VI
Despierto unas cuantas horas después, con una sensación parecida a la resaca, aunque no tardo en recordar que anoche apenas bebí dos cervezas y que el motivo por el que he dormido poco está sentado a medio metro de mí, con un café en la mano, una media sonrisa en los labios y… nada de ropa encima.
—Buenos días —le digo, mientras se me pasa por la cabeza que quizá acostarme con mi jefe no haya sido la idea más brillante de mi vida.
—Buenos días. —El amago de remordimiento no me dura más de un segundo, el tiempo exacto que tarda Luke en sonreírme. Se despereza en el sillón de cuero de su dormitorio, cruza las manos detrás de su nuca y apoya los pies descalzos en el borde de la cama, a pocos metros de donde empieza a despertar también otra parte de mi cuerpo, que no ha necesitado café precisamente. Por lo que se ve, el ego de Luke se encuentra en perfecto estado esta mañana.
—Esto… Emmmm… Lo que ha pasado… —Tal vez debería haber pensado un poco en lo que quería decirle antes de lanzarme a hablar, pero los silencios incómodos no son lo mío.
—¿Sí? —me pregunta, alzando una ceja con un deje burlón.
—En realidad, ¿cuánto tiempo llevabas planeándolo?
—Más o menos desde el día en que me enteré de que eras gay.
—No habrías tenido que trabajártelo tanto.
—¿Tanto? Te invité a dos cervezas.
—¿Me estás llamando fácil? —finjo ofenderme.
—Para nada. —Se encoge de hombros al tiempo que se le escapa una carcajada—. Bonito tatuaje.
—¿Este? —Me paso las manos por las siluetas de los siete pájaros que Cam me tatuó en la parte baja del estómago el mismo día que ganamos el juicio por la custodia de Lucy. Fue nuestra particular manera de celebrarlo—. Tiene ya algunos años.
—Has sido precoz en todo, ¿eh?
—Bueno, más o menos… Ese es bastante bueno. —Me acomodo sobre el respaldo acolchado de su cama y señalo con el dedo un tatuaje que sube desde su cadera derecha por todo el costado de su cuerpo.
—¿Sabes de tatuajes?
—Bastante. Mi hermano es tatuador. De los mejores.
—¿Tienes dos hermanos, entonces?
—Sip. Camden me lleva ocho años, y a Lucy le llevo yo catorce.
—¿Vives con ellos?
—Sí. Y con Amanda, que es la novia de Camden, y Jake, su bebé de un año.
—No tendrás tiempo para aburrirte…
—No, créeme. —Se me escapa una carcajada—. Entre vida familiar y explotación laboral, me queda poco tiempo para cualquier otra cosa.
—¿Explotación laboral? —Por un momento, se pone serio, y temo haber metido la pata, pero enseguida se acerca a la cama con unos movimientos felinos que juro que me hacen la boca agua—. ¿Crees que te exploto?
—Mmmmm… —Emito un sonido a medio camino entre asentimiento y gemido, porque mi cerebro ha desconectado sus capacidades funcionales en el momento en que Luke se ha levantado, en todo su desnudo esplendor, y se ha acercado a la cama.
Si había más palabras en la conversación, se pierden por el camino. Las sábanas se enredan a nuestras piernas e iniciamos un asalto sexual que se prolonga hasta bien entrada la tarde.
Después de una última recaída en la ducha, al fin reúno el valor suficiente para marcharme. Aunque no saciado. Tengo serias dudas de que algún día llegue a saciarme de Luke, en realidad.
Cuando entro en casa, milagrosamente, reina el silencio. Lucy aún tardará un par de horas en volver del colegio, Camden está trabajando y Amanda debe de haber ido a dar un paseo con Jake. Salgo al jardín con una cerveza en la mano y una sonrisa que no consigo que se me borre de la cara por lo ocurrido en las últimas horas. Rescato un cigarrillo de un paquete que guardo fuera de la vista de los niños –bueno, y también de Amanda–, en un hueco de la valla del jardín.
—Que no se te vaya a pasar por la cabeza encender esa mierda, Matthew. —La voz de Amanda me sobresalta desde la puerta acristalada del jardín. Lleva en brazos a Jake, que duerme tranquilo con el pulgar metido en la boca.
—Qué mandona eres, joder —protesto, mientras pongo los ojos en blanco, aunque me acerco a darles un beso a ella y al enano—. Estoy en el jardín, y Lucy no está cerca. Dame una tregua.
—Al fondo del jardín. —Señala con el dedo el lugar al que me ha proscrito y se da media vuelta—. Voy a acostar a Jake. Cuando vuelva, quiero saberlo todo.
—¿Saber qué? —le grito. Antes de que me dé cuenta, ya está de vuelta, y con una mirada penetrante que acojona—. ¿Qué?
—Al fondo —me repite, mientras señala la valla, desde la que casi se puede tocar el océano. Me resigno y enciendo mi cigarrillo, al fin, mientras ella empieza a reírse—. Así que te has acostado con tu jefe.
—¿Disculpa?
—No has venido a dormir.
—¿Y eso tiene que significar que me he acostado con alguien? ¿Y, más en concreto, con mi jefe?
—Él tiene barba, tú tienes la piel sensible y te está empezando a salir un sarpullido en el cuello.
—Qué gran detective se ha perdido el FBI.
—O sea, que he acertado. Te lo has tirado.
—Bastante.
—¿He acertado bastante o te lo has tirado bastante?
—Ambas.
—Bien hecho, hermano. —Se acerca a chocar las cinco conmigo—. ¿Te acercas tú al colegio a recoger a Lucy? Así no tengo que volver a cargar a Jake en el coche.
—¿Las llaves están en la entrada?
—Donde siempre.
Asiento y me despido de ella con la mano. El tráfico a esta hora está imposible, y el trayecto entre la casa flotante de Sausalito y el colegio, aunque es corto, se me hace interminable. Lucy salta al asiento trasero y se asegura en su silla infantil, antes siquiera de que me dé tiempo a bajarme a ayudarla.
—¿No me vas a dar ni un beso? —protesto, mientras la observo, concentrada en el cinturón de seguridad, a través del retrovisor del coche de Amanda.
—Luego.
—Luego… —refunfuño—. ¿Te has portado bien en clase?
—Ajá.
—¿Te pasa algo, Lux? —Frunzo un poco el ceño mientras la miro de nuevo por el retrovisor.
—¿Por qué no dormiste en casa anoche?
—Emmmm. —Joder con la preguntita. No recuerdo la última vez que me quedé a dormir en casa de un rollo de una noche. Vamos, es que creo que nunca lo he hecho. Mi especialidad es la huida postcoital—. Me quedé a dormir en casa de un amigo.
—¿De tu novio?
—¿Eh? —Me parece todo un milagro ser capaz de emitir un sonido y, sobre todo, no estrellar el coche contra la primera farola disponible después del comentario de mi hermana.
—Amanda me explicó que a algunos chicos les gustan las chicas y que a otros chicos les gustan los chicos y que a algunas chicas les gustan las chicas y que a otras chicas les gustan los chicos. O algo así, ¿no?
—Sí. —Se me escapa una carcajada—. Exactamente así, enana.
—Y a ti te gustan los chicos.
—Sí, a mí me gustan los chicos.
No puedo evitar que me dé un pequeño vuelco la tripa al decirlo. Hubo un tiempo en que la simple idea de que yo pronunciara esa frase era tan inimaginable que me habría peleado a puñetazos con cualquiera que se atreviera a sugerirlo. Tuvo que ser Amanda, cuando éramos los dos unos críos y ella acababa de aparecer en la vida de mi hermano, quien se diera cuenta por primera vez. Sin ella, y sin Camden, quizá yo seguiría encerrado en un armario opresivo y espantoso. Sin ellos, en realidad, probablemente yo seguiría siendo el imbécil que se peleaba para no pensar, que se emborrachaba para no sentir y que se rebelaba contra todo aquello que me había destrozado la vida, cuando aún no tenía edad ni para empezar a vivirla.
—Me parece bien. —La voz de mi hermana me saca de los recuerdos duros. Es algo que ella siempre consiguió—. Los chicos son mucho más guapos que las chicas.
—En eso estoy cien por cien de acuerdo contigo.
Bajamos del coche riéndonos, haciendo una carrera desde el lugar donde lo aparco hasta la puerta de casa. Dentro nos espera ya Camden, que se lleva a Lucy en brazos a la cocina, donde Amanda se pelea con Jake para que se coma su papilla. Mi hermano me echa una mirada burlona y sé que, cuando los niños se duerman, me va a tocar el segundo turno de interrogatorio sobre la noche pasada. Me acerco al frigorífico para ver qué puedo aprovechar para hacer una cena rápida. Empiezo a cortar unas verduras, mientras capto retazos de la conversación sin demasiado sentido de Lucy, sonidos que salen de la boca de Jake y que solo su madre es capaz de interpretar y susurros cariñosos de Cam a Amanda. Niego con la cabeza con una sonrisa en la boca porque, por muy perfecta que fuera la noche pasada con Luke –que lo fue–, nada en el mundo supera esto. Estar con ellos. En familia. En casa.