Capítulo 5

 

Una estatua de Nuestra Bendita Madre se encuentra situada en una gruta en el jardín hacia la parte trasera de la iglesia. Es un oasis pacífico en el que puedo estar a solas con Dios y nuestra Señora. Es donde comienzo cada día rezando el Rosario; donde puedo, así sea por unos momentos, dejar las distracciones, reflexionar sobre los asuntos del día, orar y escuchar la voz de Dios. Siempre me tomo un momento para agradecerle por todos los regalos recibidos.

Recuerdo que el Rosario era la oración favorita del Santísimo Papa Juan Pablo II. Este gran papa le amerita la salvación de su vida a la Madre María. Específicamente, Mehmet Ali Agca intentó asesinarlo en la Plaza de San Pedro en Roma, exactamente 64 años del día en que nuestra Señora comenzó a aparecer frente a los tres niños en Fátima, Portugal. Dos años después, el Papa Juan Pablo II visitó a Agca en la prisión y lo perdonó.

Inicio mis oraciones esta mañana agradeciendo a Nuestro Señor por la guía de su iglesia en la elección del nuevo Vicario de Cristo, el Papa Francisco, y le pido que le bendiga en todos sus deberes como nuevo Papa de la Iglesia Católica. Aunque todavía no lo he conocido, entiendo de acuerdo a nuestro Obispo que tiene gran humildad, una verdadera preocupación por los pobres, y está comprometido a crear puentes entre personas de todo origen, creencias y fe.

También elevo una oración por el extraordinariamente bendecido Benedicto XVI, quien se retiró recientemente. Frecuentemente medito sobre una de sus citas, “¿Qué quiere Jesús de nosotros? Quiere que creamos en Él. Que nos dejemos guiar por Él. Y que nos volvamos más y más como Él, y por lo tanto, vivamos justamente.” Siempre estaré agradecido por sus contribuciones intelectuales a Su Iglesia, especialmente como defensor de las doctrinas y los valores católicos.

De vuelta al Rosario, recuerdo que honramos a María como la Madre del Hijo de Dios. No la alabamos como si fuese Dios. Tengo la visión de nuestra Señora en el papel del Jefe de Estado de Dios, ya sabes, a la persona a la que le presta atención. Creemos que ella no puede hacer nada por sí sola, pero definitivamente tiene una gran influencia en su Hijo y puede interceder por nosotros. ¿Recuerdas cómo nuestro Señor convirtió el agua en vino durante la boda en Cana? Recuerda que el Evangelio refleja que lo hizo bajo solicitud de ella. Como regla auto impuesta, solamente traigo mi Rosario y mi breviario a este lugar. Pero hoy sentí la necesidad de traer algunos documentos que he reunido durante peregrinaciones pasadas. Espero que revisarlos me ayude a prepararme para la próxima videoconferencia con mis compañeros peregrinos.

Viajaremos a algunos lugares en donde nuestra Santísima Madre ha aparecido. Por medio de sus apariciones, la Madre María nos ha pedido continuamente que recemos el Rosario.

La historia del Rosario es la historia de nuestra salvación. Con él, meditamos sobre el poder de salvación de la vida, muerte y resurrección de Nuestro Señor. Es el recordatorio de que por medio de Su muerte y resurrección nos fue dada la oportunidad de alcanzar la vida eterna con Él en el Cielo. Se han otorgado incontables bendiciones, gracias y milagros a aquellos que fielmente recitan esta oración.

Un pequeño panfleto doblado llama mi atención. Dice que aunque no se requiere que creamos que es un artículo de fe, la tradición de la Iglesia sostiene que la Madre María le dio 15 promesas a Santo Domingo y bendijo a Alan por todo aquel que fielmente reza el Rosario.

1. El que me sirva, rezando diariamente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.

2. Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.

3. El Rosario será un fortísimo escudo de defensa contra el infierno, destruirá los vicios, librará de los pecados y exterminará las herejías.

4. El Rosario hará germinar las virtudes y también hará que sus devotos obtengan la misericordia divina; sustituirá en el corazón de los hombres el amor del mundo al amor por Dios y los elevará a desear las cosas celestiales y eternas. ¡Cuántas almas por este medio se santificarán!

5.  El alma que se encomiende por el Rosario no perecerá.

6. El que con devoción rezare mi Rosario, considerando misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá muerte desgraciada; se convertirá, si es pecador; perseverará en la gracias, si es justo, y en todo caso será admitido a la vida eterna.

7. Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin auxilios de la Iglesia.

8. Quiero que todos los devotos de mi Rosario tenga en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia, y sean partícipes de los méritos de los bienaventurados.

9. Libraré pronto del purgatorio a las almas devotas del Rosario.

10. Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en el cielo una gloria singular.

11. Todo lo que se me pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente.

12. Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.

13. Todos los que recen el Rosario tendrán por hermanos en la vida y en la muerte a los bienaventurados del cielo.

14. Los que rezan mi Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.

15. La devoción al santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación a la gloria.

 

Otro panfleto describe otra oración consagrada a María. Conocida como la Devoción a los Siete Dolores de la Virgen María, fue revelara a Santa Brígida de Suecia por la Santísima Madre y aprobada por el Papa Pio VII en 1815. La Virgen María alentaba a quienes se les aparecía en Kibeho en África, a rezar estos Siete Dolores, además del Rosario.

Como con el Rosario, Los Siete Dolores de la Virgen María es una oración contemplativa en la cual meditamos sobre siete eventos dolorosos experimentados por la Santísima Madre. El panfleto los muestra así:

1. La profecía de Simeón en la que una espada atravesaría el alma de María (Lc. 2: 34-35)

2. La persecución de Herodes y la huida a Egipto (Mt. 2: 13-14)

3. Jesús perdido en el Templo, por tres días (Lc. 2: 43-45)

4. María encuentra a Jesús, cargado con la Cruz

5. La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor

6. María recibe a Jesús bajado de la Cruz

7. La sepultura de Jesús (Jn. 19: 38-42)

Y a aquellos que rezan la Devoción de los Siete Dolores, se le prometen siete gracias:

1. Pondré paz en sus familias.

2. Serán iluminados en los Divinos Misterios.

3. Los consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.

4. Les daré cuanto me pidan con tal que no se oponga a la voluntad de mi Divino Hijo y a la santificación de sus almas.

5. Los defenderé en los combates espirituales con el enemigo infernal, y los protegeré en todos los instantes de sus vidas.

6. Los asistiré visiblemente en el momento de su muerte: verán el rostro de su Madre.

7. He conseguido de mi Divino Hijo que los que propaguen esta devoción (a mis lágrimas y dolores) sean trasladados de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente, pues serán borrados todos sus pecados, y mi Hijo y Yo seremos “su eterna consolación y alegría”.

La tranquilidad de mi mañana se ve quebrantada por el portazo proveniente del edificio administrativo. De pie en el escalón, y con mirada fulminante, está la Sra. Bellers quien me interrumpe bruscamente.

“El Padre Bernard se pregunta cuándo va a entrar. ¿Y recogió el paquete de la diócesis ayer?”

Parece que tiene toda la intención de quedarse plantada en ese escalón hasta que yo recoja mis pertenencias y la siga para entrar al edificio. No lo haré, pero le contesto en calma. “Buenos días Sra. Bellers. Estaré adentro en 20 minutos a tiempo para nuestra reunión programada a las 8:00 a.m., tal como él y yo lo discutimos con anterioridad y, sí, tengo el paquete.”

Le doy la espalda y me enfoco nuevamente en la estatua de la Madre María. La estatua sonríe, yo no. “Se gentil,” me recuerda. “Ayúdame a ser amable, por favor,” le imploro en respuesta.

Un fuerte gruñido emerge de las mandíbulas musculosas de la Sra. Bellers. Yo ofrezco una oración silenciosa. Por favor, Dios, dame paciencia.

Uno por uno, me enfoco en los cinco misterios dolorosos:

· La Agonía de Jesús en el Huerto

· La Flagelación del Señor

· La Coronación de espinas

· Jesús con la Cruz a cuestas, y

· La Crucifixión y muerte de Nuestro Señor

 

Mis dedos se mueven de cuenta a cuenta, y los Padre Nuestro y Avemarías crean el mantra de fondo perfecto mientras medito y reflexiono sobre los misterios. Siento que la Sra. Bellers aún se encuentra de pie en el porche, y utilizo su distracción intencionada como una oportunidad para trabajar en mi habilidad para reducir la velocidad de mi respiración y ofrezco esta cruz a la Suya. En mis manos tengo las cuentas del Rosario que más atesoro. Mamá y Papá viajaron a Tierra Santa y me las trajeron unos años antes de que ella muriera. Me aseguraré de que las recibas a tiempo para cuando estés leyendo esto.

El portazo se escucha dos veces más, una cuando ingresa al edificio, y otra cuando vuelve a salir. La Sra. Bellers hace un gran esfuerzo por salir ruidosamente hacia la caneca de basura, tira los contenidos a manera de aumentar la distracción, y luego cierra con la tapa de un golpe. Respira, solo respira, y concéntrate, me recuerdo a mí mismo. Yo y una de mis cruces personales, la Sra. Susan Bellers. Debo Concentrarme en la cruz que cargó Nuestro Señor. Él nunca me dará más de lo que puedo manejar, recuerdo, y con seguridad puedo soportar lo que sea que ella intente arrojar en mi camino.

Las llaves de las puertas del Cielo están hechas de las cruces que cargo, y las pruebas que enfrento a diario. Son un regalo, no una maldición. Cuando las veo con los ojos de Dios me hacen más fuerte, sabio y compasivo con los que me rodean. Y aunque acepte las cruces que me han sido dadas, no significa que no deba hacer el esfuerzo por mejorar el entorno en mi vida.

Nuevamente se escucha el portazo, y mi cuerpo se sacude por el intenso sonido antes de continuar con mi meditación. La Sra. Bellers ha entrado de vuelta al edificio, probablemente al recordar que tiene una lista de personas a las que acosar hoy. La escuché contándole al Padre Bernard cómo un voluntario tuvo la desfachatez de cambiar la fuente en el boletín de la Parroquia. Cómo se atreven.

Concentrándome nuevamente, me recuerdo a mí mismo que nunca debo olvidar que Jesús es la luz del mundo. Así que, como seguidor de Jesucristo, también debo hacer mi mejor esfuerzo por ser Su luz en este mundo. Cuando la gente me vea, deben verlo a Él. En otras palabras, sí yo, como católico, sigo siempre a la multitud, busco ser aceptado por los que me rodean, intento complacer a todos y encajar, entonces no estoy viviendo como Él lo planeó. Jesús no era como los todos demás en este mundo. Esa es mi meta, y aun así, el estado de mi vida no es perfecto y por eso es que le necesito a Él y a Su ejemplo, a Su iglesia y los Sacramentos, y todo mi esfuerzo.

Ya lo sé, es muy fácil para mi decirlo, pero bastante difícil de hacerlo; todo un sacerdote católico. Lo que quiero decir es que, yo lo que la Iglesia enseña. Demonios, si es que recibí bastante educación durante el seminario, así que debería. ¿Y entonces por qué siguen siendo retos para mí las personas como la Sra. Bellers, el Alguacil Luder, y Michele Jerpun? Pues bien, supongo que es porque soy humano. Sé que no es una excusa pero sí que suena como una. Lo que digo es que yo tengo dificultades como cualquier otra persona. Lleno de orgullo y ego, con todas las costumbres, rasgos y características que he logrado reunir durante mi vida. Y cuando fui ordenado como sacerdote, no fue como si me hubieran rociado polvitos mágicos que de repente me convirtieron en santo. Sufro las mismas cosas que toda la humanidad.

Una vez he completado el Rosario, continúo con la devoción a los Siete Dolores de la Virgen María. Los últimos cuatro dolores me ayudan a meditar aún más sobre el dolor de María en su papel de madre durante la Pasión de Nuestro Señor. ¿Puedes tan siquiera comenzar a imaginar su dolor?

Termino mis oraciones de la siguiente manera: “Reina de los Mártires, tú que has padecido tanto, te ruego, por los méritos de las lágrimas que derramaste en estos terribles y dolorosos momentos, que obtengas para mí, y todos los pecadores del mundo, la gracia de la sinceridad completa y el arrepentimiento. María, que fuiste concebida sin pecado y sufriste por nosotros, ruega por nosotros.”

“Gracias, Dios, por este momento,” Digo, recordando que al menos debo intentar ser respetuoso, amable y cortés con la Sra. Bellers.

Al ingresar, coloco el paquete del CSA en su buzón especial. Sin esperar un ‘Gracias’, volteo hacia la oficina del Padre Bernard. Una vez más, no estoy decepcionado. No escucho el ‘Gracias’ ni recibo al menos una mirada mientras ella de manera resuelta observa la pantalla de su computadora, dándome a entender de manera clara y silenciosa que mi presencia no vale ni un segundo de su preciado tiempo.

“¿Padre Bernard?” Digo de pie bajo el marco de su puerta abierta, mientras el sacerdote de 80 años se encuentra en su escritorio, leyendo.

“¿Dígame?”

Levanta su mirada; es un hombre amable que ha trabajado duro en ésta parroquia durante los últimos 20 años. Un cigarrillo encendido arde en el cenicero que está sobre su escritorio, y arroja una nube de humo sobre la oficina. Por demás que disfruto pasar tiempo con el Padre Bernard, intento siempre apresurar mis reuniones con él. Lo que he leído sobre los peligros del humo en los fumadores pasivos, en realidad me preocupa.

“Que pena si he llegado tarde.”  Sé que no. Son las 8:00 a.m. en punto; la hora que acordamos para nuestra reunión. Solamente necesito que la Sra. Bellers me escuche decirlo y, más importante aún, que escuche la respuesta del Padre Bernard. Debería controlarme y no jugar estos juegos mentales con ella, pero simplemente no puedo resistir la tentación.

“¡Oh, buenos días Padre Jonah! ¿Tarde? Usted es la persona más puntual que he conocido y, como de costumbre, ¡ha llegado justo a tiempo!”

Su rostro se ve alegre. Se han escuchado rumores de que alguna forma de demencia ha comenzado a apoderarse de él, pero según lo que puedo ver, su mente es tan aguda como la punta de una tachuela. Miro a la Sra. Bellers por encima de mi hombro, y puedo ver que de repente se ocupa con algunos papeles. Ambos sabemos que no se le pasa nada.

“Siga. Cierre la puerta y tome asiento. Por favor, cuénteme como le fue ayer.”

Vacilo por un momento, deseando que el humo se ventile y salga por la puerta abierta en vez de que quede atrapado adentro, pero hago lo que se me pide. Durante los siguientes 20 minutos, doy un recuento de los eventos del día anterior.

“¿Entonces estará en el pabellón un poco más de tiempo? ¿Planea visitarlo?”

“De hecho, sí. Él se ha alejado de la fe, así que tal vez Dios me haya dado tiempo para continuar compartiendo las Buenas Noticias con él.”

“¿Y estos planes lo alejarán de sus responsabilidades aquí?” Su comportamiento se torna serio repentinamente.

Comprendo lo que me pregunta. Anteriormente me ha hablado sobre su deseo de que lo libere poco a poco de algunos de sus deberes y reuniones actuales. También hemos escuchado en varias ocasiones por un pajarito que se espera que comencemos el proceso de construcción de un nuevo templo; una tarea monumental. Más personas se están mudando a ésta área, pero no tenemos suficientes sacerdotes; de ahí la necesidad de un espacio de alabanza más amplio. En resumidas cuentas, hay mucho por hacer.

“Para nada. Planeo viajar a Raleigh durante mis días libres, quizá cada dos semanas, si le parece bien.”

“Por ahora, está bien. ¿Los lunes son su día libre, cierto?”

“Sí.”

“Bien. ¿Y cuándo es que es su peregrinación?”

“De abril 12 al 28. Partimos el viernes después del domingo de la Divina Misericordia. Estaré de vuelta en la oficina el lunes, abril 29. Y recuerde que en algún punto durante la primavera el próximo año, estoy aún comprometido a liderar otra peregrinación más. En esa oportunidad viajaremos a Kibeho, África. Aún no tengo las fechas exactas pero, una vez se hayan definido, se lo haré saber. Me gustaría que celebrara las misas durante mi ausencia, si así se lo permiten sus planes de jubilación.

“Si no, encontraré una solución con la Diócesis.”

Asiente con la cabeza, recordando la promesa que le hice a mi antigua diócesis en Brooklyn.

Mientras contempla todo lo que acabo de compartir con él, escucho la voz de la Sra. Bellers subir de tono. No escucho a nadie respondiendo, así que debe estar en el teléfono. Siento pena por quienquiera que esté del otro lado de la línea. De repente siento la necesidad de hablar con el Padre Bernard sobre ella, pero él trae el tema a colación primero que yo, y no de una forma que me esperaba.

“Entonces los lunes. Oh, antes de que se vaya, Susan me comentó que fue un poco grosero con ella ayer en el teléfono. Lo entiendo, dado lo que estaba sucediendo en Raleigh, y sé que ella puede ser un poco exigente, pero recuerde que es una empleada valiosa y mantiene todo en orden aquí. En verdad no me gustaría para nada verla partir una vez me retire.”

Me muerdo la lengua para contener mi respuesta emocional inicial que es decirle de frente que no veo la hora de que ella se vaya, ya que sé que él no me permitirá despedirla mientras esté aquí.

“Recién nos conocemos. Estoy seguro de que simplemente necesitamos tiempo para acostumbrarnos a estas nuevas personalidades que han cruzado caminos.” Indico sabiendo que, sin importar lo que diga, no hará ninguna diferencia. De hecho, puede que lo empeore para mí si decide decirle al Obispo que no encajo bien en esta parroquia. Mi padre me necesita aquí, y me da la impresión de que otros también me necesitan cuando pienso en todos aquellos que he conocido en los días pasados.

Al ponerme de pie para irme de la oficina, él agrega: “Solamente Dios puede cambiar los corazones. Recuérdelo.”

“Entiendo.”

No estoy seguro si se refiere a mí, a Susan Bellers, a Cameron Gambke, a los otros reclusos en el pabellón de la muerte, o a todos nosotros, pero tiene la razón, y lo sé.

Me recuerdo a mí mismo que Nuestro Señor nunca nos obligará a amarle. Como en cualquier relación, debemos hacer esfuerzos continuos por encontrar la paz y la reconciliación. Mi reto es que no creo que la Sra. Bellers esté haciendo ningún esfuerzo que se pueda definir como “caritativo”, pero sé que no puedo cambiarla. Dado que no puedo cambiar nada de su mundo interior, tampoco debo ser ingenuo – haré todo lo que pueda para protegerme, y así está muy bien definido en las enseñanzas de la Iglesia y en mi papel como uno de Sus pastores.

“Muchas gracias, Padre.”

Al abrir la puerta, la Sra. Bellers tira el teléfono.

“Malditas personas. Todo lo que tienen que hacer es leer el boletín. Toda la información está publicada ahí semana tras semana.”

Claramente no se dirige a mí. A nadie en la oficina.

Nuestros ojos se encuentran. Si le afecta que la haya sorprendido en su auto-revelación, no lo demuestra ni tampoco parece importarle. Tal vez no se encuentre intimidada por mí como su futuro jefe, como lo supuse en un principio. O, si le insisto en el tema, puede que simplemente me diga que “así es ella”, gústeme o no.

No se escucha palabra entre nosotros mientras cierro la puerta del edificio, y disfruto el calor del sol. El frio de la mañana prácticamente ha desaparecido totalmente por hoy.

***

La misa se celebra diariamente aquí en Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de lunes a viernes a las 12:30 p.m. El Padre Bernard y yo alternamos días, y los martes me corresponden a mí. Sinceramente, la celebración de la misa es la mejor parte de mi día.

Más tarde, en mi camino hacia la rectoría escucho la puerta de un carro que se cierra de un golpe detrás de mí.

“Tome, puede quedarse con esto.” Dice la Detective de Crímenes Sexuales Renae Gambke, mientras me pasa la carta que le envié por correo a nombre de Cameron Gambke hace apenas 36 horas. Debió haber ido a su casa durante su hora de almuerzo, revisó su correo, leyó la carta, y luego condujo 30 minutos hasta mi casa.

“¿Qué quiere que haga con ella?” Pregunto, al ver que se aleja dando pisotones de vuelta a su vehículo oficial, que aún tiene la puerta abierta y el motor encendido.

“No me dijo lo que estaba buscando. Ahora es suya. Haga lo que quiera con ella. Disculpe mi forma de hablar, Padre, pero tiene la cabeza hecha una mierda, y estoy segura de que es uno más de sus trucos; engañando a las personas hasta el final. Hasta a su propia sangre.”

Tan rápido como llegó, se fue. Bajo mi mirada hacia la carta y de vuelta a la ventana trasera que se encoje rápidamente, intentando organizar mis pensamientos.

Cameron Gambke sigue con vida. Me pidió estar con él durante lo que, a efectos prácticos, debió haber sido su último día sobre la tierra. Quiere que la ayude, ¿pero que la ayude con qué, específicamente? ¿Tal vez la carta me dé alguna indicación? Planeo hacerle ésta misma pregunta el próximo lunes cuando lo visite. No me interesan las adivinanzas.

Ingreso a la rectoría, y coloco el sobre dentro de mi chaqueta. La leeré ésta noche mientras medito durante la Adoración de Nuestro Señor en la capilla.

Mi celular timbra. Es un número desconocido.

“Hola. Habla el Padre Bereo.”

“Soy el Alguacil Luder. Necesito hablar con usted.”

El mismo tono de ayer. ¿Cómo consiguió mi número telefónico? Tal vez la Detective Renae se lo dio.

“Claro. Tengo citas durante toda la tarde, y una conferencia telefónica a las cinco, pero no debe durar más de una hora.”

“Me refería a mañana.”

¿Por qué no lo dijo al comienzo? Continúo escuchando. Sé paciente. Compasivo. Solidario. Caritativo.

“¿Está libre a las cuatro? Debo llevarlo a algún lugar. Hay cosas que debe saber si es que va a pasar más tiempo con el recluso Cameron Gambke, especialmente si sigue pensando que simplemente es un santo inocente que recibió un trato injusto.”

“Nunca dije nada de eso sobre el Sr. Gambke, Alguacil. Como ya se lo dije, Nuestro Señor de los cielos es Su juez, no yo. De todas formas, ¿necesita mi dirección?”

“Ya sé dónde vive.” Dice y cuelga el teléfono.

Por supuesto. Mi cita de las 2:00 p.m. llega, y le hago un gesto con mi mano a la joven pareja de prometidos, animándolos a que entren.

Me pregunto si el Alguacil sabe de la carta para Renae Gambke que ahora tengo yo en mi posesión. Lo más probable es que no. Y si no es eso, ¿qué tendrá planeado ahora?

Nada es claro en este momento, aparte de la fastidiosa cara de la Sra. Bellers que me observa por la ventana de su oficina.

Sexo sagrado, lagrimas del cielo
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