Vosotros os lo perdéis
HADOQUE estuvo a punto de volverse loco mientras veía cómo Black Michael despedazaba a machetazos el cadáver de un marino del Matilda Briggs que había fallecido a causa de la fiebre maligna.
—Este es Georgie Hellstrom —dijo Black Michael, y le seccionó un brazo de un solo golpe de machete—. La rata no le mordió ni le arañó. Georgie simplemente se puso enfermo ayer por la mañana y ahora miradlo…
—¿Piensa comerse a alguien que ha muerto de una enfermedad contagiosa? —dijo Charlie.
—Es contagiosa para otros, no para mí —respondió Black Michael—. Y parece que tampoco para Gograh.
El capitán Carey tuvo que dar varios tajos para atravesar el fémur izquierdo del difunto Georgie Hellstrom. Se daba bastante maña, tal y como observó Charlie, lo que indicaba que ya había realizado ese trabajo con anterioridad.
No, aquello no era la ribera del río Congo. Pero empezaba a parecerse cada vez más. Charlie ya no sabía cómo evitar que Hadoque hiciera alguna tontería y lograra que los matasen a los dos.
Gograh había regresado rápidamente al interior del omnimóvil y Charlie echó un vistazo al vehículo mientras sus captores estaban ocupados. Obviamente pensó en aprovechar la ocasión para escapar, pero en cuanto se alejó unos pasos del campamento, el cacharro de Sivane giró silenciosamente la torreta donde estaba instalado el cañón y Charlie quedó bajo el punto de mira. El jorobado abrió una compuerta lateral (algo parecido a la ventanilla de un coche de caballos) y le gritó:
—¿Adónde cree que va usted?
Y Charlie dio medio vuelta.
El omnimóvil era un vehículo impresionante. Ahora que podía verlo, le resultó evidente que aquel agujero de la empalizada que separaba la península del resto de la isla no lo había producido una bala gigante, aunque estaba claro que los proyectiles del omnimóvil eran muy grandes. Ese cañón rodante (pues Charlie llegó a la conclusión de que se trataba de eso y no de otra cosa) debía de disponer de otras armas, aunque era incapaz de imaginar cómo habría hecho el agujero.
El vehículo medía unos diez pies de altura (ruedas incluidas), veinte de anchura y unos veinticinco de largo. El pajarraco Sivane no lo había pintado de ningún color, de modo que las planchas de metal que lo recubrían, unidas entre sí y al esqueleto del carro por medio de remaches grandes como puños, emitían un característico brillo plateado. La chimenea del omnimóvil seguía soltando humo, lo que significaba que la caldera que lo propulsaba debía de estar encendida… si es que ese cacharro funcionaba con vapor, como el Friesland. Charlie empezó a pensar que aquella cosa estaba provista de algún tipo de motor distinto… De hecho, el humo era demasiado oscuro para tratarse de vapor y olía a petróleo quemado o algo parecido.
Hadoque se acercó a Charlie bufando y Marlow le dijo:
—¿Qué te parece esto? —Y señaló al omnimóvil.
—Un montón de chatarra, capitán. —Y añadió—: Quiero estrangular a ese Black Michael. Y también al bebe-sin-sed jorobado que se oculta ahí dentro como el cobarde que es. La próxima vez que salga de su escondrijo…
—No saldrá —dijo Charlie—. O al menos, no dejará que le pongamos un dedo encima.
—¿Qué es lo que están haciendo aquí estos brutos sombríos y desalmados, capitán? ¿Por qué no nos han matado ya?
—Porque Gograh nos necesita.
—Pero ¿para qué?
—No estoy seguro, pero tengo alguna idea al respecto. Quizá tenga que ver con esa cosa muerta que tienen ahí encadenada —dijo Charlie, que agarró a Hadoque de la manga y lo llevó hacia el cadáver del monstruo que yacía junto al árbol. Tenía cadenas en los brazos y una que sujetaba el cuello del animal con una argolla.
—¿Con este gorila?
—Está muy lejos de ser un gorila normal —explicó Marlow—. Es un MGN V, pero muy joven.
—¿Un qué?
—Una cría de simio gigante, como la diosa Kho que se llevó a Sigerson. No la pude ver con claridad, pero aquella sombra se levantaba no menos de veinte pies del suelo. Esto que Gograh tiene aquí mide ocho o nueve pies y Gograh ha dicho que se trataba de una hembra joven. ¿A ti te parece que ese rostro lastimero es de un adulto, Hadoque?
El belga observó los ojos negros, entrecerrados y secos de la bestia.
—No sabría decirle, capitán…
—¡Muchachos! —les gritó Black Michael—. ¡Si no me ayudáis con el cuerpo, no tendréis derecho a recibir una parte del asado!
El capitán Carey estaba espetando pedazos de carne humana en la hoguera rodeada por los marinos enfermos. El olor los estaba despertando. Y pedían comida.
—Qué horror —dijo Hadoque—. Seguro que esos hombres no se han percatado de que van a zamparse a uno de sus compañeros
—Sí —respondió Charlie—. Es posible. —Y a continuación le gritó a Black Michael—. ¡Ahora no tenemos hambre, capitán Carey!
—¡Vosotros os lo perdéis, imbéciles!
Dijo esto con la boca llena. Estaba mordisqueando los dedos de la mano requemada de Georgie Hellstrom.