zona de los cojines.

—Sigo sin entender por qué no le dices lo que sientes, tal cual —le dijo Lucía a Susana.

—Porque yo no soy como tú... Me cuesta hablar de sentimientos.

—¿Por qué?

—No lo sé. Quizá porque no he tenido muy buenas experiencias...

Las chicas la miraron con el ceño fruncido. Susana nunca les había hablado antes de esa parte de su vida. Solía referirse a su falta de fe en el amor a menudo, pero ninguna sabía concretamente qué le había llevado a ello.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Frida directamente, la que menos pelos en la lengua tenía.

Susana miró al suelo, se colocó un mechón de su pelo oscuro detrás de la oreja, y respiró hondo antes de empezar a hablar:

—Había un chico... era compañero de clase en el instituto al que iba.

—¿Del que te echaron?

—No me echaron... Mi padre me sacó de allí para ver si mejoraba mi trayectoria.

—¿Por culpa de ese chico?

—Bueno, en parte... Él no me obligaba a nada, pero me gustaba tanto que yo solo le seguía.

Las chicas se sentaron alrededor de Susana, y escucharon atentas la historia que empezaba a contar. Susana se tomó un respiro y la lluvia, que no dejaba de caer, se oyó con fuerza otra vez. Aunque en la buhardilla tenían un radiador potente que mantenía el ambiente cálido y acogedor, Susana se abrazó a sí misma, como si le hubiera entrado frío de repente. Era evidente que no le resultaba nada fácil traer al presente esos recuerdos.

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—Se llamaba Cris. Y era... bastante rebelde.

—Como tú —dijo al instante Raquel, sonriente.

—No, él más. Créeme.

Susana iba dosificando la información en pequeñas y breves intervenciones. Las chicas debían ir preguntando si querían conocer toda la historia. Había que sacársela con sacacorchos.

—¿Te enamoraste de él? —le preguntó Lucía.

Susana asintió antes de responder:

—Perdidamente.

Lucía no pudo evitar alargar la mano y acariciar la de su amiga, que le agradeció el gesto con una sonrisa nada convincente.

—Ya está superado, más o menos —dijo.

—¿Te dejó él? —quiso saber Bea.

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—Bueno, fui más bien yo. Era eso o acababa como él.

La voz de Susana sonaba tan triste que parecía que se iba a poner a llorar en cualquier momento. Nunca antes habían visto a Susana así de afectada. A Lucía le sorprendió descubrir que todavía le faltaban por conocer muchísimas cosas de esa chica que se había convertido en una de sus mejores amigas en el último año.

—Pero ¿qué es lo que hacíais juntos? Para que fuera tan malo, digo... —preguntó Frida ahora, que no se conformaba con pequeños detalles. Quería saberlo todo.

—Pues un día nos dedicamos a robar todos los móviles de los compañeros. Él conocía a un tío que los vendía y nos dio una pasta. También... una vez nos colamos en la sala de profesores para coger los exámenes de matemáticas del día siguiente. Así que a Cris se le ocurrió distribuirlos en clase a cambio de algunos euros.

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Las chicas la miraban con los ojos como platos. Ninguna imaginaba a Susana participando de chanzas de ese tipo. Susana debió de percatarse de esos pensamientos algo críticos, porque se puso roja y se disculpó. Lucía se sintió culpable por juzgar a su amiga, así que trató de tranquilizarla:

—Lo pasado, pasado está.

—Sí, ahora no se me ocurriría hacer nada de eso... —insistió Susana.

—¿Te divertías haciéndolo? —le planteó Raquel.

—La verdad es que no... —respondió Susana negando con la cabeza—. Sentía mucha lástima por las víctimas de nuestras locuras.

—¿Y no te daba miedo que te pillaran? —preguntó Bea.

—Eso era lo que menos me importaba. Por aquel entonces los estudios me daban igual. Solo quería pasar todo el tiempo con Cris, hiciera lo que hiciese. No tenía a nadie más. Me quedé muy sola.

Bea se arrimó a Susana y apoyó la cabeza en su hombro.

—¿Qué te gustaba de él? —quiso saber Lucía.

Todavía no le entraba en la cabeza cómo alguien podía dejarse llevar por otra persona de esa manera. Y menos Susana, la persona más racional que había conocido nunca.

—Buf, todo. Me gustaba su pelo negro revuelto, su piercing de la ceja, su mirada de malote, su voz grave, cómo caminaba arrastrando los pies... Pero hubiera estado igual de bien echada con él debajo de un árbol, sin hacer nada. Lo que pasa es que él prefería hacer otras cosas...

La música de Adele acabó y empezó What do you mean, de Justin Bieber. La lluvia se entremezcló con la de la canción, fusionando los dos espacios. El sonido de las agujas del reloj de la melodía resonó en la buhardilla mientras las chicas se quedaban calladas, asimilando todo lo que Susana les acababa de contar.

—¿Y por qué tu padre te cambió de colegio de repente? ¿Te pillaron? —le preguntó Frida otra vez.

Susana se frotó la cara con las manos, como intentando postergar la respuesta.

—Cris robó un broche a mi madre.

—¡¿Qué?! —exclamaron todas a la vez.

—Mis padres no podían ni verlo y él quiso hacerles rabiar. Eso dijo. Pero el broche resultó ser de mi abuela, que murió cuando mi madre era solo una niña. Así que os podéis imaginar el drama...

Lucía se llevó las manos a la cara, totalmente incrédula. ¡¿Cómo podía ser tan miserable aquel chico?!

—¿Y cómo se enteraron de que había sido él? —formuló una pregunta en vez de revelar sus pensamientos.

—Se lo dije yo —confesó Susana con voz de ultratumba.

Susana se veía totalmente derrotada y Lucía no pudo resistirse más: se abalanzó sobre ella y la abrazó. Las demás la siguieron y se quedaron un rato así, juntas, mostrándole a su amiga todo su apoyo. ¡Susana había sido muy valiente! Acusando a Cris había cambiado de rumbo drásticamente y ahora era una persona maravillosa.

—Mis padres prometieron no denunciarle, pero hablaron con sus padres y lo internaron en un colegio horrible —susurró Susana sin levantar la cabeza del abrazo colectivo.

—¿Le querías mucho? —Lucía le preguntó lo último que necesitaba saber.

—Muchísimo.

Susana no pudo contenerse más y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mojando sus mejillas y el hombro de Lucía, sobre el que permanecía apoyado. Bea le acariciaba la cabeza mientras Frida y Raquel negaban tan afectadas como Lucía. Ninguna quería dejar a su amiga sin protección, después de que afloraran todos aquellos sentimientos. En ese momento, Lucía entendió tantas cosas... Sin embargo, le daba rabia que por una experiencia así de traumática su amiga se hubiera cerrado en banda a sentir el amor de verdad. ¡Con lo bonito que era! Susana debía entender que no tenía por qué ser sinónimo de sufrimiento, así que después de un rato, cuando la propia Susana se separó de ellas para buscar un pañuelo y limpiarse la cara un poco, le dijo:

—Iván no se parece en nada a Cris.

Susana asintió:

—Lo sé. Ya lo sé.

—¿Estás enamorada de él? —le preguntó Bea ahora.

—No lo sé. Puede que sí... —Sonrió levemente.

—¡Eso es maravilloso!

Susana se encogió de hombros y las chicas celebraron la noticia con sonoros aplausos.

—¡Esto hay que celebrarlo! —exclamó Frida, que se acercó al equipo de música para quitarle el papel de DJ a Susana—. Vamos a poner algo más marchoso, ¡que no estamos en un funeral!

Frida dio al «Play» y comenzó a sonar Reality, de Lost Frequencies y Janieck Devy. A Lucía le gustaba mucho esa canción porque le transmitía buen rollo y ganas de bailar. Así que cuando Frida comenzó a mover las caderas, ella se puso en pie y la imitó.

—¡Venga! —exclamó con los brazos alargados en dirección a Susana. Y esta, aunque seguía moqueando un poco, la obedeció.

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Todas juntas comenzaron a moverse al ritmo de la música y, poco a poco, lo que empezó siendo un baile más tímido, de tímidos movimientos de pies y manos, se convirtió en un desfogue de saltos y estiramientos, de manera que todas acabaron respirando aceleradas y, sobre todo, felices.

—¿Qué pasa aquí? —sonó de pronto la voz de Sara, la madre de Bea. Las miraba con ojos asustados, tan verdes como los de su hija.

—Perdona, mamá. Nos hemos emocionado —se disculpó Bea todavía sofocada, pero muy sonriente.

—Nada, hija, no pasa nada. ¡Es que parecía que se iba a caer el techo encima!

A las chicas se les escapó la risa y a Sara, que era tan buena como su hija, también.

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—¿Habéis terminado con la merienda? Si no habéis probado bocado...

La madre de Bea señaló los platos casi llenos de sándwiches de jamón y queso, de Nutella, y los vasos de zumo de naranja y leche.

—Igual ahora comemos algo más... —sugirió Bea, que dirigió una mirada cómplice a sus amigas. Definitivamente, estaban muuuucho más animadas. ¡Y hambrientas!

Ya se había marchado Sara y cada una masticaba un trozo de sándwich cuando sonó el móvil de todas a la vez. Eso solo podía significar una cosa: acababan de recibir un whatsapp del grupo de ZR4E!

Efectivamente, Marta escribía:

 

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Las chicas se miraron unas a otras sorprendidas de la capacidad de Marta de estar cerca, aunque no fuera físicamente. En algún momento tendrían que compartir con ella las últimas confesiones de Susana, pero eso era cosa de la protagonista de aquella historia, que lo haría en cuanto estuviera preparada.

 

imagen, escribió Lucía.

 

imagen, protestó Susana.

imagen, respondió Marta.

 

imagen, añadió Frida y las demás siguieron el comentario de tropecientas caritas sonrientes.

Si había una cosa clara era que Susana no estaba sola, y nunca lo estaría. Sus amigas la ayudarían a conseguir todo lo que ella quisiera.