Capítulo 38

 

Debí haberlo esperado. No me sorprendió para nada haber encontrado mi bandeja de correo desbordándose a mi regreso hace dos semanas. Fue fácil darse cuenta de que la Sra. Bellers trabajó muy duro para no ayudarme con nada mientras estaba ausente.

Me encuentro sentado en la gruta una vez más, relajándome. La paz de las montañas francesas y los paisajes europeos se está disipando, y se convierte rápidamente en un recuerdo distante.

“Padre, disculpe, ¿puedo hablar con usted un momento?”

Jean Luder está detrás de mí. No escuché que se acercara, probablemente debido al pasto azul de Kentucky que rodea la gruta.

Me sorprende verla, pero me pongo de pie y le ofrezco mi mano.

“No le quitaré mucho tiempo,” me dice.

Mientras me da la mano, mira hacia el edificio administrativo detrás de ella. Vemos una pareja de ancianos saliendo de la oficina parroquial y sosteniendo la puerta para que otra pareja de ancianos ingrese.

“¿Le gustaría entrar a la oficina?” pregunto

“No, así está bien,” me dice, y se sienta en una banca contigua.

Pasa unos instantes mientras organiza sus ideas. Su bolso negro demasiado grande descansa contra sus pantalones elegantes y sus tacones altos de punta abierta. Lo más probable es que ésta sea su hora de almuerzo y ya se haya tomado gran parte conduciendo hasta aquí. Entiendo por lo que me dijo el Alguacil Luder que ella trabaja a unos 20 ó 30 minutos de aquí. De hecho, es la única vez que le ha hecho un cumplido al decir que es la mejor Consejera de Adicción a las Drogas que conoce. Si ese es el caso, y solamente tiene una hora de almuerzo, debemos hablar muy rápido.

“¿En qué puedo ayudarle?” le digo, esperando acelerar la conversación. No me molesta que haya venido sin previo aviso, pero también tengo un compromiso previo, una reunión a las 12:30 p.m.

“Qué pena no haber llamado antes de venir…” comienza, y yo hago un gesto con mi mano para que se olvide de su preocupación.

“No se preocupe. Está bien.”

“Bueno, se trata de Daniel. Mi esposo.”

Asiento con mi cabeza. “¿Todo está bien?”

“Sí, y… no. Es extraño y no estoy segura de cómo explicarlo con exactitud. Yo… creo que espero poder hacerle algunas preguntas sobre su viaje. Es decir, ha cambiado, bastante. Primero tuvo el accidente en su maldita motocicleta y comenzó a actuar de manera extraña después de eso, y ahora regresa de esa peregrinación a la que usted lo hizo ir y… pues bien…”

“Nadie puede obligar a nadie a hacer algo que en verdad no quiere hacer, Sra. Luder, y al final, su esposo decidió ir a la peregrinación por sí solo. Ya es un adulto.” No voy a decirle de los retos que nos hicimos el uno al otro, pero lo que le digo es igualmente acertado.

“Lo sé, lo siento. Me refiero a que él me dijo que usted lo convenció y que él ni siquiera quería ir pero, sí, yo sé, él tomo su propia decisión. Usted tiene razón, él es un adulto.”

Espero pacientemente a que continúe.

“Él, eh… ¿Qué sucedió por allá? Parece que no puede dejar de hacer cosas por mí. Siempre está a mi lado. Constantemente intenta abrazarme. Me ha dicho que me ama como unas 25.000 veces.

“Y ahora lo de ‘Dios.’ De lo único que habla es de Dios, con el respeto que se merece, Padre. Ha entregado mil Biblias o folletos que recogió en alguna iglesia. Habla toda la noche con nuestros amigos y familiares. Está molestando casi a todo el mundo y probablemente los esté alejando más de Dios – al menos eso es lo que ha hecho conmigo. Habla con las personas en las tiendas, o cuando estamos juntos conduciendo por ahí, les dice cómo el Señor puede salvar sus almas.

“Incluso me hace ir con él a la prisión a ‘salvar’ personas; los prisioneros solo se burlan de él. He ahí la persona que ayudó a encerrarlos; probablemente hasta les dijo a la cara lo despreciables que eran. Ese es el tipo de persona que es mi esposo, o era, creo, ¿y ahora quiere salvar sus almas? Estoy completamente apenada, me muero de la vergüenza. Ya ni siquiera quiero salir de la casa con él en caso de que quiera ponerle las manos encima a alguien y sanarlos.”

Mueve sus manos intensamente, tanto que su teléfono celular se desliza de su mano, y aterriza suavemente en el césped frondoso que nos rodea.

No puedo controlar reírme entre dientes.

“En serio. El otro día salimos a comprar, eh… no recuerdo, carne para la comida, y había una pobre mujer con una bufanda. Parecía que hubiera estado en tratamiento de quimioterapia y simplemente intentaba lucir normal, ya sabe, pasar desapercibida. Estaba en la tienda esperando poder hacer sus compras sin que nadie la mirara. Y ahí va mi esposo. Camina directamente hacia ella quien espera en una larga fila en la caja, coloca sus manos sobre su cabeza y dice, ‘¡Mujer, sana!’ Su bufanda sale a volar y se revela su cabeza calva y algunos parches de pelo que intentan volver a crecer. Inmediatamente sale de la tienda dejando atrás sus comestibles, y mi esposo se queda ahí parado, luciendo victorioso pero confundido. Fue como si no pudiera entender por qué ella reaccionó de esa manera. ¿De verdad?

“Y cuando me presenta, se refiere a mí por mi nombre, ‘Jean.’ Imagino que me gradué y pasé de ser ‘la esposa’ a ser una persona real con vida y con aliento.”

“Jean es su nombre, ¿no?” la interrumpo suavemente. “Mire, por lo que me dice parece que está lleno de fervor, y quiere contarle a todo el mundo sobre la transformación espiritual que ha experimentado. Pero hablaré con él. Hay maneras maravillosas de evangelizar, y otras que fallan aunque las intenciones del evangelizador por compartir la Buena Noticia de Nuestro Señor sean buenas.”

Se le ve agradecida y asiente con su cabeza.

“Sra. Luder, una peregrinación como a la que fue su esposo puede ser un momento muy especial para muchas personas; no para todos, pero sí para la mayoría. Parece que el suceso lo impacto positivamente, pero usted no parece estar contenta en lo absoluto.”

Me mira fijamente sin indicación alguna de si lo niega o está de acuerdo.

“¿Qué le dijo, Padre? Es decir, ¿Le dijo algo? Le pregunto porque estoy muy confundida. No se parece en nada a como es él. Me dijo que había tenido una experiencia bastante liberadora desde que estuvo en confesión con usted, y que ahora se siente como un hombre sin cadenas. ¿Sin qué cadenas?”

Obviamente va en busca de información; quiere saber si su esposo soltó la lengua conmigo. Ya he pasado por esto antes con esposos y esposas, o incluso con novios y novias. Intentan hacerme caer para que les diga cualquier cosa que la otra persona quizá haya revelado en el confesionario. En verdad comprendo la situación y la manera como se siente ella, pero por ninguna razón esta conversación avanzará en esa dirección.

“Sra. Luder, ¿usted es católica?”

“Pues, eso creo. Yo fui bautizada y confirmada y todo eso, pero, no soy practicante. Simplemente creo que si se tiene un buen corazón y no se hace nada verdaderamente malo, vamos al Cielo cuando morimos.”

Asiento con mi cabeza ligeramente, apenas reflejando que presto atención a lo que dice. No estoy de acuerdo con su filosofía ni es lo que enseña la Iglesia, pero necesito abordar la que creo fue su única razón para venir aquí.

“Le pregunto porque, como católica, usted debe recordar que cada vez que escucho una confesión estoy obligado, bajo sanciones muy severas, a mantener en total discreción cualquier cosa que me sea dicha. Se llama el ‘sigilo sacramental,’ y como su nombre lo indica, lo que sea que un penitente me comunique permanecerá por siempre ‘sellado.’”

“Lo entiendo, Padre, de verdad. Únicamente esperaba…” comienzan a caer lágrimas de sus ojos, y su voz se quiebra mientras mete sus manos torpemente en su bolso negro y saca un paquete de Kleenex.

Mi corazón está con ella.

“¡Es que ha cambiado tanto! Como le dije, ahora está conmigo a toda hora. No lo soporto. Solía dejarme sola todo el tiempo, y hablo en serio, todo el tiempo. Siempre culpaba a su trabajo. Pero ahora, aunque tiene el mismo trabajo y sé que tiene que ser muy cuidadoso porque tuvo ese maldito accidente, no me ha dicho ni una vez que debe volver a trabajar.

“A donde quiera que voy él quiere ir conmigo. Y antes de todo esto, todo era culpa mía, ¡todo! Me culpaba, me criticaba por la casa, por la manera como criaba a nuestra hija, por las deudas, la comida, por esto, por lo otro, por lo que se imagine, no estaba contento con nada. ¿Y ahora? Podría encender la maldita casa en llamas y probablemente me felicitaría por lo bien que encendí la llama.”

Ha dejado de llorar, pero ahora retuerce sus manos.

“¿Sabe cuál es el mayor problema?” Su mirada fija se toma toda mi atención.

“No,” le contesto.

“Es que no confío en él. Simplemente no confío en él. Desde hace años. Y todo lo que está intentando hacer ahora está bien si lo hace feliz, creo, pero ya es demasiado tarde para mí. Quiere que simplemente actúe como si nada hubiera pasado, como si fuera estúpida. Como si todo estuviera ‘bien’. Como si todo lo que sucedió en el pasado no significara nada, como si solamente debiéramos olvidarnos de todo y seguir adelante. ¿Pero sabe qué, Padre? Yo sé lo que él ha hecho. Yo sé quién es ella.

Busca algo en mis ojos. Yo no me inmuto.

“Michele Jerpun. Ella es. Siempre que le preguntaba por qué hablaba de ella a todo momento, me decía que simplemente sentía lástima por ella por todo lo que Cameron Gambke le hacía, fuera lo que fuera. Salía tarde en la noche después de que ya nos habíamos acostado y decía que tenía que ir a dar una vuelta para aclarar sus pensamientos, o a la oficina para darle otra mirada a los expedientes de algún caso, o los fines de semana me decía que había una nueva pista en el caso y que se tenía que ir.

“¿Y sabe qué? Luego de un tiempo, ya no me importó más. Me acostumbré a pasar tiempo a solas con Sheri, y ya que todo lo que hacíamos era pelear cuando él estaba en casa, probablemente era mejor así. Sheri decía que le gustaba la paz en la casa cuando su papá no estaba.

“Raramente, o nunca, aceptó ninguna responsabilidad de su parte en cualquier desafío o problema que tuvimos en nuestra relación. Se ha comportado como un tonto, Padre, plena y totalmente, y estoy siendo decente porque estoy sentada aquí frente a usted.

“Debí haber sabido que casarme con él iba a ser una pesadilla, pero estaba demasiado enamorada, creo, o tal vez pensé que estaba enamorada de él. Casarnos parecía ser lo correcto. Todos nuestros amigos lo estaban haciendo, así que ¿Por qué no?

“Y luego un sábado en la mañana, y sé que nunca lo olvidaré, él estaba en la ducha. Siempre me había dicho de manera muy específica que nunca podía revisar su celular. Era ‘propiedad oficial de la compañía’ y podría meterse en serios problemas si alguna vez se descubría que su esposa estaba leyendo información confidencial que le enviaban a él.

“Ah, bueno, pensé, porque sabía que algo sucedía. Y luego llega un mensaje que decía ‘Es la hora de la siesta y estaré libre dos horas.’ No sabía quién había enviado el mensaje, pero no me sorprendía. La parte triste es que creo que aún lo amaba en ese momento, o quizás se trataba de un tema de ‘posesión femenina,’ pero tenía rabia, estaba muy molesta. Luego sale de la ducha y yo hago como si nada sucediera. Pero lo observo. Aún mojado se va directamente a su teléfono y lee el mensaje. No pudo esperar a revisar sus mensajes. A los diez minutos ya estaba vestido, se había puesto colonia y había salido ‘para el trabajo’. Lo iba a seguir, pero tenía que recoger a Sheri a la casa de una amiga; nuestro plan era ir a recogerla juntos y luego ir al cine como familia. ¡Demonios! acabábamos de hacer el amor esa mañana y ahora iba directo a donde su amante. Pero yo tenía un plan. Ese pendejo me había enseñado algunas cosas de la policía con el pasar del tiempo, y entonces apliqué lo que había aprendido.

“Al siguiente lunes yo sabía que estaría en reuniones todo el día. Ahí es cuando se ponen al día con las actividades criminales y administrativas del fin de semana y se preparan para la semana que entra. Así que fui a su oficina. Su secretaria y yo nos conocemos de hace muchos años. Llevé algunas flores y le dije que eran una sorpresa para él.

“Me dejó entrar a la oficina y revisé su correo. Encontré la factura telefónica que había enviado a aprobación para pago por parte del departamento. Le di una ojeada rápida y vi varias llamadas cortas desde y hacia un número telefónico específico, pero lo que en realidad llamó mi atención fue que durante ese mes había enviado más de 1000 mensajes a ese número. Lo que hizo fue que escribió una nota en la parte de abajo de la factura que decía que era parte del ‘Caso Gambke’ para justificar el gasto. ¡Ja! Él es el jefe y la mayoría le tienen miedo en la oficina, ¿así que quién lo va a cuestionar? Y como era un teléfono asignado por el departamento probablemente creyó que yo nunca vería la factura. Estaba equivocado.

“Llamé a ese número desde uno de los teléfonos en la oficina, no desde el suyo, por supuesto. No quería que se enojara en caso de que en verdad fuera por asuntos ‘oficiales.’ ¿Adivine quién contestó? Nada más ni nada menos que Michele Jerpun. ¡¿En serio?! ¡¿Qué podría haber en ese caso Gambke que requiriera que mi esposo llamara o le enviara mensajes a Michele Jerpun más de mil veces en un mes?! ¿Cree que soy estúpida? No le dije nada porque para ese momento ya lo odiaba, pero en realidad no quería dejarlo por Sheri. Mis padres se divorciaron cuando yo era joven y fue bastante feo. Su divorcio me afectó mucho y juré nunca hacerle lo mismo a mi hija.”

“Lamento mucho escuchar todo eso. De verdad,” digo sinceramente.

“No sé qué se supone que debo hacer. Es un mentiroso. Cuando lo confronté, lo negó, y aún continúa mintiendo sobre lo mismo. Con el pasar de los años yo creé mi propio espacio, lejos de él. En la noche, cuando no puedo dormir y él no está, salgo a conducir por ahí. Cuando Sheri era más joven estaba tan involucrada en el deporte y las actividades escolares que yo podía esconderme en esas actividades. Pero ahora ya no vive con nosotros y somos solo él y yo. Y ahora está emocionado por recomenzar. Pero no sé si puedo, o si quiero.”

Rompe en llanto nuevamente. Me entristece profundamente la manera como ha evolucionado la situación entre ella y el alguacil, y me enfada ver otro ejemplo claro de lo dañino que puede llegar a ser el pecado sexual.

“Le voy a sugerir algo, Sra. Luder. Anteriormente se lo he brindado muchas veces a otras mujeres que sufren, sin importar la causa. La paz que ha encontrado cuando sale a conducir es algo bueno. En su vida, lo que tiene suma importancia es su salud personal y su bienestar. Usted debe encontrar cosas positivas que hacer con el fin de mantenerse por encima del sufrimiento, como algún pasatiempo, la música, hacer una caminata larga, tomar un baño caliente, comer sano, o hacer ejercicio. Todo esto le ayuda a aquellos que son agobiados por los retos que la vida trae. Definitivamente le ayudan a mantener su conciencia tranquila. Buscar la forma de vengarse de él o de pagarle con la misma moneda, como con el alcohol, las drogas, o incluso las relaciones extramaritales, no solamente es nocivo para su salud, sino también para su alma.

“Las personas parecen pensar que el amor es una emoción. Por eso es que dicen que se enamoran o se desenamoran, que sienten o no amor por otra persona. Pero el amor no es una emoción, el amor es una decisión. En cualquier relación decidimos estar enamorados, porque las relaciones pueden llegar a ser algo bastante desafiante, muy difícil, ¿verdad? Por lo que me dice creo que usted vive en este momento un ejemplo de eso. Pero si en verdad decide amarlo, decide quedarse y hacer que funcione, la aliento sinceramente a que encuentre la manera de apreciarlo nuevamente, de prestarle atención, hasta de agradecerle – ya sabe, el tipo de cosas que hacía hace mucho tiempo cuando estaba enamorada de él.

“Cuidarse también es importante. Pero le sugiero enfáticamente que nunca olvide que Dios los ama a ambos – no solo a usted, también a Daniel. Él nunca le prometió una vida fácil, pero si le prometió que siempre estaría con usted.”

Frunce su seño y me mira con rabia. ¿Qué fue lo que dije para molestarla?

“¿Que lo trate bien?” dice de repente. “¿Por qué? ¿Por doblar la ropa luego de que yo me tomé el tiempo para lavarla? ¿Agradecerle por qué? ¿Por cortar el césped? Si hago eso, ¿por qué tendría él alguna razón para cambiar? ¡Por favor! Se supone que él debe hacer esas cosas. A eso se le llama ser un ‘esposo,’ al igual que se supone que yo debo hacer todas las cosas que hago. No tiene ni idea de todo lo que hice criando a Sheri, la mayoría sola.”

“Lo sé, la entiendo, de verdad,” le digo mientras levanto la mano. “Pero a todos nos gusta ser valorados, incluso por cosas que se supone debemos hacer. A nadie le gusta sentirse menospreciado. Ni a usted, ni a él, ni a mí. Destruir a alguien siempre es deshumanizante. Él se lo hizo a usted, como me lo acaba de explicar, y no fue de su agrado, ¿verdad? Pues bien, ambos son humanos.

“Permítame le hago una pregunta. ¿Ustedes se casaron por la Iglesia católica?”

“Sí,” me dice con más calma.

“Bueno, la Iglesia reconoce que hay ocasiones en las que un matrimonio puede llegar a ser dañino e incluso peligroso, por ejemplo cuando hay abuso a los hijos o a la pareja. La Iglesia no cree que las relaciones abusivas deban continuar. El hecho de que la pareja se haya casado por la Iglesia no quiere decir  que las esposas maltratadas deban aguantarse y quedarse en la relación. De ninguna manera. Ese es un gran malentendido.

“Cuando hay estrés y dificultades en el matrimonio, como lo que usted ha experimentado, la Iglesia reconoce que la separación puede llegar a ser lo mejor. Si el divorcio civil se convierte en la única solución posible, la Iglesia puede llegar a reconocerlo.”

Mueve su cabeza de lado a lado; sin duda necesita tiempo para procesar lo que le acabo de decir. Dada la cantidad de tiempo invertida en una relación, el hecho de dejar a alguien, así sea en una separación, nunca debe tomarse a la ligera. Solamente espero que en el futuro, ya que planté la semilla, ella se sienta en libertad de comunicarse conmigo en caso de que necesite alguna respuesta.

Se pone de pie repentinamente, toma su bolso, y me muestra una sonrisa forzada mientras estira su mano. Luego se da la vuelta rápido y se dirige hacia el parqueadero con gran dificultad debido a lo alto de sus tacones sobre el césped. La acompaño unos diez metros hasta su auto y le hago un ofrecimiento, “Si usted y el alguacil quisieran regresar a la Iglesia, o si les gustaría aprovechar algunas clases que vamos a ofrecer para parejas con problemas en su matrimonio, solo avíseme.”

“Padre,” se detiene de repente, se voltea hacia mí, y suelta abruptamente lo que se venía guardando durante los últimos minutos, “para que lo sepa, yo nunca tuve ningún amante como él, pero si uno de corazón. Lo que mi esposo me quitó, lo encontré nuevamente en alguien más. Ninguno de los dos se enteró jamás, ni mi esposo ni mi amante de fantasía, porque lo mantuve en secreto. Me enamoré a la distancia. Aun así me hizo sentir viva de nuevo, e incluso ilusionada. Pero en realidad yo nunca sería capaz de tener un amorío. No podría hacerle eso a mi esposo, a mi hija o a mí misma. Tampoco se lo haría al hombre del que me enamoré, ni a su esposa y sus hijos. Sé lo mucho que duele y ellos no se merecen ese dolor solo porque a mí me traicionaron y deseo de manera egoísta vengarme de mi maldito esposo.”

Hace una pausa, respira más lentamente y prosigue.

“Quiero volver a tener una vida feliz, quiero paz. Realmente estuve enamorada de Daniel en algún momento; estoy segura. Él fue mi mundo entero. Pero ahora todo es oscuro y triste. Ya no quiero que sea así.”

“La entiendo completamente, de verdad,” le digo. “Pero debe saber que muy frecuentemente todo lo que vemos o escuchamos es sobre los matrimonios que han fracasado. Creo que también debe saber que he tenido el inmenso placer de verlos cuando funcionan, cuando son exitosos. Y eso sucede muchísimo más de lo que la gente piensa. Y aquellos matrimonios terminan siendo aún más fuertes, más abiertos, y ambos cónyuges se llenan de un mayor respeto y aprecio por el otro.”

No se ve sonrisa alguna mientras se sube a su auto, solamente hace un movimiento seco con su cabeza.

 

Sexo sagrado, lagrimas del cielo
titlepage.xhtml
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_000.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_001.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_002.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_003.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_004.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_005.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_006.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_007.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_008.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_009.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_010.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_011.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_012.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_013.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_014.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_015.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_016.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_017.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_018.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_019.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_020.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_021.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_022.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_023.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_024.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_025.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_026.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_027.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_028.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_029.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_030.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_031.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_032.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_033.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_034.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_035.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_036.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_037.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_038.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_039.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_040.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_041.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_042.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_043.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_044.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_045.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_046.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_047.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_048.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_049.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_050.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_051.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_052.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_053.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_054.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_055.html
CR!1KEWMHGHF97516K48C2J2TVGJKV4_split_056.html