Capítulo XII
CUANDO llegaron a la puerta del establecimiento de Susana, Abril les esperaba impaciente. Hubo profusión de besos y abrazos entre todos, aunque los que se dedicaron las respectivas parejas fueron especialmente cariñosos. Su alegría era tan elocuente que contagiaba a las personas que ocasionalmente cruzaban frente a ellos, atemperándoles el frío de la noche invernal y haciéndoles continuar su camino esbozando una sonrisa.
—Supongo que estáis hambrientos… Yo también — dijo sin aguardar respuesta—. Además he sido buena y he terminado el dossier.
—Eso merece una nueva celebración — confirmó Marina—. ¿Todos de acuerdo?
Ante el mudo asentimiento general Marina inició el acceso al local. Se sentaron en una mesa muy cercana a la de la última vez y buscaron a Susana con la mirada, sin éxito. El local estaba más concurrido de lo habitual y algunos grupos de personas celebraban las inevitables cenas de empresa con motivo de las fiestas navideñas.
—Como os decía — prosiguió Abril — ya he repasado todo al dossier y mañana por la mañana lo revisaremos. Algunas cosas quizá no están del todo claras, pero entre los cuatro seguro que lo resolvemos.
—Presiento que estamos muy cerca — confesó Jorge — y debo daros las gracias por vuestra inapreciable ayuda. No sólo en la investigación histórica, también en la forma en que habéis contribuido al esclarecimiento de los hechos delictivos que me imputaban.
—Jorge, no digas disparates. Esos supuestos delitos se caían por su base de todos modos — repuso Marina—. De todas formas tengo la sensación de que esto no se ha terminado todavía.
—En efecto. Creo que Pedro López pretende demandar al trío estelar y a su hombre de paja salmantino por falsa demanda, por calumnias y por distorsionar los hechos en beneficio propio, o algo parecido — anunció Gregorio.
—Bueno, ¿y si nos olvidamos un poco de todo esto y tratamos de divertirnos? — solicitó Abril.
Todo el local se sobresaltó al escuchar el estruendo producido por Susana cuando salía del habitáculo contiguo a la barra al que denominaba oficina. Llevaba en las manos dos botellas del tinto de la casa para reponer las existencias del mostrador y, al descubrir a Jorge de Castro sentado con sus amigos, no pudo evitar que se estrellaran contra el suelo sobresaltando a toda la concurrencia con el estrépito.
Ante el estropicio causado indirectamente por su presencia Jorge se levantó seguido de sus acompañantes y ayudaron a la sorprendida dueña a recoger todo el desaguisado. Segundos después apareció su marido y entre todos consiguieron dejar la zona como si nada hubiera pasado.
Unos minutos después Susana se sentaba con los recién llegados. Su marido lo hizo un poco más tarde, cuando terminó de poner orden en la zona de dardos.
—¿Pero tú no te habías ahogado en el río? — interpeló la sorprendida propietaria del apetece.
—Parece ser que le confundimos con su doble, el hombre del abrigo — respondió Marina.
—Gracias a tus cámaras de seguridad hemos podido demostrar el seguimiento y la vigilancia a los que Jorge estaba sometido, así como la sospechosa conducta de su celoso guardián cuando ambos regresaron — añadió Gregorio.
—Cuanto me alegro — afirmó el marido de Susana—. Es la primera vez que las cámaras sirven para algo distinto que atender reclamaciones o dudas con la diana.
Jorge, Marina, Gregorio y Abril relataron los pormenores del caso y de cómo el juez había empezado a valorar positivamente la situación de Jorge al visionar las grabaciones.
—Esto lo tenemos que celebrar. Invita la casa — anunció Susana.
Todos sin excepción aprobaron la iniciativa y al poco tiempo se vieron desbordados por la cantidad de tapas, cazuelitas, montados, tostas y otras delicias que los propietarios llevaban a la mesa.
Ya era prácticamente hora de cerrar y apenas quedaban clientes cuando los agasajados se despidieron de sus anfitriones entre un mar de abrazos, agradecimientos y felicitaciones.
En la calle la luna asomaba entre las desnudas ramas de los árboles del paseo, bañando con su brillo de estaño a las dos parejas de enamorados mientras se dirigían pausadamente al aparcamiento público donde se encontraba estacionado el vehículo de Abril.
—Yo conduciré — dijo ésta—. Creo que soy la que menos ha bebido. No quiero que tus amigos de verde nos detengan con un motivo justificado.
—Totalmente de acuerdo — asintió Marina entregando las llaves a su propietaria—. Te devuelvo tu coche.
Gregorio ocupó la plaza del copiloto junto a la conductora. Jorge abrió la puerta trasera invitando a pasar a Marina, para cerrarla de nuevo una vez estuvo sentada. Después rodeó el coche y se introdujo por la otra puerta para acomodarse a su lado.
Durante el viaje Marina tomó la mano de Jorge y la pasó sobre sus hombros para recostarse sobre él. No dijeron una palabra en el breve trayecto, pero la tensión y el nerviosismo acumulado se tradujeron en los leves sollozos y en las imperceptibles convulsiones que la joven experimentó mientras Jorge la sostenía acariciando su cabeza y sus hombros.
Al llegar a la casa Marina les deseó las buenas noches y subió las escaleras llevando a Jorge de la mano. Lo único que pretendía en ese momento era dormir toda la noche abrazada a él.
Gregorio y Abril los contemplaban con simpatía.
—Abril ¿te gustan los idiotas?
—Sabes que no…
—Entonces no sé cómo me aguantas.
—Porque no eres idiota. Sólo estabas un poquito mal informado respecto a las mujeres en general y respecto a mí en particular.
—Espero que me pongas al día.
—No perdamos tiempo entonces — dijo Abril iniciando el camino del dormitorio de invitados.
A la mañana siguiente, mientras Jorge y Gregorio recogían la mesa del día anterior y la preparaban para el desayuno, sus respectivas parejas tostaban rebanadas de pan de hogaza, trituraban tomate con sal, cortaban finas tiras de jamón salmantino y disponían de mermelada, mantequilla, aceite, tomates cortados en mitades y sal.
El desayuno fue un auténtico manjar y a su término, mientras los chicos recogían todo y dejaban la cocina como si no hubiera pasado nada, Marina y Abril imprimían copias del dossier que habían confeccionado y de cuya interpretación por parte de Jorge esperaban despejar la mayor parte de las incógnitas.
Unos minutos más tarde todos estaban enfrascados en la lectura del informe con el objeto de que cada componente del equipo de investigación pudiera tener los mismos conocimientos sobre la situación que los demás.
Terminaron la lectura y miraron a Jorge con expectación.
—Bien — dijo Abril dirigiéndose a él—. Tú eres el detective… ¿Qué has “detectado”?
—Para empezar que hemos hecho un buen trabajo de investigación, concreción y síntesis. Mi enhorabuena a todos.
Por lo demás, tengo una serie de teorías que me gustaría someter a vuestra consideración. Hay hechos más o menos documentados y hay otros que no pasan de la mera especulación. Pronto lo sabremos.
—¿Cuál es tu idea? — se interesó Marina.
—Os refiero mi versión de los hechos y me hacéis preguntas sobre lo que no esté claro o no esté probado ¿de acuerdo?
Ante el asentimiento general, prosiguió.
—Cuando mi madre estaba a punto de fallecer me hizo prometer que “haría lo posible para limpiar la mancha de bastardía que persigue a nuestra estirpe desde 1347”
—El año en que nació Beatriz, hija de Inés y tía de nuestra Beatriz de Alva — apuntó Marina.
—Así es. Y el único modo para probar la legitimidad de Beatriz y la de sus hermanos es mostrar el acta del casamiento de sus padres.
—Que todo parece indicar que se celebró en Bragança y que fue oficiado por el obispo de Guarda, don Lorenzo — añadió Gregorio.
—¿Por qué el futuro rey de Portugal se casaría en secreto? — terció Abril—. No tiene mucho sentido.
—Lo tiene — prosiguió Jorge — si tenemos en cuenta que Inés fue cortejada por diferentes nobles y por sus gallardos hijos durante su destierro. Nunca consiguieron nada de ella, pero Pedro sin duda conocía estos patéticos intentos para desacreditar a su amada ante sus ojos. Cuando nació el primogénito, Alfonso, muerto al poco tiempo de su alumbramiento, no pensó en casarse; pero sí cuando Beatriz empezó a crecer sana y fuerte, lo mismo que su hermano Juan. Tras el nacimiento de Dionisio, en 1354, decidieron contraer matrimonio.
—¿Y por qué en secreto? — insistió Abril
—Primero porque don Pedro era plenamente consciente de que su propio padre y, sobre todo, su propia madre, eran contrarios a su matrimonio con Inés. Y segundo porque sabía que muchos de los consejeros de su padre eran enemigos declarados de los Castro y que, algunos de ellos, sus parientes y familiares directos, habían sido rechazados sin contemplaciones por su amada. En una ceremonia pública se exponía a una ruidosa intervención de sus oponentes cuando el celebrante preguntara a los presentes la fórmula de la oposición a la boda: “Si alguien conoce algún impedimento para celebrar este matrimonio que hable ahora o calle para siempre”.
—¿Temía que humillaran a la novia? — sopesó Gregorio—. Tiene mucho sentido.
—Sin duda. Pedro se dio cuenta de que una ceremonia pública podría ser boicoteada con facilidad. Bastaba que cualquier apuesto doncel expresara su oposición con cualquier pretexto calumnioso contra la novia para invalidar la boda sine die, ya que en cada nueva celebración existía el riesgo de una intervención similar.
—Eso explica y justifica que optase por una boda secreta — admitió Abril.
—De este modo se celebró una boda muy cerca de la frontera con Galicia, lo que propició que algún familiar de la novia asistiera también a la ceremonia, en calidad de testigo. Por su parte don Pedro llevó a su fiel escudero, testigo humano, y a su capellán, testigo divino. Quizá su error fue hacer que la oficiara un obispo y no un clérigo local, ya que la boda habría tenido el mismo valor. En honor a su condición y para agasajar a su futura esposa, prefirió un celebrante de mayor rango.
—¿En qué te basas para calificarlo de error? — se interesó Marina.
—La primera premisa es que Pedro, Inés, el capellán y el escudero del príncipe difícilmente pudieron pasar desapercibidos en Bragança, pero es dudoso que fueran reconocidos por el pueblo llano, que los tomaría por gente principal, aunque sin sospechar su verdadera identidad.
—Tiene lógica — concedió Gregorio—. En aquellos tiempos la gente sencilla era bastante ignorante.
—También lo eran muchos nobles, la verdad — prosiguió Jorge — El caso del obispo fue distinto. Tuvo que cursar despachos a los responsables del clero local advirtiendo de su presencia y de los motivos que le llevaban hasta la villa brigantina. Las filtraciones bien pudieron empezar por ahí. El segundo error fue que el acta matrimonial de tal acontecimiento no se pudo expedir sobre la marcha. Un pergamino adecuado a la solemnidad de su contenido tardaría al menos una semana en estar listo y el buen prelado lo encargaría a su regreso a Guarda. Si la boda la hubiese celebrado el arcipreste de Bragança, él mismo habría redactado el documento, habría hecho firmar a los contrayentes y testigos y don Pedro se habría ido con su certificado de boda en la faltriquera.
—Sigue — rogó Marina—. Nos tienes en vilo.
—La noticia de esta ceremonia secreta llegó a oídos de sus adversarios que no tardaron en darse cuenta de las intenciones del príncipe. Había burlado un más que probable boicot a una posible boda con Inés y, de este modo, su hija Beatriz y sus futuros hijos quedaban legitimados para heredar el trono de Portugal si le ocurría algo al Infante Fernando, el hijo de Constanza. Envenenaron al rey sobre las verdaderas intenciones de la boda insinuando primero y afirmando después, que había un plan para asesinar a Fernando para que los hijos de la puta del heredero accedieran al trono a la muerte de don Pedro.
—Y la presencia de Álvaro y Fernando de Castro sólo contribuyó a echar más leña al fuego — añadió Gregorio.
—Fue otro argumento utilizado por sus enemigos. Al parecer convencieron al anciano rey de que los Castro pretendían castellanizar el reino para integrarlo posteriormente mediante acuerdos y bodas reales a la corona castellana. Algo que tenían que impedir a cualquier precio.
—¿Pero qué pasó con el acta matrimonial? — insistió Abril, más pragmática.
—Los nobles disconformes con esa boda se alarmaron porque se trastocaban sus planes, pero alguien cayó en la cuenta de que el acta matrimonial se redactaría en Guarda, por el aparato administrativo del obispado. Se destacó a una comisión para hacerse con el documento por encargo del rey con la orden de robarlo y destruirlo una vez en su poder.
—Por eso don Pedro, una vez rey, nunca lo pudo mostrar y tuvo que recurrir al testimonio de su capellán y de su escudero ante las cortes — apostilló Marina.
—Nuestra familia cree que don Pedro nunca supo que el documento en cuestión fue robado y pensaba, equivocadamente, que estaría bajo la custodia de sus mayordomos y notarios. Por ello, cuando a la muerte de Inés le reclamaron las pruebas de su supuesto matrimonio, no pudo presentarlas. Luego cometió el error de enemistarse con la Iglesia. Cuando llegó a rey promulgó la “Beneplácito Regio”, una ley que obligaba a todos los documentos, cartas y comunicados eclesiásticos a contar con su visto bueno. Esto puso al papado frontalmente en contra de su persona, como es lógico.
—Y después vino su venganza…
—A la muerte de Alfonso IV los conjurados, temiendo la justa ira del futuro rey Pedro, se refugiaron en Castilla. Los ya famosos Alonso Gonçálvez, Pedro Coelho y Diego López Pacheco fueron acogidos por el monarca castellano hasta que fueron oficialmente reclamados por el reino vecino. Se llegó a un acuerdo para intercambiar proscritos y Portugal envió a Castilla a Pedro Núñez de Guzmán, Mendo Rodríguez Tenorio, Fernando Gudiel Toledo y Fernando Sánchez Caldera. Todos fueron ejecutados. Pero Castilla no pudo cumplir su compromiso, ya que Diego López Pacheco, probablemente advertido previamente, había escapado a Aviñón.
—Espera, espera — pidió Gregorio — Dominique Gudiel, Samuel Pacheco y Carlos de Izal y Núñez de Guzmán… ¿tendrán algo que ver con los personajes que mencionas?
—Sin duda — confirmó Jorge—. Álvaro de Izal me estuvo siguiendo desde que inicié mis pesquisas intentando desacreditarme para que no se me permitiera investigar. Tienen el mismo interés que yo, pero en sentido contrario. Que el supuesto documento matrimonial, en caso de existir, desaparezca para siempre. Está claro que nos estábamos acercando porque intentó presionarme para que me bebiera aquella botella y provocar mi muerte accidental.
* * *
Pedro López terminó de elaborar su demanda y la revisó satisfecho. Había fundamentos de hecho y de derecho para exigir responsabilidades al hombre de paja del senador en Salamanca por presentar una denuncia sobre hechos que ignoraba, al dictado del aforado. También sustanció una demanda por asociación ilícita, prevaricación, conspiración para delinquir, fraude de ley, alteración del patrimonio histórico nacional y extorsión contra los descendientes de dos de los nobles ejecutados en Castilla, para que Pedro I pudiera vengar a su esposa, y contra un descendiente del portugués Diego López Pacheco, aquél que había jurado que la estirpe de Inés de Castro siempre sería bastarda. Básicamente se iniciaba un mecanismo para sentar ante un tribunal al banquero Samuel Pacheco, al senador Carlos de Izal y Núñez de Guzmán y al empresario Dominique Gudiel.
Llamó a un propio de su confianza y le mostró los documentos.
—¿Te parece que hay que añadir o quitar algo, Héctor?
—Quizá una requisitoria especial para que se juzgue al aforado. Un senador no se puede sentar en cualquier banquillo.
—Todo a su tiempo. Primero se instruye, y luego, si ha lugar, se juzga. Ya haremos un suplicatorio al Supremo en su momento.
—De acuerdo. ¿Alguna recomendación especial?
—Sólo una. Mira a ver si puedes desplegar todo tu encanto personal para que nos caiga en el número 3. Me cae bien el titular y me gustaría especialmente que lo llevara…
—Haré lo que pueda.
—Y más. Si hay que sobornar, soborna.
—¡Qué cosas tienes! Nunca sé cuando hablas en serio o en broma.
—A ver si te parezco suficientemente serio: Como no caiga en el número 3 tus días en este despacho se terminarán con la puesta del sol. ¿Lo pillas?
Héctor, que se consideraba afortunado por estar haciendo prácticas en uno de los despachos de abogados más solicitados de Salamanca, captó la indirecta al vuelo.
—Caerá en el 3 — dijo mientras se retiraba.
—Buen chico — concedió su jefe —.Tú llegarás.
A Héctor no le costó demasiado trabajo argumentar a una funcionaria, con la que salía de vez en cuando, de que una simple asignación de sus demandas al número 3 supondría una cena en un lugar lujoso.
Los casos se asignaban por reparto, por riguroso orden de llegada. El caso anterior había tocado en el número 2 por lo que a Héctor le correspondía el número 3. “Misión cumplida. De todos modos la pensaba invitar a cenar por fiestas”, se justificó.
Poco después el titular del juzgado en cuestión observó con curiosidad las entradas en registro y sonrió. Al parecer el águila salmantina había puesto sus ojos de presa en una pieza de caza mayor. Estaba seguro de que se divertirían cuando cursó las notificaciones a los afectados por burofax electrónico, con acuse de recibo y entrega postal.
* * *
La observación de Gregorio respecto a la relación del senador, el banquero y el empresario con las familias afectadas por la venganza del rey viudo suscitó un pequeño debate. A Jorge no le cabía la menor duda de que sus únicos intereses eran la prevalencia de la estirpe de Inés como ilegítimos. Su propio interés era justo el contrario.
—¿Cómo estás tan seguro de que el acta matrimonial existe en realidad? — preguntó Marina de pronto.
—Sencillamente porque han intentado por todos los medios evitar que la encuentre. Si no existiera, nadie se habría cruzado en mi camino.
—Estábamos en que López Pacheco no fue intercambiado con los otros refugiados y se escapó a Francia ¿Por qué eligió precisamente Aviñón? — inquirió Abril.
—Porque era la sede del Papa en aquel entonces — prosiguió Jorge—. Recordad que el papado estaba indignado contra don Pedro por su “Beneplácito Regio” Era el único lugar donde podría estar a salvo de la venganza del monarca portugués y el único poder al que éste no osaría desafiar.
—Por lo que cuentan las crónicas portuguesas no tardó en regresar — confirmó Gregorio.
—Así fue. Y algún poderoso secreto guardaba porque consiguió incluso el perdón del rey al que traicionó. Ese secreto no podía ser otro que el acta matrimonial, que nunca llegó a destruir ya que intuyó, con razón, que le abriría muchas puertas tanto en Castilla como en Portugal. Prometiendo a unos y otros la entrega o la destrucción, según su propia conveniencia, del citado documento impuso su voluntad y llegó a ser restituido de los bienes que le habían sido confiscados en su huida. Muerto Pedro siguió el juego con su heredero, Fernando, y siguió extorsionando a todos hasta su fallecimiento. Lo curioso es que el famoso pergamino no apareció entre sus posesiones.
—¿No lo tenía en su poder? — se extrañó Abril.
—No, ciertamente. Era un hombre inteligente y sabía que si él lo había robado una vez, cualquier otro lo podría volver a robar. Sin duda lo mantuvo oculto y a salvo en un sitio seguro.
—Estamos como al principio — se quejó Marina.
—No del todo — corrigió Jorge—. Durante el cisma de occidente, Castilla terminó por reconocer al Papa de Aviñón, mientras que el rey Fernando de Portugal alternaba su fidelidad entre Roma y Aviñón hasta que se decantó por Roma. Esto enojó a la curia francesa que terminó por revelar al hijo de Inés, don Juan de Portugal, señor de Alva por su matrimonio con una infanta castellana, la naturaleza del documento que custodiaban sobre la boda de sus padres.
Las miradas de sus tres oyentes confluyeron sobre Jorge como alfileres, ahondando en su piel como si quisiera traspasarle para conocer sus secretos. Eran conscientes de que estaba a punto de hacer una revelación que a ellos se les había pasado por alto y su respiración se aceleró. Los ojos de Jorge, húmedos por la emoción del inminente descubrimiento, los recorrían pausadamente hasta que se posaron en Marina.
—La carta de doña Beatriz. Si os fijáis en la inicial de cada párrafo, aparece formada la palabra AVIGNON, que es cómo se escribía entonces… y como se escribe todavía en la Francia actual.
Revisaron con interés la carta de doña Beatriz de Alva y comprobaron lo que Jorge les acababa de revelar. Así pues, en aquella época, el documento en cuestión podría encontrarse en Aviñón.
—A ver si lo he entendido — intervino Marina para confirmar sus impresiones—. López Pacheco puso a buen recaudo su secreto bajo la custodia del Papa de Aviñón. Poco después se produjo el cisma de occidente y la Iglesia llegó a tener hasta tres papas diferentes al mismo tiempo, Uno en Aviñón, otro en Roma y otro en Peñíscola. Los reyes cristianos dividieron sus fidelidades entre unos y otros según sus intereses políticos. La recíproca lealtad hizo que el papa del sur de Francia, molesto con Portugal por pasar su obediencia a Roma, pusiera en conocimiento del yerno del rey de Castilla la existencia y posesión de tan importante documento. Don Juan no pudo hacer el uso adecuado de esta confidencia ya que su candidatura al trono luso fue rechazada por haber luchado contra Portugal en las guerras con Castilla. Falleció en Salamanca en 1387, el año de la proclamación de su hermanastro Juan de Avis al trono que legítimamente correspondía a los hijos de Inés ¿Es así?
—En efecto — confirmó el último Castro—. Lo has resumido perfectamente.
Gregorio repasó brevemente sus notas para exponer a continuación sus propias impresiones.
—Las mismas cortes portuguesas que refrendaron el matrimonio de Pedro e Inés y la legitimidad de Beatriz y sus hermanos revocaron esta proclamación a la muerte del rey Pedro y los volvieron a declarar ilegítimos. Además de condenar la traición de Juan y Dionisio convenientemente esgrimida por los contrarios a la estirpe de los Castro.
—Sí. Eso fue en 1385, una vez fallecida Beatriz. Se basaron en un documento promulgado por el Papa Inocencio VI, que había muerto 20 años antes. En el mencionado escrito el Papa recusaba la legitimidad de los hijos de Inés de Castro, aunque la propia argumentación del ponente, Juan de las Reglas, fue contradictoria. No obstante consiguió su propósito de invalidar una por una las candidaturas al vacante trono de Portugal tras la muerte de Fernando I. Inhabilitó a la hija de éste porque estaba casada con el monarca castellano y por ser hija de Leonor Téllez, que era esposa de Juan Lorenzo de Acuña cuando el rey se casó con ella, dejando así en entredicho la paternidad real.
—¿Quiénes eran los otros candidatos? — se interesó Abril.
—El rey de Castilla, por matrimonio con la hija de don Fernando. Fue recusado por hereje ya que obedecía al antipapa, mientras que Portugal se declaraba fiel al verdadero Papa. Por último recusó a los hijos de Inés de Castro y Pedro de Portugal por su ya citada traición y porque el propio Papa de Aviñón, Inocencio VI, negaba la boda de sus padres y, por lo tanto, su legitimidad.
—Ya sólo quedaba el Maestre de Avís, de nombre Juan, igualmente — abundó Gregorio — y también hijo natural de don Pedro
—Sí, pero muy inteligentemente Juan de las Reglas no lo presentó como candidato. Recusó a los otros cuatro y evitó nombrar al Maestre de Avís, dejando ver a las cortes que el trono del reino estaba vacío y que se debería elegir un nuevo monarca. Por aclamación fue nombrado El Maestre de Avís como nuevo soberano de Portugal.
—¿Por qué decías que empleó argumentos contradictorios para recusar a los hijos de Inés? — preguntó Abril de nuevo.
—Porque después de exhibir el supuesto probatorio del Papa Inocencio VI negando el matrimonio de sus padres continuó refiriéndose a ellos como “los Infantes”. Si los consideraba ilegítimos, no tendría que haber utilizado el apelativo de “infantes”.
—En el libro del Abad de Baçal don Francisco Manuel Alves se cita este hecho — aportó Gregorio—. A ver si lo encuentro. Aquí está:
“João das Regras, nas Cortes de Coimbra de 1385, depois de ter demonstrado com documentos na mão que o Papa Inocêncio VI se recusara a legitimá-la e aos seus dois irmãos, disse o seguinte: Ora vedes aqui, sem mais acrescentar ou minguar, toda a história, como se passou, do casamento de dona Inês e legitimação de seus filhos, a qual eu quisera escusar por honra dos Infantes, posto que sejamos em tal passo”.
—O sea — dijo Marina—. Juan de las Reglas incluso después de lamentar tener que mostrar las pruebas de que eran ilegítimos continua llamándolos infantes. Mejor prueba de que los hijos de Inés estaban realmente reconocidos como infantes no podía haber. Además ¿Cómo se puede certificar que un hecho “no ha ocurrido”?
—Muy acertado, Marina — dijo Abril intuyendo su línea argumental—. Sólo teniendo en tu poder un certificado con hechos que no quieres que se divulguen, puedes negar que exista. Nadie más lo conoce, ciertamente.
Ese era precisamente el razonamiento de Jorge. El Papa no sentía ninguna simpatía por el padre de don Juan a causa del control que ejerció sobre la Iglesia de Portugal. Fue una forma sutil de vengarse de la afrenta recibida. No negaba los hechos sino la existencia del documento que supuestamente los certificaba convirtiendo en ilegítimos a los descendientes del rey Pedro.
—La subida al trono del Maestre de Avis desencadenó una nueva guerra entre Castilla y Portugal. Los castellanos fueron derrotados en la batalla de Aljubarrota, en la que participó Diego López Pacheco, esta vez en el bando portugués.
—¿Qué os parece si descansamos un poco para comer? — propuso Marina—. Podemos ir al Hostal o encargar la comida.
—Prefiero salir — dijo Jorge rápidamente—. Estos últimos días me ha dado muy poco el aire.
* * *
El asistente del senador comunicó a su Excelencia, el presidente de la comisión senatorial para asuntos medievales, que se acababa de recibir un burofax electrónico en el que se le requería para prestar declaración en el juzgado número 3 de Salamanca al objeto de depurar su posible responsabilidad en…
El senador no le dejó terminar.
—Soy un senador, y, por lo tanto, aforado — bramó colérico—. A mí sólo me puede tomar declaración un juez de la Audiencia Nacional. ¿Quién se ha creído ese juez que es?
—Hay un suplicatorio a la Cámara para que su Excelencia pueda ser inculpado y procesado, pues el exhorto habla de un delito flagrante con cuya naturaleza quedaría excluida la prerrogativa de inmunidad de que goza su Excelencia.
—Los Senadores tenemos un fuero especial de tal modo que sólo podemos ser imputados y juzgados por la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo. Haz un recurso en ese sentido inmediatamente.
—Enseguida, Excelencia — dijo el asistente saliendo de su despacho.
Carlos de Izal se miró en su caro espejo, estilo Tudor, y vio a un hombre asustado, pálido y sudoroso. Trató de recomponer su figura ajustando su corbata de Loewe y recolocando el cuello de su camisa de Sharif, pero el resultado fue aún más patético. Terminó por deshacer el nudo de la corbata con un gesto de rabia y se tumbó en el sofá, para recuperarse. Dos minutos más tarde recibía la llamada de Samuel Pacheco.
—¿Sabes lo que acabo de recibir? — aulló el banquero—. Un burofax para una citación para declarar el 10 de enero… ¿Te das cuenta donde me has metido? ¡Despídete de las donaciones para la reelección!
—Yo… también estoy citado — dijo casi tartamudeando—. Han cursado un rogatorio a la Cámara para que me retiren la inmunidad argumentando delito flagrante.
—Me importa una mierda lo que te pase. Os lo tenéis merecido tu sobrino y tú por inútiles. ¿Qué has hecho para que me relacionen contigo?
—Te juro que nada.
—Dominique también está citado. La última vez que nos vimos fue en el aeropuerto de Salamanca, cuando supervisamos la despedida de los supuestos restos del portugués. ¿Quién nos ha podido relacionar?
—No lo entiendo, de verdad que no lo entiendo.
Lo que ninguno de los tres podía sospechar es que el testimonio escrito sobre la conversación mantenida cuando se retiraban de la cafetería del aeropuerto formaba parte de las pruebas para incriminarlos. Otro argumento de peso que manejaba el demandante eran las llamadas, los mensajes al buzón de voz, los SMS y los whatsapp que los tres habían remitido al teléfono de Álvaro de Izal y que Jorge había puesto en conocimiento de su abogado.
* * *
Durante la comida sólo discutieron de un tema: Aviñón. La ciudad hacía muchos años que había dejado de ser sede papal, desde que Martín V, el Papa de la Unificación, se trasladó definitivamente a Roma.
Cuando terminaron de comer la luz de un sol en declive empezaba a levantar reflejos anaranjados en la villa de Alba. Tenían delante el suave arco que forma sobre el Tormes su puente medieval, cuyas bases se remontaban a los romanos que hicieron pasar por esta vía su famosa Ruta de la Plata.
Decidieron cruzar el puente y acercarse a la Plaza Mayor para tomar café en alguno de sus establecimientos resguardados por los soportales. Marina era el miembro del grupo que había estudiado el Cisma de la Iglesia de Occidente y asumió la responsabilidad de orientar a sus compañeros sobre el destino de los 3.000 volúmenes que albergaba la biblioteca de Aviñón cuando el último pontífice abandonó la sede papal.
Se sentaron cerca de la Bajada de Santa Teresa, un estrecho callejón que da a la plaza del mismo nombre, en cuya Iglesia de la Anunciación reposan los restos de la monja carmelita.
Marina se calentó brevemente las manos con su taza de café tratando de encontrar un punto de inicio para su argumentación.
—En pleno cisma, a la muerte de Clemente VII, fue elegido Papa don Pedro de Luna con 20 votos sobre 21 posibles y adoptó el nombre de Benedicto XIII — rememoró.
—No obstante, Francia se opuso a este nuevo Papa de Aviñón que había mostrado no ser tan manejable como sus antecesores y que, además, era súbdito de la Corona de Aragón, por lo que no se avendría a mantener lealtad a la monarquía francesa — añadió Abril demostrando un profundo conocimiento del cisma de occidente.
—Precisamente por eso — prosiguió Marina—. Francia rompió con la sede papal de Aviñón y presionó a Benedicto XIII para que renunciara, a lo que don Pedro se negó alegando un daño irreparable a la Iglesia.
Tras un bloqueo militar de los franceses sobre su palacio papal en Aviñón, Benedicto XIII logró huir de la ciudad. Para entonces su pontificado solo era reconocido por Castilla, Aragón, Sicilia y Escocia.
—Fue el momento en el que hubo tres papas simultáneamente — añadió Gregorio—. Juan XXIII[6], el antipapa, Gregorio XII y el propio Papa Luna.
—Tras varias discusiones y negociaciones la Iglesia decidió que el concilio estaba por encima del propio Papa y eligió a Martín V, declarando nulos a los otros tres.
Jorge se impacientaba por ver la relación entre estos acontecimientos y los documentos de la biblioteca de Aviñón.
—¿Dónde nos lleva todo esto? — preguntó.
—El nuevo Sumo Pontífice envió a España a un legado con la misión de envenenar a Benedicto XIII, pero no tuvo éxito. Don Pedro Martínez de Luna Murió en 1423, a los 96 años, en el Castillo de Peñíscola, la antigua fortaleza de la Orden del Temple a donde había mudado la sede papal… y la biblioteca de Aviñón.
Las caras de felicidad de sus compañeros compensaron a Marina por la tensión acumulada durante su relato.
—Pero hoy el castillo del Papa Luna está vacío. Sólo es una atracción turística — aclaró Abril.
—Sí — admitió Gregorio—, pero eso no significa la destrucción de su patrimonio bibliófilo.
—Por descontado que no — confirmó Marina—. Según la obra de León Esteban Mateo, “Cultura y prehumanismo en la curia pontificia del Papa Luna“, la Biblioteca de Cataluña, en su día Institut de Estudis Catalans, adquirió el “Fondo de Manuscritos de Benedicto XIII” compuesto por tres inventarios de la biblioteca papal de Peñíscola.
El contenido de esta biblioteca engloba una importante colección de obras teológicas, espirituales, históricas y jurídicas. Bastará con que Abril use sus recursos para inspección al catálogo y tendremos algo positivo. Lo que buscamos tendría que estar aquí.
Esta vez sí que tuvieron la certeza de que su objetivo estaba cerca. Lo celebraron pidiendo otro café.
En la Plaza Mayor de Alba no se puede estar de incógnito mucho tiempo. El rumor de que Marina, Jorge y otra pareja tomaban café tranquilamente en sus soportales se extendió como una telaraña por la villa, tanto por el tradicional boca a boca como por las redes digitales de comunicación.
Tina y Blanca, luego Julia, Pilar, Ana, la compañera de Marina en Cultura y Turismo, Jaime, Quique… y hasta la propia Alcaldesa se dejaron caer por la plaza distraídamente. Marina presentó a sus acompañantes y entre Jorge y Gregorio les pusieron en antecedentes del resultado de su investigación. Los rumores fueron rodando como una bola de nieve y al ponerse el sol casi toda la ciudad acabó comentando con absoluta solemnidad que la certificación matrimonial de Inés de castro, madre de dos de los antiguos señores de la villa y abuela de una tercera, había sido encontrada entre los documentos que Santa Teresa guardaba en su despacho del convento de la Anunciación.
En cualquier caso, los cuatro investigadores estaban convencidos de que el documento existía, que sin duda estaba entre el inventario histórico de la biblioteca del Papa Luna y de que no tardarían en dar con él.
Mucho más tarde, cuando la plaza volvía a mostrar un aspecto más acorde con la hora, Tina, Blanca, Quique, Jaime y Ana permanecían junto a su compañera confirmando con su presencia el cariño que sentían por ella.
—Muchas gracias por vuestro apoyo — les dijo—. Espero que los recursos de Abril nos permitan dar cuanto antes con lo que buscamos. Será cosa de uno o dos días más.
—Esto volverá a poner a Alba en el mapa — dijo un exultante Quique. El Centenario de Santa Teresa va a ser histórico.
—Lo sería de todos modos — añadió Jaime—. Teresa es mucha Teresa, pero con esto seguro que nos salimos.
—Alba siempre ha estado en el mapa, chicos — dijo Marina—. Pero no cabe duda de que nos vendrá bien.
—Deberíamos pensar en volver — dijo Gregorio—. Nos queda muy poco camino, espero, pero tenemos que andarlo.
Los cinco miembros del consistorio albense se abrazaron con Marina durante unos segundos interminables.
Finalmente se separaron de su compañera y felicitaron a Jorge, Gregorio y Abril y les desearon éxito en el tramo final.
Regresaron a la casa de El Mirador con la idea de que al día siguiente Abril Maldonado utilizaría sus propios recursos y sus contactos en el resto de las universidades de la península para examinar el contenido de la Biblioteca Papal de Aviñón.
Marina apenas pudo dormir, presa del nerviosismo. No dejaba de dar vueltas en la cabeza al hecho de que de los tres mil volúmenes que el Papa Luna se llevó a Peñíscola, un documento insignificante y que apenas ocuparía espacio podía perfectamente pasar desapercibido y no figurar en ningún inventario ni catálogo.
—No te inquietes, Marina. Si no lo encontramos, nadie nos podrá reprochar nada. Hemos hecho todo lo que hemos podido y más.
—No es eso, Jorge. Me preocupa estar tan cerca y que nos quedemos con las manos vacías.
—Yo las tengo llenas de ti y tú de mí — dijo mientras la estrechaba en sus brazos—. Confío plenamente en tu intuición. Si nuestras estimaciones son ciertas y López Pacheco confió su secreto a Aviñón, las probabilidades de que lo que encontremos son muy altas.
—Tienes razón. Confío en el buen hacer de Abril.
En la habitación de invitados la aludida repasaba mentalmente los nombres de los contactos a los que tendría que recurrir para llevar a buen término su investigación. Lamentaba no disponer de sus sofisticados equipos de la facultad, pero confiaba en poderse conectar con su base de datos vía VPN (Red Privada Virtual) o a través de algún emulador de estación de trabajo, tipo Citrix.
Instintivamente se refugió en los brazos de Gregorio y se dejó envolver por ellos.
—Darás con ello, Abril — musitó el profesor—. No tengo la menor duda.
A la mañana siguiente los dos hombres prepararon el desayuno mientras las chicas se centraban en el estudio de las conexiones necesarias a través de los ordenadores de Marina, tanto el fijo como el portátil.
Estaban consiguiendo parte de sus objetivos cuando fueron reclamadas para desayunar.
Los cuatro se sentaron mecánicamente a la mesa y dieron cuenta de su contenido en un tiempo record. Al terminar, Abril y Marina volvieron inmediatamente a sus respectivos equipos y dejaron que sus parejas recogieran los restos del almuerzo.
La Biblioteca de Cataluña no era una institución universitaria y su catálogo documental no figuraba enlazado con la Base de Datos de la Facultad de Documentación y Traducción. No obstante, sus pesquisas les permitieron descubrir que se hacía una breve referencia a la adquisición de un fondo documental denominado “Biblioteca del Papa Luna” a principios del siglo XX. Ninguna referencia a los posibles documentos privados de López Pacheco.
Las dos mujeres seguían afanosamente el rastro de la Biblioteca Papal de Aviñón, intercambiando información, comparando catálogos y descriptores y desechando un fondo histórico de vez en cuando, tratando de poner cerco al objetivo de su investigación. Sin darse cuenta del transcurrir del tiempo ya era casi la hora de comer. Jorge y Gregorio se dirigieron a pie hasta el cercano hostal para ocuparse del sustento del mediodía y a los veinte minutos estaban de vuelta con las delicias que les habían suministrado.
Prepararon la mesa en silencio y reclamaron la presencia de las dos investigadoras cuando estuvo lista. Ambas se levantaron como autómatas y se sentaron con sus compañeros con la misma expresión de quien tiene que someterse a una molesta, pero necesaria, prueba médica.
—No se os ve muy felices — comentó Gregorio—. ¿Algo va mal?
—Demasiado mal, diría yo — repuso Marina—. A la muerte del Papa Luna la biblioteca fue dividida entre París, El Vaticano, la colección privada de Gil Sánchez Muñoz, que a su vez se reparte entre Teruel y Mallorca y la ya referida Biblioteca de Cataluña.
—Eso nos está complicando la búsqueda — añadió Abril—. En el caso de las colecciones privadas los accesos por base de datos son impensables y tienen muy poco material catalogado.
—Sin contar con que una parte no menor de la colección del Papa Luna, el segundo volumen de la monumental “Historiae Bibliothecae Romanorum Pontificum, Avenionensis”, se da por perdida irremisiblemente.
Jorge y Gregorio comían en silencio, impotentes ante el devenir de los acontecimientos, pero manteniendo la fe en la capacidad y buen hacer de sus parejas. Al término de la comida se repitió el ritual del desayuno y las dos mujeres se dispusieron a continuar su implacable búsqueda mientras los hombres recogían la mesa.
A las siete de la tarde habían descartado todas las opciones posibles, excepto la de la Biblioteca Apostólica Vaticana. La información disponible para el visitante normal no era lo suficientemente significativa para sacar conclusiones. Una ventana en la parte inferior izquierda sugería un acceso más amplio para “usuarios registrados”. Abril intentó registrarse desde su ordenador, pero Marina recurrió a su condición de miembro de la Asociación de Bibliotecarios de la Iglesia de España y solicitó un acceso a la colección de la Biblioteca Papal de Aviñón.
El estudio del catálogo documental de las obras consideradas históricas de la antigua biblioteca papal de Benedicto XIII permitió a las dos mujeres identificar un fondo intranscendente etiquetado como “Donaciones de don Diogo Lopes Pacheco”. El acta matrimonial de don Pedro de Borgoña y de doña Inés de Castro, expedido en 1347 por don Lorenzo, obispo de Guarda, ocupaba el legajo VI de la Caja 120645.