XIV

 

 

 

—¡Hey! ¡Hola! —Luke me saluda con la sorpresa pintada en la cara, y a mí me vienen cuatro mil dudas de que mi brillante idea no sea la estupidez más grande que se me ha ocurrido jamás. Tengo que carraspear un par de veces antes de ser capaz de hacer las presentaciones.

—Hola, Luke. Esta es mi hermana, Lucy. Lucy, él es mi amigo Luke.

—Encantada de conocerte —le dice Lucy, como con mucho protocolo, y estoy casi seguro de que Amanda la ha aleccionado para esto.

—Igualmente, Lucy. —Luke le sonríe, con esos dientes perfectos que me dan envidia y me trastornan a partes iguales, y aprovecha que ella se distrae mirando la cartelera para hacerme un gesto interrogante.

—Quería que la conocieras. —Es lo único que acierto a susurrarle antes de entrar en el debate sobre la elección de la película.

Al final, Lucy elige una de animación que no tiene mala pinta, aunque no parece que Luke sea muy fan de las películas infantiles. Compramos como seis kilos de palomitas, bien cargadas de mantequilla, algunas chucherías más y tres refrescos gigantes, y nos acomodamos en nuestras butacas justo cuando las luces de la sala se apagan.

Al principio estoy un poco tenso, y podría jurar que Luke, sentado a mi izquierda, también lo está. Me lanza alguna mirada de reojo, yo alguna que otra a él, y agradezco que Lucy esté distraída con la película para que no se dé cuenta de que su hermano favorito es un auténtico imbécil.

Nos vamos relajando y, cuando llevamos algo más de una hora sentados, noto la mano de Luke sobre mi muslo, y por poco no lanzo el bol de palomitas volando por los aires.

—Te quedan muy bien.

—¿Qué? —le pregunto, sin entender a qué se refiere.

—Las gafas —me susurra—. Te dan un punto, no sé… muy sexy.

Un escalofrío de excitación me recorre la columna y doy gracias mentalmente un par de veces por esas pocas dioptrías. Solo uso las gafas para ir al cine o leer, así que me doy cuenta de que Luke nunca me ha visto con ellas. Y me doy cuenta también de lo triste que es eso. Que, pese a haber pasado algunos meses juntos, en realidad, no compartimos demasiado fuera de la intimidad de la cama y las conversaciones posteriores.

La película acaba antes de que nos demos cuenta. Lucy sale entusiasmada, repitiendo hasta la saciedad diálogos que ni sé cómo ha sido capaz de memorizar. Luke me comenta que no le ha horrorizado tanto como esperaba y yo le recuerdo que hay todo un mundo de cine infantil ahí afuera, y que yo me lo conozco demasiado bien.

Lucy insiste en que acabemos la tarde en un restaurante de comida rápida, así que llamo a Camden para avisarlo de que tardaremos un poco más. Me pregunta qué tal se han llevado Luke y Lucy y me envía ánimos para que la velada acabe bien. Acaba poniéndose Amanda también al teléfono, y no puedo evitar ignorarla, mientras me fijo en lo bien que parecen estar interactuando Lucy y Luke en mi ausencia.

—¡No es verdad! ¡El helado de chocolate está mucho más bueno que el de vainilla!

—No tienes ni idea de helados, Lucy.

Llego a nuestra mesa justo cuando están enzarzados en la discusión, riéndose con ganas y casi ignorando mi presencia. Lucy consigue que Luke le dé la mitad de su helado, usando sucias tácticas que yo conozco desde que aprendió a hablar, más o menos. Se me escapa una sonrisa triste al darme cuenta de que ellos dos son las personas que más feliz pueden hacerme, pero también la causa de que haya pasado los últimos meses tan perdido.

—Venga, Lucy, ponte el abrigo, que tenemos que irnos a casa.

—¿Ya?

—Sí, enana. Es hora de irse a la cama.

Refunfuña un poco, pero acaba resignándose. De vuelta a casa está habladora, que no es algo en lo que suela prodigarse cuando estamos con gente ajena a la familia. Le pregunta un par de veces a Luke cuándo vamos a volver a quedar los tres, y él consigue responderle sin darle esperanzas ni echar balones fuera.

Cuando enfilamos nuestra calle, me da la risa al ver a Camden con la sillita de Jake paseando arriba y abajo por la acera a tal velocidad que me sorprende que no salgan chispas de las ruedas.

—¡Cam! —Lucy echa a correr en cuanto lo divisa, y él la alza con un brazo, mientras mantiene el otro en la silla.

—Hola, peque —la saluda él, con la voz cargada de agotamiento.

—¿Puedo cogerlo, a ver si se le pasa? —se ofrece Lucy, y se pierde dentro de casa con el bebé en brazos en cuanto Camden le da permiso.

—Camden. —Mi hermano estrecha la mano de Luke y se presentan rápidamente—. ¿Queréis pasar?

—No, vamos a ir a dar una vuelta —le respondo.

—Pues pasadlo bien, chicos. —Cam me hace un guiño sin ningún disimulo, y yo le pongo los ojos en blanco—. Encantado de conocerte, Luke.

—Lo mismo digo.

Lucy sale corriendo de casa, le planta a Luke un beso en la mejilla sin mediar palabra y me susurra al oído que Luke le gusta para novio mío.

Echamos a andar por el barrio, al principio sin hablar y con las miradas fijas en el suelo. A los pocos minutos, nos intercambiamos un par de sonrisas tristes y, al final, sin poder evitarlo, cojo su mano y paseamos un rato más en silencio. Ya ni siquiera sé si ha sido buena idea la cita de hoy. Necesitaba que Luke viera cómo es mi vida familiar, qué es eso a lo que aún no puedo renunciar. No va a arreglar nada, pero no quería que Luke pensara que soy un capullo que no ha querido luchar por lo nuestro sin motivo.

Con lo que no contaba era con que me doliera tanto volver a tener a Luke a mi lado.

—Lo he pillado. —Su voz, aunque casi entre susurros, me sorprende.

—¿El qué? —Nos sentamos en un banco del parque del Ayuntamiento.

—Por qué no quieres separarte de ellos.

—Supongo que… que eso es lo que quería que vieras. Te entiendo, Luke, de verdad que sí. Me ha costado verlo, pero entiendo por qué no quisiste seguir con lo que teníamos. Era una mierda.

—No, no lo era. —Luke me mira con un gesto vehemente que hace que me arrepienta de mis palabras.

—Vale, no. Fue… joder, fue genial. Pero tendría que haber sido más.

—Lo siento.

—¿Tú? Luke, tú no tienes nada que sentir. Dejaste claro desde el principio que no volverías a caer en una relación que no avanza.

—¿Entonces?

—He estado pensando… —Le echo valor para decirle algo que ni siquiera he comentado con Cam ni con Amanda, entre otras cosas porque siento que él merece ser el primero en saberlo—. No estoy seguro de poder seguir trabajando en el restaurante.

—Pero, ¿qué dices? —Se me ata un nudo en el pecho cuando veo la angustia en su cara. Porque es la misma que siento yo ante la idea de no volver a verlo.

—Luke, para mí es un infierno verte todos los días sin poder tocarte. Y no creo que para ti sea fácil tampoco.

—No, claro que no lo es. Pero no quiero ni imaginarme lo que sería no verte más. —Su voz se va apagando y sé que la razón es que se da cuenta de que es la decisión más racional.

—Estos meses en el hotel son una buena carta de presentación; no creo que me cueste encontrar algo.

Asiente y ya nos queda poco más que decir. Su apartamento queda a una buena distancia, pero me dice que prefiere irse caminando. Le pregunto si le importa que lo acompañe y me responde con una sonrisa tímida. Caminamos en silencio, cogidos de la mano, como engañándonos a nosotros mismos un ratito antes de que la realidad tome el mando.

Llegamos a su puerta demasiado pronto. Da igual que llevemos más de una hora caminando. Podríamos llevar días, pero a mí me seguiría pareciendo demasiado pronto.

—¿Puedo… —empiezo a hablar, pero dejo la pregunta en el aire porque no quiero escuchar la respuesta.

—¿Qué?

—Nada. Es igual.

—¿Quieres quedarte a pasar la noche? —Luke pone palabras a mis pensamientos, demostrándome una vez más que es mucho más valiente que yo—. ¿Era eso?

—Era eso.

—Es una mala idea, Matt. Una idea malísima.

—Lo sé. Por eso no he llegado a decirlo. Supongo que… esto es todo. —Se me escapa un suspiro más audible de lo que esperaba—. Nos vemos en el trabajo.

—No he dicho que no. Solo he dejado claro que sé que es una mala idea. —Luke ríe en voz alta y yo no tardo en contagiarme—. ¿Vamos?

Entramos en su apartamento con calma, de forma muy diferente a aquella primera vez en que nos devoramos en el recibidor. Subimos las escaleras cogidos de la mano, en silencio, apartando a manotazos los pensamientos que sé que nos están advirtiendo de que esto va a hacer que la despedida duela más.

Nos besamos despacio, como queriendo parar la cuenta atrás que nos va a separar. Nos desnudamos sin hablar. Lo sigo al dormitorio y dejo que me acaricie entre los jadeos de anticipación de ambos. Hacemos el amor despacio, con ternura, dejándonos el alma en cada gesto, sabiendo que es la última vez. No hace falta que me pida que me quede a dormir. Luke apaga la luz de su mesita de noche y yo lo abrazo por atrás, apoyo la cabeza en el hueco de su hombro y cierro los ojos.

Paso unas horas adormilado, sin llegar a dormir del todo ni estar completamente consciente. Cuando las luces de la mañana empiezan a despuntar, sé que ha llegado el momento de marcharme. Estoy bastante seguro de que Luke no está dormido tampoco, pero la despedida es algo a lo que ninguno de los dos queremos enfrentarnos. Me pongo mi ropa con rapidez y me permito la debilidad de agacharme un segundo frente a Luke, que permanece con los ojos cerrados. Dejo un beso muy suave sobre sus labios y no puedo evitar que me desborden las palabras que llevo meses callándome.

—Te quiero.

Sé que mañana lo veré en el trabajo, pero eso no impide que empiece a echarlo de menos en el mismo momento en que pongo un pie fuera del apartamento. Aún con la puerta abierta, me parece oír un «yo también te quiero» que no sé si es fruto de mi imaginación o la primera vez que, al fin, nos hemos dicho lo que sentimos.