19

Al sonido de la voz de Spock la pelea se intensificó hasta que los espectadores casi quedaron ciegos por el asfixiante polvo. El médico oyó su propia voz, tensa de ansiedad:

—¡Spock, su pistola! ¡Inmovilice a Tal!

De la refriega en el suelo se alzó una mano —la mano de Tal, como pudieron saber por la insignia romulana—, buscó a tientas y se cerró sobre el arma caída a un lado. Zar vio el cañón que apuntaba a su cabeza y empujó violentamente el cuerpo del romulano. Spock vaciló, en su esfuerzo por conseguir un disparo certero.

McCoy se tiró sobre el arma del vulcaniano.

—¡Por Dios, inmovilíceles a los dos! ¡Va a matar a Zar!

Con el rabillo del ojo vio la rodilla del joven en movimiento, oyó el gruñido de Tal, asió su pistola y McCoy se dispuso a disparar.

Spock le empujó la mano, apartándole de su objetivo, a la vez que se veía el destello de un cuchillo en la mano de Zar. Su impacto en la nuca de Tal produjo un golpe sordo, y el romulano cayó.

Zar le dejó tendido en el polvo y se puso de rodillas con la ayuda de una roca que le sirvió de apoyo. La respiración del joven era un sollozo desgarrado… el único sonido en la quietud.

McCoy se acercó al romulano y le dio la vuelta, sorprendido de ver que sus manos no se habían manchado. Kirk se puso a su lado y ambos levantaron la vista al oír las palabras que Zar dirigió a Spock, formales, casi rituales.

—Como yo eché mi sombra en vuestra vida, ahora vuestra sombra cubre la mía. —Zar se enderezó, sus labios una línea contrita—. Le he pegado con el mango… no con el filo.

Tal boqueó, gimió, y McCoy sacó apresuradamente una carga hipodérmica y la aplicó en el hombro del comandante. El romulano volvió a desplomarse.

—Esto ya debería sostenerle, Bones —dijo Kirk—. Vendrá con nosotros cuando volvamos a la Enterprise.

—¿Cómo le has encontrado, Zar? —preguntó el médico una vez de pie—. ¿Y cómo conseguiste el uniforme?

—Volví aquí para asegurarme de que nadie se metería con el Guardián —contestó Zar—. Entonces le vi cavar en torno de la unidad que instalamos. Con el uniforme que llevaba, pude acercarme lo suficiente para atacarle. Tomé el uniforme «prestado» de uno de los centinelas antes de sobrecargar mi pistola.

—Y pensar que no queríamos que vinieras con nosotros porque Spock temía que te hicieran daño. —Kirk se deslizó con cuidado sobre una columna caída y movió la cabeza—. Dime ¿has pensado alguna vez en enrolarte en la Flota Estelar? Alguien con tus habilidades nos sería útil.

Zar quiso decir algo, pero se mordió el labio. Su expresión cambió ante sus ojos, se tornó sombría, remota.

—Me temo que no, capitán. —Se dirigió a McCoy—. ¿Ha traído la bolsa que le dije de mi cabina?

McCoy apuntó con el dedo.

—Está allí. ¿Qué demonios hay dentro?

—Ropa —dijo Zar secamente, y se agachó para coger la bolsa. Luego desapareció tras una gran roca.

El médico parecía confuso. Miró al Portal del tiempo, inactivo, sin señales de vida.

—Demasiado jaleo por un dónut de piedra ¿no te parece, Jim?

Kirk asintió con un eco de antiguas tristezas en su voz.

—Aun así, valía la pena, Bones. Siempre vale la pena.

Fue Spock quien vio a Zar que volvía, mudado; su brusca inhalación hizo que los oficiales volvieran la cabeza.

La túnica de cuero le venía ya estrecha y los toscos pantalones se ceñían en torno a sus piernas musculosas, por encima de sus borceguíes de piel. Sólo la capa de pieles gris que barría el suelo le venía tan ancha como hacía siete semanas. Zar se agachó, recogió la bolsa de cuero que contenía las pocas posesiones de su pasado y se la puso en la espalda, atándola con tiras de cuero. Luego se volvió hacia ellos, la cabeza alta y su expresión calma aunque precavida.

Spock fue el primero en recuperar la voz, que sonó incongruentemente normal.

—¿Quieres volver?

—Sí. —Su expresión remota se disipó cuando su mirada se cruzó con la de Spock. Su padre se levantó y se le acercó—. Debo volver. Todos hemos arriesgado nuestras vidas para asegurar que no habría cambios en el curso de la historia, y tengo razones para creer que los habrá si no regreso. Mi presencia allí es necesaria… —Sus labios se suavizaron en casi una sonrisa torcida—. Necesaria como nunca lo será aquí… a pesar del amable comentario del capitán. McCoy tenía razón. Nosotros dos juntos somos demasiados. No quiero pasarme la vida tratando de mantenerme fuera de tu sombra… Y es lo que haría. De modo que me voy. ¿Qué lugar mejor para vivir que un planeta donde mis habilidades, lo que puedo ofrecer… enseñar… son desesperadamente necesarias? —Su voz se endulzó—. Al fin y al cabo, es mi hogar.

—¿Qué te hace pensar que cambiarías la historia si no te fueras? Vivir solo en aquella desolación ártica… —Spock casi protestaba.

—No estaré solo. En vez de ir al hemisferio norte de Sarpeidón iré al sur… al valle de Lakreo.

Zar discernió una llama de reconocimiento nacer en los ojos de Spock al mencionar su destino.

—¿El valle de Lakreo hace 5000 años? —Kirk frunció el entrecejo—. Pero… ¿qué significa esto?

—Pregúntelo al señor Sp… —Zar vaciló y enderezó aún más los hombros—. Pregúntelo a mi padre. Sé que recuerda.

—El valle de Lakreo… el equivalente del valle del Tigris y el Éufrates en la Tierra… o del Khal at R’sev en Vulcano.

Un despertar cultural importantísimo. En un lapso comparativamente corto, las tribus cazadoras y recolectoras desarrollaron muchas de las características básicas de la civilización. Una lengua hablada y escrita… el concepto del cero… la agricultura…

La seca enumeración del vulcaniano cesó, y Zar retomó la lista con ojos que brillaban.

—La domesticación de animales… la fundición de los metales… la arquitectura. Y es más. Todo en un espacio de tiempo muy breve. Un acontecimiento sin precedentes en la historia de los pueblos. Un crecimiento tan veloz indica que, obviamente, tuvieron ayuda. Tengo pruebas suficientes para pensar que esa ayuda fui yo.

—Pero Beta Niobe…

Empezó McCoy, pero calló. Zar asintió gravemente.

—Oh, sabemos que estallará. Pero mi pueblo vivirá 5000 años de civilización que, de otro modo, podría no tener. Cinco mil años es un período respetable para cualquiera, especialmente si pensamos en el hecho de que la cultura no se extinguió. Están ahí, todas las cosas importantes, en la memoria de la computadora donde los dos las pudimos ver. —Respiró profundamente—. Sé que esto es lo que debo hacer. Sin mí no habrá despertar cultural. O quizás habría uno distinto, y eso cambiaría la historia.

Parte de la tensión que reinaba en el ambiente se relajó de repente cuando Zar sonrió abiertamente.

—Pronunciada en voz alta, esta noción suena increíblemente arrogante.

McCoy se aclaró bruscamente la garganta.

—Yo no me preocuparía. Se te ocurrió con toda honestidad.

Al decir eso, por un momento le pareció discernir un esbozo de aquella misma sonrisa en la boca endurecida de Spock, pero no estuvo seguro hasta que el vulcaniano asintió.

—Me di cuenta por primera vez el otro día, justo antes de la muerte del equipo de aterrizaje. Estaba estudiando las cintas de Spock junto con algunas más que encontré en la biblioteca. Las cosas empezaron a tener sentido. —Se encogió de hombros a su vieja manera tímida—. ¿Nunca se ha preguntado nadie por qué mi madre hablaba inglés?

Zar comenzó a girar hacia el Portal del tiempo. Le detuvo la voz de Spock.

—Espera. —El vulcaniano se aclaró la garganta y sus palabras fueron dulces aunque perfectamente nítidas—. He estado… haciendo planes. Pensando. Es decir, antes de decirnos que te ibas. Me gustaría que me acompañaras a Vulcano para conocer… la Familia. ¿Estás seguro de que debes irte?

Zar asintió sin hablar. Spock inhaló profundamente.

—Entonces debes hacer lo que has decidido que es lo correcto. Pero primero…

Se acercó al joven con la mano extendida, los dedos dirigidos a su cabeza. El cuerpo de Zar se tensó, pero en seguida se relajó visiblemente cuando las finas puntas de los dedos del otro hombre ejercieron una suave presión entre las cejas sesgadas, tan parecidas a las del vulcaniano. Así se quedaron los dos, con los ojos cerrados, durante largo rato.

Kirk no había presenciado nunca la fusión mental de dos telépatas y no sabía que no era necesaria la unión de los tensos puntos de contacto de los dedos extendidos. Aquel contacto era sereno, plácido, casi dichoso. Finalmente, Spock dejó caer su mano, y el cansancio pareció cubrirle como un manto.

Zar abrió los ojos y respiró profundamente, parpadeando.

—La fusión… —Estaba claramente conmocionado—. La verdad… es un gran don…

—Nadie tiene mayor derecho a saber. La voz de Spock era más profunda que de costumbre, y la expresión de sus ojos reflejaba la calidez de los de Zar.

Al cabo de un momento el joven se volvió para dar la mano a Kirk.

—Capitán, sería mejor si pensaran que he muerto… en la explosión o en la pelea con Tal. Nadie debe saber que he usado el Portal del tiempo. —Volvió la vista al gigantesco óvalo de piedra—. Tengo la sensación de que nunca más se permitirá que nadie lo use. Esta vez hemos estado demasiado cerca del desastre.

—Parece que el almirante Komack piensa de la misma manera, así que es probable que tengas razón, Zar. Te das cuenta de que esto significa que no podrás cambiar de opinión. Además, no hay portal en el otro lado. ¿Estás seguro de querer hacerlo?

—Estoy seguro, capitán. Es lo adecuado para mí.

—Entonces, te deseo suerte. ¿Cómo sabrá el Guardián dónde dejarte?

—Lo sabrá. —Zar parecía tan convencido que Kirk no quiso discutir. Se dieron otra vez la mano y el joven frunció el ceño—. Me preocupa una cosa, capitán. ¿Tendrá problemas por haber infringido la Orden General Nueve?

Kirk rió débilmente pero tuvo que parar porque sus costillas protestaban.

—Según el diario de a bordo, tú te ofreciste voluntario y eres una persona adulta. Bajo estas circunstancias, supongo que tendrán que pasarlo por alto. A fin de cuentas, tú salvaste la situación.

Zar alzó una ceja.

—Tuve ayuda, capitán… —La risa se apagó en su mirada cuando se inclinó y susurró—: Por favor, cuide de él.

Kirk asintió.

McCoy le dio la mano con voz ronca.

—Cuídate, hijo. Recuerda, nunca robes con unas buenas cartas de mano.

—Lo recordaré. Aunque tendré que enseñarles póker a mis gentes antes de poder poner en práctica todo lo que me ha enseñado. ¡Pero piense en mi ventaja! —Los ojos grises desmentían la ligereza de las palabras—. Le echaré de menos. Sabe, indirectamente usted es responsable de mi decisión.

—¿Yo?

—Sí. Fue usted quien me dijo que debía crecer. Y cuando vi aquellas páginas de historia supe que no sería fácil. Pero lo intento.

—Lo haces muy bien. —McCoy suspiró y trató de sonreír.

Zar se acercó al Guardián, se agachó y desconectó el último cable de la unidad de fuerza. Enderezándose, miró a Spock y dijo una frase en vulcaniano. El otro dio una breve respuesta en la misma lengua. Zar le dio la espalda, apoyó una mano sobre la roca azul grisácea y quedó callado, con la cabeza baja.

Esta vez el Portal del tiempo no habló. En vez de los vapores y las representaciones arremolinadas de costumbre, una imagen apareció con toda nitidez en su centro y se mantuvo fija. Pudieron ver montañas en la lejanía y ríos azules que atravesaban praderas de hierba musgosa. Un Beta Niobe apacible brillaba en lo alto y supieron que era verano.

Zar volvió la cabeza y se dirigió a Spock por última vez.

—Le dejo mis pinturas, las pasadas y las futuras, como símbolo.

Luego saltó a través del portal, ágil como un gato.

Le vieron aterrizar, quitarse la capa y sacudir la cabeza en el calor; vieron sus ventanas nasales que se abrieron para inhalar el aire. Kirk se preguntó si el joven les podía ver. Pensó que probablemente no… Entonces se produjo un movimiento a su lado. Spock, la mirada fija, avanzaba hacia el Guardián. Un paso, dos, tres…

Con un gesto brusco que fue como una puñalada en sus costillas, Kirk le agarró por el brazo y susurró con desesperación:

—Spock. Él no le necesita. —No sabía si el vulcaniano percibiría el resto de la frase, nunca pronunciado—. Y yo… nosotros… sí.

El tiempo pareció suspenderse. El vulcaniano se detuvo, absorto, y la imagen se borró para siempre.