Capítulo 2

 

El Alguacil Daniel Robert Luder no lo pide, lo ordena. Cerrando mi portátil para forzar a que se apague, salgo del carro un poco atontado, y bloqueo las puertas instintivamente. Recuerda, soy de Brooklyn, aunque la mayoría de las personas de por aquí no se preocupan por detalles molestos como éste.  Sigo al Alguacil como un cachorro que ha sido atrapado mordiendo algo que no debería, pero tan poco sin saber qué debería haber mordido en primer lugar. Tal vez el Alguacil también esté al límite de su paciencia como todos los demás. Afortunadamente, las ejecuciones ya no suceden con frecuencia en los Estados Unidos.

Al acercarme al asiento del pasajero delantero, me doy cuenta de que la puerta está bloqueada.

“No.” dice, estirando su mano hacia la manija de la puerta trasera derecha, “Solamente personal autorizado en el frente; y usted está aquí sólo porque ese convicto lo pidió.” Su cuello musculoso, su cabeza delgada y su sombrero de vaquero marrón oscuro fuertemente asegurado hacen un gesto hacia la parte trasera del auto.

“Eso lo relega al asiento trasero.”

Sabiendo que no debo discutir, me deslizo torpemente sobre el asiento de cuero trasero, moviendo mis piernas rápidamente, con la certeza de que disfrutará tirar la puerta en mi tobillo.

“No he estado en el asiento trasero de uno de éstos en mucho tiempo,” ofrezco tímidamente, intentando suavizar el ambiente. Sus ojos aparecen en el espejo retrovisor, entrecerrados.

“Oh, en la universidad viajé con la policía durante una clase de justicia penal que estaba tomando.” ¿Por qué siento la necesidad de darle explicaciones al Brigadier General Luder? Mi intento no recibe ninguna respuesta.

“Mi mensaje decía que debía encontrarme con usted hoy a las 6:00 a.m.”

“Pues bien, recibió el mensaje equivocado. Le dije a su asistente que a las 0800 horas en punto.”

Muchas gracias, Sra. Bellers. ¿Por qué no me sorprende?

“Hace un año cuando trasladamos a esa porquería, este lugar era un maldito circo. Un verdadero mierdero. Todo en su vida eran problemas, así que no sé por qué no sería un dolor de cabeza para mí hasta el final,” dice mientras enciende el motor y oprime el acelerador fuertemente. Mi cabeza se sacude y golpea el apoyacabezas debido a la repentina inyección de combustible. Aparentemente mi comodidad no le interesa, ni tampoco mis hábitos clericales hacen que cuide su forma de hablar. 

El automóvil del Alguacil, un Ford Crown Victoria blanco con franjas color negro y amarillo mostaza año 2010, avanza a toda velocidad. No puedo evitar pensar que pasó por la cabeza de Cameron Gambke mientras miraba por la ventana a prueba de balas de la camioneta de policía en ese fatídico día – un paisaje que sabía nunca volvería a ver.

Algunos minutos después, luego de pasar a exceso de velocidad por la calle Piney Woods, el Alguacil baja la velocidad al mínimo mientras giramos a la derecha hacia la calle Turnpike. A dos metros y medio de alto, en diferentes cruces de madera deterioradas de 10 cm x 10 cm, se encuentran cinco cadáveres de animales. Crucificados, por así decirlo. Sus pelajes están enmarañados, desgastados por el paso del tiempo y con un tinte rojo. El Alguacil Luder ríe. Debajo, un letrero deteriorado, “Te extrañaremos, Gambke!” saluda a todos los que pasan por allí. Es obviamente un mensaje para Cameron Gambke, pero, ¿por qué está todavía ahí? Ya ha pasado un año. ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué cadáveres de animales? ¿Y qué tipo de animales se supone que son? ¿Lobos? ¿Coyotes? ¿Zorros? ¿Y por qué cinco?

“¿Qué fue todo eso?” pregunto a medida que retomamos la velocidad y nos dirigimos hacia la autopista U.S. 64.

“Solo un mensaje.” El Alguacil estalla en una carcajada genuina, claramente a gusto con el significado detrás de todo lo sucedido; significado del cual obviamente no estoy al tanto. Lo que viene a continuación son kilómetros y kilómetros de silencio.

Encendiendo nuevamente mi portátil, pienso en lo que me trajo a ésta área en primer lugar. Estaba en Brooklyn cuando azotó la súper tormenta Sandy. Breezy Point fue prácticamente borrado del planeta, no por la lluvia o el viento, sino por el incendio que quemó 100 viviendas. A papá le afectó bastante la noticia ya que esa fue la primera casa que él y mamá compraron antes de reubicarse en Gardensville hace algunas décadas. Ahora que lo pienso, creo que Dios me estaba preparando para un eventual cambio geográfico.

Hace algunos meses, Paul aceptó un trabajo como Vicepresidente de una compañía global de telecomunicaciones. Junto con su esposa, Sarah, y su hija menor, Emily, se mudaron de Gardensville a Japón. Su hija mayor, Rebecca, en vez de mudarse decidió ingresar a la Universidad de Pittsburgh como estudiante de primer año.

Papá se negó a mudarse con ellos, pero hasta él sabía que ya no podría vivir solo en la casa y tampoco quería tener nada que ver con el hogar de reposo en el que mamá había estado. Incluso ahora continúa hablando sobre como la maltrataban, como ella no paraba de decir que la estaban abusando sexualmente. Nadie le prestaba atención, ni a él, ni a Paul ni a mí. Los administradores del lugar se negaban a discutir la situación en detalle con nosotros. El cuento, sugerido por sus abogados, era que absolutamente nada había pasado, que la demencia de mamá era el verdadero problema. Falleció unas pocas semanas luego de que hiciéramos nuestro reclamo, y antes de que tuviéramos la oportunidad de reubicarla. Eso fue el año pasado; un año bastante duro para todos nosotros.

Intenté hacer que papá se mudara conmigo a Brooklyn, pero insistió en que quería quedarse en el pueblo en el que mi mamá se encuentra enterrada, así que conjuntamente hicimos los arreglos para que viviera en un maravilloso hogar para adultos mayores ubicado en un vecindario residencial a las afueras del pueblo. Las enfermeras residen en el hogar, y eso más que un arreglo, es una bendición absoluta.

Con el fin de estar más cerca de él, logré trasladarme a Gardensville en donde fui asignado a la Iglesia Católica de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Se supone que debo aprender el oficio del Padre Bernard quien se jubilará el próximo año. Luego de eso, soy yo quien quedará a cargo, pero tengo todavía algunas peregrinaciones por liderar con mi antigua diócesis, las cuales documentaré en este diario a medida que sucedan.

Me tomo un momento para estirar mi cuello y reenfocar mis ojos cansados en mis alrededores, y no puedo evitar preguntarme, dado el típico ocupante del automóvil, cuantos gérmenes habrán en este asiento. No creo que preguntarle al Alguacil cada cuanto fumigan el vehículo genere alguna respuesta útil, si es que se ofrece a darme alguna. Me doy cuenta de la impresionante tecnología conectada a su panel frontal, protegida por varias armas de fuego, y me siento tentado a preguntarle su opinión sobre el control de armas; que demonios, tal vez tengamos algo en común.

“¿Y… qué cree que deberían hacer con el chico en Arvada, Colorado, y en cualquier otro estado en donde tengan a personas que hayan cometido tiroteos masivos?”

Su cabeza gira lentamente y sus ojos se fijan de lleno en los míos una vez más por el espejo retrovisor.

“Creo que todos deberían observar y aprender hoy una lección importante de este estado proactivo. Estamos enviando un mensaje a aquellos que elijan tomar la vida de otro.”

Entiendo; mejor intento otro ángulo.

“¿Cuántas armas tiene es este automóvil?”

“Muchas,” contesta.

“Genial,” asiento con la cabeza.

Sí, es una respuesta juvenil. En realidad quiero preguntarle si puedo disparar alguna, lo que es juvenil, también. Simplemente busco molestarlo un poco ya que parece que no le agrado demasiado. Es obvio que no se da cuenta de que tengo una piel bastante gruesa, madurada y curtida tanto por mis años de experiencia en el mundo corporativo americano, como por mi antigüedad como sacerdote católico en hábitos clericales.

En un giro sorpresivo, hace un esfuerzo por entablar una conversación, y de repente se hace claro el por qué se me pidió viajar con él a Raleigh.

“¿Qué piensa de nuestra celebridad, y condenado, Cameron Gambke?”

Nuestros ojos se encuentran una vez más en el retrovisor. No estoy seguro de lo que busca, así que titubeo un poco con el fin de formular mi respuesta de manera adecuada.

“¿Estuvo con él para su última confesión anoche, verdad?”

Se nota que ha hecho su tarea.

“Pues bien, se ve amable, respetuoso y genuino. Agradable.”

Sé que no le va a gustar esa respuesta a pesar que, dado mi tiempo con el recluso anoche, es mi honesta opinión. Es todo lo que puedo decir.

“¡El condenado Gambke se ha burlado de usted, igual que como engaño a todos los demás en su vida!” vocifera a medida que aprieta el volante más y más fuerte, como se puede ver por sus nudillos cada vez más pálidos. Afortunadamente, mantiene sus ojos en el camino delante de él; no quiero terminar mi día en la cuneta al lado de la carretera.

No respondo. Me ha llevado años entender que la única forma de lidiar con personas molestas es darles tiempo para tranquilizarse antes de intentar continuar con cualquier conversación. No es que tenga miedo de que vaya a perder el control. Con su cuerpo hercúleo, armamento a la mano, y habilidades especiales de combate, es sin duda totalmente capaz de desmembrarme.

De hecho, me preocupa más el cómo, con mi propio ego en elaboración, podría yo reaccionar contra él. Mi director espiritual me recuerda constantemente que debo orar y trabajar en ello. Generalmente me reconforta saber que San Pedro fue un discípulo gruñón quien, con la gracia de Dios y bastante moldeo por parte del alfarero supremo, se convirtió en el primer papa de la Iglesia. Alguna vez alguien me dijo que todos somos “vasijas agrietadas”.

Después de 15 o 20 minutos de tenso silencio, él intenta nuevamente avivar la conversación.

“Bueno, ¿y qué es lo que piensan ustedes sobre la pena de muerte y el control de armas?”

Sí, en verdad vamos a intentar comunicarnos como seres humanos nuevamente.

“¿Nosotros? ¿Nosotros los católicos? Bueno, antes de responder, déjeme preguntarle algo. ¿Hace parte de alguna organización religiosa?”

El Alguacil pausa, recapacitando. “Ya no.” Y luego agrega, “Pero fui bautizado y confirmado en la fe católica, si eso lo hace sentir mejor.”

Me detengo un momento, preguntándome por qué ofreció esa información. ¿Desea abrir una puerta? ¿Orgullo?

“Ok, pues bien, en lo que se refiere a la pena de muerte, la Iglesia cree que puede ser necesaria cuando no haya forma, y hago énfasis en la palabra ‘no’, de defender vidas humanas contra el individuo en cuestión. Pero si existen maneras no letales de hacerlo – como cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional – y la oportunidad de hacerle daño a otros es nula, entonces el estado puede y debe tomar dicha opción. Nuestra esperanza a la larga es que, dada la oportunidad, el prisionero escoja resarcir sus acciones y cambie su vida, y que tenga el tiempo de hacerlo, como es el caso de si se condena a cadena perpetua sin libertad condicional.”

Los ojos del Alguacil se entrecierran; y su puerta de comunicación se cierra rápidamente.

“Pues más vale que eso no suceda en esta sentencia. Más vale que muera hoy.”

Hace una pausa antes de continuar. “¿Entonces cree que estos bastardos pueden cambiar?”

“Todo es posible en Dios. Pero también es necesario que cada persona, haciendo uso de su libre albedrio, quiera cambiar. Solamente Dios conoce la respuesta a esa pregunta.”

Mirando por la ventana de mi lado, respondo la segunda parte de su pregunta.

“Y con respecto a la posesión de armas, la Iglesia no tiene problema con ello, a medida que los que tengan armas de fuego cumplan las leyes. Cada nación y persona tiene el derecho divino a la defensa propia, aún si eso significa darle a su agresor un golpe letal. La Iglesia lo llama la doctrina de la ‘Legitima Defensa’.”

“¿Y qué hay de las personas que no se pueden defender por si solas? ¿Los niños, los enfermos mentales, los ancianos – personas así?

“Bueno, con todo respeto, ahí es donde usted viene al caso, Alguacil, y todos los demás en el sistema de justicia penal; todos ustedes que tienen la autoridad legal y el deber de proteger a la comunidad en general. También incluye a todos los que están a cargo de proteger a los niños, específicamente sus padres, maestros, entrenadores, consejeros, niñeras, y demás. Y también aplica definitivamente a religiosos y sacerdotes, personas como yo. En realidad todas y cada una de las personas en la tierra son llamadas y se espera que protejan a los niños, los pobres, y los oprimidos – en verdad, a todos los que no se puedan proteger por sí mismos. En la Biblia, Nuestro Señor nos dice en repetidas ocasiones que somos llamados a amar a nuestro prójimo y cuidar a los necesitados. Su Iglesia nos enseña y alienta a que hagamos lo mismo.”

Avanzamos en silencio, y yo absorbo los campos verdes a mí alrededor, agradeciendo el calor del sol a medida que se levanta de su sueño. Finalmente me siento completamente despierto.

“¿Y, qué le dijo anoche el asesino condenado Gambke?”

“Me dio su última confesión. Y como tal vez recuerde de sus días de educación religiosa, estoy obligado bajo sanciones muy severas a mantener cualquier pecado que haya sido admitido en la santidad del confesionario bajo absoluta reserva. Se llama el ‘sigilo sacramental’, y no existen excepciones.”

“¿Quiere decir que cualquier bazofia asesino, violador y pedófilo de mierda simplemente puede venir a confesarse ante usted y todo está bien? ¿Pueden entrar campantemente al Cielo?”

“Pues quizá, más o menos, tal vez. Todos pueden venir a mí, o a cualquier otro sacerdote ordenado, y confesar sus pecados. Nosotros simplemente actuamos como los servidores del perdón de Dios. Sin embargo, existen requerimientos que cualquier penitente debe cumplir. Primero, deben estar verdaderamente arrepentidos de sus pecados. Luego, deben venir personalmente ante un sacerdote ordenado y confesar todos sus pecados. De ser necesario, deben resarcir lo hecho al prójimo al que le hicieron daño, como devolver bienes robados, por ejemplo, si es posible hacerlo. Y después deben cumplir cualquiera que sea la penitencia impuesta por el sacerdote.

“Si yo, como el confesor, creo que el penitente ha satisfecho todos los requerimientos, le concedo la absolución que, aunque borra el pecado, no remedia todo el desorden que ha causado. Antes de que un pecador pueda entrar al Cielo, creemos que su alma debe estar tan blanca como la nieve fresca. Y ahí es cuando el purgatorio viene al caso. Pero Dios decide quién, y cuándo, un alma entra al Cielo, si en absoluto.”

El Alguacil Luder hace un gesto con su mano, aparentemente no interesado en los detalles.

“Lo que quiero saber, Padre, es si usted cree que ése convicto que está en la Prisión Central en Raleigh, quien en verdad espero se esté meando encima en este momento, hizo una buena confesión y si va a ir al Cielo. ¿O se va para el Infierno que es lo que se merece? Asumiendo que esos lugares tan siquiera existen.”

Conduce peligrosamente cerca de un camión de 18 ruedas que va delante de nosotros, y no puedo evitar preguntarme si en algún punto durante este viaje simplemente va a embestir otro vehículo para hacer que alguien pague por su ira reprimida.

“No puedo contarle sobre su confesión, como ya le dije. Y si va al Cielo, el Purgatorio o el Infierno, dicha decisión está solamente en las manos de Dios.”

Personalmente, considero que Cameron Gambke cumplió todas las condiciones de una confesión sensata, y de hecho yo le di la absolución, pero no estoy autorizado para ofrecer dicha información.

“Pues bien, lo que sea que le haya dicho, le mintió. ¿Cómo sabe si un pecador miente o no? ¿Es que puede leer la mente o qué? ¿Es un don especial que tiene? ¿O simplemente es ingenuo? ¿O quizá estúpido?”

Todavía faltan 45 largos y extenuantes kilómetros para llegar a Raleigh de acuerdo con los agonizantes gritos que me dan los letreros del camino.

“Simplemente me pongo en el lugar de Dios cuando escucho la confesión en el Sacramento de la Reconciliación. “In Persona Christi”, en el lugar de Cristo. Si un penitente me está mintiendo, en realidad le está mintiendo a Dios. Eso es entre él y Dios. Y Dios es omnisciente y omnipotente. Todo se soluciona durante el día del juicio final de la persona.”

“Pues déjeme decirle que hoy es el día de su juicio final. Y estoy seguro que Dios está esperando con un gran bate de béisbol.”

Miro fuera de mi ventana sabiendo que su corazón está cerrado, y decido no echarle más leña a su fuego. Aún no termina su interrogatorio.

“Una cosa más. ¿Le dio algo?”

Mi pausa revela la respuesta. Sí, me dio algo. Una carta dirigida a alguien que comparte su apellido y otra para una dirección en Nuevo México. Prometí que las entregaría ambas sin decirle a nadie, y definitivamente sin dejar que nadie más las viera.

“Eso es entre él y yo.”

Se nota que el Alguacil Luder no está contento conmigo. Afortunadamente, hace mucho dejé de intentar impresionar a las personas. Me he dado cuenta de que sin importar quienes sean, desde estrellas de colegio incipientes hasta ejecutivos corporativos, siempre que asumí que sabían lo que hacían o a donde se dirigían en la vida, eventualmente me vi guiado hacia dentro de la madriguera del conejo proverbial y alejado de lo que era mejor para mí, Dios. Lo que ahora sé es que, al final del día, lo único que importa es lo que Él piense, nadie más, especialmente alguien con tan mal temperamento como mi acompañante.

Afortunadamente, llegamos a la Prisión Central. La multitud es enorme y hay aún más medios de comunicación que la noche anterior.

“¡Hijo de puta!” vocifera, mientras parquea el automóvil bruscamente y sale rápido en dirección hacia lo que parece ser un puesto de comando establecido para los cuerpos policiales.

Permanezco sentado, encerrado en el asiento trasero de su auto, y espero.

“¿Hay alguna otra pregunta que pueda responderle, Alguacil?” Pregunto luego de esperar 40 minutos de corrido desde nuestra llegada. El Alguacil Luder ha estado ignorándome cuidadosamente mientras pasa el rato con un puñado de colegas directamente en mi línea de visión. Se hace obvio por su risa y sus miradas hacia mí que se han estado divirtiendo a costa mía.

“De hecho sí.”

Una sonrisa engreída se forma en su cara a medida que dirige su mirada hacia el grupo de sus hermanos en armas que ríen con superioridad.

“Ya que no me quiere decir lo que quiero saber, está claro que no vamos a ser amigos. Pues bien, aquí va… ¿se ha cogido a algún pequeñín recientemente, Padre?”

No puede contener su carcajada sarcástica, que les señala a los otros que en verdad tuvo la desfachatez de hacerme esa pregunta. Se voltean hacia el otro lado, ya sea a revolcarse de la risa o a colocarse las manos sobre la boca para cubrir sus innegables risas.

¿Ya te recordé mi falta de paciencia, algo en lo que en verdad debo trabajar? Yo no soy ninguna Madre Teresa, así que estiro mi espalda y me paro a unos centímetros de su cara, y le respondo.

“Oh, imagino que son tantos como las jovencitas a las que a través de los años les ha ordenado meterse en éste vehículo oficial para poder abusar de ellas, sabiendo que no podrían contarlo, o simplemente no lo harían porque si lo hicieran, usted podría convertir su vida en un infierno. Además, ¿quién les creería, verdad? ¿A cuántas les ha hecho eso, Sr. Alguacil-Agente-Oficial?”

Solamente he leído sobre una cifra increíblemente pequeña de miembros de los cuerpos de seguridad que se han aprovechado de su autoridad en esta manera, pero ya estoy harto de su actitud condescendiente. Y de éste tema ya he escuchado demasiado.

Sí, la Iglesia Católica en el pasado no manejó de manera apropiada los casos de sacerdotes pedófilos. Sí, hubo muchos sacerdotes culpables. Sí, se han cometido grandes injusticias, y esas pobres víctimas necesitan, amor, cuidado, comprensión, disculpas, y sanación. Todo esto me molesta tanto como en aquel entonces. ¿Cómo no? Pero el papa Juan Pablo II realizó grandes avances dentro de la Iglesia para encarar este problema. Y su sucesor, Benedicto XVI, ha retomado la batuta y continúa realizando avances con ella.

Pero este problema conlleva mucho más. Cada religión, me atrevo a suponer, tiene este problema. Y también se encuentra en instituciones en las que confiamos bastante como las escuelas públicas y privadas, los grupos de jóvenes exploradores y exploradoras, los programas de Hermanos y Hermanas Mayores, hogares sustitutos, entre otros. ¿Y por qué? Porque este tipo de maldad viene desde dentro de los corazones de todas las personas, y no conoce límites institucionales. El pecado sexual no está reservado solamente para los religiosos, ni tampoco para los sacerdotes Católicos y religiosos.

Aunque a los medios les encanta crucificar a la Iglesia Católica cuando asuntos como este salen a la luz, me reúso a escucharlo de este ogro pueblerino que simplemente tiene ganas de formar una pelea. Y Nuestro Señor definitivamente no se echó para atrás frente a los mayores, Fariseos, y Escribas cuando se salían de sus cabales. ¿Por qué debería hacerlo yo? Simplemente desearía tener la inteligencia, franqueza y elocuencia de Jesús cuando respondía.

Sus ojos se abren completamente, sorprendido de que en realidad lo haya confrontado. Y creo que no muchas personas lo hayan hecho.

“¡Váyase a la mierda! ¡Nunca he hecho nada de eso!” responde con furia en sus ojos.

“Muy amable de su parte, Alguacil, gracias. Ahora, volvamos a su acusación. Usted dice que nunca ha hecho algo así. Aunque he leído historias de otros en la policía que lo han hecho, no tengo razón para creer que usted personalmente se ha involucrado en dicha actividad. Igualmente, ahora soy yo el que le digo que no he hecho nada de lo que usted ha insinuado, aunque usted haya leído historias de otros sacerdotes que han sido culpables. ¿Entiende? Asegúrese de pasarle el mensaje a sus muchachos, ¿sí?”

Dándome la vuelta, puedo sentir los efectos físicos de mi repentino ataque de indignación. Debo calmarme rápidamente, pero en contra de mi mejor juicio, le ofrezco un último y sarcástico adiós con mi mano al enojado Alguacil. Sabe bastante bien que cualquier bombazo de despedida que sin duda desea enviarme será escuchado por los medios que se encuentran a solo pasos de distancia.

“Cuando termine esto conseguiré alguien más que me lleve de vuelta, pero gracias por su hospitalidad durante el viaje, Alguacil. Fue grandioso conocerlo, y tal vez podamos tomarnos una cerveza en algún momento.”

Mi comentario es claramente jocoso. Sus ojos que se alejan sobresalen con un deseo de venganza, especialmente ahora que sus amigos se ríen aún más fuerte. Solo que esta vez, él está muy consciente de que no se ríen de mí.

Sexo sagrado, lagrimas del cielo
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