8

El viaje de regreso transcurrió sin incidentes y fue aburrido para todos, excepto para Zar, quien pasaba horas ante el mirador contemplando las estrellas. Cuando no estudiaba las cintas que le había dado Spock, estaba siempre entre los tripulantes en la cabina de control. La primera oficial del transbordador, una tellarita llamada Gythyy, le echó el ojo y empezó a enseñarle los rudimentos del pilotaje. Aunque desconocía las matemáticas avanzadas necesarias para los cómputos de navegación, se mostró hábil en las maniobras empíricas.

A la hora de desembarcar al personal de la Enterprise, Gythyy abrazó a su alumno rudamente, según la costumbre de su pueblo, y se dirigió a los tres oficiales.

—Este chico vuestro es muy listo. Si la Federación no lo quiere, mandádmelo de vuelta. ¡Podría entrenarle y convertirle en el mejor piloto de la escuadra!

Mientras bajaban la rampa de carga, Zar giró hacia Spock con anhelo.

—¿Le ha oído? Ha dicho…

—Los tellaritas son notoriamente exagerados —dijo el vulcaniano con voz de circunstancias.

Visiblemente decepcionado, Zar comentó con voz apagada:

—He terminado con las cintas, señor.

Spock asintió con la cabeza.

—Estoy preparando un plan de estudios que te permitiría alcanzar el nivel esperado de un licenciado en estudios generales. Yo no te recomendaría especialización hasta que no lo hayas completado.

El doctor McCoy estaba inmerso en las explicaciones del pandemonio ordenado de la Base Estelar 11, cuando Kirk y Spock regresaron de las oficinas de administración.

Blandiendo un manojo de papeles, Kirk anunció:

—Nuestro visto bueno y certificado de salud. Y nuevas órdenes. Servicio de taxi para trasladar una cepa experimental de abejas a Sirena, al otro extremo del sector. ¿Se ha ocupado alguna vez de la apicultura, Bones?

McCoy negó con la cabeza.

—No, no puedo decir que haya tenido contacto alguno con estas pequeñas diablillas desde que me senté accidentalmente sobre una en una excursión con la catequesis, cuando tenía doce años. ¡Salí bastante mal parado de aquel encuentro!

Los dos hombres rieron y Zar preguntó, extrañado:

—¿Qué es una abeja?

La explicación de la vida y costumbres de la Hymenoptera Apis mellifera (ofrecida por Spock) les ocupó hasta el momento de ser trasladados a la Enterprise.

El capitán respiró con agradecimiento y recorrió su nave. Estaba tranquila y todavía relativamente vacía. Se acercó a los controles y manipuló un par de ellos, aprobando su quedo y eficiente zumbido. Echó una ojeada a los informes de mantenimiento y abrió un canal.

—Computadora —anunció una voz femenina de timbre mecánico que provenía de los mamparos que les rodeaban. Zar dio un brinco.

—Haz un control completo de todos los sistemas, con especial énfasis en los que han sido revisados. Quiero un informe verbal del estado general y una copia escrita que me será entregada cuando teclee la petición.

—A la orden —comentó la voz. Tras una pausa de un segundo, añadió—: Todos los sistemas responden con un índice de eficiencia de al menos un noventa y cinco por ciento. ¿Desea un desglose por sistemas individuales?

—No en este momento. Lo pediré por medio del teclado en pocos minutos. Prepare copias a petición para los jefes de departamento, el señor Spock y el ingeniero jefe Scott. También duplicados para las autoridades de mantenimiento. Kirk fuera.

Se volvió hacia Spock, que estaba a su lado.

—He pensado asignar a Zar una litera con algunos de los hombres de seguridad solteros. El vulcaniano asintió.

—Esto será satisfactorio.

McCoy se unió a ellos y les llamó la atención sobre Zar, quien se había acercado a la puerta de la sala de transportes y experimentaba con la distancia necesaria para que se abriera. El doctor movió la cabeza, sonriente.

—Es más curioso que un gatito… Hoy voy a hacerle unos análisis: presión sanguínea, corazón, cosas así. Le hacen falta suplementos nutritivos y para ello necesito su metabolismo basal y algunos datos más. También puedo comprobar su inteligencia, salvo que prefiera hacerlo usted, Spock.

El primer oficial quedó pensativo.

—Necesitaré analizar áreas más específicas para asignarle un plan de estudios. No obstante, creo que también cabe realizar tests básicos psicológicos y de inteligencia. Estos tests carecen de auténtica validez científica pero ofrecen los mejores indicadores de los que disponemos hasta el momento.

McCoy se exasperó.

—¿Qué quiere decir esto? ¿Sí o no?

—Sí.

—Gracias. Necesitaré su ayuda para uno de los tests que he pensado.

La ceja de Spock se alzó hasta la línea del cabello.

—¿Mi ayuda? ¿Reconoce cierta incompetencia, doctor? —dijo Spock.

—En modo alguno, usted… —farfulló McCoy, pero hizo un esfuerzo por controlarse—. Quiero comprobar el índice de su psi. Creo que tiene poderes telepáticos y algo más que nunca antes había oído. Necesito información de un telépata experto antes de avanzar hipótesis.

El vulcaniano se quedó pensativo.

—Ahora que lo dice, recuerdo que fui objeto de algún tipo de agresión mental justo antes de su aparición…

—Me dijo que él fue responsable de ello. Lo llamó «dar miedo». Le avisaré cuando le necesite.

El capitán hizo una seña a Zar para que se acercara.

—Te he asignado alojamiento junto con algunos de los hombres de seguridad. Spock te dirá dónde está. Luego podrás comer algo… No; espera un momento. Quizá Bones prefiera que tengas el estómago vacío…

El médico asintió con la cabeza y Kirk prosiguió:

—Te hará un reconocimiento físico. Un fastidio necesario… no permitas que te quite tu famoso apetito. Si esta tarde tienes ganas de un poco de ejercicio, te veré en el gimnasio a las 1800 horas.

—Gracias, capitán.

Primero se hicieron los tests psicológicos y de inteligencia, y luego el físico. Cuando McCoy hubo acabado, Zar ya tenía muchísima hambre y el doctor estaba harto de explicar las razones de cada test. Finalmente, sólo quedaba el psi y el oficial médico llamó a Spock a la enfermería.

Se dirigió a su paciente, tendido sobre la camilla de diagnósticos con expresión de sufrida paciencia.

—Anímate, Zar. Sólo nos queda un test.

—¿Puedo comer algo ahora? —El tono de voz del joven indicaba que estaba a punto de desmayarse de hambre.

—Aún no. Spock está en camino y quiero probar aquel truco de proyección mental. Ya sabes, lo que hiciste con los animales y con nosotros para defenderte.

—Puede que no tenga fuerzas —fue la respuesta pesimista.

—¡Hola, doctor!

La voz femenina venía de la puerta de la consulta y McCoy se volvió para ver a Christine Chapel, su enfermera jefe y médico por derecho propio.

—Me alegro de verle, Chris. —McCoy sonrió—. Se la nota descansada.

—Mis vacaciones han sido magníficas; apostaría que he ganado cinco kilos. Tendré que…

Chapel se fijó en el hombre acostado en la camilla y sus ojos azules se abrieron con asombro al ver sus facciones, extrañamente familiares. El médico señaló con un ademán a su paciente, que devolvía la mirada de Chapel con indisimulado placer.

—Enfermera Chapel, éste es Zar. Zar, te presento a la enfermera Chapel.

Chapel recobró la compostura y sonrió al joven, quien se incorporó y la saludó atentamente, como había leído en las cintas.

—Paz y larga vida, enfermera Chapel.

Ella extendió la mano para responder a su saludo, y dijo con calidez:

—Larga y próspera vida, Zar.

McCoy detectó la mirada inquisidora de Chapel y vio alzarse su ceja, pero no le dio más información; de hecho, porque no sabía cómo contestar su pregunta no formulada. En vez de ello, dijo:

—Ahora que está aquí, enfermera, podría ayudarme. Estoy examinando a Zar. Dentro de un momento le diré lo que debe hacer. Por favor, siéntese allí.

Los ojos grises seguían todos y cada uno de los movimientos de la mujer. El médico bajó la voz:

—Zar, tienes hambre ¿no es así?

—Ya lo sabe.

—Bien. Quiero que proyectes tu sensación a la enfermera Chapel.

El joven se giró para mirar a la mujer y el oficial médico volvió a conectar el campo de diagnóstico, por impulso. Detectó la dilatación de las pupilas, el salto de la respiración y la presión sanguínea, y miró a su paciente con severidad.

—No me refiero a este tipo de hambre, hijo. Me refiero al de tu estómago.

Zar pareció confuso, y entrecerró los ojos en un esfuerzo por concentrarse. Transcurrieron algunos segundos, luego Chapel levantó la cabeza.

—Doctor… no me lo explico pero, de pronto, tengo muchísima hambre… me muero de hambre… ¡y acabo de comer! —Miró al otro extremo de la habitación y, de repente, lo supo—. ¿Lo está haciendo él? —Su mirada mostró fascinación clínica—. ¿Proyección mental de emociones fuertes? No cabe duda de que no se trata de una característica vulcaniana.

La puerta externa de la enfermería se abrió y todos se volvieron a la entrada de Spock. La mirada de Chapel comparó los dos rostros alienígenas pero su expresión mantuvo una concienzuda indiferencia.

El vulcaniano vaciló antes de preguntar:

—¿Ya conoce a Zar, señorita Chapel?

—Sí, señor Spock. —Su tono era reservado.

El primer oficial aparentemente pensó que una explicación parcial sería como mínimo preferible a la especulación desbocada, y señaló rígidamente al joven.

—Es un… miembro de la familia, y se quedará a bordo de la Enterprise por un período de tiempo indeterminado.

Chapel asintió con la cabeza y se giró hacia McCoy.

—¿Me necesitará para algo más, doctor? Tengo un experimento en el otro laboratorio que precisa mi atención.

McCoy negó con la cabeza y le dio las gracias. Ella sonrió de nuevo a Zar, quien sólo en el último instante recordó que se debía refrenar de devolverle la sonrisa, y se marchó.

Zar la siguió con una mirada de admiración.

—Es simpática… y muy bonita.

A lo largo de los siguientes treinta minutos, Spock y McCoy estudiaron las proyecciones emocionales de Zar. Descubrieron que era capaz de transmitir su hambre a los dos y, cuando McCoy le pinchó un nervio en el brazo, ambos sintieron el dolor. Con el doctor actuando como transmisor de corrientes emocionales, averiguaron que Zar podía recibir e identificar sus emisiones aunque el oficial médico estuviera fuera de la enfermería. La capacidad del joven abarcaba una considerable distancia física, aunque éste se quejó de los «ruidos» de fondo emocionales de la tripulación, que creaban interferencias.

—Los sentimientos son más fáciles de recibir desde que estoy con gente —comentó—. Ahora tengo que bloquearlos porque me impiden concentrarme. Lo mismo pasa con los pensamientos, aunque no son tan poderosos.

La expresión de Spock se suavizó un poco, y asintió comprensivamente.

—En Vulcano, gran parte de nuestra instrucción básica está destinada a fortalecer las barreras emocionales, los escudos mentales, para evitar constantes intrusiones. Tú pareces haber desarrollado un escudo natural, y te sería útil practicar las disciplinas mentales de vedra-prah. Creo que con la práctica adquirirás habilidades de unión y fusión mental. No soy experto en técnicas de instrucción telepática, pero te enseñaré lo mejor que sepa.

—En cuanto concluyeron las pruebas, McCoy dijo que Zar podía comer, y le recomendó una bebida altamente nutritiva como suplemento de su cena. Los oficiales le dejaron cenar tranquilo y fueron a examinar los resultados de los tests en el despacho del médico.

—Como ya dije, su estado es sorprendentemente bueno si se tiene en cuenta el tipo de vida que ha llevado. Tiene una fuerza increíble, podría con cualquiera de nosotros. Le tuve veinte minutos en la cinta y ni siquiera empezó a sudar, mucho menos jadear. Ya sabemos que es fuerte; que se deba a su entorno y la mayor gravedad o a su ascendencia vulcaniana es un misterio. Menos mal que no tiene mal genio.

McCoy recorrió la hoja de resultados con los ojos y se frotó la barbilla, pensativo.

—No cabe duda de que deben predominar los genes vulcanianos. Su constitución interna no es muy distinta a la de usted. Espero no tener que operarle nunca. Capacidad auditiva excepcional. Sus párpados internos son vulcanianos pero su visión apenas supera la humana. Tipo sanguíneo… —El doctor hizo una mueca—. Bueno, espero que nunca necesite una transfusión porque no lograríamos encontrar el tipo apropiado. Se trata de una mezcla increíble… incluso en el color, una especie de gris verdoso. No acepte nunca sangre ni plaquetas suyas, aunque sus plasmas son compatibles. Hermosos dientes. Demuestran lo que se puede conseguir con una dieta prácticamente desprovista de azúcares.

—¿Y los demás tests? —preguntó interesado Spock, inclinándose hacia delante.

—Su equilibrio psíquico es bastante bueno, si se tiene en cuenta que ha vivido solo durante siete años. Ingenuo y socialmente inmaduro, falto de dotes de comunicación. ¿Qué otra cosa se podría esperar? Pero bastante realista; de hecho, su índice de estabilidad es superior al de usted.

Por todo comentario, Spock alzó una ceja.

—En cuanto a su inteligencia, le hice el test básico de Reismann al que someten a los niños cuando entran al colegio… aquí están los resultados.

El vulcaniano estudió la hoja durante varios minutos, luego se la devolvió al médico con un brusco movimiento de cabeza.

—¿Es todo lo que tiene que decir? —dijo McCoy, visiblemente impacientado—. Sabe de sobras que estos resultados son excelentes. ¡Ni usted podría esperar más!

El médico echó una mirada a la puerta abierta y se inclinó sobre su mesa, bajando la voz a un enfadado silbido:

—He visto lo que pasa y no me gusta. Sé que no es asunto mío, pero si quiebra el espíritu de este chico con su estrecha lógica vulcaniana, le…

Spock se levantó y alzó una mano para cortar la perorata del médico.

—Gracias por llevar a cabo estas pruebas, doctor McCoy —dijo fría y formalmente.

McCoy oyó al vulcaniano a través de la puerta abierta y se quedó sintiéndose impotente, con los puños cerrados sobre las hojas de los resultados:

—Te mostraré tu alojamiento. Sígueme.

La voz de Zar, ansiosa, dubitativa:

—Mis tests… ¿han sido buenos?

—Indican que, si te esfuerzas, alcanzarás un nivel satisfactorio en un período de tiempo razonable. Te enseñaré dónde está la biblioteca para que puedas empezar hoy mismo. Ya te he preparado un plan de estudios.

—Sí, señor.

Durante su vida solitaria en Sarpeidón, cuando las ventiscas le imponían semanas de inactividad forzosa, Zar se había creado su propio concepto del paraíso. Allí habría mucha comida —¡toda la que uno quisiera!—, no sentiría frío ni inseguridad, tendría muchos libros para leer y, sobre todo, habría gente con la que hablar. Siete semanas en el «paraíso» le obligaron a reconsiderar su definición.

La mayor parte del tiempo estaba demasiado ocupado para preguntarse si era feliz o no. Los días pasaban en un torbellino: clases, ejercicios con Kirk en el gimnasio, instrucción con Spock en capacidad y controles telepáticos y, en su tiempo libre, exploración de la Enterprise. Zar se había enamorado de la nave y Kirk, que reconoció una emoción afín, le dejó satisfacer su pasión. Pronto se convirtió en una figura familiar entre la tripulación de todas las secciones, que respondió a su interés adoptándole informalmente.

—Espero que después de transportar estas abejas ya no tengamos que hacer de lecheros durante un tiempo —comentó el teniente Sulu a Zar al cabo de la primera semana.

—Querrás decir de meleros ¿verdad, Sulu? —sugirió Uhura, apartándose de su panel de comunicaciones. Sulu gruñó.

El timonel había estado enseñando a su joven amigo tácticas de combate básico, con la ayuda del diario de a bordo grabado en la computadora de la Enterprise. Tecleó una nueva secuencia en la pantalla de navegación.

—Después de disparar nuestras principales baterías de cañones fásicos, la nave enemiga más alejada atacó nuestros deflectores de estribor. Esto dejó al capitán en un auténtico lío porque la Hood se encontraba a estribor y su capacidad de maniobra estaba limitada al impulso auxiliar. No nos podía defender a estribor y un golpe directo habría averiado la nave.

Los ojos grises estudiaron la pantalla y Zar asintió con la cabeza.

—¿Qué hizo el capitán?

—Lanzó un haz tractor a la Hood desde estribor. Esto hizo que las pantallas deflectoras de la Hood, aún alzadas, se abrieran y nos brindaran una limitada capacidad de deflexión. Entonces destruimos las dos naves enemigas restantes cuando se acercaron para rematarnos. Verás, ellos pensaron que la Enterprise daría la vuelta y huiría, arrastrando a la Hood. —En vez de ello, en cuanto estuvieron a tiro, nosotros atacamos la nave a babor con nuestros torpedos de fotones, y la Hood achicharró la otra con sus armas fásicas. El resultado fue de dos a uno y la otra nave huyó. La perdimos porque la Hood tenía una junta rota y perdía presión en dos cubiertas. Tuvimos que transportar casi todo su personal a nuestra nave mientras los técnicos la reparaban. Estuvimos hacinados durante una semana, más o menos.

Sonó el intercomunicador del puente:

—Teniente Sulu —dijo la voz de Spock.

—Sulu al habla, señor.

—¿Se encuentra Zar en el puente?

—Sí, señor.

—Dígale que venga a verme a la biblioteca, solicito su presencia inmediata. Spock fuera.

El timonel se volvió para transmitir el mensaje pero las puertas del puente ya se habían cerrado.

Sulu movió la cabeza y miró a Uhura.

—Desde luego, no le envidio. Es suficiente tener a nuestro primer oficial como instructor en un solo tema para volverse loco. Lo sé; una vez atendí un curso suyo de física cuántica. Imagínese tenerle como supervisor personal de tu educación entera…

Uhura parecía pensativa.

—Está siendo duro con él, pero puede que sea así como los vulcanianos adquieren esta naturaleza tan estoica.

—Por lo que he leído, no. La mayoría de las familias vulcanianas están muy disciplinadas, pero también muy unidas.

Spock se muestra más impersonal con Zar que con cualquier otro.

—He observado algo que pudiera explicarlo. ¿Se ha fijado alguna vez en los ojos de Zar?

Uhura se inclinó un poco hacia delante y bajó la voz.

—No; me temo que los ojos de los hombres no me dicen nada.

—Sulu hizo una mueca.

—Son grises. Nunca antes había sabido de un vulcaniano con ojos tan claros. Una vez le pregunté cuál era exactamente su relación con Spock.

—¿Qué le dijo?

—Se mostró distante y dijo que las relaciones familiares vulcanianas son extremadamente complejas y que no encontraba el término exacto para traducirlas.

—Probablemente tenga razón. —Sulu pareció pensativo—. Aunque deben estar estrechamente emparentados si juzgamos por su gran parecido. Si no supiera que Spock no tiene hermanos, me preguntaría…

—Hay algo extraño en ese asunto, ojos claros y todo. Apuesto que Zar es parcialmente humano y que por eso Spock le trata con dureza.

—Si es así, es una actitud ilógica de nuestro primer oficiar si tenemos en cuenta que…

El timonel calló bruscamente y se volvió hacia su consola; se abrieron las puertas del puente y entró el capitán.

—¿Informe, señor Sulu?

—Normalidad en todos los sistemas, capitán. Seguimos rumbo, velocidad cuatro.

Naturalmente, Zar se daba cuenta de las especulaciones en torno a su relación con el vulcaniano. Le era imposible no darse cuenta. Su capacidad telepática innata, alimentada por las antiguas técnicas de unión mental, creció hasta poder comunicarse libremente con el primer oficial. Es decir, libremente mientras trataba de aprovecharse de las áreas lógicas y llenas de datos de aquella mente brillante. Su conocimiento del idioma vulcaniano aumentaba en progresión geométrica con cada clase. Podía comunicarse con el primer nivel, refrescante en su fría precisión, su implacable claridad, tan bello y ordenado como las matemáticas puras. El primer nivel, casi desprovisto de personalidad, de todo aquello que el joven ansiaba con un anhelo que no encontraba reconocimiento, que pasaba casi inadvertido. El primer nivel; y como protección, como una barrera, el escudo mental.

De alguna forma, aquella pared intangible se convirtió en su enemiga. Se cernía sobre sus contactos y recordaba al joven que no sabía casi nada del distante extraño que resultaba tan diferente en persona como en sus sueños. El escudo mental se interponía entre los dos e impedía cualquier acercamiento, cualquier participación, y su odio hacia él, aunque evidentemente irracional, crecía con cada clase.

Spock sentía el aumento de la tensión en la mente del joven pero no hizo caso, casi hasta su perdición. Estaban unidos, los dedos en las sienes del otro, y bloques sólidos de impresiones cognitivas fluían de una mente a la otra cuando sintió que la comunicación de Zar se debilitaba y se dio cuenta de que el joven había bajado su escudo. Spock se retiró apresuradamente y fortaleció su propia barrera; se negó a la oferta implícita de fusión, rechazó cualquier contacto más profundo. Antes de poder desconectar la sintió llegar, una oleada sólida de emociones confusas que arremetieron contra su escudo. La comunicación de Zar, una andanada tan inarticulada e incoherente como primaria y poderosa, le conmocionó, le hirió en un nivel tanto emocional como mental. Por un instante fueron uno, y hubo dolor, sólo dolor.

Spock sacudió la cabeza con violencia y se resistió a la presión de los dedos de Zar; éstos se fueron relajando. Dio un paso titubeante hacia atrás y se tambaleó frente al otro. Su rápida respiración era lo único que se oía en la sala.

El rostro del joven era ceniciento.

—Lo siento. No me di cuenta… sólo trataba de… —Hizo un gesto de impotencia.

El vulcaniano habló, con el recuerdo del dolor raspándole la garganta:

—Lo que acabas de intentar se considera un crimen odioso en Vulcano. Una fusión forzosa constituye una invasión imperdonable del espíritu.

Zar asintió, impasible, pero Spock pudo sentir sus remordimientos, oírlos en su voz:

—Ahora lo sé. He actuado por impulso… me he equivocado. Lo siento.

El dolor desaparecía, dejando sólo una sombra física: un dolor de cabeza. Spock sentía la presión tras los ojos, la palpitación, y su voz sonó más dura de lo que pretendía:

—Procura no olvidarlo. Si no, no podré seguir adiestrándote.

Los ojos grises se entrecerraron.

—Supongo que se puede llamar adiestramiento, como si fuera un animal. Pero creo que es más parecido a la programación de una computadora. —Su expresión cambió y trató de tender la mano—. No puedo tocarle. ¿Por qué?

Una ira nacida del dolor se apoderó de él, y el vulcaniano recordó todas las veces que le habían hecho esa misma pregunta; palabras distintas pero el mismo significado. «¿Por qué?» les preguntó a todos, a Leila, a Amanda, a McCoy y ahora a este casi reflejo suyo de ojos grises… «¿por qué me pedís aquello que no puedo dar? Soy lo que soy…»

Aun así, algo en su interior deseaba contestar a la pregunta angustiosa, pero su reserva arraigada desde hacía años resistió. Rápidamente, antes de que ese algo consiguiera dar respuesta, giró sobre sus talones y salió de la habitación.

Aquella misma noche, tras un duro ejercicio en técnicas de autodefensa con Kirk, Zar, indeciso, preguntó al capitán si podría hablar con él; en privado.

Se sintió inmediatamente a gusto en las habitaciones de Kirk, aunque era la primera vez que las visitaba. Por alguna razón, nunca se había sentido cómodo en la cabina de Spock. Era un reflejo de lo que sentía por los dos hombres, pensó Zar mientras estudiaba los cuadros con admiración.

Kirk le señaló una silla.

—Siéntate. ¿Te apetece un poco de brandy sauriano? Zar miró con recelo la botella que trajo el capitán.

—¿Es etanol?

—Sí, sin duda lo es.

—Entonces no, gracias. Mis compañeros de cuarto me dieron un poco una vez, y me hizo vomitar.

El capitán alzó una ceja, divertido, y apartó el licor.

—Desde luego, se sabe que puede producir este efecto. —Se puso serio—. ¿Para qué querías verme?

Zar no contestó. Se mostraba inexpresivo y sólo la rigidez de su mandíbula le delataba. Kirk tuvo una incómoda sensación de déjá vu. El capitán se apoyó en el respaldo de su silla y esperó, con una demostración externa de paciencia. Finalmente, el joven alzó la vista.

—Usted y el señor Spock llevan algunos años juntos.

—Sí, así es.

—Usted le conoce mejor que nadie. Él confía en usted y usted confía en él. Si el hecho de hablar conmigo le hace sentir que traiciona su confianza, prefiero que me lo diga.

—Me parece bien. Continúa.

Zar se enderezó con un gesto abrupto y frotó su puño cerrado en la palma de la otra mano. Su voz era dura, exigente:

—¿Por qué no le gusto a mi padre?

Kirk suspiró; esperaba algo así. Zar prosiguió con un torrente de palabras:

—He estudiado… McCoy dice que aprendo más rápido que nadie. He hecho lo que he podido para aprender a ser vulcaniano. He seguido las restricciones alimenticias. Carne no. Mi madre me dijo que era amable y cariñoso. Dulce. Cuando era pequeño solía soñar con él, cómo venía de las estrellas, y solía imaginarme que vendría y me llevaría con él algún día. Ella decía que si mi padre pudiera verme estaría orgulloso de mí…

El capitán suspiró de nuevo y se apoyó en el respaldo, sus ojos serios.

—Te voy a decir la verdad porque creo que tienes derecho a saberla —dijo lentamente—. Cuando Spock viajó al pasado con el atavachron, algo extraño le sucedió. Cambió… no sé si el cambio se debió al aparato. Puesto que no se produjo cuando viajamos con el Guardián, es probable que así fuera. Mientras estaba con… tu madre, Spock se comportó como los vulcanianos de aquel período histórico; el de hace 5000 años. Sufrió una… regresión… se convirtió en un ser emocional. Un ser con emociones fuertes. Hizo cosas que nunca antes había hecho, incluso comió carne.

—Y fue mientras era así cuando… tomó a mi madre. —Era una afirmación. Zar respiró profundamente y movió la cabeza—. Entonces no fue amor lo que sentía por ella, fue sólo… —tragó saliva, volvió a tragar, y su voz sonó espesa.

Pobre Zarabeth. Toda su vida recordaba un sueño, algo que nunca fue real. Jamás se dio cuenta de que había sido… utilizada…

Kirk apoyó una mano en el hombro del joven y le sacudió suavemente.

—No podemos saber si fue así. La única persona que lo sabe es Spock, y dudo que hable de ello nunca. Puede que tu madre hubiera encontrado algo en él que los dos hicieron realidad. Esto realmente no debe preocuparte. Te he dicho lo que sé para que comprendas que Zarabeth te dijo la verdad; su verdad. Lo que fue real para ella no tiene necesariamente que ser válido para ti, ahora.

Los ojos grises sólo mostraban amargura.

—Era verdad lo que dijo, que sólo vino a buscarme porque era su deber. No me quiere; nunca me ha querido. He sido un estúpido al no darme cuenta.

—Puso su vida en peligro; es más, permitió que McCoy y yo pusiéramos nuestras vidas en peligro para encontrarte.

—Pero no porque lo deseara. Ahora veo claras muchas cosas que antes no comprendía. Yo le pongo en un aprieto. Soy un… bárbaro que se le parece. Cada vez que me ve recuerda un incidente que preferiría olvidar. No es de extrañar que no quiera hablar conmigo de su familia en Vulcano. Las costumbres vulcanianas son antiguas y estrictas. A los hijos como yo se les llama krenath. Quiere decir «los vergonzosos». También vosotros, los humanos, tenéis una palabra: bastardos.

Mientras Kirk se devanaba los sesos para encontrar una respuesta, cualquier respuesta, Zar asintió gravemente con la cabeza y se marchó.