VI

Balance de los primeros resultados y llegada a Tánger

¿QUÉ conclusiones se pueden extraer ya de esa primera parte de nuestra experiencia?

La bebida - Justo después de la partida, durante tres días yo y dos por lo que se refiere a Jack, bebimos agua de mar —del 25 al 28 de mayo—. Durante este tiempo, los orines emitidos fueron normales, no hubo sensación de sed, pero no hay que esperar la deshidratación para beber agua de mar. Conseguimos disminuir considerablemente la sed exponiendo al sol nuestro rostro cubierto por un trapo húmedo. Los dos días de mero nos proporcionaron luego, como estaba previsto, agua y alimento; el único inconveniente consiste en que una realimentación demasiado rápida presenta algún peligro. Siguieron seis días de agua de mar y rozamos, entonces, el límite de seguridad; luego dos días más: no se advirtió ningún inconveniente renal. Dicho de otro modo, de catorce días cuatro bebimos agua de pescado y diez, agua de mar. El hecho de haber podido interrumpir nuestro obligado régimen de agua de mar nos permitió, sin inconvenientes, doblar su duración.

El alimento - El hambre se manifiesta del modo siguiente: dolores del tipo de calambres con irradiación anterior en ambos hombros —el primer día y una parte del segundo.

El tercer día, los dolores cesan y dan paso a una somnolencia y una fatiga permanentes. Es importante, para disminuir las necesidades alimenticias, provocar una aminoración de la actividad del organismo y llevar una vida prácticamente vegetativa. Nuestra tensión arterial apenas varió pero, a este respecto, creo que la experiencia no duró lo bastante para ser concluyente.

Gran peligro de oftalmía y conjuntivitis, a causa de la importante refracción solar en la brillante superficie del mar.

Finalmente, comprobé que ninguno de los inconvenientes atribuidos a la absorción de agua de mar —diarrea, vómitos— había aparecido en mi compañero ni en mí mismo. Muy al contrario, sufrimos un tenaz estreñimiento, pero sin molestia, sin dolor, sin que blanquearan las mucosas y la lengua, sin fetidez de aliento, durante doce días. Cierto es que los gases seguían siendo abundantes. Nada de lipotimias30.

La piel estaba seca desde el tercer día, pero nunca presentamos petequias31.

No hubo edemas en los tobillos. A mí, durante dos días, se me hinchó mucho el rostro, es evidente en la película. Mala cicatrización y pronunciada tendencia a la supuración.

Sufrí el quinto día un absceso dental en el primer molar inferior derecho, que, a continuación, se redujo correctamente, dejando, sin embargo, un endurecimiento y un dolor incluso. Las mucosas sólo estuvieron secas al principio, especialmente las labiales.

No pretendo entrar aquí en detalles. Quisiera sin embargo hacer un resumen de mi material y hablar de mi compañero. El material no desmintió mis previsiones: pese a las más fuertes olas, aguantó en cualquier circunstancia. Sólo deben fortalecerse dos cosas: el mástil y la implantación de las derivas.

Por lo que a Jack se refiere, en el mar resultó el más perfecto de los compañeros. Al conseguir llevarnos de Mónaco a las costas españolas, llevó a cabo una hazaña que muchos avezados marinos creían imposible: los mejores expertos nos esperaban, en el mejor de los casos, en Córcega o en Sicilia. Además, demostró ser un compañero activo, valeroso y desinteresado. Siempre dispuesto a ocupar los lugares menos confortables; siempre ojo avizor en los momentos más duros. Nunca salió una queja de sus labios; nunca se mostró más pesimista de lo que la situación exigía. Demostró que era posible tomar la estrella en tan rudimentario esquife. En ningún momento perdió la confianza. Era el compañero ideal para semejante experiencia.

Jack Palmer me habría acompañado e, incluso, arrastrado hasta el fin si yo hubiera sabido prever, tan sólo, que una escala en exceso larga significaría para él desaliento y abandono. Me llevó a Tánger, a pie de obra para mi gran experiencia atlántica. Sin él, nunca lo habría conseguido.

¡Ceuta por fin! Era un día festivo. Nadie trabajaba y el capitán se negó a seguir adelante para soltarnos en la bahía de Tánger. Se negaba incluso a escuchar nuestros argumentos. Finalmente, cuando el radio intervino a nuestro favor, aceptó llevarnos ante Tánger si obteníamos la triple autorización de la policía, la aduana y el puerto. Eran las 10 h 30; en principio el barco partía a las 15 horas. Y, a nuestras espaldas, el capitán se desternillaba ya: «¡Por lo de la autorización, en día de fiesta y, además, en tres administraciones, estoy tranquilo!». A las 12 h 30, todo había terminado. Las autoridades españolas habían llevado a cabo las formalidades tras una simple petición, tanto la policía como la aduana; por lo que al comandante del puerto se refiere, había hecho constar en el diario de a bordo del Monte-Biscargui la orden de largarnos ante Tánger.

A las 9 lloras g.m.t, el Monte-Biscargui salió del puerto de Ceuta, y a las 21 h 30 el Hereje, tras haber sido hinchado en cubierta, fue depositado en el mar. El capitán, muy escéptico sobre la continuación de nuestra experiencia, reconoció pese a todo que, con semejante tiempo, nunca hubiera podido echar al agua una ballenera, pues con viento algo fuerte el estrecho se agita y hierve. El Monte-Biscargui nos saludó por última vez con la sirena. Y henos ya aquí, dirigiéndonos en la obscuridad hacia las luces de la ciudad internacional donde yo iba a encontrar amistades activas y eficaces, pero también temibles enemigos que nos separarían, a mi compañero y a mí.

A medianoche llegamos a Tánger. Atracamos en plena obscuridad en el Yacht-Club. ¡Ahora el Mediterráneo quedaba a nuestras espaldas! Tánger es una grande y hermosa ciudad. El prejuicio nacional ha perdido aquí cualquier significado. Cuando me dirigí al consulado, a la mañana siguiente, para recoger mi correspondencia, el señor Bergére, el vicecónsul, se puso a mi disposición para obtenerme un billete de avión hasta Francia, pagadero en París. Mejor aún, el señor Mougenot me adelantó dinero para pagar dicho billete. El consulado me había prestado lo bastante para comprar ropa correcta y alojarme en el hotel.

Error fatal para nuestro equipo, abandoné a Jack el lunes 28 de julio para dirigirme a París. En efecto, para lanzarnos al Atlántico se hacía indispensable cambiar el Hereje. No podíamos intentar, por primera vez, una experiencia de este tipo sin tener a nuestro favor todas las posibilidades. Ahora bien, nuestro bote neumático no sólo acababa de recorrer más de 1.000 millas por el Mediterráneo sino que, además, antes había servido ya durante tres años. Nuestro «mecenas» había hecho preparar uno nuevo. Se trataba de obtenerlo.

Gracias a la amabilidad de los directivos de Air France, aquel mismo día pude llegar a París.

Allí, el clima se había estropeado más desde mi última estancia. Ni un céntimo a la vista. Fui a ver a nuestro «mecenas» y le expuse los primeros resultados; insistí en las razones por las que debía continuar. Al finalizar nuestra entrevista, me abrió los brazos y me dijo: «Tanto si continúa conmigo como sin mí, estoy dispuesto a ayudarle.»

Dio la orden de que me entregaran la embarcación. La expedición proseguía. Nos citamos para cenar. ¿Qué ocurrió entretanto? Sigo ignorándolo; lo cierto es que, cambiando de nuevo de opinión, se negaba a concedernos el barco. Quiso impedirnos, a toda costa, proseguir. Conseguí, entonces, que decidiera ir a Tánger, persuadido de que Jack sabría convencerle. Antes de la marcha, las conversaciones que habíamos mantenido con algunos ingenieros hubieran debido demostrarle el interés de los resultados que yo había obtenido.

En realidad, me pareció mucho más interesado por los problemas que le preocupaban: saber si los náufragos podrían utilizar un pulverizador o un destilador de pilas para desalar el agua de mar, o si un motor movido por una cuerda que rodeara la embarcación podía funcionar. Y yo zarpaba para demostrar que era posible vivir en el mar... sin víveres ni patentes. Animados al principio, en apariencia, por el mismo ideal, ahora exponíamos intenciones que resultaban ser muy distintas. Entonces, tras haber obtenido directamente de fábrica un bote neumático nuevo, regresé a Tánger con el objeto de mis sueños. Mi «mecenas» me acompañaba. Aquel día mantuvimos una larga conversación con Jack. Convirtiéndose en abogado de la teoría oficial, nuestro «mecenas» quería convencerle de que una embarcación neumática sólo podía aguantar diez días en el mar. A fin de cuentas, aquello era algo que no podía decirnos a nosotros, y Jack se indignó. Pensé entonces que habíamos ganado y que nuestro promotor nos concedería la ayuda que necesitábamos. Me propuso comprar un receptor de radio, para que pudiéramos disponer, por lo menos, de una hora segura que nos permitiera tomar la estrella.

—Es muy caro —le dije.

—¿Cuánto?

—Aquí, en Tánger, de cincuenta a sesenta mil francos.

—¿Y en Francia?

—Casi el doble.

—Se lo regalo.

Nos dirigimos a la tienda, nuestro hombre paga, hace que establezcan la factura a nombre de: «Dr. Bombard. Museo Oceanográfico, Mónaco.» Al día siguiente se marchaba... llevándose la radio.

 

Náufrago voluntario
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_032.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_033.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_034.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_035.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_036.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_037.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_039.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_040.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_041.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_042.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_043.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_044.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_045.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_046.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_047.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_048.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_049.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_050.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_051.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_052.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_053.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_054.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_055.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_056.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_057.xhtml