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Kirk estaba sentado en la sección de la cubierta de recreo que había sido temporalmente transformada en teatro; miraba la representación del H.M.S. Pinafore, pero su atención no estaba puesta en el escenario. Esta noche su nave había atracado en la Base Estelar 11, y Spock llevaba retraso. Al día siguiente por la mañana, a las 0900 horas, un destacamento técnico de la Flota Estelar invadiría la nave para realizar dos semanas de inspección y reparaciones. Si Spock y él no se ponían en marcha en un máximo de veinticuatro horas, no recorrerían ni la mitad del camino hasta el Guardián y estarían de vuelta a la nave dentro del tiempo disponible, de modo que la fecha programada para presentarse a servicio encontraría a la Enterprise sin su primer oficial y sin su capitán.
Claro que cabía la posibilidad de que se encontrara sin ellos aunque partieran en este mismo instante. Durante la ausencia de Spock, Kirk había estudiado las pinturas rupestres y todos los datos disponibles sobre la edad de hielo de Sarpeidón. Parecía probable que, si la climatología no acertaba en liquidarles, los animales salvajes estarían encantados de suplirla. Las posibilidades de sobrevivir en aquel entorno eran escasas para cualquiera, tanto más si se trataba de un niño.
Kirk se había planteado tratar de disuadir a Spock de emprender esa alocada aventura, pero abandonó la idea en cuanto recordó la expresión en los ojos del vulcaniano. Y no podía dejarle ir solo.
Los espectadores se habían puesto de pie en torno suyo y aplaudían con entusiasmo. El capitán se apresuró a imitarles y pudo ver a Scotty lanzarse tras el telón y sacar a rastras a la tímida Uhura, para que hiciera una reverencia ante el público. La tripulación ovacionó cuando el ingeniero jefe dio un beso sonoro a la oficial jefe de Comunicaciones. En medio de la tripulación que vitoreaba, Kirk vio la persona a la que había estado esperando entrar en la cubierta de recreo a través de una de las puertas laterales y buscar entre los rostros.
Cuando Kirk se reunió con él, Spock estaba apoyado contra un mamparo como si fuera incapaz de mantener el cuerpo erguido sin su soporte. El flequillo de cabello oscuro, normalmente impecable, estaba despeinado y la cara bajo él se veía más agotada que la última vez que Kirk había visto al vulcaniano.
—¡Tiene un aspecto terrible! Qué diablos ha estado… —empezó Kirk pero se detuvo—. Tenemos que darnos prisa, si no perderemos la nave de suministros. Tengo el equipaje en mis habitaciones. ¿Está preparado?
Los dos oficiales se cambiaron en la habitación de Kirk; se pusieron resistentes trajes de expedición y metieron sus equipos de campaña y nieve en mochilas.
—La semana pasada hice una incursión en la enfermería mientras McCoy estaba fuera y reuní material para un botiquín —dijo Kirk—. ¿Cree que necesitaremos armas fásicas? La mía no funcionó la última vez que estuvimos en Sarpeidón.
—Investigué este punto y descubrí que el atavachron, su portal del tiempo, estaba programado para anular automáticamente la efectividad de cualquier arma que lo atravesara. Medida de precaución para impedir que un habitante del futuro llegue a gobernar en la sociedad del pasado. Esta vez, nuestras armas fásicas funcionarán.
—Bien. No quisiera depender de las piedras y los puños para defenderme de algunas de las formas de vida sobre las que he leído. ¿Listo?
—Listo, capitán.
Los dos oficiales se dirigieron al turboascensor con el equipaje a cuestas. Kirk echó una mirada al vulcaniano.
—¿Por qué el retraso? Empezaba a pensar que no lograría volver.
—Tuve que hacer el viaje de vuelta a bordo de un carguero robot. No había naves más veloces disponibles.
Kirk le miró con comprensión.
—No es de extrañar que tenga mal aspecto. Yo también lo hice una vez, cuando estaba en la Academia. Iba a visitar a… una amiga. Cuando llegué no quiso saber nada de mí. No la culpo. Bueno, al menos nuestro transporte al Guardián no será tan malo. Viajaremos en la nave de suministros. Podrá lavarse cuando estemos a bordo. Hasta entonces, haré como que no le conozco.
Llegaron al turboascensor.
—Transportador —dijo el capitán, y las puertas se cerraron.
En seguida volvieron a abrirse con un susurro. Una luz roja empezó a parpadear en el panel de instrumentos del ascensor.
—¿Quién diablos ha apretado la anulación?
Kirk apretó varios botones. Las puertas empezaron a cerrarse, vacilantes. Unos ruidos de pasos apresurados resonaron por el pasillo y una bota se interpuso entre los paneles, que volvieron a abrirse. McCoy se lanzó en el ascensor, vestido en traje de campaña y cargado con una mochila.
—¡Uf —se desplomó contra la pared mientras el turboascensor se ponía en marcha— creí que iban a escapar!
El capitán se le quedó mirando; luego comprendió el significado de la ropa del médico y de su mochila, y su mirada se endureció.
—No, usted no, Bones —empezó. Spock decía:
—Doctor McCoy, su presencia es altamente…
—¡A callar, los dos! —ordenó McCoy.
Las cejas de Spock siguieron alzándose mientras el oficial médico gruñía:
—Ahórrense los argumentos. ¿No creían de verdad que les iba a dejar embarcarse en una loca aventura sin mí, eh? —Movió la cabeza—. Al fin y al cabo, tengo más experiencia en congelaciones que cualquiera de ustedes. Y el bello y dulce Sarpeidón es el lugar idóneo para mis vacaciones.
Hizo una mueca y se puso serio.
—Además ¿qué pasaría si alguno de ustedes resultara herido? ¿O si necesitaran ayuda médica para el niño?
Kirk se sobresaltó.
—¿Cómo sabe eso?
McCoy señaló a Spock con la cabeza.
—Estaba con él ¿recuerda? Y vi las pinturas. No hay que ser vulcaniano para saber que uno más uno hacen tres. No me menosprecie tanto, Jim.
—¡Bones! —La voz de Kirk sonó amenazadora—. Salga de este ascensor y vuelva a la enfermería. Es una orden.
—Se olvida, capitán, que estoy de permiso, lo mismo que ustedes. No me puede indicar dónde pasarlo. Además, tengo un as en la manga. He estado las dos últimas semanas revisando los datos médicos de la Biblioteca de Sarpeidón y he pensado en una manera de invertir el condicionamiento de Zarabeth. Si les interesa la fórmula, yo voy con ella.
Kirk frunció el entrecejo.
—Es un chantaje, doctor.
—Es un medio de persuasión común a bordo de esta nave, capitán —comentó Spock. Kirk le echó una rápida mirada, pero el vulcaniano miraba recto enfrente, carente de toda expresión.
—¿Qué lleva en su mochila? —preguntó el capitán tras una pausa.
McCoy sonrió triunfalmente.
—Lo mismo que ustedes. Pedí a la computadora una lista de todos los suministros que solicitaron la semana pasada.
—Lógico —murmuró Spock. El ascensor se detuvo.
Kirk chasqueó los dedos.
—Bones, no podría acompañarnos aunque nosotros quisiéramos. T’Pau tan sólo ha solicitado permiso para dos ¿no es así?
Miró al vulcaniano esperanzado.
—Especifiqué permiso para tres, capitán, teniendo en cuenta la predecible inclinación del doctor McCoy a precipitarse a donde los ángeles temen ir. Me pareció razonable que intentara algo por el estilo. Suele haber algunas pautas lógicas en su comportamiento irracional.
Se encontraban sobre las placas del transportador, y se oía el silbido de demora, los veinte segundos de los que disponía McCoy para encontrar una respuesta convenientemente mordaz. Abrió la boca para pronunciarla, pero fueron bañados por los haces del transportador, que les disolvieron en tres trémulos pilares de resplandor.