5

Cuando Kirk se despertó por la mañana, Spock se había ido. Se puso el traje térmico apresuradamente y dejó que el médico siguiera durmiendo tranquilo. Abrió la tienda y vio a su primer oficial que escrutaba el paisaje a unos metros de distancia; se le acercó.

La tormenta había cesado y la atmósfera estaba fría y limpia. Beta Niobe se alzaba en el horizonte, hinchada y ensangrentada en un cielo color espliego pálido, y teñía de púrpura oscuro la superficie inferior de las últimas nubes tormentosas. Habían acampado en una cavidad resguardada, a los pies de un escarpado acantilado que se alzaba a su derecha hasta tapar la vista del cielo. Ante ellos se extendía un amplio valle en forma de herradura, flanqueado por multitud de peñascos. El suelo estaba cubierto de una capa musgosa de color aguamarina pálido y salpicado de manchas de nieve. El valle contenía numerosos lagos, pequeños y estrechos, cuya superficie de zafiro se erizaba bajo el viento. Allá a lo lejos, en el límite de su vista, Kirk discernía una manada de animales. Se había dado cuenta de la presencia de McCoy y se giró al sonido de la exclamación de sorpresa del doctor.

Detrás suyo y ligeramente a la izquierda, quedaba suspendida la amenaza de una helada avalancha. Podría estar a unos doscientos cincuenta metros de donde se encontraba Kirk; una pared de hielo turquesa tachonada de rocas. El glaciar medía al menos trescientos metros de altura y Kirk estiró el cuello para ver la cima.

—Maldita sea —comentó McCoy fuera de tono— ¿había visto algo así antes, Jim?

—Solía esquiar sobre una cosa de éstas, en Colorado, aunque nunca había visto uno tan grande en las Rocosas. Me pregunto cuál será su tamaño; ¿hasta dónde llega?

Spock levantó la vista de su tricorder.

—El glaciar sólo es parte de una capa de hielo más extensa que se prolonga hacia el norte, más allá del alcance de mi tricorder.

—Supongo que el viento baja rodando por la capa de hielo. ¿Cuál es la temperatura?

Kirk se quitó el guante y probó el aire.

—La temperatura actual es de -10° centígrados, pero el viento gélido hace que parezca más fría. Es probable que, al mediodía, la temperatura supere los cero grados —respondió Spock.

—En realidad no hace tanto frío como hubiese pensado para una glaciación —comentó McCoy—. No está tan mal como la última vez que estuvimos aquí, ni muchísimo menos.

—Tenemos suerte de haber llegado esta vez a finales de primavera en vez de en invierno, doctor —dijo Spock.

—¿Esto es primavera? —McCoy se sorprendió.

—Creo que Dante escribió sobre este lugar —musitó Kirk—. Saber que ese condenado sol va a estallar me da escalofríos. ¿Ven las típicas características de la corona? Parece como si pudiera explotar en cualquier momento.

—Sabemos que Beta Niobe no se hará nova hasta dentro de 5000 años, capitán. Es ilógico especular con lo imposible. Sugiero que iniciemos la búsqueda y que nos mantengamos en contacto por medio de los comunicadores.

Spock volvió a explorar el área con su tricorder, se le veía impaciente.

—¿Alguna lectura de vida, Spock? —quiso saber McCoy.

—Varias, doctor, pero creo que pertenecen a ciertos animales superiores. Mi recepción, sin embargo, se ve limitada por las cordilleras.

—Debemos estar muy por encima del nivel del mar —dijo Kirk—. El aire es poco denso.

—Correcto, capitán. Nos encontramos aproximadamente a dos mil metros sobre el nivel del mar y esta atmósfera está más enrarecida de lo que sería normal en la Tierra. La gravedad corresponde a 1,43 veces la terrestre. Usted y el doctor McCoy deberían tener cuidado hasta aclimatarse.

—¿Tiene tri-ox en el botiquín, Bones? —preguntó Kirk.

McCoy sonrió.

—¿Quiere decir que no le importaría si le pusiera otra de esas inyecciones?

Spock se agitó con impaciencia.

—Sugiero que nos pongamos en marcha. Recuerden que no deben quitarse los protectores faciales.

—¿Por qué? No hace tanto frío, excepto por el viento —dijo Kirk.

El vulcaniano hizo un gesto con el tricorder.

—Mis datos indican que este área, con una ecología típica de tundra, bulle con insectos similares a los mosquitos terrestres. Mantengámonos en los bordes del valle; recuerden que la cueva estaba situada a lo largo de una especie de cordillera. Podría encontrarse en uno de esos acantilados. También hay que buscar depósitos minerales que pudieran indicar la presencia de fuentes termales. Una de ellas calentaba la cueva.

—Spock ¿no recuerda nada de la última vez que estuvo aquí? ¿Marcas en el suelo, quizás? Podríamos pasar semanas tratando de descubrir si el Guardián nos transportó al lugar y el tiempo adecuados.

Kirk escudriñó el duro paraje con desconcierto.

—Capitán, estábamos en medio de una ventisca, sin trajes protectores ni máscaras faciales. El doctor McCoy se moría de frío y yo trataba de llevarle en brazos. Era imposible memorizar marcas en el suelo.

Spock estaba bastante exasperado.

—Supongo que es pedir demasiado. Sólo podemos esperar que el Guardián no haya cometido ningún error. Bones, usted vaya por la izquierda, Spock, usted puede ir por la derecha y yo seguiré por el medio. No nos perdamos de vista, si es posible. Vámonos.

Cuando Beta Niobe salpicó los parches de nieve de carmesí, los tres hombres volvieron a encontrarse en el punto de partida. Kirk y McCoy, demasiado cansados para hablar, tragaron sus raciones apresuradamente y se metieron en sus sacos de dormir antes de que salieran las estrellas. Spock, más acostumbrado a la mayor gravedad, se sentó solo fuera de la tienda hasta que el frío le obligó a entrar. Ninguno de ellos había visto nada que siquiera sugiriera la presencia de vida inteligente; sólo la desolada monotonía de la tundra.

Pasaron dos días que repitieron las pautas del primero. Exploración del valle y de la cara del glaciar, reencuentro en el punto preestablecido para cenar y, luego, dormir agotados. Spock era el único a quien no afectaban ni la altitud ni los rigores físicos de la búsqueda. Otra cosa era la tensión mental. El primer oficial parecía abatido y ojeroso, y McCoy sospechaba que no dormía bien, suposición que se confirmó en su tercera noche en Sarpeidón.

El doctor se despertó aturdido con el eco de un lejano combate y oyó al vulcaniano dictar en voz baja a su tricorder.

—… las muestras de suelo indican que la capa glaciar es extensa, y el suelo de la tundra presenta la típica configuración hexagonal de «tierra marcada». Geológicamente…

McCoy se incorporó en un codo.

—Spock ¿qué demonios está haciendo? ¿Qué hora es?

—Son las cero una treinta y cinco punto cero dos hora local, doctor McCoy.

—¿Por qué no duerme?

—Como sabe, los vulcanianos podemos pasar largos períodos de tiempo sin dormir. Estoy tomando apuntes a partir de los registros de mi tricorder para un artículo de investigación que se llamará «Condiciones geológicas y ecológicas…».

—Spock ¿qué demonios está haciendo? —interrumpió Kirk.

—Lamento haberle molestado, capitán. Estaba dictando notas para un artículo de investigación.

—¿No puede dormir? —Kirk parecía preocupado—. Bones le podría dar algo.

En la oscuridad, McCoy tendió la mano hacia su botiquín pero le detuvo la voz de Spock.

—No es necesario, doctor. Yo mismo puedo inducir el sueño si es preciso. No me hacen falta sus pócimas.

La voz del oficial médico sonó malhumorada.

—Bien; indúzcaselo entonces y descansemos todos de una vez. —Encendió la luz y escrutó críticamente al primer oficial—. Mírese. «Los vulcanianos no necesitan dormir»; y una porra. Está a punto de desmoronarse. —Su expresión se tornó consternada—. No ayuda al niño quedándose despierto y preocupándose por él.

Desde que habían abandonado la Enterprise, nadie había hecho referencia alguna al objeto de su búsqueda y era obvio que la brusquedad del médico resultaba dolorosa para Spock.

—A usted le es fácil llegar a esta conclusión, doctor, ya que la razón de esta misión no es responsabilidad suya sino mía. Las recriminaciones no son lógicas pero son…

—Innecesarias —interpuso Kirk—. Su situación apenas es singular, señor Spock. Al fin y al cabo, esto mismo les viene sucediendo a hombres y mujeres desde que empezamos a visitar otros planetas. Hasta yo…

El capitán calló y sus dos oficiales intercambiaron una mirada de soslayo.

—¿Qué significa esto? —exigió saber.

—Nada, Jim —dijo McCoy con tono de deliberada inocencia—. Nada en absoluto. Creo que deberíamos descansar un poco más.

Fue a la tarde siguiente cuando McCoy descubrió la fuente termal. Lanzó un grito por su comunicador que hizo a los otros dos acudir corriendo. Le encontraron acuclillado ante una depresión en las rocas. De ella salía vapor y la roca en sí estaba incrustada con depósitos minerales de vivos rojos, azules, verdes y amarillos. Spock volvió a registrar el área pero no encontró señales de vida a su alcance. Comenzaron a seguir el curso del río subterráneo por sus vericuetos a lo largo de la base de los acantilados.

Su agitación por haber localizado la fuente termal les mantuvo activos hasta el crepúsculo, cuando decidieron acampar, y fue gradualmente siendo sustituida por la depresión. Los tres sabían que si no localizaban señales concretas de vida a lo largo de los dos días siguientes, se verían obligados a regresar al Guardián y probar suerte de nuevo. Después de cenar, Kirk y McCoy jugaron a la solitaria un rato pero la partida languideció pronto. Al final, los tres se quedaron sentados escuchando al viento.

McCoy se estremeció.

—¿Ha conectado el distorsionador esta noche, Spock?

—Sí, doctor. Lo hago cada noche. ¿Por qué?

—Nada… Tengo la sensación de que algo nos está espiando. Este lugar le pone nervioso a cualquiera.

El doctor se calló bruscamente y luego barajó las cartas con un golpe que les hizo saltar a todos.

Kirk asintió.

—Sé lo que quiere decir, Bones. Yo siento lo mismo. Es nuestra imaginación exacerbada… el viento basta para crispar a cualquiera. Tiene suerte de que los vulcanianos sean inmunes a ello, Spock.

El primer oficial parecía pensativo.

—Puede que sea resultado de la fatiga, capitán, porque la misma impresión me embarga a mí: que algo nos está espiando. Empezó hace varias horas…

Kirk y McCoy asintieron su acuerdo, sorprendidos. Spock alzó una ceja.

—Ya que todos compartimos la misma impresión, y empezó al mismo tiempo, es posible que estemos verdaderamente bajo observación. Quizá se trate de un predador que nos acecha.

—Probablemente tenga razón, Spock —dijo el capitán—. Tenemos suerte de no habernos topado con vida animal hasta ahora. Mañana permaneceremos juntos. Asegúrense de que sus pistolas fásicas estén bien cargadas.

La mañana siguiente amaneció tan luminosa y etérea como las tres anteriores.

—De todas maneras, hemos sido afortunados con el tiempo —comentó Kirk mientras se abrían camino a lo largo del lecho rocoso del río, contrapartida helada de la corriente que fluía bullente bajo las rocas.

—Hemos sido afortunados en prácticamente todo menos en encontrar el objeto de nuestra búsqueda, Jim. —McCoy elevó una ceja sarcástica—. Yo cambiaría el buen tiempo y la falta de predadores por un avistamiento de…

Spock se detuvo tan inesperadamente que el médico chocó contra él.

—Mi tricorder recibe algo.

La voz del vulcaniano, normalmente tan impasible, delató su excitación.

McCoy entornó los ojos y escrutó la cordillera enfrente suyo. Con una exclamación inarticulada, apartó a Spock de su camino de un empujón y se dirigió sin vacilar hacia un punto de la pared rocosa. Recorriendo la superficie helada con las manos, giró la cabeza para hablar con los otros.

—¡Creo que es aquí donde vinimos a través del atavachron!

El vulcaniano le alcanzó con unos pocos pasos veloces.

—Correcto, doctor. Esto significa que la cueva es…

Spock se detuvo, consciente de un terror irracional. «No quería buscar la cueva». Sacudió la cabeza confundido, con la mente llena de… «miedo… odio… ira…». Aspiró aire trabajosamente, vaciló, llevó ambas manos a la cabeza, desentendido de sus compañeros; sólo sentía aquellas emociones hostiles. ¡Hostiles! Se generaban fuera de su propia mente… una invasión. Con las rodillas trémulas bajo el ataque, se controló y empezó a resistirse.

¡Fuerza! Era fuerte pero… «la mente vence… mi mente vence… ¡La mía!». El contacto se deshizo y se encontró libre, con las manos entre las de Kirk y McCoy. Su vista se aclaró lentamente y vio una oscura abertura a cierta distancia entre las rocas. La reconoció. Mientras miraba, una figura salió disparada de detrás de una piedra y corrió hacia la cueva.

De alguna manera había podido desasirse de Kirk y McCoy y él también echó a correr, más rápido que nunca. Pudo oír cómo los otros dos se lanzaban tras él. Spock casi había llegado a la abertura de la cueva cuando una piedra le dio en el hombro. Dio un traspiés, casi cayó; poco después, Kirk y McCoy estaban a su lado y los tres se quedaron mirando al ser agazapado contra la pared rocosa.

Era un humanoide pero tan envuelto en pieles que no se podía decir más de él. Spock dio un paso adelante y un gruñido resonó en el hueco de la capucha. El sonido no era humano.

«Es Zarabeth —pensó McCoy—. Demasiado alta para ser un chico. La soledad la ha enloquecido». Dio un paso por delante del vulcaniano y abrió la boca para decir algo reconfortante, cuando la figura andrajosa se movió con la velocidad de la desesperación, y una piedra de buen tamaño vino a darle entre las cejas. McCoy cayó sin aliento. Kirk saltó adelante, vio el destello de un cuchillo, avanzó el pie y pudo oír cómo el arma se estrellaba contra la pared. Unas manos le agarraron del cuello. El capitán se apartó hacia atrás, levantó una rodilla como una centella, sintió cómo su asaltante se retorcía para evitar el golpe, y los dedos férreos se relajaron. Hundió los pulgares en los puntos de presión de las muñecas y, cuando éstas se desprendieron, logró liberarse; el aire le arañaba la garganta. Dio un golpe a ciegas en un esfuerzo por alejarse completamente, sintió los dientes que se hundían en su muñeca y la criatura se desplomó inerme sobre su cuerpo.

Spock quitó la mano del punto de unión entre el cuello y el hombro y el capitán logró levantarse, frotándose el cuello.

—¿Bones está bien? —advirtió a McCoy que venía tambaleándose hacia ellos con el tricorder médico listo. Se apartaron mientras el médico recorría el montón de pieles con su escáner; les miró.

—Humanoide… vulcaniano… y algo más. Ayudadme a darle la vuelta.

La capucha cayó hacia atrás y reveló un rostro barbudo con largo cabello negro atado en la nuca. Era el rostro de la pintura rupestre aunque algo mayor, el de un hombre de unos veinticinco años. McCoy se incorporó en sus talones y se quedó mirándolo.

—Parece que ha habido un ligero error de cálculo… Pero mejor tarde que nunca, supongo. —Miró a Spock y luego a su paciente inconsciente—. Las características raciales son inconfundibles ¿no les parece?