VII

 

 

 

Con el comienzo del nuevo año, los turnos en el restaurante se reorganizan y Luke y yo tenemos más tiempo para estar juntos fuera del trabajo. Cuando me quiero dar cuenta, hace ya dos meses y medio que duermo en su apartamento todas las noches de los días que libramos ambos. Y alguna que otra en que no podemos aguantarnos, le robamos horas al sueño y aparecemos al día siguiente con unas ojeras que, si no nos delatan, será porque nuestros compañeros de faena no quieren darse cuenta de lo que hay.

Lo que hay… Ni siquiera yo lo sé. Luke me gusta. Joder, me gusta muchísimo. Pero no quiero nada serio. Tengo veintiún años y he conseguido mi sueño, que es muy diferente de los sueños de la mayoría de la gente. Yo no aspiro, ni he aspirado nunca, a viajar por el mundo, ganar montañas de dinero o una medalla olímpica. Lo único que he deseado siempre es tener una casa a la que volver a la que pueda llamar hogar y una familia en la que sentirme respetado y protegido. De hecho, durante demasiados años, ni siquiera me atreví a desearlo, de tan imposible que me parecía que llegara a ocurrir algún día.

—¿Por qué no vuelves a la cama? —me susurra Luke al oído, sus manos perdidas ya más allá de mi cintura. Me he despertado temprano, en su casa, y me he levantado a preparar café.

—Porque no tengo más sueño —le respondo, aunque sé que no es dormir lo que tiene en mente.

—Mmmmm… qué lástima.

El mediodía nos sorprende todavía desnudos en su sofá. Yo estoy recostado contra la esquinera, y Luke se tumba con la cabeza apoyada sobre mis muslos. Suena una música a medio camino entre rock y folk en el equipo de sonido del salón, a un volumen muy bajito. Llevamos casi desde el amanecer alternando conversaciones y silencios y… bueno, también un par de asaltos sexuales. Uno rápido y duro, otro lento y tierno.

Luke me ha hablado de su familia, y me ha sorprendido escucharlo decir que no los echa de menos. Que hace mucho tiempo que asumió que en su vida no habría nadie que no lo aceptara tal cual es, fuera un desconocido o sus propios padres. Yo le hablo de cómo fue mi salida del armario en casa, y él me recuerda lo afortunado que soy. Nos contamos pequeños detalles, anécdotas que nos hacen reír e historias que hacen que nos conozcamos mejor.

—¿Qué te ocurrió? —me pregunta, mientras repasa con su dedo una de las marcas de mi pierna derecha.

—¿Cuándo? —le respondo, haciéndome el tonto, aunque sé perfectamente a qué se refiere.

—Esto. —Se gira hasta quedar boca abajo sobre el sofá y posa sus labios en mi rodilla, en la que, aun cubiertas por el vello oscuro de mis piernas, se distinguen varias cicatrices. Hubo un tiempo en que pensé en pedirle a Cam que las tapara con algún diseño, pero llevaba ya demasiados años conviviendo con ellas y sentía que eran una parte de mí que no quería ocultar.

—Digamos que hubo un tiempo en que mi vida no era tan fácil como ahora. —Luke alarga la mano hacia el cajón donde guarda siempre un paquete de tabaco de reserva. Enciende un cigarrillo y me lo pasa—. ¿Sabes? Se supone que dejé esto hace un par de años.

—Te gano. Yo lo dejé hace cinco. No es un buen vicio para alguien que vive de reconocer sabores y aromas.

—Pues lo disimulamos bastante bien. —Nos reímos, se lo vuelvo a pasar a él y me quedo un poco hipnotizado viendo su cara entre el humo, mientras me mira y sacude la cabeza para apartar algunos mechones de pelo de sus ojos. Se me escapa un suspiro al darme cuenta de que no quiero ocultarle a Luke ningún episodio de mi pasado, por muy apestoso que sea—. Fue mi padre.

—¿Perdona? —En su cara se distingue la expresión de quien no quiere creer lo que está a punto de escuchar.

—Mi padre. Él… me pegaba cuando era niño. Mucho. Un día, se le fue la mano más aun de lo habitual y… me tiró por la ventana.

—¿Pero qué dices? —Luke se mueve, nervioso, pero poso una mano sobre su pecho para que no se altere, para que no rompa el momento o no sé si seré capaz de retomar la conversación.

—Supongo que hacen falta muchos años para asimilar que tu padre haya intentado matarte, pero… sí, eso es lo que creo que pretendía. Le faltó muy poco para conseguirlo. Cam me contó, años después, que los médicos le habían dicho que, dentro de lo malo, había tenido mucha suerte. Si hubiera caído de cabeza, habría muerto en el acto. Y si hubiera caído de espaldas, en caso de sobrevivir, posiblemente estaría en una silla de ruedas de por vida. Supongo que soy la prueba viviente de que caer de pie es tener suerte.

—¿Qué te pasó?

—Me rompí las dos piernas. La derecha mucho peor que la izquierda. Los médicos estaban seguros de que la iba a perder. Luego, de que no iba a volver a caminar. Estuve un año en el hospital, otro yendo a diario a rehabilitación y, luego, más o menos volví a la normalidad. Me sigue doliendo de vez en cuando y cojearé toda mi vida, pero…

—¿Y dónde está ese hijo de puta?

—¿Mi padre?

—No sé ni cómo puedes llamarle así.

—Ya… Está en la cárcel. Le quedan más de quince años de condena por delante. Solo espero que se muera antes de salir. Si algún día volvemos a cruzarnos, dudo mucho que Camden no lo mate. Ya estuvo a punto de hacerlo el día en que ocurrió todo.

—¿Y tu madre?

—Mi madre murió en un incendio algunos años después. Tenía un imán para cualquier desecho humano que se ofreciera a ser su marido. Así nos fue la vida. Al menos, el último hizo algo bien. A Lucy —le aclaro, cuando veo su cara de incomprensión.

—No te ofendas por lo que voy a decir, pero tengo la sensación de que salisteis bastante bien para haber pasado por todo ese infierno de niños.

—Eso… —Me encojo de hombros, porque esta conversación se me ha ido un poco de las manos en cuanto a intimidad, y de repente preferiría estar hablando de cualquier otra cosa—. Eso es todo mérito de Camden. Él ha sido el padre de Lucy y el mío. Se lo debo todo. Absolutamente todo.

—¿Y Amanda?

—Amanda es fantástica. —Corto la charla, me incorporo y miro mi reloj—. ¿Sabes? Debería marcharme a mi casa.

—¿Ya? ¿No es un poco pronto?

—Quiero estar un rato con Lucy. Está un poco celosa de que pase tantas noches aquí.

—Vaya. Debe de odiarme.

—No, tranquilo. No sabe que existes.

Me doy cuenta un poco demasiado tarde de que esa respuesta es de lo más borde que ha salido por mi boca en la vida. Y mira que hay dónde elegir. Pero, cuando lo pienso de verdad, estoy ya vestido, cogiendo las llaves de mi moto, que está aparcada frente al edificio de apartamentos de Luke, y lo dejo correr.

—Nos vemos mañana en el restaurante, entonces —me dice, con una mueca que me da la sensación de que se debe a algo más que mi desafortunado último comentario.

Yep. Hasta mañana.

Llego a casa empapado porque, tras un par de días de un radiante sol de invierno, las nubes han decidido descargar toda su fuerza en el trayecto de apenas veinte minutos entre la casa de Luke y la mía.

Cuando entro en el salón, Lucy corre a abrazarme y yo me distraigo un momento achuchándola un poco más de la cuenta. Cada día me cuesta más entender cómo pude sobrevivir al año que vivió en Seattle, cuando solo podía verla un día al mes. Amanda y Camden están sentados, como siempre en las últimas semanas, en la mesa del comedor, rodeados de planos y hojas de Excel.

—¿No salen las cuentas, chicos? —les pregunto, mientras le robo a Camden la cerveza que estaba bebiendo.

—Bueno… Más o menos. —Camden se pasa la mano por el pelo y por la cara—. La mudanza va a ser un follón increíble.

Hace un par de semanas, Amanda logró al fin salirse con la suya y comprar la casa de sus sueños en Alamo Square. A Cam y a mí nos parecía una locura, un gasto enorme y hasta un poco excéntrico, pero a la rubia se le metió en la cabeza vivir allí y… nosotros no tardamos demasiado en ilusionarnos como imbéciles con la idea de mudarnos.

—Queríamos hablar contigo sobre eso, por cierto. —Amanda da un par de palmadas en la silla de al lado de la suya.

—¿Qué pasa? ¿Me vais a echar una bronca?

—¡Noooo! No seas idiota. Queremos comentarte algo sobre la casa.

—¿Ya no me vas a dejar vivir allí, rubia?

—Sí, claro que te voy a dejar. Lo que no sabemos es si tú querrás.

—¿Yo? ¿Y por qué no iba a querer yo vivir allí? —Me revuelvo un poco enfadado, porque hay cosas que van en el ADN, y la sensación de que mi familia no me quiera en casa me despierta un terror que creía tener superado. Lucy me echa una mirada de reojo y la convenzo de que vaya a vigilar a Jake, con la promesa de ir luego a verla.

—Tienes casi veintidós años, Matt. Y una relación. Hemos pensado que quizá preferirías tener intimidad en otro lugar.

—¿Una relación? ¿Quién ha dicho que tengo una relación? —Me levanto de la silla un poco sobresaltado, porque me da la sensación de que Amanda ya se está visualizando con una pamela y un vestido de dama de honor.

—Hace… ¿qué? ¿Cuatro meses? Hace cuatro meses que estás saliendo con Luke.

—Hace tres. Y no estamos saliendo. —Me vuelvo a sentar, porque Amanda me está traspasando con la mirada y no me apetece discutir.

—Vale, como tú quieras llamarlo. El caso es que, si la cosa va a más, puede que dentro de pocos meses estés pensando en mudarte. ¿No es un poco absurdo montar el apartamento en la buhardilla si acabas marchándote casi antes de estrenarlo?

—El acondicionamiento de la buhardilla lo voy a pagar yo. —Me levanto, enfadado, aunque ni siquiera sé muy bien por qué. Si por sentir que sobro en esta casa o por el hecho de que ni yo mismo tengo claro hacia dónde va mi historia con Luke. Supongo que nunca me he deshecho del todo de mi carácter desafiante, así que enciendo un pitillo en la mesa, pero Camden me lanza tal mirada que abro la puerta del jardín y me apoyo en el marco.

—¿Tú eres gilipollas o qué te pasa? ¿Crees que me importa una mierda quién pague cada cosa, Matt? ¿De verdad?

—¡No lo sé! —Me revuelvo el pelo en un gesto nervioso y decido bajar un poco el tono de la conversación—. Vale, vamos a calmarnos. ¿Qué intentáis decirme? ¿Preferiríais que no me mudara con vosotros? Porque, si es así, por favor, hablad claro.

—Matt… —Amanda se levanta y se apoya en la pared a mi lado—. Claro que queremos que te vengas. Por nosotros, podríamos vivir todos juntos de por vida.

—Entre otras cosas, porque así no tendríamos que cocinar jamás —añade Cam, guiñándome un ojo. Parece que la tensión ha volado tan rápido como llegó.

—Solo te lo decimos para que pienses qué quieres de tu relación con Luke y…

—¡Yo no tengo una relación con Luke!

—Dios… Qué cabezón puedes llegar a ser, Matthew. —Amanda pone los ojos en blanco—. Lo que sea. Solo queríamos que lo pensaras.

—Eso —añade Cam—. No queremos que te sientas obligado a venirte con nosotros.

—¿Obligado? —Se me escapa una carcajada sorda—. Claro que me mudaré con vosotros. No pienso pagarme un alquiler cuando puedo vivir en la casa que me ha comprado la rubia.

Amanda me da un puñetazo en el hombro, y yo la inmovilizo con una llave para acabar dándole un beso en el pelo. Camden se une para rescatar a su novia y me da una palmada en la espalda.

—Me voy a ver a la enana. Nos vemos mañana.

Subo al cuarto de Camden y Amanda y me encuentro a Lucy dormida sobre la cama de matrimonio con una mano entre los barrotes de la cuna de Jake, que también duerme tranquilo. La cojo en brazos para llevarla a su habitación y aprieta los brazos alrededor de mi cuello. Ya tiene siete años, pero sigue teniendo ese olor a bebé que hace que se me olviden todos los problemas en cuanto la tengo cerca. Cuando la dejo en su cama, me tomo un momento para arroparla y me pregunto cómo se han podido plantear Camden y Amanda que renunciar a esto sea una opción.