VIII
Febrero nos sorprende con la noticia de que la dirección del hotel ha decidido aceptar las reformas en la cocina del restaurante que Luke lleva más de un año pidiendo. La verdad es que, para el nivel del hotel y la locura de instalaciones que tiene, la cocina estaba llena de carencias. De repente, nos encontramos con dos semanas de vacaciones por delante, y Luke y yo tenemos bastante claro a qué dedicar las primeras horas de libertad.
Pasamos encerrados en su casa tantas horas que, al cabo de día y medio, no me puedo ni mover. Literalmente. El sol me sorprende entrando a raudales por la ventana de su dormitorio y soy incapaz de calcular si es media mañana o media tarde o qué. Luke aparece con un plato con un par de sándwiches, desnudo de pies a cabeza, porque, al parecer, hemos declarado estos días de vacaciones como la semana oficial del nudismo.
—Me has dejado agotado —le confieso—. Tengo una tentación enorme de no moverme de esta cama hasta que tengamos que volver al trabajo.
—Me parece que, si hacemos eso, vamos a necesitar otras vacaciones extra para recuperarnos.
—Sin duda —le respondo, mientras lo acerco a mí y le doy un beso en el que me dejo el alma. Porque eso es lo que me está pasando con Luke, que se está llevando una parte de mí que no tengo muy claro que quiera compartir con nadie. Pero que me maten si sé cómo evitarlo.
—¿Te apetece que hagamos algo estos días?
—¿Algo como qué?
—No sé. Podríamos coger las motos e irnos por ahí. Llegar a Los Angeles o a donde nos apetezca.
—Sí que iba a llegar muy lejos yo en mi scooter de mierda.
—Pero tu hermano tiene una Harley, ¿no?
—Sí, pero no tengo muy claro que me la fuera a dejar —le respondo, aunque estoy casi seguro de que sí lo haría.
—Bueno, podemos ir los dos en la mía. O alquilar un coche. ¡Qué cojones! Podemos buscar un vuelo e irnos a Nueva York.
—Te estás viniendo un poco arriba, ¿no? —le digo, entre risas.
—Alguien tiene que hacerlo. ¿Qué pasa? ¿No te apetece?
—Sí, sí… —Dudo un poco—. Cómo no me va a apetecer, si no he viajado nada. Solo conozco esto, Los Angeles, Seattle y el puto agujero de Arkansas donde me crie.
—Bueno, pues mañana decidimos, ¿te parece?
—Déjame que lo piense y te digo algo. —Miro el reloj de la mesilla de Luke y me obligo a vencer la pereza—. Mierda. Me tengo que ir. Lucy sale en media hora del colegio.
—Mmmmm… —Luke remolonea detrás de mí, su lengua en mi cuello, y yo me dejo hacer hasta que me tengo que apartar o llegaré tarde—. Cada día me cuesta más separarme de ti.
Respondo a su susurro con un último beso, porque soy un cobarde y no me atrevo a abrirme como él lo hace. Claro que a mí también me cuesta separarme de él, pero todavía no me siento preparado para todas las implicaciones de decirlo en voz alta.
Después de recoger a Lucy en el colegio y preparar una merienda rápida para los dos, decido ser un poco indulgente con sus deberes y obligaciones y aprovechar que hace una tarde de sol insólita para el invierno y que tengo todo el tiempo libre del mundo por delante. Cogemos las bicis y nos damos una vuelta por Sausalito, casi en una especie de despedida del que ha sido nuestro barrio los últimos tres años. En poco más de un mes nos mudaremos ya a la casa nueva, y pocas oportunidades más tendremos de disfrutar del aire libre a este lado de la bahía. Es cierto que movernos por aquí, llevar a Lucy al colegio y a Jake a la guardería, que Amanda vaya a la universidad, Camden al estudio y yo al hotel se convierte en una pesadilla de tráfico, transportes públicos y demás, pero vamos a echar de menos la tranquilidad y el aire libre de esta zona.
Ya de vuelta a casa, Lucy y yo, como siempre, acabamos nuestro paseo con un sprint hacia el garaje. Dejamos las bicis tiradas de cualquier manera y entro con ella cargada como un saco de patatas sobre mi hombro.
—¿Se puede saber dónde estabais? —me pregunta Camden en cuanto cierro la puerta.
—Hemos ido a dar una vuelta en bici.
—¿Pero tú has visto qué hora es? Lucy debería haber cenado hace ya un rato.
—Matt me hizo un sándwich antes. —Lucy sale en mi defensa y le hace un mohín rebelde a Camden que… Dios, me la comería.
—Perdona, Cam, se nos fue un poco la hora.
—Un poco, no. Bastante. ¿Has hecho los deberes, enana?
—Emmmm. —Lucy titubea un poco, y Camden pone los ojos en blanco.
—Matt, tío… Primer día de vacaciones y ya has convertido la casa en la anarquía.
—Mentira. Llevo tres días de vacaciones, así que no te pases.
—Sí, pero los dos anteriores te los has debido de pasar sembrando el caos en otras partes, ¿no? —Me saca la lengua, mientras se lleva a Lucy al salón junto a Amanda y Jake.
Mi cerebro reconecta con Luke y decido sentarme delante del portátil a pensar opciones de viaje. Me ilusiona la idea de salir de San Francisco unos días, y ver algo de todo ese mundo exterior que jamás pensé que tendría la oportunidad de conocer.
Me encierro en mi cuarto, recostado contra el cabecero de la cama, con el portátil sobre las rodillas, y abro unas quince páginas de agencias de viajes online. No tengo ni idea de por dónde empezar, y tampoco quiero gastar demasiado dinero, porque no bromeaba cuando les dije a Camden y Amanda que quiero pagar yo la reforma de la buhardilla de la casa de Alamo Square.
—¿Qué haces? —Lucy entra en el dormitorio y se hace un hueco junto a mí en la cama.
—Nada, mirar unas cosas. —Veo que sus ojos se abren como platos y no tardo en darme cuenta de que han aterrizado en la página que tengo abierta en ese momento: un anuncio increíblemente estridente de un viaje a Disneyland.
—¡¿Vamos a ir a Disney?! —En una fracción de segundo, se ha puesto tan eléctrica que podría iluminar California ella sola.
—No, Lucy, cariño… —La achucho contra mí un poco y me duele el alma de saber que la voy a decepcionar—. Me voy a ir unos días de viaje.
—¿A Disneyland?
—No, cielo. Aún no sé a dónde.
—Pero, ¿me vas a llevar?
—Lucy… No puedo. Es un viaje de mayores.
—¿De novios?
—De novios, sí.
—¿Y cuándo me vas a llevar a mí a algún sitio? —Me mira desde abajo, con los ojos como platos y un poco húmedos de lágrimas.
—A ver, ¿a dónde quieres ir?
—Ahí. —Señala la pantalla con su dedo, y es en ese preciso instante cuando se me cruza un cable y tomo una decisión impulsiva. Vamos, como el noventa por ciento de las que he tomado en mi vida.
—¿Tú crees que conseguiremos convencer a Camden y Amanda de que te dejen faltar un par de días al colegio?
—Si lo conseguimos, ¡¿me llevarás?!
—Aaaaay… —Me resigno al hecho de que siempre consigue convencerme de cualquier cosa y, lo que es peor, de que he vuelto a ponerla por encima de Luke—. Sí, claro que sí.
—Habla tú con Amanda, de Cam me encargo yo. —Salta de la cama y la oigo bajar las escaleras corriendo. Me da la risa al darme cuenta de que conoce a la perfección la estrategia para salirse con la suya. A nadie se le escapa que Amanda y yo tenemos bastante debilidad mutua y que Lucy tiene a Camden comiendo en su mano.
Dos horas después, y tras un millón de advertencias para que nos portemos bien, no hagamos barbaridades y demás, tenemos el permiso de Camden para irnos cinco días a Los Angeles. Y los billetes reservados.
Ahora solo me queda un paso más. El más complicado. Decirle a Luke que, sin informarlo siquiera, he cambiado nuestro viaje por un plan fantástico, pero que no lo incluye.
Un par de días más tarde, me planto en la puerta de su casa con una caja gigante de donuts y una mueca de disculpa pintada en la cara. He estado dándole largas en mensajes y llamadas, y él no es gilipollas. De hecho, creo que me decepcionaría si no estuviera cabreado conmigo.
—Pasa. —Me abre la puerta con cara larga y se adentra en su apartamento sin saludarme siquiera.
—He traído donuts. —Es lo único que se me ocurre decirle, y tardo una milésima de segundo en sentirme gilipollas. Por la frase y por mi actitud cobarde de estos días.
—Vamos, que me puedo ir olvidando del viaje, ¿no? —Me responde muy serio, mientras me pasa una taza de café con leche y dos cucharadas de azúcar, justo como me gusta. Ese simple detalle me hace sonreír, aunque cambio rápidamente el gesto al ver que Luke no tiene ni sombra de humor en su cara.
—Me vas a matar. Yo…
—¿Tú…?
—He decidido irme con mi hermana unos días a Disneyland.
—¿Que has hecho qué? —Ahora ya no me mira con enfado, sino que se lee la incredulidad en sus ojos.
—Ella nunca… Nosotros nunca hemos tenido oportunidad de ir a ninguna parte. A Lucy le hacía mucha ilusión y…
—De puta madre. —Se va a su habitación tan rápido que ni me da tiempo a impedírselo y el portazo resuena en todo el apartamento.
Llamo varias veces a su puerta, pero no obtengo respuesta y, la verdad, a mí en su lugar no me haría ni puta gracia que entrara sin llamar, así que respeto su silencio. Vuelvo a la cocina, me sirvo otra taza de café y espero durante más de una hora, hasta que me siento tan culpable y tan gilipollas que decido irme a casa.
Paso por el dormitorio de Luke para despedirme, si me lo permite, y esta vez sí abre la puerta.
—Vete a tu casa, porque te juro que ahora mismo no me apetece una mierda tenerte cerca. Pero te voy a decir algo, aunque ni siquiera sé si te importa: me estoy hartando de que seas un puto niñato. Y, ahora, lárgate de mi vista.
No soy capaz de encontrar una respuesta adecuada y me marcho. Ya en la calle, antes de arrancar mi moto, me doy cuenta de que quizá nunca, en toda mi vida, me habían definido tan bien. Puto niñato.