II

 

 

 

Octubre es un mes tranquilo en el restaurante. Después de un mes y pico de mucho trabajo y horas extra para dar y tomar, parece que ya le tengo cogido el truco a mi puesto. Al fin y al cabo, no tengo muchas más tareas que cocinar, que es la única cosa que se me ha dado bien en mi vida. Incluso Luke parece haber empezado a respetarme y me deja tranquilo en mi cometido. Es bastante curioso que me deje tranquilo y me ponga nervioso, todo al mismo tiempo.

—¡Reed! —Hablando del rey de Roma…

—¿Sí?

—¿Podrías quedarte esta tarde un rato después de que se vayan todos? Me gustaría que probaras algunos platos en los que he estado trabajando.

—Claro, claro.

Las horas pasan lentas en el servicio. No hay demasiados clientes, pero sí los suficientes como para no poder dar por terminada la jornada antes de lo habitual. El resto de mis compañeros se van marchando poco a poco, y veo que Luke empieza a sacar ingredientes del frigorífico, cuchillos, tablas de cortar y demás utensilios. Después de horas y horas cocinando, cualquiera diría que lo último que le pueda apetecer es seguir haciéndolo, pero… lo cierto es que a mí tampoco me cansa nunca esto. Estoy acostumbrado a levantarme por las mañanas y preparar el desayuno y la comida para todos, venirme al trabajo para el servicio de mediodía, volver a casa, preparar la cena y regresar al restaurante para acabar la jornada.

—Te cuento lo que he estado pensando. Cada vez tenemos más clientes preocupados por comer sano. Y, ahora mismo, las opciones healthy del menú se limitan a pollo a la plancha, pescado hervido y algunas ensaladas no demasiado trabajadas. Para los vegetarianos y veganos, apenas hay un par de opciones.

—Sí, estoy de acuerdo. ¿Tienes las recetas en mente?

—No. He pensado en los ingredientes y en algunas técnicas que me gustaría probar, pero quería consultarlo contigo antes.

—¿De verdad? —le pregunto, un poco sorprendido. Bueno, muy sorprendido.

—Claro. ¿Por qué no iba a querer? —Apoya la cadera en la encimera de la cocina, mientras se acaricia la barba y me mira con una media sonrisa. Los pantalones vaqueros se le bajan un poco y se vislumbra un tatuaje sobre el hueso de su cadera. Mmmmm. Interesante.

—No sé. Soy el novato aquí, ¿no?

—Eres el segundo chef de esta cocina. Eres joven, sí, pero yo también lo fui un día. Ser joven es algo que se cura con el tiempo. —Me sonríe y me permite observar unos dientes perfectos que parecen brillar en medio de su tupida barba oscura.

—Bueno, bueno… Tampoco hables como si tuvieras cincuenta años. ¿Qué tienes…? ¿Treinta?

—Intentaré olvidar que has dicho eso. Veintiocho. —Su tono es burlón y me hace pensar que, en horas de trabajo, mantiene la fachada de jefe estricto e impersonal, pero puede que no sea así en su tiempo libre. Claro que, en teoría, ahora seguimos en horas de trabajo.

—¿Ves? Más a mi favor. No hay viejos en esta cocina. —Yo también le sonrío y, no sé por qué, pero tengo la sensación de que se nos ha olvidado un poco el tema de las recetas sanas.

—Tú solo tienes veintiuno, ¿no? ¡Quién los pillara!

—Pues no te creas… Creo que yo preferiría tener veintiocho. Esta edad es un poco absurda. Ya tengo responsabilidades, pero aún no tengo dinero. Y nadie me toma demasiado en serio. Joder, si hasta hace unos meses no podía siquiera beber legalmente.

—No me tienes tú mucha pinta de haber esperado a los veintiuno para empezar a liarla.

—No. —Se me escapa una carcajada—. Más bien al contrario. Me parece que me porto bastante mejor ahora que hace cinco años.

—¿Y eso? ¿Adolescente problemático?

—Mejor ni preguntes.

—Oye… Vamos a ponernos con las recetas, ¿de acuerdo?

—Bien.

—Y, Matt… Yo sí te tomo en serio.

Me mira fijamente mientras hace ese último comentario, pero, antes de que consiga registrar por completo todo el conjunto –la mirada, sus palabras y el tono general de la conversación–, ya se ha girado hacia los fogones y está trasteando con las sartenes.