Preliminar
Sinbad mostró a Sari una estampa en la que venían muy pintadas dos naves, y la letra del pie decía que las estaban clavando en Basora por cuenta de un señor del Farfistán que quería tener tratos con Especiería, y el príncipe buscaba pilotos sabidores, que metía en el mercado del mar todo cuanto tenía, y uno de los pilotos con quien quería apalabrarse era con Sinbad, si lo había, y por eso preguntaba si vivía el verdadero Sinbad el Marino, que no fuera a haber otro, a lo mejor un sobrino heredado o un camarero que usase el nombre célebre para aprovecharse de la fama, que ya pasara en Catay con un tal Li, el que puso la aguja al Norte, y murió en una caída en Malabar, en una cucaña, y después andaban por todas partes marineros chinos enseñando la aguja, y todos decían que eran el Li, y muchas de las agujas de estos no norteaban propiamente, y hubo grandes naufragios y se perdieron navíos en el laberinto del mar, y por poco no se descubre entonces el Brasil o la isla de Cuba. Y el príncipe del Farfistán pedía testimonio de cuatro viajes a la pimienta, y quería saber si el quiñón de Sinbad era libre o acostumbraba parte por suerte, y si la oveja salpresa que adelantaría el armador iba con hueso o no. En las caravanas de Asia va con hueso, para que no les metan cabrón, que es más correoso.
—Le voy a escribir de mi mano, letra bermeja medinesa alta, que es muy de escribanos reales y vale en todo el Califato. Ya te enseñaré la plana, y aunque no sabes leer, te ha de gustar el rasgueado, que yo innovo en adornos, y lo mío propio es hacer imitante la palabra escrita a la cosa; verbigracia, que la palabra nao parezca una nao, extendiendo la taza de la a, y entonces paso a ponerle por la parte del rabicho una banderita verde, y cosas parecidas hago con pájaro, granada, viento, fuego... La palabra fuego siempre la escribo con tinta roja, aunque todo lo demás vaya en negro, y le pongo muy vagante encima un espíritu ahumado, azuleado. En una carta que le escribí a un piloto de Moara contándole cómo llegué a las nieves marinas llevado por el zaratán, puse «fuego» como acostumbro, y hacía tanto frío en aquella mi osada navegación, y tan bien lo contaba yo, que mi amigo, leyendo el párrafo, arrimaba las manos suyas al escrito «fuego», por calentarlas.
¡Cosas famosas que pasan entre almirantes, Sari querido!
Llegó el viejo Monsaide y se sentó junto al níspero a estudiar la lámina de las naos, y se decidía por la más pequeña.
—¡Mismo sale hecha! ¡Esta nació! ¡Y por algo le pusieron ese tocador de rabel sentado en la popa!
Sinbad medía con un hilo, y sacó que de eslora por ahí se iban, pero que en manga y en puntal desaparejaban, y la que parecía la mayor levantaba mucho de popa.
—¡Les sale como las de los bizantinos, colipava! —dijo.
Y aunque no contestara al armador del Farfistán, ya se dio Sinbadpor apalabrado, con quiñón libre, y en lo que respecta a la carne salpresa, que mejor era sin hueso, que ocuparía menos, y que la carne de cabrón era comestible si se tenía la precaución de caparlo dos días antes de matarlo. Y sacó Sinbad pincel y tinta, y en un cartón escribió muy solemne:
AVISO
SINBAD TENDRÁ
NAVE
PARA ESPECIERÍA
DESPUÉS DEL MONZÓN
Y dejó lugar abajo y al margen para que se apuntasen los marineros vacantes y que quisiesen salir con él.
—Siento no saber el nombre de la nave —comentó.
El cartel fue colocado en el muelle, en el soportal que llaman del Congrio. El primero en apuntarse fue Sari, y el propio Sinbad con un carbón puso de derecha a izquierda, en la primera columna:
SARI, CRIADO DE MAREAS Y REFRESCOS DE SINBAD
—No puse que también harás guardia a mi remo y tendrás que estar al tanto del cepillado de turbantes, que ocuparía mucho espacio y no quedaría lugar para el apunto de los otros marineros, que no saben poner su nombre si no es con letras de fardo. Y que no quepa toda la nómina en el cartel de aviso, es de mal agüero.
—¡Dicen que te vas, mi Sinbad, señoría! —le gritaba el ciego Abdalá, que pedía siempre delante de la taberna del Cangrejo de Oro.
—¡Vuelvo al mar, amigo Abdalá Ibn Ismael al Malaqí! ¡Hazme un encargo! ¡Los pedidos de los ciegos traen suerte!
—¡Llévame de vigía, Sinbad! ¡No te lo digo por burla! A tientas lo conozco todo, hasta si el vino tiene agua, y por el oído sé donde rompe el mar. ¡Aún sirvo para algo, Sinbad!
Sinbad escuchaba en la voz del ciego que no era burla el pedido. ¿No despertara él con la carta del señor farfistaní? ¿Uno que despierta no despertará a todos? ¿No vendría una nueva primavera al mundo?
—¡Digo la derecha y la izquierda de las barras, Sinbad! Llévame dando vueltas, ponme donde escuche, y te digo qué ribera es.¿En qué piensas que gasto esta oscuridad? ¿No hay caridad en el mundo, mi señor, mi amigo, mi conversador?
Sinbad vio que la ocasión era como otra nunca hubiera. Todo el muelle, marineros, pescantinas, forasteros, mercaderes de Calicuta y de Bagdad, peregrinas de La Meca, estaban allí oyendo, mirando. Y además, las palabras de Abdalá le golpeaban a Sinbad en el corazón.
—¡Sinbad, llévame al mar! ¡No se lo niegues a un pobre ciego, majestad de las corrientes! ¡Seré tu dedo pulgar!
Sinbad le pidió a Sari el carbón, y con la mejor letra que pudo hacer, que acaso fuese damascena torneada, escribió en el aviso, a la cabeza de la tercera columna del rol:
ABDALÁ EL CIEGO, VIGÍA Y DEDO PULGAR DE SINBAD
Sari acercó el ciego a donde estaba el aviso colgado.
—¡Ahí estás puesto, señor vigía!
Y el ciego acertó, y posó, llorando, su mano derecha sobre su nombre y la palabra «vigía»; esa la escribiera Sinbad con mucho tiento, y parecía un ojo, y el espíritu, metido dentro de las letras, figuraba una negra pupila vigilante.