SIETE
EMOCIONES Y SENTIMIENTOS
¿Cómo puede uno traducir a términos neurobiológicos las ideas que he expuesto al final del capítulo anterior? Los indicios de una regulación biológica demuestran que las selecciones de respuesta de las que los organismos no son conscientes y que por ende no son deliberadas, ocurren continuamente en las arcaicas estructuras evolutivas del cerebro. Los organismos cuyo cerebro sólo está equipado con esas antiguas organizaciones, que carecen de evoluciones modernas (por ejemplo, los reptiles), pueden operar esas selecciones de respuesta sin dificultad. Es posible conceptualizarlas como una forma elemental de toma de decisiones, siempre que esté claro que no es un self consciente el que decide, sino que la resolución es adoptada por un conjunto de circuitos neurales.
Sin embargo, también se acepta que cuando los organismos sociales enfrentan situaciones complejas y se les pide que decidan ante la incertidumbre, deben comprometer sistemas de la neocorteza, sector evolutivamente moderno del cerebro. Hay indicios de una relación entre la expansión y subespecialización de la neocorteza y lo complejo e impredecible de los entornos que esa expansión permite que los individuos enfrenten. En este sentido, el descubrimiento de John Allman es relevante: observó que, al margen del tamaño corporal, la neocorteza de los monos que comen frutas es más amplia que la de los simios que se alimentan de hojas.[1] Los monos fruteros deben poseer una memoria más rica para recordar dónde y cuándo buscar frutos comestibles, ya que, en caso contrario, encontrarían árboles estériles y frutas podridas. Su neocorteza más desarrollada sostiene una mayor capacidad de memoria fáctica.
La discrepancia entre la capacidad de procesamiento de las estructuras cerebrales «inferiores y antiguas» y las «superiores y altas» es tan rotunda que ha provocado una sensata interpretación de las responsabilidades respectivas de ambos sectores. En términos sencillos: el antiguo núcleo cerebral maneja la regulación biológica básica en el sótano, en tanto que en los pisos altos la neocorteza delibera con sabiduría y sutileza. Arriba, en la corteza, hay racionalidad y volición, mientras que abajo, en la subcorteza, sólo hay emoción y una urdimbre débil y carnal.
Esta concepción no hace justicia sin embargo al ordenamiento neural que subyace en los procesos de toma racional de decisiones tal como yo los veo. Desde luego, no es compatible con las observaciones comentadas en la primera parte. Hay indicios, además, que demuestran que la longevidad, probable reflejo de la calidad del razonamiento, no sólo se correlaciona con el tamaño mayor de la neocorteza, sino también con un crecimiento del hipotálamo, el mayor compartimento del subterráneo.[2] El aparataje de la racionalidad, que tradicionalmente se suponía neocortical, parece no funcionar sin el de la regulación biológica, que tradicionalmente se suponía subcortical. La naturaleza no sólo parece haber construido el aparataje racional encima del herramental biológico-regulatorio, sino con y a partir de él. Los mecanismos conductuales, allende las pulsiones e instintos, utilizan —según creo— tanto los altos como el sótano: la neocorteza se compromete junto con el núcleo cerebral arcaico, y la facultad de razonamiento resulta de su actividad combinada.
Aquí se puede plantear una pregunta respecto al grado de correspondencia entre los procesos racionales e irracionales y las estructuras corticales y subcorticales del cerebro humano. Para aproximarme a esta interrogante, me vuelco ahora a las emociones y los sentimientos, aspectos cruciales de la regulación biológica, para sugerir que hacen de puente entre los procesos racionales e irracionales, entre las estructuras corticales y subcorticales.
EMOCIONES
Hace algo así como un siglo, William James, cuya perspicacia respecto de la mente humana rivaliza con la de Shakespeare y Freud, produjo una hipótesis verdaderamente asombrosa sobre la naturaleza de las emociones y sentimientos. Consideren ustedes sus palabras:
Si sentimos una fuerte emoción, e intentamos abstraer de nuestra consciencia de ella todos los sentimientos de sus síntomas corporales, nos encontramos con que no queda nada, ningún «material mental» que la pueda constituir; lo único que resta es un estado neutral y frío de percepción intelectual.
Y continúa James, con ejemplos muy convincentes:
¿Qué tipo de emoción de miedo quedaría si estuviera ausente la sensación de pulso acelerado, respiro afanoso, labios trémulos, extremidades débiles, carne de gallina y ruidos intestinales? Me resulta imposible pensarlo. ¿Cómo puedo imaginar un estado de rabia y no sentir la ebullición del pecho, el enrojecimiento facial, la dilatación de las narices, los dientes trabados, ningún impulso vigoroso y en cambio miembros laxos, respiración pausada y rostro plácido?[3]
Con estas palabras, muy por delante de su tiempo y del nuestro, pienso que William James aprehendió el mecanismo esencial para comprender la emoción y el sentimiento. Por desgracia, y contra su costumbre, el resto de su propuesta es tan insuficiente ante la variedad y complejidad del tema elegido que ha sido fuente de interminables y de sólito desesperanzadas controversias.[4] (No puedo aquí hacer justicia a la amplia y erudita investigación de este tema, que han revisado George Mandler, Paul Ekman, Richard Lazarus y Robert Zajonc).
El problema principal que algunos tuvieron con la concepción de James no es tanto el que despoje a la emoción y la defina como un proceso que involucra al cuerpo —quizá, de todas las cosas, la más chocante para sus críticos—, sino más bien el que atribuyera poco o ningún valor al proceso de evaluación mental de la situación que causa la emoción. Su descripción es adecuada para las primeras emociones que uno experimenta en la vida, pero no hace justicia a lo que ocurre en la mente de Otelo antes de desarrollar una ira celosa, o a lo que rumia Hamlet antes de excitarse el cuerpo según lo que percibirá como un disgusto, o a las tortuosas razones por las que Lady Macbeth llegó al éxtasis mientras impulsaba a su esposo a un delirio asesino.
Casi tan problemático fue que James no previera un mecanismo alternativo o suplementario que generara el sentimiento correspondiente a un cuerpo emocionalmente excitado. En la óptica jamesiana, el cuerpo siempre se interpone en el proceso. Y más aún: James tuvo poco que decir sobre el posible rol de la emoción en la cognición y la conducta. Como he sugerido en la Introducción, las emociones no son un lujo, sin embargo; desempeñan un papel en la comunicación de significados, y pueden también actuar de guías cognitivos, como propongo en el próximo capítulo.
En pocas palabras, James postuló un mecanismo básico, un conjunto innato fijo e inmutable, que determina implacablemente un patrón específico de reacciones corporales ante determinados estímulos ambientales. La respuesta reactiva ocurre sin necesidad de evaluar la importancia previa de los estímulos. Su lapidaria afirmación de que «cada objeto que incita un instinto estimula también una emoción» no mejoró mucho las cosas.
Sin embargo, es frecuente que en nuestra vida de seres sociales advirtamos que nuestras emociones se disparan después de un proceso mental evaluativo, voluntario y no automático. Debido a la naturaleza de nuestra experiencia, un amplio rango de situaciones y estímulos se ha asociado con los estímulos que de modo innato provocan emociones. La reacción a ese vasto conjunto de estímulos puede ser filtrada por la interposición de una valoración reflexiva. Y debido a este proceso de filtraje, de pensamiento y valoración, hay espacio para que varíen la amplitud e intensidad de los patrones emocionales preestablecidos; hay, en efecto, una modulación de la maquinaria emocional básica que detectó James. Por otra parte, parece haber otros medios neurales para conseguir la sensación corporal que James consideraba esencial en el proceso emocional.
En las páginas siguientes bosquejo mi visión de la emoción y el sentimiento. Empiezo con la perspectiva de la historia personal, y aclaro la diferencia entre las emociones que experimentamos al comienzo de la vida —para las cuales bastaría un mecanismo jamesiano «preorganizado»— y las que vivimos como adultos, cuyo andamiaje ha sido construido gradualmente sobre los cimientos de esas emociones «tempranas». Propongo designar primarias a éstas y secundarias a las «adultas».
Emociones primarias
¿Hasta qué punto el cableado reactivo emocional está conectado al nacer? Diríase que ni los animales ni los humanos están obligatoriamente cableados para sentir miedo al oso o a las águilas (aunque algunos animales y humanos pueden estar preprogramados para sentir miedo ante arañas y serpientes). Puedo aceptar un eventual equipamiento que nos permita responder emocionalmente —de manera preorganizada— al percibir ciertas características del estímulo externo o interno, aisladas o combinadas, como por ejemplo: el tamaño (en animales grandes); la gran envergadura (en las águilas en vuelo); el tipo de movimiento (reptiles); ciertos sonidos (como los gruñidos); configuraciones particulares en el estado del cuerpo (como el dolor en un infarto del miocardio). Es probable que esas características sean procesadas, individual o colectivamente, y con posterioridad detectadas por algún componente del sistema límbico, digamos, la amígdala: sus núcleos neuronales poseen una representación disposicional que gatilla la acción de un estado corporal característico de la emoción-miedo, y altera el procesamiento cognitivo para adecuarlo al estado de temor (veremos más adelante que el cerebro puede «simular» estados físicos y saltarse el cuerpo; en ese momento discutiremos cómo se logra la alteración cognitiva). Adviértase que para provocar una respuesta corporal ni siquiera se necesita «reconocer» al oso, serpiente o águila como tales ni saber exactamente qué causa dolor. Sólo se requiere que las capas corticales tempranas detecten y categoricen el, o los, rasgos característicos de una entidad determinada (animal u objeto, por ejemplo), y que estructuras como la amígdala reciban señales de su presencia conjunta. Un pollito en el nido no sabe lo que son las águilas, pero rápidamente responde con alarma, y esconde la cabeza, cuando vuelan por encima objetos de gran envergadura a una velocidad determinada (ver figura 7-1).
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Figura 7-1. Emociones primarias. El perímetro oscuro figura el cerebro y el tallo cerebral. Después que un estímulo adecuado activa la amígdala (A), sigue una serie de respuestas: internas (IR); musculares; viscerales (señales autónomas), y respuestas a los núcleos neurotransmisores y al hipotálamo (H). El hipotálamo da origen a respuestas endocrinas y químicas que usan la vía del torrente sanguíneo. He dejado fuera del diagrama varias estructuras cerebrales que esta amplia gama de respuestas necesita para ser implementada. Por ejemplo, las respuestas musculares con las cuales expresamos emoción, como en la postura corporal, que probablemente utilizan estructuras en los ganglios basales (a saber: ventral striatum o estrías ventrales).
La respuesta emocional primaria, por sí misma, puede lograr algunos objetivos útiles: ocultarse rápidamente ante un depredador, por ejemplo, o mostrar enojo hacia un competidor. Sin embargo, el proceso no concluye con los cambios corporales que definen la emoción. El ciclo continúa —sin duda en los humanos—, y el paso siguiente es sentir la emoción vinculada con la cosa que la estimuló, tomar consciencia del nexo entre objeto y estado emocional físico. Ahora, podemos preguntar, ¿por qué es necesario conocer esa relación? ¿Para qué complicar las cosas y hacer consciente ese proceso, cuando ya existen los medios adaptativos que reaccionan en un nivel automático? La respuesta es que la consciencia consigue una política de protección más completa. Considera lo siguiente: si llegas a saber que el animal o la situación X causa temor, tendrás dos opciones de comportamiento (ante X). La primera es innata e incontrolada. Además, no está específicamente destinada a X; una amplia variedad de seres y cosas pueden gatillarla. La segunda opción se basa en la experiencia y está dirigida especialmente a X. Conocer a X te permite anticipar los acontecimientos, predecir las probabilidades de que esté en un entorno determinado, y poder entonces evitarlo preventivamente en lugar de tener que reaccionar ante su presencia en una emergencia.
Pero «sentir» las reacciones emocionales tiene otras ventajas. Puedes generalizar el conocimiento y decidir, por ejemplo, ser precavido ante cualquier cosa que se parezca a X (por supuesto, la excesiva generalización te convertirá en un fóbico, lo que no es demasiado bueno). Además, puedes haber detectado —en un primer encuentro con X— algún rasgo particular, potencialmente vulnerable, en su conducta. Quizá desees explotar esa vulnerabilidad en un próximo enfrentamiento, y ése es un motivo adicional para saber. En resumen: sentir tus estados emocionales, lo que equivale a decir que estás consciente de las emociones, te ofrece una respuesta flexible basada en la historia particular de tus interacciones con el medio ambiente. Aunque necesitas dispositivos innatos para echar a rodar la pelota del entendimiento, los sentimientos te ofrecen algo adicional.
Las emociones primarias (léase: innatas, preorganizadas, jamesianas) dependen de la circuitería del sistema límbico, siendo sus principales actores la amígdala y la corteza cingular anterior. La observación en animales y humanos ha puesto de manifiesto el rol clave de la amígdala en las emociones preorganizadas. La amígdala ha sido el foco preciso de varios estudios en animales que efectuaron Pribram, Weiskrantz, Aggleton y Passingham y, más recientemente y quizá con más amplitud, Joseph LeDoux[5]. Otras contribuciones en este campo incluyen las de E. T. Rolls, Michael Davis, Larry Squire y su grupo, cuyo trabajo, a pesar de investigar la memoria, reveló una conexión entre la amígdala y la emoción[6]. El compromiso de la amígdala en la emoción también fue advertido por Wilder Penfield, Pierre Gloor y Eric Halgren, cuando estudiaron pacientes epilépticos cuya evaluación quirúrgica requería estimulación eléctrica de diversas regiones del lóbulo temporal[7]. Últimamente, en mi laboratorio, se han hecho nuevas observaciones complementarias de la amígdala humana; retrospectivamente, los primeros indicios de la relación amígdala-emoción pueden encontrarse en los trabajos de Heinrich Kluver y Paul Bucy,[8] quienes mostraron que la ablación quirúrgica de la región lóbulotemporal que contiene la amígdala provoca indiferencia afectiva, entre una variedad de otros síntomas. (Para evidencias de la relación entre la corteza cingular anterior y la emoción, véanse el capítulo 4 de este libro y las descripciones pertinentes de Laplane et al., 1981, y A. Damasio y Van Hoesen, 1983)[9].
Pero el mecanismo de las emociones primarias no describe el rango completo de comportamientos emotivos. Son, por cierto, el mecanismo fundamental. Sin embargo, creo que en términos de desarrollo individual le siguen los mecanismos de las emociones secundarias, que ocurren apenas empezamos a experimentar sentimientos y a conectar sistemáticamente categorías de objetos y situaciones, por una parte, y emociones primarías, por otra. Las estructuras del sistema límbico no son cimiento suficiente para el proceso de las emociones secundarias. La red debe ser ampliada, lo que requiere la asistencia de las capas corticales prefrontales y somatosensoriales.
Emociones secundarias
Para encarar la noción de emociones secundarias, pasemos a un ejemplo extraído de la experiencia adulta. Imagina que te encuentras con un amigo, a quien no has visto por largo tiempo, o que se te comunica la inesperada muerte de un compañero de trabajo. En cualquiera de las dos instancias —y acaso ahora, cuando imaginas la escena— sientes emoción. ¿Qué sucede, en el nivel neurobiológico, cuando ocurre la emoción? ¿Qué significa, verdaderamente, «experimentar una emoción»?
Si yo hubiera estado presente cuando imaginaste alguna de esas escenas —u otras similares— podría haber hecho algunas observaciones. Después de formar imágenes mentales de los aspectos escénicos principales (el encuentro con el amigo ausente por largo tiempo; la muerte de un colega), se produce un cambio en el estado físico, definido por ciertas modificaciones en diversas zonas del cuerpo. Si te encuentras con un viejo amigo (en la imaginación), puede que el corazón se te acelere, que te ruborices, que los músculos faciales —alrededor de los ojos y la boca— cambien para expresar felicidad y que la musculatura restante se afloje. Si sabes de la muerte de un compañero, probablemente el corazón te lata más fuerte, empalidezcas, se te contraiga el vientre, se te tense la musculatura de cuello y espalda, en tanto que la musculatura del rostro compone una máscara de tristeza. En cualquiera de los dos casos, se producen alteraciones en diversos parámetros funcionales viscerales (corazón, pulmones, piel y tripas), musculoesqueléticos (los que están unidos al hueso), y endocrino-glandulares (pituitaria y suprarrenales). El cerebro libera una cantidad de moduladores péptidos en el torrente sanguíneo. El sistema inmune también se modifica rápidamente. La actividad básica de la musculatura lisa de las paredes arteriales puede incrementarse, produciendo contracciones y el adelgazamiento de los vasos sanguíneos (el resultado es palidez); o bien puede decrecer, en cuyo caso la musculatura lisa se relaja y los vasos sanguíneos se dilatan (el resultado es rubor). Globalmente, el conjunto de alteraciones define un perfil de desviaciones respecto del estado promedio que corresponde a un equilibrio funcional —u homeostasis— en el cual la economía del organismo opera con mayor eficiencia, con adaptaciones más rápidas y sencillas y menor gasto energético. Este rango óptimo de eficiencia funcional no debe considerarse estático; es una continua sucesión de perfiles cambiantes, entre límites altos y bajos, en movimiento constante. Puede ser comparado con la respuesta de una cama de agua cuando alguien camina sobre ella en varias direcciones: algunas áreas se hunden, en tanto que otras se levantan; se forman ondas; se modifica enteramente la cama, pero los cambios suceden dentro de ciertos límites fijados por las medidas físicas de la unidad: una envoltura que contiene una cantidad determinada de líquido.
En la hipotética experiencia emocional que hemos examinado, muchas partes del cuerpo quedan en un nuevo estado en que se han introducido cambios significativos. ¿Qué ocurre en el organismo para que se efectúen esos cambios?
- El proceso comienza con las consideraciones deliberadas, conscientes, que se tienen de una persona o situación. Estas consideraciones se expresan como imágenes mentales organizadas en un proceso de pensamiento, y se refieren a miles de aspectos de la relación que tienes con esa persona en especial, reflexiones relativas a la situación actual y sus consecuencias para ti y los demás; en suma, son una evaluación cognitiva de los contenidos del acontecimiento del cual eres parte. Algunas de las imágenes evocadas no son verbales (la ocurrencia de esa persona en un lugar específico), en tanto que otras sí lo son (palabras o frases relativas a atributos, actividades, nombres, etc.). El sustrato neural de esas imágenes es una colección de representaciones topográficamente organizadas que suceden en diferentes capas corticales sensoriales primarias (visuales, auditivas y otras). Dichas representaciones se construyen bajo la guía de las representaciones disposicionales contenidas y distribuidas en gran número de capas corticales superiores de asociación.
- En un nivel no consciente, las redes de la corteza prefrontal responden automática e involuntariamente a las señales derivadas del procesamiento de las imágenes antes mencionadas. Esa respuesta prefrontal surge de representaciones disposicionales que incorporan conocimientos relativos a la forma en que determinado tipo de situaciones se ha solido acoplar con ciertas reacciones emocionales en tu experiencia individual. En otras palabras, deriva de representaciones disposicionales adquiridas más que innatas, aunque —como ya hemos expuesto— las disposiciones adquiridas se hayan elaborado bajo el influjo de las representaciones disposicionales innatas. Lo que las representaciones disposicionales adquiridas incorporan es tu experiencia individual y única de esa relación a lo largo de la vida. Tu experiencia puede tener variaciones sutiles o bastas con la de otros; sólo es tuya. Si bien, en grado considerable, las relaciones entre un tipo determinado de situación y una emoción son semejantes en todos los individuos, la experiencia particular y singular personalizan el proceso en cada sujeto. Para resumir: Las representaciones disposicionales adquiridas, prefrontales, necesarias para emociones secundarias constituyen un grupo separado de las representaciones disposicionales innatas necesarias para emociones primarias. Pero, como veremos más adelante, las primeras necesitan de las segundas para expresarse.
- La respuesta involuntaria, automática y no consciente que brota de las representaciones disposicionales prefrontales, descrita en el párrafo dos, es señalada a la amígdala y a la corteza cingular anterior. En esas regiones, las representaciones disposicionales reaccionan (a) activando núcleos del sistema nervioso autónomo y enviando señales al cuerpo vía nervios periféricos, de modo que las vísceras quedan en el estado que comúnmente se asocia con el tipo de situación que gatilló el proceso; (b) despachando señales al sistema motor, de manera que los músculos esqueléticos completen la figura externa de una emoción en la expresión facial y postura corporal; (c) activando los sistemas endocrino y péptido, cuyas acciones químicas alteran el estado del cuerpo y del cerebro, y finalmente (d) activando, con patrones precisos, el núcleo de neurotransmisores en el tallo cerebral y prosencéfalo basal, que a su vez liberan sus mensajes químicos en diversas regiones del telencéfalo (por ejemplo, los ganglios basales y la corteza cerebral). Esa colección aparentemente exhaustiva de acciones constituye una respuesta masiva. Es variada, compromete al organismo en su totalidad y, en una persona saludable, una maravilla de coordinación.
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Figura 7-2. Emociones secundarias. El estímulo puede ser procesado directamente mediante la amígdala, pero ahora es analizado en el proceso pensante y puede activar las capas corticales frontales (VM). VM actúa por intermedio de la amígdala (A). En otras palabras, las emociones secundarias utilizan la maquinaria de las emociones primarias. Nuevamente, estoy simplificando deliberadamente, ya que numerosas capas corticales prefrontales, otras distintas de VM, también se activan; pero creo que el diagrama muestra lo esencial del mecanismo. Adviértase que VM depende de A para expresar su actividad, que está adosada en ella, por decirlo así. Esta relación de dependencia-precedencia es un buen ejemplo del complejo estilo de la ingeniería natural. La naturaleza utiliza estructuras y mecanismos viejos para crear nuevos artificios y obtener nuevos resultados.
Los cambios causados por (a), (b) y (c) afectan al cuerpo; determinan un «estado corporal emocional», y en seguida se señalan de retorno a los sistemas límbico y somatosensorial. Los cambios causados por (d) —que no surgen en el cuerpo propiamente tal, sino en un grupo de estructuras del tallo cerebral a cargo de la regulación corporal— tienen un acentuado impacto en el estilo y eficiencia de los procesos cognitivos, y constituyen una ruta paralela para la respuesta emocional. Los diferentes efectos de (a), (b) y (c), por una parte, y de (d), por la otra, quedarán más claros en la exposición sobre los sentimientos (ver más abajo).
Ahora debería haber quedado más claro que el procesamiento emocional deteriorado, en pacientes con daño prefrontal, se refiere a las emociones secundarias. Esos pacientes no pueden generar emociones relativas a las imágenes reclamadas por ciertas categorías de situaciones y estímulos, y así, están incapacitados para experimentar el sentimiento consiguiente. Esto está respaldado por observaciones clínicas y tests especiales, que se describen en el capítulo 9. Sin embargo, esos mismos pacientes prefrontales sí pueden tener emociones primarias, y es por ello que su afecto parece estar intacto a primera vista (mostrarían temor si justo detrás de ellos alguien gritara súbitamente, o si sus casas se sacudieran en un terremoto). Inversamente, los pacientes con daños en el sistema límbico, en la amígdala o en la corteza cingular anterior tienen habitualmente una discapacitación emocional tanto primaria como secundaria, estando así más obviamente embotados en su afecto.
La naturaleza, con ese mañoso afán de economía que la caracteriza, no seleccionó mecanismos independientes para la expresión de emociones primarias y secundarias. Arregló las cosas para que las emociones secundarias se expresaran por los mismos canales preparados para transmitir emociones primarias.
La esencia de las emociones, según lo veo, es la colección de cambios en el estado corporal que las células de los terminales nerviosos inducen en numerosos órganos, bajo el control de un sistema cerebral especializado que responde al contenido de los pensamientos relativos a una entidad o acontecimiento específico. Muchos cambios del estado corporal —los del color de la piel, la postura corporal y la expresión facial, por ejemplo— son perceptibles para un observador externo (por cierto, la etimología de la palabra sugiere una dirección externa, desde el cuerpo: emoción significa literalmente «movimiento hacia afuera»). Otras alteraciones del estado corporal sólo son perceptibles para el dueño del cuerpo en el cual ocurren. Pero en las emociones hay más que su esencia.
Para concluir: la emoción es la combinación de un proceso de valoración mental, simple o complejo, con respuestas a ese proceso que emanan de las representaciones disposicionales, dirigidas principalmente hacia el cuerpo propiamente tal, con el resultado de un estado emocional corporal, y orientadas también hacia el cerebro mismo (núcleos neurotransmisores en el tallo cerebral), con el resultado de cambios mentales adicionales. Adviértase que de momento excluyo de la emoción la percepción de todos los cambios que constituyen la respuesta emocional. Como descubriremos pronto, reservo el término sentimientos a la experiencia de esos cambios.
LA ESPECIFICIDAD DE LA MAQUINARIA NEURAL TRAS LAS EMOCIONES
La especificidad de los sistemas neurales asignados a la emoción se ha establecido gracias al estudio de daños cerebrales focalizados. En mi opinión, la lesión del sistema límbico debilita el procesamiento de las emociones primarias; la lesión de las capas corticales prefrontales compromete la elaboración de las emociones secundarias. Roger Sperry y sus colaboradores, entre ellos Joseph Bogen, Michael Gazzaniga, Jerre Levy y Eran Zaidel, han establecido un enigmático correlato de la emoción humana: la elaboración básica de las emociones involucra de manera preferente las estructuras del hemisferio cerebral derecho.[10] Otros indicios que probarían el predominio del hemisferio derecho en la emoción han sido aportados por otros investigadores, particularmente Howard Gardner, Kenneth Heilman, Joan Borod, Richard Davidson y Guido Gainotti[11]. La investigación que actualmente se lleva a cabo en mi laboratorio respalda en general la noción de asimetría en la elaboración de las emociones, pero también indica que dicha asimetría no se refiere a todas las emociones por igual.
El grado de especificidad neural de los sistemas asignados a la emoción se puede medir al considerar el deterioro de su expresión. Cuando una apoplejía destruye la corteza motora del hemisferio cerebral izquierdo, el paciente sufre parálisis en el lado derecho del rostro, los músculos quedan impedidos y la boca tiende a desplazarse hacia el costado que se mueve normalmente. La asimetría se torna aún más evidente si se le pide al paciente que abra la boca y muestre los dientes. Sin embargo, sucede algo totalmente distinto cuando el paciente sonríe, o ríe espontáneamente en respuesta a un chiste: la sonrisa es normal, ambos lados del rostro se mueven como se supone que lo hagan, y la expresión es natural, igual a la sonrisa del sujeto antes de la parálisis. Esto indica que el control motor de un movimiento emocional no está localizado en la misma región que el control del acto voluntario. El movimiento relativo a la emoción se gatilla en otra región del cerebro, aunque el proscenio del gesto —rostro y musculatura— sea el mismo. (Ver Fig. 7-3).
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Figura 7-3. La maquinaria neural para el control de la musculatura facial en la «verdadera» sonrisa de una situación emocional (arriba) es diferente de la maquinaria para el control voluntario (no emocional) de la misma musculatura (abajo). La sonrisa verdadera es controlada desde las capas corticales límbicas y probablemente utilice los ganglios basales para expresarse.
Si estudiamos un paciente al cual una apoplejía ha dañado la corteza cingular anterior en el hemisferio izquierdo, veremos exactamente el resultado contrario: el rostro en reposo, o contraído en respuesta a una emoción, es asimétrico, y tiene menos movilidad en el lado derecho que en el izquierdo. Pero si el paciente intenta contraer los músculos faciales voluntariamente, los movimientos se normalizan y retorna la simetría. El movimiento relacionado con emociones, entonces, es controlado por la región anterior de la corteza cingular, desde otras capas corticales límbicas (en el lóbulo temporal medio), y desde los ganglios basales, regiones cuyo deterioro o disfunción provoca la llamada parálisis facial revertida, o emocional.
Mi mentor, Norman Geschwind, el neurólogo de Harvard cuyo trabajo unió la era moderna y clásica de la investigación cerebral en humanos, solía señalar que la razón por la que tenemos dificultad para sonreír naturalmente ante el fotógrafo, es que se nos pide controlar voluntariamente nuestra musculatura facial, utilizando la corteza motora y su tracto piramidal. (El tracto piramidal es un macizo conjunto de axones que surge de la corteza motora primaria, área 4 de Brodmann, y desciende para inervar los núcleos en el tallo cerebral y la médula espinal, que controlan la movilidad voluntaria mediante los nervios periféricos). Así, decía Geschwind, generamos una «sonrisa piramidal». No podemos imitar fácilmente lo que la corteza cingular anterior puede conseguir sin esfuerzo; no disponemos de una ruta neural fácil para ejercer un control volitivo sobre la corteza cingular anterior. Para sonreír «naturalmente», sólo tienes algunas opciones: aprender a actuar, que alguien te haga cosquillas o te cuente un buen chiste. La carrera de actores y políticos depende de esta sencilla y molesta ordenación de la neurofisiología.
Los actores profesionales han reconocido el problema desde siempre y esto ha generado diversas técnicas de actuación. Algunos, como Laurence Olivier, confiaban en su habilidad para crear, voluntariamente, una serie de movimientos que sugirieran una emoción de manera verosímil. Apoyados en un conocimiento minucioso del aspecto de las emociones (su expresión) para un observador externo, y en la memoria de lo que uno suele sentir cuando ocurren los cambios externos adecuados, los grandes actores de esta tradición falsifican decididamente los gestos. El que pocos tengan éxito muestra las difíciles vallas con que les obstaculiza la fisiología cerebral.
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Figura 7-4. Control inconsciente y consciente de la musculatura facial.
Otra técnica, ejemplificada en el «método» de la escuela dramática de Lee Strasberg-Elia Kazan (inspirada por el trabajo de Konstantin Stanislavsky), confía en la capacidad de los actores para generar una emoción, para crear lo genuino en vez de imitarlo. Por cierto que puede ser más convincente, pero requiere de un talento especial y de la madurez necesaria para controlar los procesos automáticos que gatilla una emoción auténtica.
El primero que observó la diferencia entre la expresión facial de emociones genuinas o imitadas fue Charles Darwin en La expresión de las emociones en el hombre y los animales, publicado en 1872.[12] Darwin conocía las observaciones que una década antes hizo Guillaume-Benjamin Duchenne sobre la musculatura comprometida en la sonrisa y el tipo de control preciso para moverla[13]. Duchenne determinó que una sonrisa real requería de la contracción involuntaria y combinada de dos músculos, el zygomático mayor y el orbicular palpebral inferior. (Ver figura 7-4). Descubrió además que a este último sólo se lo podía mover involuntariamente que no había manera de activarlo de modo voluntario. Los activadores involuntarios del orbicular palpebral inferior, decía Duchenne, eran «las dulces emociones del alma». En cuanto al zygomático mayor, puede ser activado por nuestra voluntad o involuntariamente y es entonces el medio adecuado para sonrisas de cortesía.
SENTIMIENTOS
¿Qué es un sentimiento? ¿Por qué no uso indiscriminadamente «emoción» y «sentimiento»? Una razón es que no todos los sentimientos se relacionan con emociones: en estado de vigilia y atención todas las emociones generan sentimientos, pero no todos los sentimientos tienen su origen en las emociones. Llamo sentimientos de fondo, a los que no se originan en las emociones y los comentaré más adelante en este capítulo.
Empezaré por considerar los sentimientos de emociones, y para ello vuelvo al estado emocional descrito arriba. Todos los cambios que un observador externo puede identificar —y muchos que no puede, como la aceleración del pulso o la contracción del vientre— son percibidos internamente. Las alteraciones se señalan continuamente al cerebro desde la piel, vasos sanguíneos, vísceras, músculos voluntarios, articulaciones, etc. En términos neurales, en este viaje el tramo de retorno depende de circuitos que se originan en la cabeza, cuello, tronco y extremidades, siguen por la médula espinal y el tallo del cerebro hacia la formación reticular (una colección de núcleos troncales del cerebro involucrados en el control del sueño y la vigilia, entre otras funciones) y el tálamo, y prosiguen al hipotálamo, estructuras límbicas y diferentes capas corticales de las regiones parietal e insular. Estas últimas capas corticales, en particular, reciben un detalle de lo que está sucediendo en tu cuerpo, momento a momento, es decir que tienen una «fotografía» del paisaje continuamente cambiante de tu cuerpo durante una emoción. Si recuerdas la alegoría de la cama de agua, puedes imaginar esa fotografía como una señalización permanente que representa muchos de los cambios locales en la cama, sus altos y bajos, mientras alguien camina encima. En las capas corticales, que reciben esas señales de continuo, se produce un patrón de actividad neural de variabilidad constante. Nada estático allí, ningún hombrecito —el homúnculo— plantado en lo alto del cerebro como una estatua que reciba las señales corporales correspondientes. En vez de eso hay cambio, mudanza incesante. Algunos de los patrones están organizados topográficamente, otros lo están menos, y no se los puede encontrar en ningún mapa singular, en ningún centro aislado. Hay muchos mapas, coordinados por conexiones neuronales mutuamente interactivas (cualquiera sea la metáfora que usemos para ilustrar el punto, es importante tener consciencia de que las representaciones corporales habituales no ocurren en el marco de un rígido mapa cortical, como han sugerido insidiosamente décadas de cartografía cerebral. Ocurren dinámicamente, como representaciones «en directo» siempre renovadas, de lo que está sucediendo en el cuerpo aquí y ahora en cada instante. Son valiosas precisamente por esa frescura, esa cualidad de «reportaje en vivo y en directo», tan bien demostrada en el trabajo de Michael Merzenich que he citado anteriormente).
Además del «viaje neural» de retorno de tu estado emocional al cerebro, tu organismo utiliza también un «viaje químico» paralelo. Hormonas y péptidos liberados en tu cuerpo durante la emoción llegan al cerebro por el torrente sanguíneo y lo penetran activamente a través de la llamada barrera hematoencefálica o, con mayor facilidad aun, a través de regiones cerebrales que no tienen esa barrera (por ejemplo, el área postrema) o mediante dispositivos que transmiten señales a distintas partes del cerebro (por ejemplo, el órgano subfornical). El cerebro no sólo puede construir, en algunos de sus sistemas, un panorama neural variadísimo del «paisaje corporal» inducido por otros sistemas cerebrales, sino que la construcción del panorama mismo —así como su uso— puede ser influido directamente por el cuerpo (recordemos la oxitocina, mencionada en el capítulo 6). Lo que en un momento determinado da su carácter al paisaje corporal no es sólo un conjunto de señales neurales, sino también una serie de señales químicas que altera la modalidad de procesamiento de las señales neurales. Esta es la razón por la que ciertas sustancias químicas han tenido un papel preponderante en tantas culturas. El problema de drogas que hoy enfrenta nuestra sociedad —y me refiero tanto a las legales como a las ilegales— no se puede resolver sin una profunda comprensión de los mecanismos neurales que aquí estamos comentando.
Adviertes los cambios corporales a medida que suceden y puedes monitorear su continua evolución. Percibes alteraciones en tu estado corporal y sigues su despliegue segundo a segundo y minuto a minuto. La esencia de lo que llamo sentimientos es ese proceso de monitoreo continuo, esa experiencia de lo que tu cuerpo hace mientras se despliegan pensamientos sobre contenidos específicos (Figura 7-5). Si una emoción es una colección de cambios en el estado corporal, conectados a precisas imágenes mentales que han activado un sistema específico del cerebro, la esencia de sentir una emoción es la experiencia de dichos cambios en yuxtaposición con las imágenes mentales que iniciaron el ciclo. En otras palabras, un sentimiento depende de la yuxtaposición de una imagen del cuerpo propiamente tal con una imagen de alguna otra cosa, como la imagen visual de un rostro o la imagen auditiva de una melodía. El sustrato de un sentimiento se completa con los cambios en los procesos cognitivos que son simultáneamente inducidos por sustancias químicas (por ejemplo, por neurotransmisores, en diversas localizaciones neurales, resultantes de la activación de núcleos neurotransmisores que eran parte de la respuesta emocional inicial).[4*]
Figura 7-5. Para sentir una emoción es necesario, pero no suficiente, que las señales neurales de las vísceras, de los músculos, de las articulaciones y de los núcleos neurotransmisores —todas las cuales se activan durante el proceso emocional alcancen algunos núcleos subcorticales y la corteza cerebral. Las señales endocrinas y otras señales químicas también alcanzan el sistema nervioso central vía torrente sanguíneo y otras rutas.
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Llegados a este punto, debo hacer dos calificaciones: la primera concierne a la noción de «yuxtaposición»; elijo ese término porque pienso que la imagen del cuerpo propiamente tal aparece después de que se ha formado y se mantiene activa la imagen de esa «otra cosa» y porque neuralmente las dos imágenes permanecen separadas, como sugerí en la sección pertinente del capítulo 5. En otras palabras, se produce una «combinación» más que una «fusión» (mezcla). El término superposición podría ser adecuado para describir lo que sucede a las imágenes del cuerpo propiamente tal y a aquellas de esa «otra cosa» en nuestra experiencia integrada.
La idea de que lo «calificado» (un rostro) y lo «calificante» (el estado corporal yuxtapuesto) están combinados pero no fusionados ayuda a comprender por qué es posible sentirse deprimido aunque pensemos en personas o situaciones que en ningún sentido implican tristeza o pérdida, o estar alegres sin ninguna explicación inmediata. Los estados de lo calificante son inesperados y a veces inoportunos. Su motivación psicológica puede no ser aparente, ni siquiera existente, si el proceso surge en un cambio psicológicamente neutral. En términos neurobiológicos, los calificantes inexplicables confirman la autonomía relativa de la maquinaria neural que subyace en las emociones. Pero también nos recuerdan que existe un vasto dominio de procesos no conscientes, parte del cual es explicable psicológicamente y parte no.
La esencia de la tristeza o alegría es la percepción combinada de determinados estados corporales con pensamientos que se le yuxtaponen, complementada con una modificación en el estilo y eficiencia de los procesos de pensamiento. Generalmente tienden a concordar, debido a que tanto la señal del estado corporal (positiva o negativa) como el estilo y eficiencia cognitivos fueron gatillados desde el mismo sistema. (Aunque las concordancias entre señal del estado del cuerpo y estilo cognitivo pueden quebrarse en condiciones patológicas y también en condiciones normales). Durante los estados corporales negativos, la generación de imágenes es lenta, pequeña su diversidad e ineficiente el razonamiento; durante estados corporales positivos la generación de imágenes es veloz y variada, en tanto que el razonamiento es rápido, si bien no necesariamente eficiente. Cuando los estados corporales negativos son recurrentes, o cuando se presenta un continuo estado negativo, como ocurre en una depresión, aumenta la proporción de pensamientos pasibles de ser asociados con situaciones negativas, y decaen el estilo y la calidad del razonamiento. La sostenida euforia de los estados maníacos produce el resultado opuesto. En su libro La oscuridad visible, memoria de su propia depresión, William Styron ofrece descripciones definitivas de esa condición. Escribe que su esencia es una sensación atormentadora de dolor «… íntimamente conectada sobre todo con la asfixia o el ahogo; pero incluso esas imágenes yerran el objetivo». Sin embargo no marra la descripción de los procesos cognitivos concomitantes: «en esos momentos el pensamiento racional solía estar ausente; de ahí el trance; no se me ocurre palabra más adecuada para este estado, una condición de estupor desesperanzado en la cual una “angustia positiva y activa” reemplaza la cognición». (Angustia positiva y activa fueron los términos que William James usó para describir su propia depresión).
La otra calificación: he ofrecido mi visión de los posibles elementos esenciales, cognitivos y neurales, de un sentimiento; sólo ulteriores investigaciones dirán si mi óptica es correcta. Pero no he explicado cómo sentimos un sentimiento. Si bien la recepción, en las regiones cerebrales apropiadas, de un vasto conjunto de señales sobre el estado corporal, es un comienzo necesario, no basta para sentir los sentimientos. Como he sugerido en la exposición sobre las imágenes, una condición adicional de la experiencia es la correlación entre las representaciones que ocurren del cuerpo y las representaciones neurales que constituyen el self. Un sentimiento respecto de un objeto determinado se basa en la subjetividad de la percepción del objeto, en la percepción del estado corporal que engendra y en la percepción de alteraciones de estilo y eficiencia en los procesos de pensamiento mientras todo lo anterior sucede.
ENGAÑAR AL CEREBRO
¿Qué indicios respaldan la afirmación de que los estados corporales causan sentimientos? Algunos vienen de los estudios neuropsicológicos, que correlacionan la pérdida de sentimientos con lesiones en las zonas cerebrales necesarias para la representación de los estados corporales (ver capítulo 5), pero también las investigaciones en individuos normales aportan indicios en este sentido, especialmente los trabajos de Paul Ekman.[14] Cuando, en el curso de un experimento, dijo a sujetos normales —que desconocían el objetivo de la investigación— que contrajeran los músculos faciales para «componer» una expresión emocional específica, experimentaron el sentimiento correspondiente a la expresión. Por ejemplo: una burda e incompleta mueca facial de contento condujo a que los sujetos sintieran «alegría,» un gesto iracundo logró que experimentaran «enojo», y así sucesivamente. Impresionante, si consideramos que los sujetos sólo podían percibir esbozos de expresiones faciales fragmentarias y —puesto que no estaban percibiendo ni valorando ninguna situación real que pudiera disparar una emoción— al principio sus cuerpos no exhibían el perfil visceral que acompaña una emoción específica.
El experimento de Ekman sugiere que o bien un fragmento del patrón corporal característico de un estado emocional basta para producir un sentimiento de la misma señal o que el fragmento gatilla después el resto del estado corporal y que esto conduce al sentimiento. Curiosamente, no todos los sectores del cerebro se engañan, por decirlo así, con un conjunto de movimientos no producido por los medios habituales. Nuevos indicios, que provienen de grabaciones electrofisiológicas, muestran que las sonrisas fingidas generan patrones de ondas cerebrales diferentes a los de las sonrisas auténticas.[15] Estos descubrimientos neurofisiológicos no contradicen los resultados del primer experimento, si bien a primera vista así parece: aunque confirmaron que el sentimiento era apropiado al fragmento de expresión facial, los sujetos estaban conscientes de no estar contentos o enfadados por ninguna circunstancia real. Las grabaciones eléctricas sólo aclaran que no podemos engañarnos, ni engañar a nadie, cuando sonreímos por mera cortesía. Y puede ser esta la razón por la que grandes actores, cantantes de ópera y otros, logran sobrevivir a la continua simulación de emociones exaltadas sin perder el control.
Le pregunté a Regina Resnik, Carmen y Clitemnestra memorable de nuestros tiempos, veterana de mil noches musicales de furia y locura, si le resultaba difícil mantenerse ajena a las emociones exorbitantes de sus personajes. Dijo que no era nada complicado una vez que se dominaba la técnica. Nadie habría supuesto, oyéndola y mirándola, que sólo «imitaba» la emoción en vez de «sentirla». Sin embargo, admitió que una vez, durante la representación de La Reina de Espadas, de Tchaikovsky, sola en la oscuridad durante la escena en que la vieja condesa muere de miedo, se identificó con el personaje y terminó aterrada.
VARIEDADES DE SENTIMIENTOS
Como indiqué al principio de este capítulo, hay diversos tipos de sentimientos. El primero se basa en las emociones, siendo las más universales la alegría, la tristeza, la ira, el miedo y el asco, que corresponden a perfiles de respuesta de estado corporal básicamente preprogramados en el sentido jamesiano. Cuando el cuerpo se adecúa a los perfiles de una de esas emociones, sentimos alegría, tristeza, ira, enojo, temor o asco. Cuando tenemos sentimientos conectados con emociones, la atención se fija substancialmente en señales corporales, y partes del paisaje corporal se mueven desde el fondo hacia el primer plano de nuestra atención.
Un segundo tipo de sentimientos se basa en emociones que son variaciones sutiles de las cinco mencionadas: euforia y éxtasis son modalidades de la alegría; melancolía y pesadumbre, de la tristeza; pánico y vergüenza, del miedo. Este segundo tipo de sentimientos es afinado por la experiencia, cuando matices más sutiles de estado cognitivo se conectan con modalidades más finas de estado corporal emotivo. Aquello que nos permite experimentar matices de remordimiento, vergüenza, venganza, Schadenfreude, etc., es la conexión entre un contenido cognitivo intrincado y la variación de un perfil de estado corporal preorganizado.[16]
Tipos de sentimientos
Sentimientos de emociones universales básicas.
Sentimientos de emociones universales sutiles.
Sentimientos de fondo.
Sentimientos de fondo
Pero postulo un tipo distinto de sentimientos, que sospecho evolutivamente anterior a los otros. Lo llamo sentimiento de fondo porque se origina en estados corporales «de fondo» y no en estados emocionales. No hablamos aquí del Verdi de la gran emoción, ni del Stravinsky de la emoción intelectualizada, sino más bien de un minimalista en tono y ritmo, del sentimiento de la vida misma, del sentido de ser. Espero que la noción ayude en el análisis futuro de la fisiología de los sentimientos.
Con una latitud más restringida que los sentimientos emocionales descritos anteriormente, los sentimientos de fondo no son ni demasiado positivos ni demasiado negativos, si bien se los puede percibir como sobre todo placenteros o displacenteros. Es muy probable que sean éstos los sentimientos —más que los emocionales— que experimentamos más a menudo en nuestra vida. Sólo reparamos vagamente en ellos, pero tenemos la lucidez bastante para calificarlos de inmediato. Un sentimiento de fondo no es lo que sentimos cuando brincamos de alegría ni cuando estamos abatidos por un amor perdido; esos son estados corporales emocionales. El sentimiento de fondo corresponde, en cambio, al estado corporal que predomina entre emociones. Cuando sentimos alegría, furia, u otra emoción, el sentimiento de fondo ha sido superado por uno emocional. El sentimiento de fondo es nuestra imagen del paisaje corporal cuando no está sacudido por la emoción. El concepto de «estado de ánimo», a pesar de relacionarse con el sentimiento de fondo, no lo captura exactamente. Cuando los sentimientos de fondo persisten del mismo tipo durante horas y días y no cambian silenciosamente con el flujo y reflujo del contenido de los pensamientos, es probable que el conjunto de sentimientos de fondo contribuya a un estado de ánimo bueno, malo o indiferente.
Si intentas, sólo por un instante, imaginar lo que sería estar sin sentimientos de fondo, no dudarás de la noción que estoy proponiendo. Postulo que en tal caso se quebraría el núcleo mismo de nuestra representación del self. Permítanme explicar por qué lo creo.
Como he indicado, las representaciones de estados corporales habituales ocurren en múltiples capas corticales somatosensoriales de la ínsula y la región parietal, y también en el sistema límbico, hipotálamo y tallo cerebral. Esas regiones, en ambos hemisferios, están coordinadas por conexiones neuronales y el hemisferio derecho domina sobre el izquierdo. Falta mucho por descubrir acerca de las especificaciones conexiónales precisas de este sistema (lamentablemente, uno de los sectores menos estudiados del cerebro de los primates), pero parece estar claro lo siguiente: La representación compleja de un estado corporal en curso se distribuye en gran cantidad de estructuras situadas en áreas subcorticales y corticales. Buena parte del input proveniente de estados viscerales termina en estructuras que podrían llamarse «no cartografiadas», aunque abundante input visceral está bastante cartografiado como para que podamos detectar dolor o incomodidad en zonas identificables del tronco y extremidades. Si bien es cierto que los mapas neurales que hacemos para las vísceras son menos precisos que los que dibujamos para el mundo exterior, las supuestas vaguedades y casos de errores cartográficos han sido exagerados, generalmente invocando fenómenos como el «dolor referido» (es decir, sentir dolor en el brazo izquierdo o el abdomen durante un infarto del miocardio, o dolor debajo de la escápula derecha cuando se inflama la vesícula). Por su parte, el input procedente de músculos y articulaciones termina en estructuras cerebrales topográficamente cartografiadas.
Además de los mapas corporales dinámicos «en-curso», existen mapas más estables de la estructura general del cuerpo, que probablemente representan la propiocepción (sensación muscular y articular) y la interocepción (sensación visceral), bases de nuestra noción de imagen corporal. Esas representaciones son «desconectadas», o disposicionales, pero se las puede activar hacia las capas corticales somatosensoriales organizadas topográficamente, paralelamente a las representaciones «en-curso» de los estados corporales ahora, para dar una idea de lo que nuestros cuerpos tienden aparecer más que de lo que son en este momento. La mejor demostración de este tipo de representación es el fenómeno del miembro fantasma, mencionado anteriormente. Después de una amputación quirúrgica, algunos pacientes fantasean el miembro faltante como si aún estuviera allí. Incluso son capaces de percibir modificaciones imaginarias del estado del miembro inexistente, como por ejemplo un movimiento particular, dolor o fiebre. Mi interpretación de ese fenómeno es que en ausencia de input en-curso desde el miembro faltante, prevalece el input en-curso de una representación disposicional de esa extremidad: esto es, la reconstrucción, mediante un proceso de recuerdo, de una memoria adquirida previamente.
Quienes creen que en condiciones normales una ínfima parte del estado corporal aparece en la consciencia, pueden necesitar más precisiones. Es exacto que no todo el tiempo estamos conscientes de cada parte de nuestro cuerpo, porque las representaciones de acontecimientos externos —mediante la visión, audición o tacto—, así como las imágenes generadas internamente, nos distraen, en efecto, de la continua e ininterrumpida representación del cuerpo. Pero el que nuestra atención suela estar enfocada en otra dirección (allí donde es más necesaria para promover comportamientos adaptativos), no quiere decir que esté ausente la representación corporal, como se puede verificar fácilmente con la aparición súbita de un dolor o de alguna molestia que devuelve hacia ella el foco de atención. Aunque apenas se la advierta, la sensación corporal de fondo es continua ya que no representa una porción específica del cuerpo sino más bien el estado general de casi todo lo que hay en él. Esa representación fluida, imparable, del estado corporal te permite contestar prontamente a la pregunta «¿cómo te sientes?» con una respuesta que se relaciona, en efecto, con el sentirse bien o no tanto. (Observa que la pregunta no es un simple «¿cómo estás?», que puedes responder a la ligera, con cortesía, sin decir nada sobre tu estado corporal). El estado corporal de fondo está sujeto a continuo seguimiento, y así es interesante preguntarse qué sucedería si de súbito desapareciera; si, cuando te preguntan cómo te sientes, descubrieras que ignoras tu sensación corporal de fondo; si un dolor que te obligara a descruzar las piernas, sólo fuera una percepción aislada, suelta en tu mente, y no parte de la sensación de un cuerpo a cuya integridad tienes fácil acceso. Se sabe a ciencia cierta que incluso la interrupción —mucho más sencilla y circunscrita— de la propiocepción, causada por una afección en los nervios periféricos, desorganiza profundamente los procesos mentales. (Oliver Sacks ha descrito muy bien un paciente en esa condición)[17]. Por lo mismo, es previsible que la carencia o alteración más generalizadas de la sensación total del estado corporal produzca una perturbación mayor; y así sucede en efecto.
Como expuse en el capítulo 4, los pacientes afectados por una anosognosia prototípica y completa no son conscientes de su condición médica general. No saben que sufren los resultados devastadores e invariables de una enfermedad grave, generalmente de apoplejía o tumor cerebral originado en el cerebro mismo o derivado de un cáncer en alguna otra parte del cuerpo. No reconocen su parálisis, aunque, si se los enfrenta con los hechos, aceptan, por ejemplo, que no pueden mover el brazo o la mano izquierdos, si se los obliga a ver la inmovilidad de esa extremidad. Son incapaces de imaginar las consecuencias de su situación y no les importa su futuro. Su despliegue emocional es restringido o nulo, y sus sentimientos —como ellos mismos y la inferencia del observador confirman— son, en consecuencia, planos.
El patrón de daño cerebral en esos anosognóticos desbarata la comunicación entre regiones responsables de la cartografía del estado corporal; frecuentemente destruye algunas de esas regiones, que están en el hemisferio derecho, aunque reciben input desde ambos lados del cuerpo. Las regiones clave son la ínsula, el lóbulo parietal y la materia blanca que contiene las conexiones entre ellas y además conexiones desde y hacia el tálamo, corteza frontal y ganglios basales.
Equipado con la noción de sentimiento de fondo, estoy ahora en condiciones de indicar lo que, en mi opinión, sucede en la anosognosia. Inhabilitados para aprovechar el input corporal habitual, los anosognóticos son incapaces de actualizar la representación de su cuerpo, lo que les impide reconocer, mediante el sistema somatosensorial, automática y prontamente que la realidad de su paisaje corporal ha cambiado. Todavía pueden formar en la mente una imagen de lo que era su cuerpo. Informan de un cuerpo saludable, porque en la mente les persiste una imagen corporal que ya no existe.
Los pacientes con miembros fantasma, si bien informan que sienten la presencia de la extremidad faltante, advierten claramente su ausencia. No alucinan ni fantasean; de hecho su sentido de la realidad los lleva a quejarse de su desgraciada condición. Pero los anosognóticos no pueden evaluar la realidad automáticamente. Son distintos, o bien porque su dolencia incluye información sobre la mayor parte del cuerpo, más que sobre una parte, o porque incluye principalmente información visceral, o por ambas razones. La falta de señales corporales actualizadas no sólo conduce a informes irracionales acerca de sus defectos motores, sino a emociones y sentimientos inapropiados sobre su estado de salud. Se los aprecia despreocupados por su condición; algunos inadecuadamente jocundos y otros monótonamente malhumorados. Cuando, sobre la base de hechos nuevos presentados por otras vías —verbales o por confrontación visual directa— se los fuerza a razonar sobre su estado, reconocen de modo pasajero su nueva situación, pero pierden muy pronto esa lucidez. De alguna manera, no se puede retener en la mente lo que no llega allí automática y naturalmente gracias a la primacía del sentimiento.
Los pacientes con anosognosia nos ofrecen el espectáculo de una mente privada de la posibilidad de sentir el estado corporal actual, especialmente en lo relativo al sentimiento de fondo. Sugiero que el self de esos pacientes, incapaz de estructurar las señales corporales actuales sobre el basamento referencial del cuerpo, está desintegrado. El conocimiento de la identidad personal sigue disponible y recuperable en forma de lenguaje: los anosognóticos recuerdan quiénes son, dónde viven y trabajan, quiénes son sus familiares y amigos más cercanos. Sin embargo, no pueden utilizar ese caudal de información para razonar adecuadamente sobre su actual estatus personal y social. La teoría que esos pacientes construyen en relación a su propia mente y a la de los demás queda lamentable e irrevocablemente fuera de lugar en el tiempo histórico en el cual ellos y sus observadores están inmersos.
La continuidad de los sentimientos de fondo confirma el hecho que los organismos vivientes y sus estructuras permanecen mientras se mantiene la vida. A diferencia de la mutable constitución de nuestro entorno, y a diferencia de las imágenes fragmentarias, condicionadas por factores externos, que de él construimos, el sentimiento de fondo se refiere principalmente a estados corporales. Nuestra identidad individual está anclada en esa isla de ilusoria mismidad viviente, en contraste con la cual podemos percibir miríadas de otras cosas que cambian de modo manifiesto alrededor del organismo.
EL CUERPO COMO TEATRO DE LAS EMOCIONES
Una de las críticas a William James apunta a la idea de que usamos el cuerpo como un teatro para las emociones. Aunque pienso que en muchas situaciones las emociones y sentimientos operan precisamente de esa manera, desde mente/cerebro hacia el cuerpo y de vuelta a mente/cerebro, también creo que en numerosas instancias el cerebro aprende a urdir la imagen difusa de un estado corporal «emocional» sin tener que reactuarlo en el cuerpo mismo. Además, como hemos comentado previamente, la activación de los núcleos de neurotransmisores en el tallo cerebral, y sus respuestas, eluden el cuerpo, aunque, curiosamente, los núcleos de neurotransmisores sean parte de la representación cerebral de la regulación corporal. Hay entonces dispositivos neurales que nos ayudan a sentir «como si» tuviéramos un estado emocional, como si el cuerpo estuviera siendo activado y modificado. Estos dispositivos nos permiten eludir el cuerpo y evitar un proceso lento y energéticamente costoso. Conjuramos la apariencia de un sentimiento dentro solo del cerebro. Dudo, sin embargo, que esos sentimientos sean iguales a los que se acuñan en un verdadero estado corporal.
Los dispositivos «como si» se desarrollarían mientras crecemos y nos adaptamos al medio ambiente. La asociación entre una determinada imagen mental y el substituto de un estado corporal se habría adquirido mediante la repetida vinculación de imágenes de cosas o situaciones dadas con imágenes de estados corporales recientemente representados. Para que una imagen particular gatillara el «dispositivo de elusión», se necesitaba primero efectuar el proceso en el teatro corporal, «rizarlo» alrededor del cuerpo, por decirlo así. (Ver figura 7-6).
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Figura 7-6. Diagrama del «rizo corporal» y del rizo «como si». En ambos paneles, el cerebro está representado por el perímetro sombreado de arriba y el cuerpo por el perímetro sombreado de abajo. El procesamiento del rizo «como si» elude totalmente al cuerpo.
¿Por qué razón deberían los sentimientos «como si» sentirse de otra manera que los sentimientos auténticos? Ilustraré al menos un motivo por el cual me parece que así debe ser: imaginemos a una persona conectada a un polígrafo, instrumento de laboratorio que permite medir la forma y magnitud de las reacciones emocionales como gráficos continuos. Ahora, supongamos que esa persona participa en un experimento psicológico en el cual el examinador considerará que determinadas respuestas son correctas y merecen una recompensa y que otras son incorrectas y pasibles de algún grado de penalización. El sujeto, al oír que ha efectuado una movida correcta y merece premio, genera una respuesta, graficada como una curva con un comienzo, escalada y magnitud final alta. Después, otra movida acarrea una penalización y genera otra respuesta, pero esta vez la forma de la curva es muy diferente y se alza más alto que la anterior. En una tercera prueba, otra movida gatilla un castigo más severo, y no sólo la curva es distinta, sino que la aguja del polígrafo deriva por el papel y casi se sale del gráfico.
Es bien conocido el significado de esta diferencia: distintos grados de estímulo y castigo causan reacciones mentales y corporales diferentes, y el polígrafo registra la respuesta corporal. Sin embargo, hay desacuerdo sobre la relación entre reacción corporal y mental. Desde mi perspectiva, el sentimiento auténtico deriva de una «lectura» de los cambios corporales. Pero debemos considerar una óptica alternativa: que el cuerpo sea alterado por la reacción emocional, pero que ese cambio no provoque necesariamente el sentimiento; que el mismo agente cerebral que dispara los cambios corporales informe a otra zona del cerebro —presumiblemente al sistema somatosensorial— del tipo de cambio solicitado desde el cuerpo. Según esta visión alternativa, los sentimientos vendrían directamente de este último conjunto de señales, que entonces se habría procesado de manera exclusiva dentro del cerebro, aunque todavía habría cambios corporales concomitantes. El punto —para los que adoptan esta óptica— es que los cambios corporales ocurren paralelamente a los sentimientos en lugar de causarlos. Los sentimientos siempre derivarían de los dispositivos «como si», que no serían un suplemento de los «rizos corporales» básicos —como propuse antes—, sino más bien el mecanismo esencial del sentimiento.
¿Por qué creo que esta concepción alternativa es menos satisfactoria que la mía? Para empezar, la emoción no sólo es inducida por vías neurales. Está también la ruta química. El sector del cerebro que induce la emoción puede señalar el componente neural de la inducción dentro de sí mismo a otro sector de sí mismo, pero no parece probable que actúe del mismo modo con los componentes químicos. Por otra parte, difícilmente el cerebro podría predecir de qué manera todas las órdenes —neurales y químicas, pero especialmente estas últimas— operarán en el cuerpo, porque la operación y los estados resultantes dependen de contextos bioquímicos locales y de múltiples variables propias del cuerpo mismo que carecen de plena representación neural. Lo que se va actuando en el cuerpo se reconstruye cada vez momento a momento, y no replica exactamente nada sucedido antes. Sospecho que el cerebro no puede predecir los estados corporales de manera algorítmica, sino que espera que el cuerpo informe lo que en realidad ha sucedido.
La concepción alternativa de emociones y sentimientos estaría sujeta, una y otra vez, a un repertorio fijo de patrones emoción/sentimiento que no estaría modulado por las condiciones de tiempo y vida reales del organismo en un momento dado. Estos patrones podrían ser útiles si fueran únicos, pero aun así sólo serían «retransmisiones», no «actuaciones en vivo».
Es probable que el cerebro, después de liberar una andanada de señales neurales y químicas en el cuerpo, no pueda predecir los exactos paisajes que asumirá el cuerpo ni los imponderables de una situación específica a medida que se despliega en tiempo y vida reales. El paisaje corporal es siempre nuevo y casi nunca estereotipado, tanto para un estado emocional como para uno de fondo no emocional. Si todos nuestros sentimientos fueran del tipo «como si», no tendríamos noción alguna de la modulación continua del afecto, uno de los rasgos más destacados de nuestra mente. La anosognosia sugiere que la mente normal requiere de un flujo constante de información actualizada de los estados corporales. Es posible que, conforme a su diseño actual, el cerebro necesite una afirmación previa de nuestro estado antes de molestarse en estar despierto y consciente.
PRESTAR ATENCIÓN AL CUERPO
Parece insensato excluir del concepto global de «mente» a las emociones y los sentimientos. Sin embargo, precisamente eso hacen respetables exposiciones científicas de la cognición, que no incluyen a emociones y sentimientos en su descripción de los sistemas cognitivos. He señalado esa omisión en la Introducción: se considera generalmente que emociones y sentimientos son entidades elusivas, inadecuadas para compartir el escenario con el contenido tangible de pensamientos que sin embargo califican. Esta concepción estrecha, que excluye la emoción de la corriente principal de la ciencia cognitiva, tiene una contrapartida en la no menos tradicional concepción de las ciencias del cerebro a que ya aludí en este capítulo, a saber: que emociones y sentimientos nacen en el sótano del cerebro, en un proceso tan subcortical como subcortical se pueda, en tanto que el tejido que esas emociones y sentimientos califican nace en la neocorteza. No puedo suscribir estas nociones. En primer lugar, es patente que la emoción actúa bajo el control de estructuras tanto subcorticales como neocorticales. Segundo —y quizá más importante— los sentimientos son tan cognitivos como cualquier otra imagen perceptual, y dependen, igual que cualquier otra imagen, del procesamiento cerebro-cortical.
Por cierto, los sentimientos son acerca de algo diferente. Pero los diferencia que son primera y principalmente relativos al cuerpo, que nos proporcionan la cognición de nuestro estado visceral y musculoesquelético a medida que es afectado por mecanismos preorganizados y por las estructuras cognitivas que hemos desarrollado bajo su influjo. Los sentimientos nos permiten prestar atención al cuerpo, intensamente durante un episodio/estado emocional, y vagamente durante un estado de fondo. Nos permiten prestar atención al cuerpo «en vivo», cuando nos dan imágenes perceptuales del cuerpo, o mediante «retransmisiones» cuando nos presentan imágenes evocadas del estado corporal apropiado a determinadas circunstancias, en los sentimientos «como si».
Los sentimientos nos permiten vislumbrar lo que nos sucede carnalmente, cuando una imagen carnal puntual se yuxtapone a las imágenes de otros objetos y situaciones y con ello modifica nuestra comprensión de esas situaciones y objetos. A fuerza de yuxtaposiciones, las imágenes corporales dan a otras imágenes su cualidad de bondad o maldad, de placer o dolor.
Me parece que los sentimientos tienen un estatus de privilegio. Están representados en múltiples niveles neurales, incluyendo el neocortical, en un pie de igualdad neuroanatómica y neurofisiológica con todo lo apreciable por otros canales sensoriales. Pero debido a su inextricable ligazón con el cuerpo, aparecen primero durante el desarrollo y conservan una primacía que impregna sutilmente nuestra vida mental. Como el cerebro es la audiencia cautiva del cuerpo, los sentimientos son ganadores entre iguales. Y como lo que está primero constituye un marco de referencia para lo que viene después, los sentimientos tienen voz en el desempeño del resto del cerebro y la cognición. Su influjo es inmenso.
EL PROCESO DE SENTIR
¿Cuáles son los procesos neurales por los cuales sentimos un estado emocional o un estado de fondo? No lo sé exactamente; creo que tengo el principio de una respuesta, pero no estoy seguro del final. El «¿cómo?» del sentir reposa en nuestro entendimiento de la consciencia, terreno en el cual más vale ser modesto y que no es el tema de este libro. Podemos, sin embargo, plantearnos la pregunta, descalificar aquellas explicaciones que obviamente no funcionan y proponer dónde pueden hallarse algunas respuestas en el futuro.
Una respuesta falsamente satisfactoria tiene que ver con la neuroquímica de la emoción. No basta descubrir las sustancias químicas involucradas en emociones y estados anímicos para explicar cómo sentimos. Hace mucho que sabemos que sustancias químicas pueden alterar emociones y estados de ánimo; el alcohol, los narcóticos y toda una hueste de agentes farmacológicos nos pueden modificar los sentimientos. La conocida relación entre química y sentimiento preparó a científicos y público para el descubrimiento de que el organismo produce substancias químicas que causan un efecto similar. Hoy en día se acepta sin dificultad que las endorfinas son morfina propia del cerebro, que pueden modificar fácilmente nuestro sentir acerca de nosotros mismos, del dolor y del mundo. También se admite que sucede lo mismo con los efectos de neurotransmisores como la dopamina, norepinefrina y serotonina, así como con los moduladores neuropéptidos.
Sin embargo, es importante advertir que saber que una sustancia química (fabricada adentro o fuera del cuerpo) produce la ocurrencia de un tipo determinado de sentimientos no es lo mismo que conocer el mecanismo por medio del cual logra ese resultado. Saber que una determinada sustancia está actuando sobre ciertos sistemas, circuitos y receptores —y en ciertas neuronas— no explica por qué te sientes triste o contento; sólo establece una relación operativa entre el producto químico y los sistemas, circuitos, receptores, neuronas y sentimiento, pero no te aclara cómo pasas del uno al otro. Es sólo el inicio de una explicación. Si sentirse contento o triste corresponde en gran medida a un cambio en la representación neural de estados corporales en curso, entonces la explicación requiere que las sustancias químicas actúen en la fuente de esas representaciones neurales, esto es, en el cuerpo propiamente tal y en los múltiples niveles de circuitería neural cuyos patrones de actividad representan al cuerpo. Por necesidad, la comprensión de la neurobiología del sentimiento requiere del entendimiento de este último. Si sentir alegría o tristeza también corresponde parcialmente a las modalidades cognitivas bajo las cuales están operando tus pensamientos, entonces también la explicación requiere que las sustancias químicas actúen sobre los circuitos generadores y manipuladores de imágenes. Lo que equivale a decir que reducir la depresión al nivel general de abastecimiento de serotonina o de norepinefrina —una afirmación muy popular en estos tiempos de la fluoxetina y el Prozac— es una afirmación inaceptablemente burda.
Otra respuesta falsamente satisfactoria es la simple equivalencia de sentimiento y representación neural de lo que sucede en el paisaje corporal en un instante dado. Lamentablemente, esto no basta; debemos descubrir cómo las representaciones corporales, constante y adecuadamente moduladas, se subjetivizan, cómo devienen parte del self a que pertenecen. ¿Cómo podemos explicar neurobiológicamente ese proceso, sin recurrir a la cómoda fábula del homúnculo que percibe la representación?
Más allá de la representación neural del estado corporal, entonces, veo la necesidad de postular por lo menos dos componentes en los mecanismos neurales que subyacen al sentimiento. El primero, que ocurriría al comienzo del proceso, se describe más adelante. Del segundo, que es todo menos sencillo, tiene que ver con el self, y de él me ocupo en el capítulo 10.
Para sentir de una manera determinada respecto de una persona o acontecimiento, el cerebro debe tener un medio, preferentemente inequívoco, para representar el nexo causal entre la persona o acontecimiento y el estado corporal. En otras palabras, uno no quiere conectar una emoción, positiva o negativa, con la cosa o persona equivocada. Es frecuente que hagamos conexiones erradas; por ejemplo, cuando asociamos una persona, cosa o lugar con algún acontecimiento negativo, pero algunos de nosotros intentamos evitar esos lazos erróneos. La superstición se basa en ese tipo de asociaciones causales espurias: un sombrero sobre una cama trae mala suerte, como también un gato negro que se cruza en nuestro camino; camina debajo de una escalera y te irá mal; etc. Cuando el alineamiento espurio de emoción (miedo) y objeto se torna omnipresente, estamos ante un comportamiento fóbico. (El reverso de la conducta fóbica también es molesto. Al sobreabundar en asociaciones emocionales positivas con personas, objetos o lugares, con excesiva frecuencia e indiscriminadamente, podemos llegar a sentirnos bien en muchas situaciones en las que deberíamos, y por cierto, podríamos, terminar como Pollyanna).
El sentido preciso de causa-efecto puede nacer de actividad en zonas de convergencia que realizan un trabajo de intermediación mutua entre señales corporales y señales acerca de la entidad causante de la emoción. Las zonas de convergencia operan como «árbitros» intermediarios mediante las recíprocas conexiones de alimentación y retroalimentación que mantienen con sus fuentes de input. Los mecanismos, en el arreglo que propongo, son una representación explícita de la entidad causativa; una representación explícita del estado corporal en curso, y una representación de un árbitro mediador. En otras palabras, la actividad del cerebro que señala una entidad determinada, y forma transitoriamente una representación organizada topográficamente en las capas corticales primarias sensoriales apropiadas; la actividad del cerebro que señala cambios de estado corporal y forma transitoriamente una representación organizada topográficamente en capas corticales primarias somatosensoriales, y una representación, situada en una zona de convergencia, que recibe señales de esos dos primeros sectores de actividad cerebral mediante conexiones neurales alimentadoras. Estas representaciones «arbitrales» preservan el orden del inicio de la actividad cerebral, y además mantienen, mediante conexiones retroalimentadoras hacia los dos sectores de actividad cerebral, la actividad y el foco de atención. Las señales entre los tres mecanismos participantes anudan el conjunto, por lapso breve, en una actividad relativamente sincrónica. Con toda seguridad este proceso necesita de estructuras subcorticales y corticales, específicamente las del tálamo.
La emoción y el sentimiento dependen, entonces, de dos procesos básicos: (1) la concepción de un determinado estado corporal yuxtapuesto a la colección de imágenes gatilladoras y evaluadoras que causaron el estado corporal; y (2) un determinado estilo y nivel de eficiencia de proceso cognitivo que acompaña los sucesos descritos en (1), pero que opera paralelamente.
Los sucesos descritos en (1) requieren la puesta en ejercicio de un estado corporal o de su reemplazante dentro del cerebro. Ello presupone la presencia de un gatillo, la existencia de disposiciones adquiridas sobre la base de las cuales se establece valoración, y la existencia de representaciones disposicionales innatas que activarán respuestas ligadas al cuerpo.
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Figura 7-7. Combinación de los diagramas 7-1, 7-2 y 7-5, que muestra las principales avenidas neurales ligadas al cuerpo y al cerebro para transportar señales involucradas en emociones y sentimientos. Nótese que las señales químicas —endocrinas y otras— han sido excluidas para dar más claridad al diagrama. Como en las figuras previas, también excluimos los ganglios basales.
Los sucesos descritos en (2) son gatillados por el mismo sistema de disposiciones operativo en (1), pero su objetivo es el conjunto de núcleos en el tallo cerebral y en el prosencéfalo basal, que responden mediante la liberación selectiva de neurotransmisores. El resultado de las respuestas neurotransmisoras es un cambio en la velocidad según la cual las imágenes se forman, descartan y evocan, así como un cambio en el estilo de razonamiento operado en ellas. Como ejemplo: el modo cognitivo que acompaña un sentimiento de euforia permite la veloz generación de múltiples imágenes, de manera que los procesos asociativos son más ricos, y se efectúan asociaciones a una mayor variedad de indicaciones disponibles en las imágenes bajo escrutinio. No se presta atención por mucho tiempo a las imágenes. La riqueza resultante promueve una mayor facilidad de inferencia, que puede ser en exceso incluyente. La modalidad cognitiva se acompaña de una potenciación de eficiencia motora e incluso de desinhibición, así como por un aumento de apetito y conductas exploratorias. El extremo de esta modalidad cognitiva se da en los estados maníacos. Por contraste, la modalidad cognitiva que acompaña la tristeza se caracteriza por la lentitud de la evocación de imágenes, asociaciones pobres respecto a menos indicaciones, inferencias más estrechas y menos eficientes, sobreatención a determinadas imágenes (habitualmente, a las que mantienen la respuesta emocional negativa). Este estado cognitivo se acompaña de inhibición motora y, en general, de reducción de apetito y actividades exploratorias. El extremo de esta modalidad cognitiva se da en las depresiones.[18]
No veo que las emociones y los sentimientos sean las cualidades vaporosas e intangibles que algunos suponen. Su temática es concreta, y se la puede relacionar con sistemas específicos en cuerpo y cerebro, no menos que la vista o el habla. Tampoco los sistemas cerebrales responsables están confinados en el sector subcortical. El núcleo y la corteza cerebral trabajan juntos para construir emociones y sentimientos, no menos que en la visión. No se ve sólo con la corteza cerebral; la visión se inicia probablemente en el tallo cerebral, en estructuras como los tubérculos cuadrigéminos.
Importa comprender, en fin, que definir la emoción y el sentimiento como entidades concretas, cognitiva y neuralmente, no disminuye su belleza o su horror ni su estatus en la poesía o en la música. Comprender cómo hablamos o vemos no rebaja lo que vemos o comentamos, lo que se pinta o lo que se trama en una escena dramática. Entender los mecanismos biológicos que hay tras las emociones y los sentimientos es perfectamente compatible con una noción romántica de su valor para los seres humanos.