Epílogo

Al igual que muchos de los primeros relatos de Agatha Christie, «Entre paredes blancas» —publicado en Roy al Magazine en octubre de 1925— es un tanto ambiguo. Las alusiones finales a las envolventes paredes blancas pueden interpretarse como lo que parecen ser, una descripción de los brazos de Isobel Loring cuando rodean a Alan Everard; pero ¿existe alguna otra interpretación posible? Se presta también a dudas la críptica referencia a «la manzana dorada entre sus manos»: ¿Las manos de quiénes? ¿Y qué simboliza la «manzana dorada»? Por otra parte, ¿tiene alguna significación más profunda el malentendido de Alan al responder al acertijo que le plantea Winnie? ¿Está en realidad estrangulando a su esposa al final del relato? O dado que la luz se extingue en el retrato de Jane, ¿debe pensar el lector que Alan la olvida y perdona a Isobel? ¿Y qué sabemos de la muerte de Alan? Agatha Christie no explica las circunstancias, limitándose a comentar que dio pie a desagradables rumores, que el narrador del relato pretende acallar.

A la vez, el relato se basa en uno de los temas más comunes en la obra de Agatha Christie: el eterno triángulo. Lo encontramos en distintas obras, incluidas las novelas de la serie de Poirot, Poirot en Egipto (1937) y Maldad bajo el sol (1941), estructuradas de manera análoga, y el relato «The Bloodstained Pavement», recogido en Miss Marple y trece problemas (1932). En A talent to deceive (1980), indiscutiblemente el mejor estudio crítico sobre Agatha Christie, Robert Barnard describe su utilización de éste y otros temas corrientes como parte de sus «estrategias del engaño», es decir, su manera de orientar las simpatías (y sospechas) de los lectores en una dirección errónea mediante la manipulación de sus expectativas. Adoptó tácticas similares en sus obras de teatro, especialmente en La ratonera (1952).