XII

 

 

 

Hace ya dos meses que todo se acabó entre Luke y yo, y más de un mes de aquel último beso que aún se me aparece a veces en sueños. No es que las cosas me hayan ido demasiado bien en este tiempo. He estado insoportable en casa, y Amanda no se ha cortado demasiado en recordármelo. El que se ha cortado, además, soy yo, que el otro día, por estar distraído mirando a Luke, por poco no me quedo sin un par de dedos de la mano izquierda. Al final, la cosa no llegó a tanto, pero me llevé un buen tajo en el dedo índice, que me ha mandado cuatro días para casa con seis puntos de sutura y una baja forzosa. Cuatro días que Amanda ha aprovechado para decirme –gritarme– que tengo que retomar ya mi vida, olvidarme de Luke y volver a ser el que era. Hasta tal punto ha llegado que Camden acabó enfadándose con ella, pese a que sé que opina lo mismo, y su discusión hizo que me sintiera culpable, además de todo lo demás.

El sábado decido invitarlos a cenar en plan reconciliación familiar. Sus días de descanso y los míos rara vez coinciden, y la hija de nuestros vecinos ha hecho un par de veces de canguro con Lucy y Jake, así que decidimos pegarnos un homenaje e irnos a cenar a uno de los mejores restaurantes de Fillmore Street.

Amanda y yo pasamos a recoger a Camden por el estudio y, como siempre, estamos a punto de caer en la tentación de salir marcados de allí. Amanda ya lleva unos cuantos tatuajes desde aquel primero gracias al cual Cam la conoció. Y yo llevo tiempo haciéndome algunas cosas aquí y allá, sin que mi hermano haga ni el menor esfuerzo por ponerme freno. De hecho, es él quien sale a recibirnos con un vendaje plástico en su mano izquierda. Llevaba semanas amenazando con tatuarse el nombre de Jake y parece que los nudillos han sido el lugar elegido.

Son casi las nueve cuando entramos en el restaurante, después de unas cuarenta mil alabanzas de Amanda al nuevo tatuaje de Cam. En cuanto nos sirven los platos, no puedo evitar que me ataque la deformación profesional, y me paso la mitad de la cena criticando cosas que yo habría hecho de otra manera –que Luke habría hecho de otra manera–, hasta que deciden hacerme callar lanzándome una servilleta a la cara.

Acabamos reconciliándonos, suponiendo que quedara algo por reconciliar. Me trago mi orgullo, les pido disculpas por haber estado insufrible estas semanas y prometo empezar a tomarme mejor la ruptura con Luke. Planeamos juntos la mudanza, que se ha ido retrasando, pero que al final haremos la semana que viene, y yo me propongo en serio acabar de embalar todas mis cosas en cuanto me duela un poco menos la mano.

No son ni las doce cuando a Camden se le escapa el tercer bostezo consecutivo, y Amanda y yo nos reímos con ganas de él. Quién le iba a decir que antes de los treinta ya no sería capaz de aguantar despierto más allá de medianoche. Jake es un bebé buenísimo, y Lucy es muy independiente para su edad, pero siguen siendo niños. Y hacerse cargo de todo, trabajo y estudios incluidos, no es precisamente descansado.

Envío un par de mensajes a mis amigos cuando ya es evidente que Camden y Amanda están a punto de emprender la retirada. Los veo poco, pero nos conocimos en la escuela de cocina y todos estamos trabajando en el negocio, así que somos bastante comprensivos con los horarios desquiciados de los demás.

Nos reunimos en un local de la calle Geary, y pasamos un par de horas hablando de trabajo y recordando los tiempos en que los estudios nos dejaban suficiente tiempo libre como para hacer lo que nos daba la gana. Bebo bastante más de la cuenta, lo que, mezclado con los analgésicos que estoy tomando para el corte de la mano, hace que se me vaya un poco la cabeza.

Cuando me quiero dar cuenta, son las cinco de la madrugada y solo tengo claras dos cosas: que estoy borracho como una cuba y que quiero echar un polvo. Bueno, también tengo bastante claro que Noah, el primo de uno de mis mejores amigos, está bastante dispuesto a solucionar esa última cuestión.

Los baños de la discoteca a la que hemos ido a parar los últimos supervivientes de la noche son el lugar elegido. No es que me haya esforzado demasiado en disimular que esperaba que me siguiera cuando me he encaminado hacia los aseos. Cierra el pestillo detrás de mí y el resto es historia. Es rápido, impersonal y cumple su función. Me corro en menos de cinco minutos y Noah tiene el detallazo de masturbarse mientras lo hacemos y acaba pocos segundos después de mí.

Ni siquiera me molesto en despedirme. Salgo de la discoteca y cojo un taxi de camino a casa. Tengo que pedirle al taxista que me deje un poco antes de llegar porque los medicamentos, el alcohol y el asco general por lo que están siendo mis últimas semanas hacen que vomite en la acera, justo a tiempo de no hacerle un destrozo al pobre hombre en su coche.

Al entrar en casa, me encierro en el cuarto de baño a cepillarme los dientes y cambiarme el vendaje de la mano, y me amorro a una botella de dos litros de agua como si me fuera la vida en ello. No tengo ni rastro de sueño, así que decido salir a la terraza a fumar, cuando ya despunta el sol en la bahía.

En cuanto pongo un pie fuera, me encuentro a Cam, con cara adormilada, tumbado en una silla reclinable del jardín, con una manta cubriéndolos a él y al pequeño Jake.

—Shhhhh —me susurra—. Lleva dos horas dando la lata. Los dientes, ya sabes.

—Uffff. Lucy lo pasó fatal con eso. —Me voy al fondo del jardín y le enseño a Cam mi paquete de tabaco—. ¿Te importa?

—Si necesitas fumar a las seis y media de la mañana, después de una noche de fiesta, es que tienes una historia que contar.

—Creo que… Dios… Creo que estoy enamorado de Luke.

—Yo no lo creo. —Le echo una mirada de odio, y él me responde con una carcajada—. Yo estoy bastante seguro de ello.

—Pues qué bien…

—Matt, joder. ¿Por qué no arreglas las cosas ya con él? Estás amargado desde que os separasteis, y estoy seguro de que él también. Deja ya esa idea absurda de que estar con él te va a separar de nosotros.

—Es que no es absurda, Cam. Quiero mudarme a la casa nueva. Es la única cosa que me ha ilusionado en un tiempo.

—Pues proponle que os lo toméis con calma. No sé, alguna solución tiene que haber, ¿no?

—Yo qué sé… Si en algo tienes razón, es en que no puedo seguir así.

—¿Qué ha pasado esta noche?

—Que me he tirado a un tío en el cuarto de baño de una discoteca porque he creído que esa era la solución a todos los problemas —reconozco.

—Un clásico. ¿Tienes demasiado sueño para que te cuente una historia?

—Que sea breve. —Me ataca un bostezo y sé que estoy a punto de rendirme al sueño.

—Hace unos años, me pasé unas cuantas horas tomando unas cervezas con una chica el mismo día que la conocí. Estuve meses recordándome a diario todos los motivos que tenía para no meterme en una relación con ella, a pesar de que estoy bastante seguro de que me enamoré de ella ese mismo día. También eché un polvo de esos de intentar olvidar.

—¿Pam? —Se me escapa la risa.

—Sí. Vaya imbécil fui. Sabes lo que acabó pasando, ¿no?

—¿Que hemos acabado todos viviendo en plan familia feliz?

—Sí. Y que nada de lo que Amanda y yo hicimos para alejarnos funcionó.

—Y menos mal.

—Exacto. ¿Has pillado la moraleja o te la resumo?

—Que vaya a por todas con Luke, ¿no?

—Por ejemplo. Pero, sobre todo, que, si tiene que ocurrir, Luke pasará a ser parte de esto. —Hace un gesto con su dedo hacia el interior de la casa—. Como Amanda en su día.

—¿Qué pasa con Amanda? —La cabeza de Lucy se asoma entre las cortinas de la puerta del jardín, con un pijama amarillo medio arremangado, el pelo revuelto y los ojos entrecerrados.

—¡Hey! ¿Qué haces aquí, enana? —le pregunto, mientras la cojo en brazos. Cada día está más grande, y me duele pensar en el día en que no pueda ya llevarla así a todas partes.

—Me hacía mucho pis y os he oído hablar.

—¿Quieres que te lleve a la cama?

—Vale. —Apoya la cabeza en el hueco de mi hombro y juega a tirarme del pelo.

—Yo también voy a intentar dormir un rato. Hasta que este señorito me deje —nos dice Cam, al tiempo que le da un beso en la cabeza a Jake y otro a Lucy.

—¿Me dejas dormir contigo, Matt?

—Bueno… —Finjo pensármelo un poco, aunque ella sabe tan bien como yo que no tiene que convencerme demasiado de eso—. Pero me tienes que dejar dormir hasta tarde, ¿vale?

—Vale.

La dejo sobre mi cama, ya medio dormida, y rebusco en el armario hasta encontrar un pijama. Me tumbo a su lado y le voy a dar un beso de buenas noches, cuando me sorprende su voz, un poco pastosa.

—¿Por qué estás triste, Matt?

—¿Y quién te ha dicho a ti que estoy triste, Lux?

—No hace falta que me lo diga nadie. Se te nota —me responde, con esa lógica aplastante de los siete años.

—He estado un poco triste, sí. Pero se me va a pasar.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo.

—Yo te ayudaré, ¿vale? Tú siempre me ayudas a mí cuando estoy triste, así que ahora me toca a mí.

La frase se le pierde en un bostezo, y se queda dormida al momento. Le aparto el pelo que le ha caído sobre la cara y se me dibuja una sonrisa cuando pienso que, aunque ella ni se dé cuenta, siempre es la persona que me ayuda a dejar de estar triste.